viernes, 31 de diciembre de 2021

El misterio de los siglos en el designio de Dios (Efesios 1.3-14), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz


Salvador Dalí (1904-1989), La persistencia de la memoria (1931)

31 de diciembre, 2021

 …y nos dio a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, para que cuando llegara el tiempo señalado reuniera todas las cosas en Cristo, tanto las que están en los cielos, como las que están en la tierra.                                                                          

Efesios 1.9-10, RVC

Trasfondo

L

os linderos insondables del tiempo transcurrido constituyen un inmenso misterio para todos los seres humanos. En momentos como éste, al término de un año más, asomarse a la confluencia de los tiempos puede producir una sensación de extrañeza propia de quienes nos sabemos tan pequeños ante la inmensidad de lo eterno, tal como lo escribió Jorge Luis Borges. “Siento un poco de vértigo. / No estoy acostumbrado a la eternidad” (“The Cloisters”, La cifra, 1981). Ni refutar el paso del tiempo, ni dejarse consumir por él: ninguna de estas posturas es favorecida por los textos bíblicos, acaso únicamente aceptar la forma en que Dios se revela a través del tiempo y cómo conduce los destinos humanos. El biblista francés Oscar Cullmann (1902-1999) explica la relación entre tiempo y salvación: “Por el hecho de ser concebido como una línea recta, el tiempo pudo proporcionar al cristianismo primitivo el marco de la historia de la revelación y de la salvación, el marco de estos kairoi [tiempos] que Dios establece en su omnipotencia, y de estos aiones [eones] entre los cuales reparte la historia en su conjunto”.[1] Y agrega, para definir muy bien la enseñanza del Nuevo Testamento: “Concebido el tiempo como una línea ascendente, una ‘realización’, una ‘plenitud’, se hace posible; un plan divino puede realizarse progresivamente; la meta, situada en el extremo superior de la línea, imprime al conjunto de la historia que se lleva a cabo a lo largo de toda esta línea un movimiento de elevación hacia él; finalmente, el hecho central y decisivo, Cristo, puede ser el punto fijo que orienta toda la historia, más acá y más allá de él”.[2] Aquí aparece la “otra expresión, extremadamente corriente en el lenguaje del Nuevo Testamento, la de aiôn, sirve para expresar la noción de extensión del tiempo, de duración”.[3] 

“Antes de la fundación del mundo” (1.4a)

Precisamente en esa línea de interpretación se sitúa san Pablo al momento de hacer referencia en Efesios al plan supremo de manifestación de la obra de Dios en el mundo y en el tiempo. En su himno de apertura de la carta (un auténtico elogio) denso y de argumentación compleja, expresa, en primer lugar, una alabanza majestuosa de Dios el Padre y de su Hijo (3a), quien “nos ha bendecido en las regiones celestiales con toda bendición espiritual en Cristo” (3b). “La alabanza a Dios surge en respuesta a dos acciones (verbos principales) que el Padre ha realizado en el pasado: nos escogió (v.4) y nos concedió [su gracia] en el Amado (v.6b). Estas acciones son motivo poderoso para bendecir y alabar a Dios”.[4] Pablo “celebra las acciones redentoras del Padre [3-6], del Hijo [7-12] y del Espíritu Santo [13-14] en la historia de su pueblo como lo hicieron los salmos del pasado […], y responde así al fin último de estas acciones: glorificar al Dios trino por la gracia que nos ha mostrado”.[5]

El acto de elección de Dios en Cristo aconteció en un momento anterior al tiempo, “antes de la fundación del mundo”. La frase en sí “acentúa el hecho de que la acción de Dios de elegirnos obedecía a una decisión previa, anterior a la fundación del mundo. Éste es un pensamiento que nos abruma y nos permite a la vez atisbar la eternidad, cuando Dios tomaba decisiones con respecto a nuestra misión en el mundo.[6] El objetivo de la elección se expresa por medio de las palabras para que y descubre el profundo sentido ético y misiológico de la elección. El propósito de la elección fue para hacerlos “santos y sin mancha delante de él” (4b). Esta elección intemporal coloca el transcurrir de la obra redentora en un marco más allá de las incidencias contradictorias y complejas de la historia. 

“Reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos” (1.10b)

Al continuar su acción de gracias, aparece el tema de la “adopción”, algo que se había contemplado en el plan divino desde el principio (v. 5), pues al actuar así, Dios buscaba la alabanza humana gracias a la intermediación de su Hijo, enviado por amor al mundo (v. 6). La muerte suya en la cruz, acontecimiento atroz que consiguió el perdón absoluto por los pecados y produjo la liberación completa (8a). La gran razón de esa actuación divina es, indudablemente, el amor manifestado en la vida y pasión de su Hijo. Con todo ello se abre la puerta para introducir el tema del gran misterio oculto durante generaciones: “Por su gran sabiduría y conocimiento, Dios nos mostró el plan que había mantenido en secreto, y que había decidido realizar por medio de Cristo” (9): “En este punto nuestras cartas [Ef y Col] se inscriben en la línea de Daniel y de los apocalípticos, tensos hacia el descubrimiento del plan de Dios y hacia la determinación del término fijado para la salvación”.[7] El v. 10 es clave, pues en él se concentran los seis términos que el autor utiliza para exponer el gran proyecto divino. La traducción de Pablo Richard es ejemplar: “Para la organización (eis oikonomían) de la plenitud (tou plerómatos) de los tiempos (ton kairon) y recapitular (anakefalaiosasthai) todo en Cristo, lo que está en los cielos (ouranois) y lo que está en la tierra (ges)”.[8]

San Pablo visualiza de manera completa la plenitud de la acción redentora de Dios. ¡Los seguidores de Jesús son capaces de comprender el kairós (el tiempo pleno) de Dios!, ¡el misterio de los siglos!, es decir, la manera en que éste se comporta en términos salvíficos. Mariano Ávila comenta que el texto habla de cómo Dios “administra su economía salvífica”[9] en la plenitud [madurez] de los tiempos y ahora ha querido compartir esa inmensa realidad con quienes siguen a su Hijo en el mundo. Esta idea crucial, “la plenitud de los tiempos” es fundamental para la forma en que podemos asomarnos hoy al designio divino, pues en todos los niveles aplica la madurez de los tiempos de Dios para cumplir su voluntad en nosotros, ni antes, ni después, en el momento preciso, ya determinado en la presciencia suya.

 

Conclusión

Acceder al misterio de los siglos de la mano eterna de Dios es uno de los procesos más emocionantes y desafiantes asociados al conocimiento de la historia de salvación. Ser llevados/as por la mano del propio Dios por los linderos del tiempo representa la experiencia máxima a la que podemos aspirar como creyentes. El desconocimiento natural de lo que nos depara el futuro inmediato es suplido por el impacto profundo de las promesas que, más allá de los vaivenes del tiempo, sostienen nuestra esperanza en medio de todas las circunstancias. Es por ello que, en días tan relevantes como éste, podemos seguir confiando plenamente en lo que Dios ha hecho, hace y seguirá haciendo a fin de conducirnos por los laberintos temporales para encontrar su presencia y su gracia a cada paso.



[1] O. Cullmann, Cristo y el tiempo. Barcelona, Estela, 1968 (Theologia, 13), p. 41.

[2] Ídem.

[3] Ibid., p. 33.

[4] Mariano Ávila, Efesios. Introducción y comentario. Buenos Aires, Ediciones Kairós, 2018, p. 91.

[5] Ibid., p. 89.

[6] Ibid., p. 94.

[7] Edouard Cothenet, Las cartas a los Colosenses y a los Efesios. Estella, Verbo Divino, 1994 (Cuadernos bíblicos, 82), p. 40.

[8] P. Richard, “Poder cósmico de Cristo Resucitado (Ef 1.1-23)”, en RIBLA, núm. 65, p. 34.

[9] M. Ávila, Carta a los Efesios. Miami, Sociedades Bíblicas Unidas, 2008, pp. 45-46.

domingo, 26 de diciembre de 2021

La Palabra-luz que da vida llegó a este mundo para quedarse (Juan 1.1-15), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz

26 de diciembre, 2022


De la Palabra nace la vida

y la Palabra, que es la vida,

es también nuestra luz.

La luz alumbra en la oscuridad,

¡y nada puede destruirla!

Juan 1.4-5, TLA


Trasfondo

U

no de los grandes lemas de la fe cristiana y, particularmente, de la Reforma Protestante, es el que puede leerse en el Muro Internacional que conmemora dicho movimiento en Ginebra: Post tenebras lux (“Tras las tinieblas, la luz”), que retoma el espíritu de la enseñanza del Cuarto Evangelio sobre la irrupción de la luz en el mundo para someter y sustituir a las sombras. Aunque lo cierto es que, en los evangelios, la gran metáfora de la luz continúa la del AT (Isaías 60.1-3 es un gran ejemplo), en donde la luz simbolizaba “la trascendencia y la presencia de Dios; la luz de su rostro, su favor; es símbolo de vida y salvación, de alegría y seguridad; la palabra de Dios es luz porque guía al hombre; el hombre participa de esa luz y puede comunicarla, en particular con sus obras en favor de los demás”.[1] En el Cuarto Evangelio, la relevancia de la Palabra y la luz, así como la relación íntima entre ambas forma parte de su mensaje central: “…el símbolo de la luz se encuentra en todo el evangelio. […] …la luz es el resplandor de la vida, de la plenitud de vida contenida en el proyecto creador (1.4: ‘La Palabra/Proyecto contenía vida y la vida era la luz del hombre’); no existe […], por tanto, una luz anterior ni diferente de la vida misma: la luz es la plenitud de vida, en cuanto puede ser deseada y conocida, y sirve de guía al hombre”.[2] 

El gran poema teológico de Juan 1.1-18 es una celebración y proclamación de la eternidad del Logos (1.1-2), de la actividad creadora de la Palabra divina (1.3) como fuente de vida (4), de la presencia de la vida-luz (5a), resistida por la fuerza de las tinieblas que son derrotadas finalmente (5b), de la venida del Logos-luz al mundo (9-10), que fue rechazado (11), pero que finalmente impuso su gloria entre quienes lo recibieron (12-14). La Palabra divina, subraya el texto, vino a “acampar”, a “establecer su tienda” entre nosotros. Una temática arrolladora que es desarrollada en el resto del evangelio, especialmente cuando el Señor Jesús afirma enfáticamente que es “la luz del mundo” (8.12; 9.5). Además, los/as seguidores/as de Jesús son llamados a ser de una progenie diferente, es decir, “hijos de la luz” (12.36). En América Latina tenemos a un teólogo devoto de la luz divina, el costarricense Victorio Araya (1945), quien ha hecho de este tema el centro de toda su reflexión y lo ha plasmado en una trilogía: “En el Nuevo Testamento, será la I Carta de Juan (finales del siglo I), la que dé un salto cualitativo con respecto al Antiguo Testamento. Superando la comprensión estrictamente Dios-Luz, afirma explícitamente que “Dios es Luz” (sin artículo para expresar cualidad, J. Mateos) complementado con el aserto: ‘y en Él no hay oscuridad alguna’ (1.5)”.[3]

El Cuarto Evangelio da por sentado que en el interior de Dios no existe el tiempo o, para decirlo humanamente, el tiempo está detenido o suspendido, que Dios no se rige de ninguna manera por el cronos y que transcurre de una manera infinitamente distinta a como transcurre para nosotros, por la forma en que estamos sometidos a los dictados del tiempo. Por ello, tal vez, el autor de este evangelio no consideró necesario escribir una “historia del nacimiento” sino que, a contracorriente de sus colegas, intentó ahondar en el misterio divino más profundo. Para ello, recurrió al lenguaje de Génesis 1 y de Proverbios 8, donde, en el primer caso, está la idea de “principio”, del inicio absoluto de todas las cosas, donde Dios vuelve a ejercer su poder creador para instaurar lo nuevo en el cosmos y así dar inicio a una nueva realidad, tal como lo hizo en la creación originaria. En el segundo caso, basándose en la realidad de la “preexistencia” del Logos (1.1a, tan firmemente expuesta en el resto del evangelio: 8.58; 17.5, 24) y de la Sabiduría, trasfondo obligado para comprender lo sucedido con Jesús. El Logos divino (acompañado por ella) fue co-creador con Dios (1.2-3). La luz emanada por él vino a iluminar el mundo (1.4-5). Este simbolismo apunta hacia lo negativo, hacia lo opuesto, lo crítico, representado por la oscuridad: Juan apuntaría hacia la venida de esa luz como una necesidad kairológica (1.6-9). “El contenido del proyecto divino, y su efecto como palabra, es ‘vida’, la cualidad divina por excelencia, la descripción del ser del Padre (6.57). El núcleo y la finalidad de la obra creadora, la comunicación de vida, colocada en el prólogo del evangelio, hace que todo deba leerse en esa clave. De hecho, tal es la misión de Jesús (10.10), comunicar vida al hombre hasta la plenitud (cf. 1.12-13)”.[4]

El Logos, agrega el texto, vino a acompañar al mundo como una realidad histórica entre los pliegues del tiempo, pero para reconocerlo era preciso hacerlo con los ojos de la fe, que no funcionaron para la mayoría (1.10-11), ni siquiera su propio pueblo, el judío (1.11). Quienes lo recibieron como Enviado de Dios, es decir, las comunidades juaninas de la época del Cuarto Evangelio y de las Cartas de Juan, alcanzaron la filiación divina gracias a él (1.12-13). En ese momento del discurso se afirma el hecho kairológico máximo: a) el Logos se hizo carne (sarx, 1.14a), b) habitó entre la humanidad (“se hizo uno de nosotros”, 14b) y c) fue visible su gloria como hijo único del Padre, así como su gracia y verdad (14c). De todo esto dio testimonio con anterioridad Juan a fin de anunciar la venida del Logos preexistente de Dios (15). “Al presentar a Jesús como ‘luz verdadera (= alethinós) que ilumina’ (Jn 1.9), Juan destaca a Jesús como el que comunica la plenitud de la vida de Dios, expresión de su amor gratuito y fiel”.[5]

 

Vivimos tiempos difíciles. La oscura noche de injusticia pareciera una "oscuridad sin aurora". ¿Creemos, sí o no, que Dios es luz y salvación? En medio de nuestra historia conflictiva las fuerzas de la muerte y del anti-reino actúan poderosamente. Buscan sofocar, apagar de mil formas, el proyecto de la Luz-Vida de Dios. San Juan nos recuerda que la luz vino al mundo. pero los seres humanos preferimos las tinieblas. No comprendimos el proyecto de Dios y lo rechazamos, amenazando la vida de toda la creación. Quienes realizan las obras de las tinieblas detestan y rehúyen la luz, para que sus obras estériles no queden al descubierto (cf. Jn. 3.19-21).

La confesión de Dios como luz nos invita en esperanza. para que afirmemos nuestra fe-confianza en la cercanía de Dios: Emanuel que significa Dios “con-nosotros y nosotras" (Mt. 1.23) y su fidelidad hasta el fin, al proyecto de luz-vida.[6]

 

Conclusión


“Juan 1.14”, Jorge Luis Borges

Refieren las historias orientales

la de aquel rey del tiempo, que sujeto

a tedio y esplendor, sale en secreto

y solo, a recorrer los arrabales.

 

Y a perderse en la turba de las gentes

de rudas manos y de oscuros nombres;

hoy, como aquel Emir de los Creyentes,

Harún, Dios quiere andar entre los hombres


Y nace de una madre, como nacen

los linajes que en polvo se deshacen.

Y le será entregado el orbe entero,


aire, agua, pan, mañanas, piedra y lirio,

pero después la sangre del martirio,

el escarnio, los clavos y el madero.

 

El otro, el mismo (1964)


[1] Juan Mateos y Fernando Camacho, Evangelio, figuras y símbolos. 4ª ed. Córdoba, Ediciones El Almendro, 2007, p. 77.

[2] Ibid., p. 78.

[3] V. Araya, La luz de una candela. San José, Universidad Bíblica Latinoamericana, 2014, p. 20. Cf. Ídem, Luz sin ocaso. El símbolo de la luz en la Biblia, Alajuela, 2014; y Caminata en la luz. 40 días en el camino de la luz. San José, Arboleda, 2015.

[4] Juan Mateos y Juan Barreto, 2ª ed. Evangelio de Juan. Análisis lingüístico y comentario exegético. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1982, p. 56.

[5] V. Araya, Luz sin ocaso, p. 61.

[6] V. Araya, “La utopía de la luz”, en Pasos, segunda época, núm. 56, noviembre-diciembre de 1994, p. 36.

viernes, 24 de diciembre de 2021

El nacimiento de Jesús, signo supremo de la buena voluntad divina (Mateo 1.18-25), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz

24 de diciembre, 2022

…cada vez que se acerca la Navidad y entro en el misterio del Adviento, el deseo adquiere en mí el dulce reposo de la esperanza; es como si, delante de la espera del Verbo encarnado que místicamente crece en mis entrañas, el hueco que siempre me acompaña se excavara con una extraña paz: la paz de la esperanza de saberse plenamente colmado. [1]                 

Javier Sicilia

Trasfondo

E

l 2 de diciembre de 1928, el pastor luterano Dietrich Bonhoeffer predicó un sermón de Adviento a la comunidad alemana de Barcelona (en donde vivió hasta febrero de 1929), basado en Apocalipsis 3.20. Allí expresó lo siguiente:

 

Ven a nosotros, Jesucristo Señor Nuestro, Dios en persona; entra en nuestro mundo, en nuestro destierro, en nuestra culpa y en nuestra muerte; ven en persona y forma parte de nosotros, hazte hombre como nosotros y vence por nosotros. Entra de lleno en el mal que hay en mí, en mi día a día inconstante; hazte partícipe de mi culpa, que me es odiosa, pero de la que no puedo desprenderme; hazte hermano mío; siendo tú Dios de santidad, conviértete en mi hermano…, y nada menos que en este reino del mal, del sufrimiento y de la muerte.[2]

 

Bonhoeffer hizo dialogar el espíritu navideño con una sólida teología de la encarnación del Hijo de Dios en el mundo, propia de su visión crítica de todas las realidades humanas. Desde Córdoba, Argentina, el periodista Leandro Calle escribió a propósito de la festividad aderezando su texto con firmes y sorprendentes observaciones teológicas sobre la tradición navideña en su país. Entre otras cosas, afirma:

 

Llega la navidad. Y aquí, en el cono sur, nos llega junto con el fin del año académico y laboral. Es decir, venimos agobiados. Llega también con calor, verano y la promesa del merecido descanso vacacional que estos últimos años se han visto enturbiados por la epidemia global que azota y castiga al mundo. […]

…el nacimiento de Jesús, que vendría a ser el motivo principal de la fiesta navideña queda borrado de la celebración, digamos “comercial pública” y bastante transformado en los ámbitos religiosos. Lejos de los oropeles eclesiales, de los ritos vacíos y las obligaciones del creyente, el nacimiento de Jesús fue el nacimiento de un perseguido, el nacimiento en condiciones sumamente desfavorables, una familia rechazada por su medio comunitario, hacinada en un lugar para los animales. Ahí, entre el olor a bosta y la intemperie nace el dios de los cristianos. Y esa sí que es una novedad dentro del mundo de las religiones.[3]

 

Y remata magníficamente, citando a uno de los evangelios:

 

Siempre me llamó la atención en el capítulo dos del evangelio de Lucas, que la señal que se les da a los pastores no es una señal maravillosa. Se la anuncia de un modo maravilloso o mágico pero las palabras que señalan el encuentro con el mesías esperado son de una simpleza mayúscula […]. Nada hay en esa frase de maravilloso. No hay renos fosforescentes que crucen por los cielos, ni esplendores de luz, ni grandilocuentes publicaciones en los medios de la época. Un nacimiento más entre tantos nacimientos de la gente pobre. Esa vida que nace en medio de la pobreza, esa vida minúscula y necesitada entre el aliento de los animales y el olor del establo, como cualquier vida, es tal vez lo más maravilloso. 

Un contexto histórico de salvación para el nacimiento

La mirada de Mateo sobre el acontecimiento de Belén es profundamente teológica y está basada en las promesas de antaño, anuncios proféticos de algo que se veía venir al interior de la historia de salvación y que daría un cauce nuevo a todo el devenir, secular y sagrado. Su enunciación de la genealogía de Jesús con esas mujeres inesperadas que fueron sus antepasadas (Tamar, Rahab, Rut, Betsabé[4]) otorga al relato un sabor diferente que pocas veces se percibe. La concepción y el nacimiento de Jesús son vistas por Mateo “como una nueva creación”,[5] pues ése es el significado de la acción del Espíritu en 1.18-25, paralelamente con Génesis 1.1s. De modo que todo el cap. 1 puede ser visto como “la nueva creación que existe en la persona de Jesús y se continúa por obra suya”. Jesús es insertado como Mesías en la historia, es un “hombre entre los hombres: su ascendencia empieza con la de un idólatra convertido (Abraham) y pasa por todas las clases sociales: patriarcas opulentos, esclavos en Egipto, pastor llegado a rey (David), carpintero (José)”.

En Jesús va a culminar la historia de Israel, lo cual se aprecia en el arreglo de la genealogía. “A Jesús pertenece toda la tradición anterior, pero él no es imagen de José; no está condicionado por una herencia histórica; su único Padre será Dios, su ser y su actividad reflejarán los de Dios mismo. El Mesías no es un producto de la historia, sino una novedad en ella. Su mesianismo no será davídico (Mt 22.41-46). […] Así como con Abraham empieza el Israel étnico, con Jesús va a empezar el Israel universal, que abarcará a la humanidad entera”.[6] 

Nueva creación en Jesús y cercanía divina radical

La nueva creación que comienza en Jesús por obra del Espíritu manifiesta una intervención divina radical, subversiva, en medio de la existencia humana. El relato de Mt 1.18-25 está presidido por una extraordinaria convicción teológica: Dios llegará en Jesús a salvar a su pueblo como respuesta a la expectativa acumulada durante varios siglos (1.21b): “Mientras, por un lado, el nacimiento de Jesús es un nuevo punto de partida en la historia, por otro es el punto de llegada de un largo y atormentado proceso”. Jesús no es un mero enviado de Dios como los de la antigüedad, es nada menos que la presencia del propio Dios en medio de su pueblo. Fue una novedad radical que afirmó la presencia divina en la tierra.

La buena voluntad de Dios se establecía de manera permanente al lado de su pueblo para mostrar su favor y hacerlo realidad en la figura del Reino anunciado y vivido por Jesús, primero como un niño indefenso y después como un profeta enérgico y compasivo. En la imagen del primero tenemos todo un resumen del grandioso suceso: “La Navidad es un poema. En él Dios se revela como un niño. El Dios adulto es terrible: serio, serio, no se ríe, no duerme, sus ojos están siempre abiertos y ni siquiera tiene párpados, nunca se olvida, y registra todo en sus libros de contabilidad que se abrirán el Día del Juicio para el ajuste final de cuentas. […] Esto no tiene nada que ver con un niño: un niño es el olvido, la risa, un juguete, un comienzo eterno… […] Prefiero al Dios niño. En el regazo de un niño Dios puedo dormir tranquilamente” (Rubem Alves, “El Dios niño”). 

 

Conclusión: Josef Brodsky, “Estrella de Navidad”


Durante los hielos, en un lugar más hecho al calor

que al frío, y a la llanura que a la montaña

un niño nació en una cueva para salvar al mundo,

nevaba como sólo puede nevar en el desierto.

 

Todo le parece grande: el pecho de su madre,

el hálito dorado de los ollares del buey,

los Reyes Magos (Melchor, Gaspar, Baltasar), sus presentes.

Él era sólo un punto. Y un punto era la estrella.


Atenta, sin parpadear, entre las escasas nubes,

al niño acostado en el pesebre, desde lejos,

desde lo profundo del Universo, desde el otro extremo,

la estrella en la cueva lo miraba. Y aquélla fue la mirada del Padre.

 

(J. Brodsky, en Poemas de Navidad. Trad. de S. Maliavina y J.J. Herrera de la Muela. Madrid, Visor, 2006, p. 101.)



[1] J. Sicilia, “El deseo”; en La Jornada Semanal, núm. 406, 15 de diciembre de 2002, www.jornada.com.mx/2002/12/15/sem-sicilia.html.

[2] D. Bonhoeffer, “Predicación sobre Apocalipsis 3.20”, en Comunidad y promesa. Escritos y cartas desde Barcelona. Madrid, Trotta, p. 165.

[3] L. Calle, “Llega la navidad”, en Hoy Día Córdoba, 24 de diciembre de 2021, https://hoydia.com.ar/columnistas/el-centinela-ciego/llega-la-navidad/

[4] Sobre Tamar y Betsabé, véase Margot Kässmann, Madres de la Biblia. 20 retratos para nuestro tiempo. Maliaño, Sal Terrae, 2012.

[5] Juan Mateos y Fernando Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1981, p. 19.

[6] Ibid., pp. 22-23.

La paz, el amor y la fe en Dios (Efesios 6.21-24), Pbro. Dr. Mariano Ávila Arteaga

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