No tengas miedo de lo que vas a sufrir, pues el diablo pondrá a prueba a algunos de ustedes y los echará en la cárcel, y allí tendrán que sufrir durante diez días. Tú sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.
Apocalipsis 2.10, RVC
Trasfondo
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a ciudad de Esmirna (actual
Izmir, tercera ciudad de Turquía) se halla al norte de Éfeso a unos 80 km; con
ella y con Pérgamo se disputaba ser la primera ciudad de Asia. Hacia el 195
a.C. consagró un templo en honor de Roma y en el 26 d.C. obtuvo el privilegio
de erigir un templo en honor de Tiberio, Livia y el Senado. Vivía allí una
importante colonia judía, que en tiempos del martirio del obispo Policarpo (c.
70-c. 155) se mostró fuertemente hostil hacia la comunidad cristiana. A esa
iglesia dirigió Ignacio de Antioquía una carta, alrededor del año 110.[1] Policarpo,
junto con Ignacio y Clemente de Roma, son considerados los Padres Apostólicos
principales.
A la iglesia de Esmirna, Cristo se presenta en la realidad de su misterio pascual: muerto y resucitado. Está al comienzo y al final de la historia de la salvación (es primero y último: v. 8). La iglesia se encuentra en una situación difícil: es objeto de persecución incluso por parte de los judíos (v. 9), y es pobre. Y esas dificultades irán incluso acentuándose en un próximo futuro (v. 9-10). Pero Cristo asiste a su iglesia; así, su pobreza se cambiará en riqueza, los días de la tribulación están contados (diez días); si la iglesia sigue siendo fiel hasta la muerte, obtendrá como regalo la plenitud de la vida y no tendrá que temer la perdición definitiva (la muerte segunda: v. 11).[2]
“Yo conozco tus obras, tus
sufrimientos, y tu pobreza (aunque en realidad eres rico)” (2.9a)
Todo lo contrario de otras
iglesias, como Laodicea, la de Esmirna recibe un cálido elogio, sin ningún
reproche o recriminación, por el contrario, se reconoce sus obras, su
sufrimiento y su pobreza, en ese orden (2.9a). “Expresamente se pone de relieve
su pobreza, o sea, su estrechez económica, consecuencia del reducido número de
sus miembros, o bien de las dificultades en que se debatía. Por fortuna esta
pobreza se ve ampliamente superada por su riqueza en bienes espirituales”.[3] La
comunidad de fe se encontraba en medio de fuertes hostilidades, y especialmente
se reconoce que ha sido calumniada ante sus conciudadanos romanos, incluso ante
las autoridades acusándola de agitadora. Como consecuencia de esas acusaciones
falsas, se suscitó la amenaza de una gran persecución, en la cual se
encarcelarían algunos de sus miembros (10a), aun cuando no duraría mucho (“diez
días”).
Precisamente
sobre el problema de la presencia del judaísmo, particularmente por el fuerte
lenguaje utilizado para referirse a él: “Sé cómo te calumnian los que dicen ser
judíos, pero que en realidad no son sino una sinagoga de Satanás” (9b), afirma
Xabier Pikaza:
Significativamente, las dos iglesias
más frágiles por su pobreza y falta de poder (Esmirna y Filadelfia: 2,4) son
para Juan las más fuertes al estar amenazadas por el riesgo de aquellos que
llama “falsos judíos”, que expulsan de su seno a los cristianos, privándoles de
la protección social que el judaísmo gozaba dentro del Imperio. En otro tiempo,
los judeocristianos podían presentarse como miembros de la sinagoga: un grupo
dentro del judaísmo. Ahora se han cerrado las fronteras: el “falso” judaísmo,
vinculado a sus purezas y gestos nacionales, ha dejado a los cristianos sin
defensa legal ante el Imperio. Juan responde con dureza, llamándole sinagoga de
Satán y defendiendo el “verdadero” judaísmo de la iglesia.[4]
La censura del
Señor Jesús a los judíos por su oposición hacia los cristianos los estigmatiza
como gente “que lleva indignamente el título honorífico de judío; no son en
realidad aquella ‘sinagoga (o asamblea) de Dios’ que pretenden ser”[5]
puesto que se ligaron al adversario de Dios y de su iglesia, razón por la cual
el lenguaje se acerca al del Cuarto Evangelio en su fustigamiento de los judíos
como “hijos del diablo” (Juan 8.44).
“Sé
fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (10b)
La exhortación a mantenerse fieles hasta la entrega de la vida expone la enorme gravedad de la persecución que se avecinaba. La corona de la vida (stéphanon tes zoes), prometida como premio a tal fidelidad, simboliza la vida eterna. “Esmirna es celebrada por los antiguos autores por el conjunto de magnificas monumentos que rodeaban su cima; se hablaba de la ‘corona de Esmirna’, pero la verdadera corona de la vida es la que da Jesús. […] Podría pensarse en la recompensa concedida a los corredores del estadio. Pero los textos cristianos hacen de la corona el símbolo de la salvación reservada a los elegidos y ciertos ritos antiguos del bautismo suponían la entrega de una corona”.[6]
Stéphanos es generalmente una guirnalda de victoria, fiesta, honor o adoración. Tal distinción probablemente se aplique estrictamente en el Apocalipsis, donde diádema se usa para referirse a la realeza del dragón (12.3), de la bestia (13.1) y de Cristo (19.12), pero stéphanos en otros lugares, donde predominan otras ideas. Ciertamente no hay razón para negar a stéphanos su sentido más usual aquí. Es “corona”, no “diadema” […]. La “corona de espinas” es reconocidamente stéphanos; en los evangelistas (Mt 27.29; Mc 15.17; Jn 19.2, 5), pero eso era literalmente una guirnalda. Para los soldados significaba realeza fingida; quizás para los escritores también implicaba victoria.[7]
La segunda muerte, de la cual es librado el que vence, es la condenación eterna. Está contrapuesta a la muerte física que quizá algunos creyentes cristianos recibirían pronto en el martirio. “La separación de las comunidades cristiana y judía puede ayudar a explicar la falta comparativa de alusión judía en esta carta. La referencia a la ‘segunda muerte’, una frase comúnmente considerada rabínica, quizás respondió a una burla judía en Esmirna”.[8] “Así como la ciudad ha renacido de sus cenizas, Cristo, por medio del profeta de la Revelación, promete a la comunidad cristiana de Esmirna darle la corona de la vida por haber permanecido fiel hasta la muerte”.[9]
Conclusión
En conclusión, Esmirna, junto con
Filadelfia, es la única comunidad que no es objeto de reproche por parte del
profeta; en cambio, alaba su riqueza espiritual, la anima en el sufrimiento y
le promete la corona de la vida, para que podamos considerar que estos
cristianos poseían una mentalidad acorde con la del autor del Apocalipsis. Es
decir, era una comunidad que se sentía rodeada por un mundo hostil, formado por
cristianos judaizantes que sentían el tirón de su comunidad judía de origen,
por un lado, y por otro lado, aceptaron como referentes de su fe cristiana la
autoridad de Juan, siendo como él reticente a las prácticas de un paulinismo
radical. Siguiendo esta misma línea, asumiendo la tradición joánica, la
comunidad de Esmirna también se identificó con los postulados del Evangelio y
sobre todo con las cartas de Juan y consideraba el docetismo como un peligro
inminente para la fe cristiana.[10]
[1] Alfred
Wikenhauser,
El Apocalipsis de san Juan. Barcelona,
Herder, 1981 (Biblioteca Herder, Sagrada Escritura, 100), p. 68.
[2] Ugo Vanni, Apocalipsis. Una
asamblea litúrgica interpreta la historia, Estella, Verbo Divino, 1989, pp. 43-44.
[3] A. Wikenhauser, op. cit.
[4] X. Pikaza, Apocalipsis. Estella, Verbo
Divino, 1999, p. 57.
[5] A. Wikenhauser, op. cit.
[6]
Etienne Charpentier, “Siguiendo el
Apocalipsis”, en Equipo Cahiers Evangile, El Apocalipsis. Estella, Verbo
Divino, 1990 (Cuadernos bíblicos, 9), p.20.
[7] Colin J. Hemer, The letters to the seven churches of Asia in their local
setting. Sheffield,
Sheffield Academic Press, 1989, p. 72.
[8] Ibid., pp. 76-77.
[9]
Mauricio Saavedra Monroy, The Church of Smyrna. History and theology
of a primitive Christian community. Frankfurt am
Main, Peter Lang, 2015, p. 277.
[10] Ídem.
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