A los ocho años de su reinado, cuando aún era un jovencito, Josías comenzó a buscar al Dios de David su padre.
II Crónicas 34.3, RVC
Trasfondo
Cuando se entra a la historia del reino de Judá y especialmente desde II
Crónicas, es necesario hacer algunas puntualizaciones introductorias. Primeramente,
advertir que hay grandes similitudes, pero también diferencias con los libros
de Reyes: Crónicas (que da nombre a toda una tradición teológica e histórica
dentro del AT: el Cronista, que abarca también Esdras-Nehemías) no
es una repetición de Samuel y Reyes, pues corresponde a un proyecto narrativo
diferente y muy preciso. Estos libros expresan “directamente las convicciones
de los levitas del templo, en una época que nos es muy poco conocida: el siglo
IV a.C. Este Libro de los Reyes, centrado en el templo, reinterpreta toda la
historia de Israel en función de la situación presente. Y todo ello ilumina
espléndidamente las esperanzas y la teología del judaísmo en estos siglos”.[1] La pertenencia del llamado Cronista a este ambiente explica la relectura
que hace de los libros de Samuel y Reyes mediante cierto número de figuras
reales, unas positivas (como David, Salomón, Ezequías o Josías) y otras
negativas (como Saúl, Ajaz); asimismo, describe las reivindicaciones de los
cantores y músicos frente a los sacerdotes descendientes de Aarón. El primer
libro abre con las genealogías desde Adán hasta David (I Cr 1-10), de quien se
ocupa después hasta el final (I Cr 11-29). El segundo libro inicia con Salomón,
cuya historia gira alrededor de la construcción del templo (II Cr 1-9) para
después narrar la rebelión de Jeroboam y la división del reino (II Cr 10-12), y
dar comienzo a los relatos sobre los reyes de turno en Judá, contrastándolos
con el reino del Norte e incluyendo la intervención de los profetas (II Cr 13-31).
Asá intentó unas reformas que no prosperaron (cap. 15), Josafat hizo una
reforma colocando a la ley como el centro de la vida de las personas (19.8),
Ezequías restableció el culto del templo (cap. 29-31), aunque sufrió la
invasión asiria, y Manasés quitó los dioses del templo. Sus sucesores, Manasés
y Amón, hicieron “lo malo a los ojos del Señor” (33.2a; 22). Tres profetas
entraron en juego en esta historia: Hulda (mostró su simpatía hacia las
reformas), Jeremías (después de una duda inicial, apoyó a Josías) y Sofonías
(anunció el fin del reino de Judá).[2]
La conciencia reformadora de Josías (vv. 1-3)
“El Cronista organiza de otra forma sus criterios y su libro es una
reflexión sobre la fidelidad y la infidelidad. […] El criterio de juicio es
ante todo teologal: se trata de la relación con el Dios de Israel vivida en el
culto”.[3] II Cr 33 concluye con la muerte de Amón y el acceso al trono de su hijo Josías,
de tan sólo 8 años de edad, quien desde muy temprana edad mostró el deseo de
renovar la vida religiosa del pueblo. “Los eruditos piensan cada vez más que la
narrativa de Josías, como muchas otras cosas en los libros de Reyes, no es un
reportaje histórico, sino que de hecho es una ‘construcción modelo’ de lo que
debería ser el caso: no un reportaje, sino una defensa. Tal ‘construcción de
modelos’ puede, por supuesto, apelar a datos históricos reales, pero va mucho
más allá de tales datos en la presentación del ‘buen rey’”.[4] Aquí nos interesa, sobre todo, observar y tratar de interpretar las
motivaciones más profundas de Josías para intentar su reforma personal,
especialmente con base en los antecedentes de monarcas anteriores,
particularmente de Joás, aunque lo realizado por Ezequías también es relevante.
No es fácil penetrar en la conciencia de un monarca de la antigüedad, pero el texto ofrece algunas claves para lograrlo: en primer lugar, la mención de su madre Yedidá hija de Adaías, originaria de Boscat (II Re 22.1b), de la que seguramente recibió instrucciones acerca de la fe que debía practicar. A los 16 años, según especifica el texto, “comenzó a buscar al Dios de David su padre” (II Cr 34.3a). II Re 22.2 dice que “Josías hizo lo recto a los ojos del Señor y se condujo en todo como su antepasado David, sin apartarse un ápice”. Esta temprana disposición religiosa lo llevó a “limpiar a Judá y a Jerusalén, quitando los lugares altos y las imágenes de Asera, y las esculturas e imágenes fundidas”. En segundo lugar, la edad de los gobernantes al tomar el reino; Manasés de 12 y Amón de 22, que fueron, sin duda, visibles en su manera de actuar, auténticos contra-modelos que seguramente él no quiso seguir. Todo lo que hizo Josías en esta primera parte del relato ¡lo llevó a cabo antes del descubrimiento del Libro de la Ley!
Las acciones reformadoras de Josías de gran calado (vv. 4-7)
“El relato del Cronista sobre la reforma de Josías lleva la impronta de la fraseología y la estructura narrativa de Reyes. […] Al reubicar algunos de los paralelos emparejados de iniciativa/respuesta e incluso eliminar secciones de sus materiales fuente, el Cronista transforma la naturaleza y el significado de la respuesta de Josías”.[5] Este rey asumió una postura rotundamente iconoclasta y acometió la labor de eliminar “los altares de los baales”, de “hacer pedazos las imágenes del sol”, lo mismo que “las imágenes de Asera y las esculturas y estatuas fundidas, hasta hacerlas polvo”, y esparcir “el polvo sobre los sepulcros de aquellos que les habían ofrecido sacrificios” (v. 4). Se trató de una tarea titánica, abrumadora y consecuente con sus propósitos de obedecer al Dios de David, pues tal como señala Pablo Andiñach, se necesitaba mucho coraje teológico para derribar un altar como el de Bet-El, instaurado por el patriarca Abraham. “…la reforma ayudó a afianzar el camino hacia el monoteísmo. Josías percibió que la idolatría cundía en Israel e instruyó clausurar los altares de origen cananeo dispersos por el país y dedicados a la diosa Asherá y al dios Baal, así como los objetos litúrgicos dedicados a ellos que estaban en el templo de Jerusalén”.[6]
La indicación geográfica del v. 6 (“las ciudades de Manasés, Efraín, Simeón y hasta Neftalí, y en los lugares vecinos”) habla de un esfuerzo continuo y de gran calado por restablecer las instancias monoteístas del pueblo hasta la raíz, lo que está corroborado por las palabras contudentes del v. 7: “Una vez que terminó de derribar los altares y las imágenes de Asera, y de romper y desmenuzar las esculturas, y de hacer pedazos todos los ídolos en todo Israel, volvió a Jerusalén”. Y todo ello fue realizado, lo subrayamos, siguiendo la orientación del Cronista, que ubica estas acciones iconoclastas ¡antes de descubrir los fragmentos del Deuteronomio! Jeremías reconocería la importancia de Josías en 22.15-16.
Conclusión
Los grandes
objetivos de las reformas de Josías procedieron de una mentalidad sólida en
relación con la historia del pueblo y de las necesidades urgentes de un pueblo
en crisis que estaba a las puertas de ser sometido por la hegemonía extranjera.
Porque, tal como lo expresa Walter Brueggemann, el contexto de las reformas fue
siempre más grande que la perspectiva meramente coyuntural:
La reforma bajo estos dos últimos reyes puede haber
tenido una fuerte motivación política como afirmación de independencia frente
al control asirio, pero no es así como aparece la cuestión en los testimonios
narrativos. En el caso de los dos principales reformadores reales, la
preocupación en un sentido negativo es eliminar del templo aquellos signos y
símbolos que violan la lealtad exclusiva a Yahvé (cf. 2 Re 18, 4-5). La tarea
positiva de la reforma consiste en instituir o reintroducir prácticas que
articulan y manifiestan una singular lealtad a Yahvé, con particular referencia
a la Pascua. No queda claro, dada nuestra lejanía, por qué determinados
símbolos y acciones eran considerados favorables o contrarios al verdadero
yahvismo, pero no hay duda de que la lógica interna de la reforma carecía de
toda ambigüedad.[7]
[1] Philippe Gruson en
Philippe Abadie, El libro de las Crónicas.
Estella, Verbo Divino, 1995 (Cuadernos bíblicos, 87), p. 4.
[2] Henri Cazelles, Historia política de Israel.
Desde los orígenes a Alejandro Magno. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1984,
pp. 182-183.
[3] P. Abadie, op. cit., p. 10.
[4] Walter Brueggemann, 1 & 2 Kings. Macon, Smyth &
Helwys, 2000, p. 544.
[5] Lyle Eslinger, “Josiah and the Torah Book:
comparison of 2 Kgs 22:1-23:28 and 2 Chr 34:1-35:19”, en Hebrew Annual
Review, 10 (1986), p. 47.
[6] P. Andiñach, El Dios que está. Teología del
Antiguo Testamento. Estella, Verbo Divino, 2014, p. 128.
[7] W.
Brueggemann, Teología del Antiguo Testamento. Un juicio a Yahvé. Testimonio.
Disputa. Defensa. Salamanca, Ediciones Sígueme, 2007, p. 709.
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