24 de abril, 2022
Porque por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que así como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva.
Romanos 6.4, Reina-Valera Contemporánea
“Vivir como resucitados” alude a la vida concreta aquí en la tierra y a una manera inusitada de vivir que se sale de la realidad histórica y terrenal; resucitados apunta a una experiencia de transformación plena, a la travesía de un estado de muerte a un estado de vida en plenitud.[1]
Elsa Tamez
Trasfondo
Damos muchas gracias a Dios porque desde la teología evangélica producida en América Latina por mujeres han surgido, entre otras, dos aportaciones directamente relacionadas con lo que significa la resurrección de Jesús, el Cristo, para nuestra fe presente y futura. Desde Guatemala, Julia Esquivel (1930-2019) escribió un poema fuertemente alusivo y Elsa Tamez (México, 1951) un ensayo comprometedor y desafiante. El poema surgió de las amenazas de muerte que Esquivel recibió por su participación social en los años difíciles y que finalmente la condujeron al exilio:
Nos han amenazado de Resurrección
porque ellos no conocen la vida (¡los pobres!).
Ése es el torbellino
que no nos deja dormir,
por el que, dormidos, velamos,
y despiertos, soñamos. […]
¡Acompáñanos en esta vigilia
y sabrás lo que es soñar!
¡Sabrás entonces lo maravilloso que es
vivir amenazado de Resurrección!
¡Soñar despierto,
velar dormido,
vivir muriendo
y saberse ya
resucitado![2]
Desde que el acontecimiento de Cristo se instaló en la
historia humana, las coordenadas entre muerte y vida se modificaron porque
entró en juego un tercer elemento en discordia: la resurrección de su cuerpo. En
el poema de Esquivel, la promesa, esperanza o expectativa religiosa
convencional es elevada a la categoría de amenaza para que esta nueva clave de
interpretación despierte y motive la actualización práctica y ética de lo que
Pablo escribe en su carta a los Romanos como una realidad fruto de la obra de
Jesús. Tamez, por su parte, invita a “vivir ya como resucitados” desde
la existencia presente, haciéndose eco de las palabras paulinas que hoy nos ocupan.
Pecado, bautismo y resurrección ante la acción del Espíritu (6.1-8)
El símil del bautismo y la muerte, más allá de su relación espacial
(baja-subir; 6.4a) plantea que la resurrección se instala definitivamente en el
mundo para iluminar su oscuridad permanente e ir varios pasos adelante de la
mera espera sobrenatural. Pues, como en el caso de la creencia en la
reencarnación, ésta promueve abiertamente la desigualdad y deja al azar
absoluto la posibilidad de acceder a otro grado de la creación en la escala
biológica, con lo que la sociedad de castas permanece intacta y hay que
“cambiar de vida”, vivir nuevamente de otra forma, para que literalmente exista
algún cambio verdadero. La resurrección cristiana, por el contrario, es un
motor de vida, es un nuevo comienzo (el ya) iluminado por la espera
militante del todavía no.
Vivir como resucitados es estar consciente de los
alcances de ambas realidades y de cómo se realizan en la vida presente,
cotidiana, para transformar los aspectos básicos, esenciales, así como los más
trascendentales. Es más, vivir así implica inyectar trascendentalidad a cada
momento vital pues ahora se vive a la luz de la obra redentora de Dios en Jesús
que ganó algo tan grande como la resurrección. Resucitamos en el día a día con
sólo despertar y comenzamos a vestir o barnizar de resurrección cada cosa que
hacemos. Porque la radical novedad de la resurrección no consiste solamente en
convertirla en una creencia más de nuestro sistema doctrinal y olvidarnos de
ella (como sucede con casi todas las doctrinas aprendidas…), sino ponerla a
funcionar en la vida de lucha contra el pecado en todas sus manifestaciones.
Tal como subraya el apóstol, así de empeñado como estaba en superar el triunfo
de la ley del pecado en la existencia humana. De ahí su énfasis tan firme en la
actuación de la gracia divina (6.1, 14). Estar unidos a Cristo en su muerte, debe
redundar en estar unidos con él en su vida (v. 5) y, así, proyectarla en
todo lo que somos y hacemos.
Morir al pecado, vivir para la justicia en medio del mundo (6.9-14)
La resurrección es un instrumento que permite sortear las injusticias del
mundo, pues éstas no se afrontan o resuelven solamente con la aplicación de
doctrinas como recetas. El pecado se desdobla de múltiples maneras para que la
humanidad deje de apreciar sus armas mortíferas y su combate persistente contra
la vida y la justicia. Son ellos dos los que están en juego porque directamente
minan la existencia plena y la sana convivencia en el mundo. Por ello las
contradicciones de éste hicieron hablar a Pablo de un auténtico conflicto
espiritual, no una “guerra espiritual” o una “guerra santa” sino un conflicto
verdadero entre fuerzas opuestas (muerte vs. vida: vv. 9-11) que se despliega
en la historia humana de una manera brutal.
Morir al pecado significa no permanecer en él,
ni ser cómplice, ni dejarse someter por las estructuras pecaminosas. Pablo
ofrece como razón teológica la crucifixión de todo lo malo de la humanidad en
la crucifixión de Jesús. En el pensamiento de Pablo, cuando Jesús fue
crucificado, también la “criatura vieja” del ser humano fue crucificada (Rom 6.6),
muriendo allí los deseos que originaban prácticas injustas capaces de crear las
estructuras de pecado. Para Pablo, al morir al pecado se deja de ser esclavo de
él. Una vez resucitados, la muerte deja de tener dominio sobre éstos.
El enemigo del pecado, desde la perspectiva de la resurrección, no es la virtud o la piedad, ni siquiera el fervor religioso; para Pablo es la práctica de la justicia, aquella actuación humana que es capaz, primero, de evidenciar las contradicciones del mundo (como lo hizo Jesús en su Pasión), y segundo, de proponer formas nuevas “resucitadas” de vida en común, vida individual, vida de servicio, etcétera.
Conclusión
Los instrumentos de la resurrección (las “armas de la luz”, Romanos 13.12) son las obras que se realizan en función de la construcción del Reino de Dios en el mundo, adonde su aparición vital coincide con la defensa de la vida, especialmente de aquellos que están como condenados a no conocer la resurrección desde esta vida. Las contradicciones económicas, políticas y espirituales de las que se sirve la injusticia (pecado, en el lenguaje paulino) son un acicate enorme para las formas creativas de reconstrucción humana que deben desarrollar aquellos que viven ya como resucitados, amenazados de resurrección…: “…quienes intentan vivir el futuro en el ahora son inundados de un sentimiento alegre frente al don de la vida. Esta alegría no es ni cínica ni artificial. En medio de los fracasos pueden proyectarse a lo que será. Su actitud es semejante a los sobrevivientes. Aman la vida y dan gracias a Dios por ella. Disfrutan de la gratuidad, y valoran la gracia, la misericordia y el perdón. Esto parece incomprensible para la racionalidad, pero es verdad en la práctica cotidiana”.[3]
[1] E. Tamez, “El
desafío de vivir como resucitados”, en Selecciones de Teología, vol. 42,
núm. 166, 2003, p. 125, https://seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol42/166/166_tamez.pdf.
Énfasis agregado.
[2] J. Esquivel, “Nos
han amenazado de resurrección”, en Threatened with Resurrection. Prayers and
poems from an exiled Guatemalan. Elgin, Brethren Press, 1994.
[3] E. Tamez, op.
cit., p. 130.
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