28 de enero, 2024
Cristo es, para la iglesia, lo que la cabeza es para el cuerpo. Con Cristo, que todo lo llena, la iglesia queda completa.
Efesios 1.23, Traducción en Lenguaje Actual
Trasfondo
El enfoque cósmico de la carta a los Efesios se
complementa admirablemente con el eclesiológico, es decir, con la sana
comprensión de lo que debe ser y hacer el pueblo de Dios en medio del mundo
para comunicar y compartir la inmensa actuación de Dios a través de Jesucristo.
El cap. 1 concluye con algunas afirmaciones que forman parte de la gran expresión
litúrgica. El apóstol comienza, así, a establecer los grandes postulados sobre
la iglesia que le servirán para hacerle ver a esa comunidad concreta la forma
en que representa la totalidad de la comunidad cristiana en el mundo y, a la
vez, como iglesia local, en su pequeñez, lo específico de ser cristianos en un
mundo contradictorio y difícil de comprender. Del proyecto original del Señor
Jesús (La iglesia que Jesús quería) se pasaría progresivamente a
aquellas comunidades en las que trabajaron los discípulos a cargo (Las
iglesias que los apóstoles nos dejaron). En medio de esa dinámica se sitúan
las enseñanzas de Pablo: “La iglesia es el cuerpo de Cristo. Metáfora
predilecta de Pablo, indica poderosamente la íntima y orgánica relación que
existe entre Jesús y su pueblo (Ef 4.15-16; 5.23; Col 1.18, 24; 1 Co 12.12; Ro
12.5). En este contexto apunta de manera privilegiada a la participación de la
iglesia en Su dominio sobre todas las cosas. Frederick Long argumenta que “las
imágenes distintivas de ‘cabeza’ y ‘cuerpo’ en todo Efesios reflejan las
imágenes políticas que circulaban en la primera mitad del primer siglo...”.[1]
Cristo, Señor del cosmos (vv. 19-21)
La gran afirmación del señorío del Señor
Jesucristo sobre el cosmos está precedida por otra de carácter superlativo
acerca de la manera en que el poder de Dios (“supereminente grandeza”) actúa en
medio de los creyentes (v. 19). Ese mismo poder, agrega, “operó en Cristo para
resucitarlo de los muertos y sentarlo a la derecha de Dios en los lugares
celestiales” (v. 20). Ese encumbramiento cósmico del Señor preparó el camino
para que su supremacía también se hiciera una realidad en la iglesia, pues es a
partir de ella que el mundo puede advertir que el Señor gobierna sobre todas
las cosas. Ese dominio se debe apreciar, sobre todo, en “todo principado, autoridad,
poder, señorío y nombre” (v. 21a): esta frase es de las más importantes en toda
la carta por causa de su riqueza, variedad y amplitud al incluir varias de las
formas en que se entendía la presencia de poderes materiales y espirituales que
influían en la realidad humana y sobrenatural:
Las tres palabras con
las que abre este texto (una sola en gr. huperanô) indican de manera
comparativa la enorme distancia entre el lugar supremo de Jesús y cuantos
poderes existan en el universo. Él está muy por encima de todos ellos.
Así es la supremacía de Cristo y la extensión de su soberanía. Para quienes
vivían en temor constante de los espíritus y poderes espirituales y astrales,
estas palabras eran buenas noticias. Para quienes consideraban que no había
poder superior al César, ni nada o nadie que se le pudiera equiparar, esta
visión ponía en jaque tal pretensión.[2]
Cristo,
cabeza de la iglesia (v. 10a)
La iglesia se va a volver el centro de la
reflexión paulina en Efesios y, a partir de ella, desarrolla todos los aspectos
de la fe y la vida cristiana. La comunidad de fe será el centro de la visión
espiritual y misionera del apóstol:
Hasta aquí, la eclesiología del autor coincide casi por completo con la concepción de la iglesia difundida por entonces. Lo específico de la Carta a los efesios es el hecho de que se reflexiona sobre la imagen tradicional de la iglesia desde un sistema de referencias que era muy actual en el pensamiento helenístico de aquellas fechas desde una filosofía del cosmos. La iglesia no es sólo el verdadero pueblo de Dios, sino un cuerpo cósmico que alcanza hasta el cielo (2.5s) y recibe la vida de su Cabeza, el Cristo resucitado y exaltado (1.22s). De Cristo, de la Cabeza, fluye una abundantísima plenitud de bendición al cuerpo de la iglesia (1.3, 23). Esta plenitud de bendición permite a los creyentes asemejarse cada día más a su Cabeza (4.15) y edificar el cuerpo de la iglesia en amor (4.16). Pero Cristo como Cabeza no es sólo principio de vida de la iglesia, sino también Señor de todos los poderes cósmicos (1.20-22). No se limita a llenar a la iglesia con la plenitud de su bendición, sino que gobierna el universo con su poder (4.10) y lo somete cada vez más al ámbito de su soberanía (1.10). La iglesia es la dimensión sobre la que Cristo lo llena todo. A través de ella se dará a conocer la sabiduría de Dios a los poderes cósmicos (3.10).[3]
Esta visión de la iglesia trasciende la historia, las contradicciones comunitarias y la comprensión individual de la salvación y proyecta a la comunidad cristiana por encima de sus propias fallas al colocarla como cuerpo del Señor (v. 23), quien gobierna y dirige al universo. No existe la iglesia perfecta, es claro, pero afirmar su carácter único supera incluso el divisionismo y los orgullos confesionales. En suma, se puede aspirar nuevamente a la iglesia que Jesús quería a partir de la que los apóstoles nos dejaron.
Conclusión
La
iglesia, sí, ese conjunto de seres humanos que tan imperfectamente trata de
representar el Reino de Dios en el mundo y que se equivoca tanto, forma parte
del grandioso plan de Dios. Su existencia en el mundo debe ser siempre un signo
fundamental de que se está cumpliendo. Integrarlo es un regalo, un honor y una inmensa
responsabilidad. Regalo porque viene gratuitamente del señor, honor porque implica
representar al Señor y responsabilidad porque nos compromete a comunicar y
compartir el mensaje de fe y esperanza que es el centro del Evangelio de
Jesucristo.
[1] Mariano Ávila Arteaga,
Efesios. Introducción y comentario. Tomo I. Capítulos 1-3. Buenos
Aires, Ediciones Kairós, 2018, pp. 161-162.
[2] Ibid.,
p. 155. Énfasis original.
[3] Gerhard Lohfonk, La
iglesia que Jesús quería. Dimensión comunitaria de la fe cristiana. 2ª ed.
Bilbao, Desclée de Brouwer, 1986, p. 155.