domingo, 8 de octubre de 2023

Reformar a fondo la espiritualidad cristiana: Metamorfosis (II) (I Pedro 1.13-23), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

 

8 de octubre de 2023

Pues Dios los ha rescatado a ustedes de la vida sin sentido que heredaron de sus antepasados; y ustedes saben muy bien que el costo de este rescate no se pagó con cosas corruptibles, como el oro o la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, que fue ofrecido en sacrificio como un cordero sin defecto ni mancha.

I Pedro 1.18-19, Dios Habla Hoy 

Trasfondo

No cabe duda de que una de las grandes herencias de las reformas religiosas del siglo XVI es la forma en que se reencauzó la práctica de la espiritualidad, pues a la ruptura del gran edificio de la Cristiandad, encabezada por la figura papal, el siguió la urgencia de corregir cada aspecto de la vida de las personas y de las colectividades. Al acercarse nuevamente a las Escrituras, fue posible redescubrir las bases elementales de la forma en que cada creyente se podía relacionar con Dios, superando por fin muchas de las tradiciones impuestas como hábitos cuyo contenido ya no era muy comprensible, pues la repetición de rezos, por ejemplo, fue sustituida por la práctica constante de la oración de forma más espontánea y concisa, comprendiendo que la expresión auténtica dirigida a Dios mediante un diálogo consciente y educado produciría mejores resultados que la mera repetición de ensalmos y letanías. Lutero tuvo que escribir todo un tratadillo sobre la forma que debía tener la plegaria en la nueva situación producida por la Reforma (Método sencillo de oración para un buen amigo, 1535).[1] Asimismo, el acercamiento a la Palabra divina concentrada en la Biblia derivó en la libre interpretación, ya no sometida al control de la tradición o el Magisterio eclesiástico, y con la exigencia educativa y cultural de que cada persona pudiera leer por sí misma a fin de escudriñar atentamente los textos sagrados. La superación de la misa, como escenificación litúrgica (la misma palabra significa eso, “poner en escena”, de manera teatral) dio paso a una nueva manera de culto centrada en la recuperación del lugar de la Palabra y los sacramentos. Para ello, Lutero dedicó tres documentos al tema (Del orden del culto en la iglesia, Formula Missae et Communionis, de 1523, y La misa alemana, 1526). “Lutero abolió todo lo que recordaba un sacrificio con que el sacerdote pretendía ofrecer el cuerpo y la sangre de Cristo a Dios como sacrificio propiciatorio por los presentes y ausentes. Pues con esto, todo el acto se había transformado en una ofrenda dada a Dios en favor de alguien, y había perdido así el carácter de una acción de gracias por los dones divinos que recibimos”.[2]

 

Preparar la mente para la acción (vv. 13-17)

La porción de la carta de Pedro es un buen resumen de las verdades de la fe cristiana que producen una espiritualidad definida y que manifiesta un avance, tal como estaba aconteciendo en los momentos cruciales de la Reforma cuando debía redefinirse prácticamente todo lo que tenía que ver con la iglesia. Luego de la introducción sobre el llamado a la fe al que respondieron positivamente los creyentes de las regiones a quienes se dirigió el apóstol, aparecen tres exhortaciones muy concretas para la vida cristiana: primero, preparar la mente para la acción (13), segundo, portarse como hijos obedientes, y tercero, vivir una vida completamente santa. La espiritualidad cristiana es “un éxodo hacia la santidad” (E. Cothenet). Asimilar el cambio espiritual en medio de la persecución fue un enorme desafío tanto para los contemporáneos de Pedro como para quienes asumieron la Reforma como una nueva forma de fe. De ahí la frase coloquial con que inicia el pasaje (“Ceñir los lomos del entendimiento”), encaminada a lograr que las personas se preparasen adecuadamente para responder a los nuevos desafíos históricos y religiosos.

La base más profunda de la espiritualidad es explicada en el v. 13: “…pongan toda su esperanza en la gracia que recibirán cuando Jesucristo sea manifestado”. Afianzarse en ella es la razón de ser de una espiritualidad sana, fuerte y exigente. La Reforma insistió en que cada creyente pusiera a funcionar las bondades de la gracia a fin de superar el esquema tradicional de la supuesta participación en la obra de salvación de Dios. Toda espiritualidad reformada se basa justamente en el triunfo de la gracia en la vida de cada persona y colectividad: “La gracia es en este caso los dones actuales de Dios para nuestra santificación. Aquí el término designa la plenitud de la salvación, que se manifestará en la parusía de Cristo”.[3]

 

Rescatados por la sangre preciosa de Cristo (vv. 18-23)

El pasaje subraya el carácter único y fundamental de la obra salvadora de Cristo, de nadie más, para obtener el rescate divino. Los demás elementos que podrían “competir” al Señor como mediador son calificados como “cosas corruptibles, como el oro y la plata” (18b), los aspectos materiales que no pueden granjear el favor divino, tal como se anunciaba con las llamadas “indulgencias”: “El derramamiento de sangre manifiesta la seriedad del amor redentor”.[4] La sangre purísima del Señor fue la prenda que consiguió rescatar a los hijos e hijas de Dios a través suyo, sangre como la de un cordero sin mancha (19) predestinado desde antes de que Dios creara el mundo (20). El lenguaje sacrificial usado por el apóstol sirve para colocar en su justa dimensión el sacrificio, único e irrepetible, del Señor y que no puede recrearse o repetirse una y otra vez en el acto de la misa. Como bien lo subraya también la carta a los Hebreos, ese sacrificio no puede repetirse pues se llevó a cabo una sola vez (Heb 7.27).

La esperanza en Dios procede, única y exclusivamente, de la certeza depositada en la resurrección y glorificación del Señor (21): “Antes de terminar esta exhortación sobre el tema de la esperanza, Pedro añade una indicación importante sobre el contenido de la fe cristiana. Puede compararse este texto con Rom 10,9s. La fe recae en la intervención de Dios que salvó de la muerte a Jesús —nuevo Isaac— y lo asoció plenamente a su gloria”.[5] Eso consigue que el amor se imponga como práctica constante en la comunidad (22). Finalmente, otro gran tema de la Reforma es aquel que liga la simiente del nuevo nacimiento en la fe a “la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (23b): “Esta nueva exhortación se centra en la eficacia permanente de la palabra de Dios. Mientras que todos los valores de este mundo están abocados a una rápida destrucción, la palabra de Dios sigue en pie y engendra hijos para toda la eternidad. El amor fraterno es el sello de la nueva vida recibida por la fe”.[6] El apego a la palabra divina es la consigna permanente de toda reforma de la espiritualidad.

 

Conclusión

La metamorfosis de la espiritualidad cristiana a partir de la Reforma dirigida por el propio Dios es una de las grandes aportaciones de este movimiento pues basta con ver cómo el nuevo lenguaje bíblico, doctrinal y espiritual de quienes la dirigieron está plagado de alusiones a una relación personal e inmediata con Dios a través de Jesucristo, borrando absolutamente cualquier otra forma de mediación ajena al plan del Señor. La espiritualidad reformada es una forma de fe bien situada en su anclaje bíblico a partir de la plena aceptación de la gracia y la obra de Cristo, pilares centrales de la genuina fe cristiana.



[1] M. Lutero, Método sencillo de oración para un buen amigo, en Obras. Teófanes Egido, ed., Salamanca, Ediciones Sígueme, 1977, pp. 319-331, https://luteranacristorey.com/wp-content/uploads/2020/04/M%C3%89TODO-SENCILLO-DE-ORACI%C3%93N.pdf.

[2] F. Lange, “Misa alemana, 1526”, en Revista Teológica, Seminario Concordia, año 23, núm. 92, cuarto trimestre, 1976, p. 2.

[3] E. Cothenet, Las cartas de Pedro. Estella, Verbo Divino, 1984 (Cuadernos bíblicos, 47), p. 17.

[4] Ibid., p. 19.

[5] Ibid., pp. 19-20.

[6] Ibid., p. 20.


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