domingo, 28 de noviembre de 2021

Asomarse a la luz divina de la encarnación en el mundo (Isaías 11.1-10), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz

28 de noviembre, 2021

Una vara saldrá del tronco de Isaí; un vástago retoñará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor; el espíritu de sabiduría y de inteligencia; el espíritu de consejo y de poder, el espíritu de conocimiento y de temor del Señor.                                                                            

Isaías 11.1-2, Reina Valera Contemporánea

 

Trasfondo

D

e cara a la grandiosa realidad (misterio y milagro, como escribió Karl Barth) de la encarnación del Hijo de Dios en el mundo nos enfrentamos directamente al tema y la realidad de los mesianismos, un asunto genuinamente religioso y espiritual, pero también inevitablemente político por causa de la forma en que son conducidas las esperanzas de las sociedades en determinados gobernantes o personajes. Un vocabulario de ciencias sociales lo define como “la creencia en un enviado divino que traerá a los hombres la justicia, la paz, condiciones felices de existencia; y la acción de todo un grupo obediente a las órdenes del guía sagrado para instaurar en la tierra el estado de felicidad soñado”.[1] Ello “nace del descontento cada vez más profundo de ciertas colectividades ante las desgracias y las injusticias sociales que las abruman y afirma formalmente la esperanza de que va a haber un trastorno completo de las condiciones penosas de existencia, aportado por un personaje sagrado que volverá a ponerlo todo en orden”.[2] “En todas las formas de movimientos mesiánicos se advierte un programa revolucionario renovador que no expresa una necesidad puramente mística ni una simple nostalgia de épocas míticas y de condiciones antiguas […], sino una dinámica histórica vuelta enérgicamente hacia el futuro”.[3]

Eso es lo que se anuncia en la temporada de Adviento, la forma en que Dios fue conduciendo la historia hasta llegar a su momento más grávido y culminante que desembocó en el nacimiento de su Hijo en el mundo. Al recuperar las esperanzas del antiguo pueblo de Dios y proyectarlas en la figura de Jesús de Nazaret se advierte con mayor claridad el amplio proyecto de introducción del Reino de Dios al mundo. Ya en el desarrollo de los evangelios, particularmente en el de Marcos, se experimenta una tensión entre la mesianidad de Jesús y lo que se ha denominado “la discreción de Dios”, al no darla a conocer abiertamente.[4] La interpretación espiritual de los sucesos, iluminada por el simbolismo de las velas, permite entender cómo el Adviento, debidamente celebrado, “reaviva nuestro agradecimiento a Dios por su intervención en la historia humana el día de ayer; refresca nuestro encuentro personal con el Resucitado el día de hoy y alimenta nuestra esperanza en el retorno esperado del Señor para el día de mañana”.[5] 

1. El mesianismo conducido por el propio Dios (vv. 1-5)

Los capítulos 6-12 del libro de Isaías constituyen, según muchos biblistas, el Libro de Emmanuel, es decir, un conjunto de oráculos presentados por el profeta en medio de una coyuntura nacional muy concreta en el reino de Judá. Este libro remite a la guerra siro-efraimita de los años 733-732 a.C., cuando el rey Acaz recurrió a Asiria y tuvo que aceptar su dominación política, económica y religiosa para defenderse de Siria y el reino israelita del Norte que deseaban extenderse a costa de Judá. “Isaías actuará como profeta de juicio contra los responsables del país. En 10.5ss, se afirma que Asiria es un instrumento de Yahvé contra la infidelidad de su pueblo, y se anuncia que más tarde recibirá el castigo por su soberbia. Este papel sería modificado en relecturas posteriores de los acontecimientos, y los oráculos de juicio y castigo con el tiempo recibirán retoques para ser vistos como mensajes de salvación. Esto se aprecia con toda claridad en otros dos pasajes, adonde Isaías y sus redactores expresan la forma en que proyectó su mesianismo urgente más allá de la historia que le tocó vivir: en el cap. 7., la señal del hijo de una virgen es la respuesta a las inquietudes del rey; y en el 9 el niño anunciado recibe los títulos que la situación demandaba con urgencia.

La ubicación y redefinición del papel de la “dinastía” de Isaí hace decir al profeta que de ese “tronco” (símbolo de una devastación anterior) brotará la esperanza de restauración. La recuperación del linaje davídico proyecta las expectativas populares a una dimensión nostálgica que, al mismo tiempo que recuerda los buenos tiempos de David, anuncia que el nuevo brote monárquico pertenece a todo Israel nuevamente, como anteriormente (v. 12). Las virtudes del v. 2 son fundamentales para entender la respuesta divina a las esperanzas del pueblo. El nuevo vástago recibirá el espíritu de Yahvé, desdoblado en tres pares de características: 

El espíritu de valentía nos recuerda al Dios guerrero, príncipe de la paz (Is 9.1-6) el rey es el que emprende los combates del pueblo y es Dios el que le da la fuerza necesaria para ello. El espíritu de conocimiento y respeto del Señor puede tener varios sentidos El término conocimiento se utiliza muchas veces en la terminología sapiencial En nuestro caso parece preferible relacionarlo con la terminología de Oseas (4 1 6 6) sobre todo en la medida en que se lee conocimiento de Dios lo mismo que el termino temor o respeto de Dios.[6] 

2. Un Mesías que colma plenamente las esperanzas humanas (vv. 6-10)

Los atributos del personaje esbozado proyectan las esperanzas del pueblo en el sentido de “aterrizar” la gracia divina en un gobernante que efectivamente conecte su labor con las necesidades del pueblo y no caiga en el estereotipo de las monarquías preocupadas sólo por sí mismas (como los Borbones en España, o los Windsor en Inglaterra). En primer lugar, los rasgos sapienciales de este monarca futuro (sabiduría e inteligencia) recuerdan la añeja petición de Salomón para su ejercicio real, el cual produjo un sentimiento de algo incompleto entre el pueblo porque no cumplió con las promesas del salmo 72. En segundo lugar, el par consejo/poder (planificación/fuerza), está visto no en el contexto de la guerra sino de la paz, es decir, de la situación normal que debe vivir un país bien gobernado que busca el desarrollo integral de todos sus habitantes, sin distinciones de ningún tipo. Los vv. 3b-5 extenderán más específicamente esta capacidad del rey futuro “para establecer justicia a favor de los pobres. Ésa es la función del poder: liberar a los que no tienen poder”. En tercer lugar, el conocimiento/temor de Dios (piedad/religiosidad) relaciona al Dios futuro con el Dios de la historia de salvación: “Conocer es ‘reconocer’, estar ligado al Dios salvador […] y temerle significa respetar sus normas y obedecerle”.

En un ambiente laico y secularizado, estas virtudes deben ser leídas en términos de la sensibilidad o voluntad política, pues ni siquiera El príncipe, de Nicolás Maquiavelo, deja de notar la responsabilidad de los gobernantes ante las demandas profundas de la población. La modernidad laica ha quitado a los gobernantes la posibilidad de hacer alarde de una religiosidad superficial que enmascara, por necesidad, sus limitaciones e intereses. De la traducción griega de este pasaje surgió la tradición de siete atributos del rey, raíz de la afirmación de los siete dones del Espíritu Santo. Todo lo anunciado, además, tiene dimensiones cósmicas y ecológicas (vv. 6-8), es decir, el shalom (bienestar pleno) aplicado a toda la creación de Dios. 

Conclusión

Dios responde desde lo alto a las expectativas del pueblo con una persona que rebasará completamente el modelo político de la monarquía israelita y de cualquier gobierno para situarse, en Jesucristo, como el único y auténtico objeto de esperanza, sin dejar de lado que los testigos humanos del poder divino tienen una obligación de corte teológico muy importante: representar la forma en que Dios responde a las ansias mesiánicas de la población. En este sentido, la lectura política del Adviento consistiría en advertirlo como una especie de “campaña divina” para la aceptación de su manifestación extraordinaria en el mundo al encarnarse históricamente y optar por compartir la suerte de toda la humanidad, no ya desde las alturas aparentemente insensibles (que en rigor no lo habían sido, dada su simpatía permanente por la raza humana) sino desde abajo, desde el aquí y el ahora.



[1] Celma Agüero, “Mesianismo”, en p. 99, http://biblioteca.clacso.edu.ar/ar/libros/historico/rama.pdf.

[2] Ídem.

[3] Ibid., p. 101. Énfasis agregado.

[4] Christian Duquoc, Mesianismo de Jesús y discreción de Dios. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1985.

[5] Elizabeth González y Jesús Martínez, “El Adviento”, en Red Latinoamericana de Liturgia, www.selah.com.ar.

[6] Jesús M. Asurmendi, Isaías 1-39. 2ª ed. Estella, Verbo Divino, 1981 (Cuadernos bíblicos, 23), p. 45.

domingo, 21 de noviembre de 2021

“¡Tus obras, Señor, son innumerables!”: La grandeza de la vida de Dios en su creación (Salmo 104.1-13), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz


Vincent van Gogh, Jarrón con doce girasoles (1888)

21 de noviembre, 2022

¡Tus obras, Señor, son innumerables!

¡Todas las hiciste con gran sabiduría!

¡La tierra está llena de tus criaturas!

Salmo 104.23, Reina Valera Contemporánea

 

Trasfondo

D

e entre los diversos testimonios acerca de la creación de Dios en el Antiguo Testamento, sobresalen los Salmos 104 y 145, el primero por su extraordinario aliento poético y ambos por su sólida proyección teológica. Walter Brueggemann afirma que “es quizás la más plena exposición de la fe en la creación”.[1] Su primera parte (vv. 1-23) es “todo un inventario de los ingredientes de la creación en cuanto obrada por Dios”. La doxología comienza con la obra creadora de Dios que consistió en ordenar los “niveles” de la creación: los cielos (v. 2), los aposentos sobre las aguas (vv. 3-4) y los cimientos de la tierra (v. 5). “El salmo se maravilla de las generosas reservas de agua (vv. 8-13) y la miríada de animales que son así sustentados (vv. 14-23)”. Este inventario pasa de lo general a lo particular y finalmente a las personas que se alimentan de pan y vino (v. 14) y que trabajan y descansan (v. 23). “El salmo da testimonio de los ritmos fiables y sustentadores de la vida garantizados por Dios”. La segunda mitad del salmo “refleja la importancia de Yahvé en esta asombrosa red de dones (vv. 24-35)”. Cuatro son los elementos expuestos sobre la acción de Dios en la creación: a) “Dios es el firme gobernador de toda la creación, incluido el mar y el leviatán, que en otros contextos podrían haber sido salvajes y rebeldes (vv. 24-26)”; b) “la creación que Dios ha formado es una gran cadena alimenticia, que proporciona generosamente lo que toda criatura necesita (vv. 27-28)”. El viento/espíritu (rûaj) del Señor es el que, a cada instante, hace posible la vida (vv. 29-30); c) esta percepción de la bondad y el poder de Dios conduce a un estallido de alabanza (vv. 31-34); y d) el cántico concluye con una breve y sombría indicación ética sobre quienes se niegan a recibir la vida en la creación (v. 35). “Cuando el himno —con clara intención didáctica [por su relación con la literatura sapiencial]— afirma que todas las obras de Yahvé están realizadas con sabiduría, entonces formula una idea que se desarrolla extensamente en Job 28 y en Prov 8,22ss”.[2] 

1. La intención creadora de Dios, afirmación de vida (vv. 1-23)

Este salmo se concentra en celebrar el esplendor de la creación divina, es un verdadero “poema celebrativo del orden, simetría y majestad de la creación”.[3] El autor comienza con una exhortación que se dirige a sí mismo para que alabe a Yahvé (1-2), enumera las características notables en la creación y se las asigna todas a Dios. Es una especie de avalancha descriptiva y poética que observa la forma en que Dios se ubica al lado de su creación: cada verso afirma cómo Él se presenta en medio de ella y las resonancias mitológicas le otorgan al poema una dimensión extraordinaria que permite visualizar cada imagen con gran intensidad: “¡Dispones tus mansiones sobre las aguas! / ¡Las nubes son tu lujoso carruaje, / y te transportas sobre las alas del viento! / ¡Los vientos son tus mensajeros! / ¡Las llamas de fuego están a tu servicio!” (vv. 3-4). La capacidad creadora de Dios aparece como una garantía de la continuidad de la vida en el mundo, a pesar de las posibles resistencias (5-9). En ese sentido entra la grandiosa observación del lugar de las aguas para el mantenimiento de la vida (10-13), así como la labor divina para sostener la existencia mediante la fertilidad de los campos (14-15). “El v. 10 enlaza con el v. 8. A las aguas que antaño habían sido tan peligrosas, Yahvé las hace descender a los valles por medio de manantiales. El caos mortal de las aguas se convierte en fuente de vida, que calma la sed de los animales del campo y de las aves del cielo”.[4] Asimismo, se destaca la forma en que se nutren y cuidan los animales (16-18).

Los vv. 19-23 ensalzan a Yahvé como el Señor de la noche y del día; a la luna, la creó “para que fijara los tiempos”, y el sol también se halla al servicio de la determinación del tiempo.[5] “La narración como tal termina en el v. 23. El punto final del relato es apropiadamente que la función del ‘hombre’ es como trabajador en la creación de Dios. Esta es su herencia en la vida. No es una maldición o una carga especial. Tal trabajo pertenece a la vida propia de la humanidad, en las funciones propias de la creación”.[6] 

2. Las inmensas maravillas de la creación: un llamado a la alabanza y la vida recta (vv. 24-35)

La segunda parte del salmo abre con una exclamación de reconocimiento de la grandeza de las obras del Señor: “¡Cuán innumerables son tus obras, oh, Jehová! / Hiciste todas ellas con sabiduría; / La tierra está llena de tus beneficios” (24). En la gran abundancia de las obras creadas resplandece la sabiduría del Creador. El mar, con toda su excelsitud, es una de las grandes manifestaciones de dicha sabiduría: “Convencionalmente el mar es una expresión de pavor e intensa amenaza. Aquí, el mar es juguete de Dios en el que, el gran monstruo marino, sirve sólo para diversión peculiar de Dios (Job 41) […] En otro lugar, el monstruo marino es una encarnación del mal. Aquí, lo que unos piensan que es el mal, se ve sensible a Dios y al modo de Dios”.[7] Al mismo tiempo, se afirma, de una forma altamente poética, cómo el mundo entero depende diariamente “del sustento, del rostro, de la presencia y del aliento divinos.[8] El poeta percibe profundamente cómo el Creador mantiene cotidianamente a flote a su creación y lo celebra con versos memorables: “Les das, recogen; / Abres tu mano, se sacian de bien. / Escondes tu rostro, se turban; / Les quitas el hálito, dejan de ser, / Y vuelven al polvo. / Envías tu Espíritu, son creados, / Y renuevas la faz de la tierra” (vv. 28-30). “Esa conciencia conduce al autor, en los vv. 31-34, a moverse a un asombro espontáneo, a gratitud y alabanza. […] El que habla se hace consciente de que Dios gobierna de tal manera que las hojas y la hierba, la lluvia y la sequía, los años fructíferos y los estériles, el alimento y la bebida, la muerte y la enfermedad, las riquezas y la pobreza, y cualquier otra cosa, nos llegan, no fortuitamente, sino gracias a su mano paternal”.

Finalmente, el salmo concluye con una reflexión comprometida sobre la alabanza y el gozo en el Señor (33-34), y con una advertencia sobre el destino de los pecadores e impíos (35). A final de cuentas, la contemplación de la creación divina debe conducir a una nueva forma de vida, recta y obediente: “Para las personas que se alejan de Dios, que no le alaban, sino que —todo lo contrario— viven conscientes sólo de sí mismas y confiadas únicamente en sí mismas, no hay ya lugar alguno en el reino de la alegría, el orden y la dependencia consciente de Dios”.[9] 

Conclusión

“El mundo es un don divino libre, pero con él viene una expectativa y un costo. No puede ser de otra manera. Cada generación aprende lo que los primeros humanos aprendieron en el paraíso (Gn. 2-3). El Señor que da el alimento no ha abdicado de su soberanía. En este reinado de deleite esa figura paternal deberá ser sin duda honrada”.[10] La gloria real del Creador irradia sobre toda la tierra, por lo que el propio Dios puede gozarse en sus obras (31), tal como afirmó Calvino: “El estado del mundo se fundamenta en el gozo de Dios”.[11]



[1] W. Brueggemann, Teología del Antiguo Testamento. Un juicio a Yahvé. Testimonio, disputa, defensa. Salamanca, Ediciones Sígueme, 2007 (Biblioteca de estudios bíblicos, 121), p. 176.

[2] Hans-Joachim Kraus, Los Salmos. II. Salmos 60-150. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1995, p. 446.

[3] W. Brueggemann, El mensaje de los Salmos. México, Universidad Iberoamericana, 1998, p. 42.

[4] H.-J. Kraus, op. cit., p. 444.

[5] Ibid., p. 445.

[6] W. Brueggemann, El mensaje…, p. 42.

[7] Ibid., p. 43.

[8] Ídem.

[9] H.-J. Kraus, op. cit., p. 449.

[10] W. Brueggemann, El mensaje…, p. 44.

[11] Cit. por H.-J. Kraus, op. cit.

domingo, 14 de noviembre de 2021

Lo pequeño que puede ser grande (Belén, espacio privilegiado de salvación) (Miqueas 5.1-4), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz


La Bethlehem de hoy

14 de noviembre, 2021

 

Pero tú, Belén Efrata,

entre los pueblos de Judá

eres un pueblo pequeño,

pero llegarás a ser muy importante. 

En ti nacerá un rey / de familia muy antigua,

que gobernará sobre Judá.

Miqueas 5.2, Traducción en Lenguaje Actual

 

En la profecía de Miqueas 5, el prometido Davídida se describe como un gobernante doméstico y no como un libertador conquistador. Se establece el papel del Davídida como pastor, pero no se elabora, aunque, por implicación, su tarea principal es promover la justicia social. Él es el gobernante divinamente designado del pueblo de Dios, pero no se le otorga el título de “rey”. Con respecto al sometimiento de las naciones, las prerrogativas davídicas se democratizan y se transfieren al remanente. Aunque el gobernante davídico es la pieza central de la imagen de Miqueas del reino final de Dios, no se dice que sea responsable de la paz o liberación que disfrutará el pueblo de Dios. El resultado es que, en la profecía de Miqueas, Yahvé es el Rey y Libertador indiscutible.[1]

 

Trasfondo

J

esús cumplió los sueños proféticos con su venida, qué duda cabe. Como Miqueas, el “profeta agrario” del siglo VIII a.C. (aun cuando la sección aludida corresponde más bien a la época del exilio), Jesús se identificó completamente con el pueblo pobre y sufriente. Ése es el motivo de su predicación intensa y comprometida del Reino de Dios que sintonizó directamente con lo anunciado por él, de ahí la cita del cap. 5, usada siempre en el contexto navideño, pero casi siempre desconectada de su ámbito original en el marco de ese proyecto profético y utópico, contemporáneo de Jeremías (26.17-19):

 

Acordémonos del texto de una visión universal, que dice que las personas “transformarán sus espadas en azadones y sus lanzas en podaderas; una nación no levantará la espada contra otra nación, ni se prepararán más para la guerra” (Mi 4.3). También acostumbramos, usar el texto, en el que se habla del contraste entre una religión de culto sacrificial y una religión de vida ética, de justicia y humildad delante de Dios (6.8). Se habla también de una figura mesiánica, que vendrá de la periferia, de la menor de las aldeas de Judá y, a partir de ahí, reorganizará la vida del pueblo (5.1-5).[2]

 

1. Una ciudad pequeña, entre las grandes (vv. 1-4)

La profecía mesiánica se ubica en medio del conflicto entre las ciudades explotadoras y el campo oprimido, algo que seguía ocurriendo en la época de Jesús, cuando los terratenientes eran muy religiosos y ocupaban los puestos principales del gobernó autóctono tolerado y alentado por Roma. “En ella se habla de una realidad deseada, anhelada, que va más allá de la situación histórica del pueblo. Se anhela la restauración de Israel, del verdadero culto a Yavé y la inclusión de los no judíos”.[3] La crisis retratada en Miq 4.14 provee el contexto para los versículos que siguen.[4] La Navidad anunciada por Miqueas, entonces, tiene esta plataforma:

 

En el trasfondo está un conflicto básico entre campo y ciudad. Se verifica también un choque cultural. Desarrollos culturales y aculturaciones dentro del mismo y propio pueblo entran en choque. Miqueas anuncia que la élite urbana, así como la misma ciudad junto con el templo, tendrán un fin inminente (cap. 3). Habrá como que un “vacío de poder”. Y la élite campesina latifundista será despojada de sus bienes y de la posesión de sus partes de tierra. Estas familias serán excluidas de la “reforma agraria” propuesta (Mi 2.4-5). Estamos aquí delante de “sueños revolucionarios”.

 

Jesús se conectó profundamente con estos sueños proféticos y su nacimiento revivió la esperanza de las masas campesinas de que las cosas cambiarían. La Navidad está profundamente arraigada en las utopías campesinas. Celebrarla es compartir esos mismos sueños y esperanzas de un pueblo sumido en la desesperación y la falta de gobierno, así como ausencia de claridad acerca de su futuro puesto que se encontraba, materialmente, en manos ajenas:

 

El texto tiene aires mesiánicos. Miqueas prevé un nuevo gobernante. Éste saldrá de la aldea más insignificante de Judá, de donde nadie sería reclutado para participar del poder del Estado. Y donde probablemente también nadie estaría corrompido por el bacilo del poder. Miqueas prevé el resurgimiento de un gobernante como David. En eso él se revela como adepto del linaje davídico, tal vez hasta monarquista como Isaías (Is 11.1-9), sin embargo, con una perspectiva de un “davidismo campesino”. Después de la ruina, la reorganización tendrá nueva calidad en las relaciones de poder.

 

2. Las resonancias mesiánicas de Belén en el A.T. y en el N.T.

“El profeta Miqueas habla en los caps. 4-5 de una expansión del Reino de Dios por toda la tierra. Este nuevo reino tiene como su lugar de inicio no Jerusalén, que a los ojos del profeta era demasiado corrupto, sino Belén, la ciudad natal del rey David. El tema aparece en varios Salmos (2; 17; 22), pero será en el Nuevo Testamento donde la manifestación más novedosa del reino de Dios incorporará a gentes de todo el mundo”.[5] El Ungido sería humilde, no poderoso, procedería de la chusma, no de las élites: “La noticia es chocante; la salvación no vendrá por medio del ungido rey de Jerusalén, sino que saldrá de un pequeño pueblo llamado Belén. No es el poderío militar, la pompa y gloria de Jerusalén, la máquina político-religiosa que salvará a Israel. Más bien es en la humildad de un nuevo ungido, perteneciente a otro tiempo, que la salvación —ajena al ambiente militar— más plena se llevará a cabo”.[6]

Este texto ha sido adecuadamente relacionado con David, por ser su lugar de nacimiento, pero no se trataba solamente de relacionar el anuncio con él sino de algo que va mucho más lejos, tal como se afirma: “sus orígenes se remontan al inicio de los tiempos” (2b). Llamar ciudad a Belén (“Casa del pan”) era casi un eufemismo, pues en los tiempos de Jesús tenía apenas unos 150 habitantes, con lo que se demuestra su importancia teológica, dentro de la historia de salvación. En la conciencia colectiva permanecía esa relación con el caudillo de Israel, al grado de que se conocía como “la ciudad de David” (I Cr 11.7). La palabra Efrata, derivada de una raíz que significa “producir”, designaba a un clan relacionado con Caleb. La promesa mesiánica tenía su propia historia (que se remonta hasta el libro de Rut, 4.18-22) y en esta etapa ya se encontraba establecida en esa memoria popular.

Mateo (2.6) y Juan (7.42) citan Miq 5.2 dejando la impresión de que era un texto bastante conocido en la época de Jesús, como parte de la evidencia profética de la identidad de Jesús y como parte de lo que “decía de la gente”. Belén, entonces, estaba integrada en la memoria colectiva de los movimientos mesiánicos. La figura del Ungido se asociaba a la de un “rey campesino” a quien sus seguidores veían como el Rey-mesías. Mateo modifica y dice sobre Belén: “no eres la más pequeña”, esto es, que “el nacimiento del Mesías haría más grande a Belén”, para lo cual se imponen los criterios espirituales. Debía reprogramarse la centralidad del lugar de la fe, sacarla de Jerusalén y moverla a Belén, Además, el reinado del Mesías trascendería las fronteras de la tierra prometida (4b).[7]

La afirmación final del pasaje (“Él será nuestra paz”, 5.4a) muestra la visión únicamente militar de los falsos profetas a quienes confrontó Miqueas, quien, en los caps. 1-3 denunció que no existía verdadera shalom entre Jerusalén y Dios. La verdadera shalom debía basarse en una buena relación con Dios y con el prójimo,[8] justamente hacia lo que apuntarían los caps. 6-7, el verdadero culto a Dios, shalom en el sentido más pleno e integral de la palabra, algo que sólo el verdadero Ungido podría traer.

Conclusión

La esperanza mesiánica concentrada en las palabras de Miq 5.1-4 llega hasta nosotros hoy de una manera renovada para refrescar nuestra visión en medio de tiempos muy difíciles. Cada vez que se anuncia nuevamente la venida del Mesías se actualiza la visión de fe que debe presidir nuestro camino. El recuerdo incesante del lugar donde nació Jesús de Nazaret es, en sí mismo, un anuncio de la gran acción salvadora de Dios, quien continuamente afirma su voluntad sanadora y restauradora de todas las cosas.



[1] Gregory Goswell, “Davidic rule in the prophecy of Micah”, en Journal for the Study of the Old Testament, vol. 44(1), 2019, p. 153.

[2] Haroldo Reimer, “Ruina y reorganización. El conflicto campo-ciudad en Miqueas”, en RIBLA, núm. 26, http://claiweb.org/ribla/ribla26/ruina%20y%20reorganizacion.html.

[3] E. Sánchez, E. Voth y M. Winedt, Denuncias de ayer que incomodan hoy. El mensaje del profeta Miqueas. Miami, Sociedades Bíblicas Unidas, 2008, p. 74.

[4] G. Goswell, op. cit., p. 155.

[5] Ibid., p. 83. Cf. Júlio Paulo Tavares Zabateiro, “Conflictos culturales y de identidades en Miqueas”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 69, 2011/2, pp. 63-64, www.centrobiblicoquito.org/images/ribla/69.pdf.

[6] Ibid., pp. 97-98. Énfasis agregado.

[7] Ibid., p. 102.

[8] Ibid., p. 106.

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