6 de noviembre, 2022
Yo soy el que ha creado la luz y las tinieblas; yo soy el que hace la paz y crea la adversidad. Yo, el Señor, soy el que hace todo esto.
Isaías 45.7, Reina-Valera Contemporánea
Trasfondo
La enseñanza sobre la creación
es uno de los grandes pilares teológicos y espirituales en los que se
fundamenta la fe bíblica. Su desarrollo, que se puede rastrear admirablemente
en muchas porciones del AT (pues Gn 1-2 no es el único lugar donde se encuentra
enunciada) permite asumir, desde diferentes lenguajes y perspectivas, la
profunda intuición de la acción creadora de Dios. Ciertamente, en los pasajes
iniciales de la Biblia es posible advertir el conflicto ideológico que
representó establecerla de manera diferenciada a la de otras creencias
antiguas. Ello manifiesta el gran esfuerzo de la revelación para arraigar una
fe viva y ejemplar en la capacidad creadora de Dios, quien del caos
preexistente (tohu babohu) trajo a la vida todo lo que existe, con una
sonrisa de agrado de por medio. Anunciar, creer y celebrar la creación de Dios
es un compromiso espiritual y social que, a partir de la reflexión sólida,
puede conducirnos como bien lo dijo y escribió el Dr. Juan Stam a considerar
las buenas nuevas de la creación como algo renovador y refrescante.[1]
En la segunda parte de Isaías (caps. 40-55) hay un énfasis particular en la
relectura de la creación, especialmente por la necesidad del pueblo de situarse
adecuadamente en una nueva etapa histórica y de relación con Dios por causa del
exilio en Babilonia. Fue allí adonde se redactaron los textos sacerdotales que
reelaboraron los relatos de la creación, tal como se conocen. Como bien explicó
Gerhard von Rad:
El mundo y cuanto él contiene no encuentra su unidad
y cohesión interna en un primer principio de orden cosmológico, como el que
buscaban los filósofos jónicos de la naturaleza, sino en la voluntad creadora y
absolutamente personal de Yahvéh. El mundo tampoco proviene de la lucha
creadora entre dos principios mitológicos personificados, como ocurre en tantos
mitos de la creación. El documento sacerdotal ofrece diversas definiciones del
modo como actúa la voluntad creadora de Dios y entre ellas existen notables
divergencias teológicas. Al comienzo hallamos la frase que todo lo abarca: Dios
“creó” el mundo.[2]
Yahvé revela al
rey Ciro de Persia como su siervo (vv. 1-5)
En la segunda parte de Isaías
la alusión a la creación robusteció la confianza porque ese profeta vio en la
creación un acontecimiento salvífico. “En Is 44.24 Yahvéh se presenta a sí mismo como ‘tu salvador y tu creador’.
Tanto en este texto como en 54.5 […] sorprende la facilidad con que se
yuxtaponen y combinan contenidos de fe, que para nuestra mentalidad se
encuentran muy distantes entre sí. Yahvéh creó el mundo, pero creó también a
Israel”.[3]
Isaías II es
el gran poema de la vuelta del destierro, el segundo éxodo, más glorioso que el primero. El segundo éxodo recoge el antiguo, lo actualiza y lo levanta a nuevo nivel histórico. Ello demuestra que el primer éxodo, en cuanto acontecimiento empírico, tiene un límite y condicionamiento; pero en cuanto salvación divina, no se agota, sino que se supera a sí mismo hacia el futuro. Como experiencia religiosa y en formulación múltiple se ofrece de nuevo, anulando el límite y el condicionamiento: la salvación de Dios, que penetra en la historia para realizarse en ella, desborda esa historia con su plenitud sin límites. […] El Señor, como soberano de la historia, entrega a Ciro reinos, reyes, ciudades y tesoros.[4]
En medio
de ese propósito esperanzador aparece la figura del rey persa Ciro, quien es
presentado, nada menos, que como “ungido de Yahvé” cumple además con la misión
de libertador. “Por primera vez en la historia del pueblo escogido, un oráculo
de Dios favorable se dirige a un rey extranjero dándole el título de Ungido.
Dios lo hace entrar de alguna manera en la serie de la dinastía davídica, rompiendo
las murallas de la elección” [45.1-3].[5]
La elección de Ciro está referida a Israel, como el anuncio a Ciro se encuentra
dentro de un anuncio a Israel: éste es centro de la historia de salvación, pero
no lo limita. “Desde ese centro, Dios es quien escoge y dirige otros personajes
que no lo conocían El puesto exclusivo no lo ocupa el pueblo, sino Dios”.[6]
Todo ello, sin que Ciro mismo proclame su fe o creencia en Yahvé.
Yahvé, creador
y sustentador de todas las cosas (vv. 6-8)
“La creación es una acción
histórica de Yahvéh, una obra dentro del tiempo. Ella abre realmente el libro
de la historia. Cierto, por ser la primera obra de Yahvéh, se encuentra al
principio absoluto de la historia; pero no está sola, otras le seguirán”.[7]
Con esta conciencia, el texto pasa a referirse a la creación divina en términos
muy enfáticos: “Dios se llama a sí mismo ‘creador de la tiniebla, creador de la
desgracia’. Como Dios y Señor único, todo procede de él; lo mismo que la
creación entera es obra suya. Todo lo creado tiene un carácter polar, y no hay
más que un creador. Las tinieblas representan la naturaleza, la desgracia la
historia. […] El término crear es especialidad de Isaías II, que lo usa
15 veces”.[8]
Dios, el creador, se ha manifestado a Ciro y ahora despliega su capacidad para
producir, incluso, las realidades más contradictorias (luz/tinieblas,
paz/adversidad, v. 7), pero siempre en un plano de salvación, pues
inmediatamente se invoca la fecundación del cielo (rocío y nubes) y la de la
tierra (brote y germen). De la conjunción de todo eso brotará la salvación.
Para el
Dios de Isaías II, crear ya es salvar (Is 51.9), y mantener la
creación estable y sana es una manifestación de su bondad y magnificencia. El
v. 8 reúne ambos elementos y los entreteje admirablemente, al dirigirse a los
elementos de su creación: “Ustedes, cielos, dejen caer su lluvia; y ustedes,
nubes, derramen justicia; y tú, tierra, ábrete y deja que brote la
salvación junto con la justicia. Yo, el Señor, soy su creador”. Esta
combinación permite apreciar cómo el Dios creador también es sustentador y
preservador de la vida, además de agregar el componente central de la salvación
a un pueblo que se encontraba atravesando una prueba mayúscula. El Señor Dios
crea, recrea y vuelve a crear siempre, las veces que sea necesario. En el caso
del pueblo desterrado, Él los recrearía nuevamente como una nación que ocuparía
su tierra posteriormente, y en eso Ciro tuvo que ver mucho como instrumento
suyo.
Conclusión
Afirmar a Dios como creador,
en medio de todas las circunstancias, llegó a ser parte del núcleo central de
la confesión de fe del antiguo pueblo de Dios, aun cuando el camino para
desarrollar esa doctrina tuvo que esperar para expresarse plenamente. Si el pueblo
conoció primero a Yahvé como libertador, la creencia en Él como creador tuvo
que enfrentar varios debates ideológicos y culturales para imponerse como una
realidad central en la fe y en la conciencia del pueblo. La voluntad creadora
de Dios se seguiría manifestando al pueblo de múltiples maneras y será en
Isaías III donde es posible asomarse al horizonte de la nueva creación, los
cielos nuevos y la tierra nueva.
[1] Cf. J. Stam, Las buenas nuevas de la creación. Grand
Rapids-Buenos Aires, Eerdmans-Nueva Creación, 1995.
[2] G. von Rad, Teología del Antiguo Testamento. I. 3ª ed. Salamanca,
Ediciones Sígueme, 1995, p. 191.
[3] Ibid., p. 186.
[4] L. A. Schökel y J.L. Sicre, Profetas. I. Madrid,
Ediciones Cristiandad, 1980, p. 266.
[5] Ibid., p. 291.
[6] Ídem.
[7] G. von Rad, op.
cit., p. 188.
[8] L. A. Schökel y J.L. Sicre, op. cit., pp. 266-267.
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