Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz
Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y
ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las
primeras cosas pasaron. Apocalipsis
21.4, RVC
Trasfondo
L |
a actualidad permanente del Apocalipsis es indiscutible. Hay espacios eclesiales en donde se practica una lectura muy fundamentalista que lo interpreta al pie de la letra y se extraen conclusiones sumamente catastrofistas. Otros lo leen desde el punto de vista esotérico y mezclan ideas y creencias muchas veces incompatibles, bastante arbitrarias, que no respetan sus simbolismos y el lenguaje cifrado que lo caracteriza. Ello produce temor y hasta se traiciona su finalidad original, que es proporcionar esperanza a los que sufren. Su fuerza es ambigua: es capaz de dar vida y también de quitarla. “Por eso, necesitamos tener una profunda experiencia de Jesucristo y hacer una lectura atenta para entender el Apocalipsis y descubrirlo como un libro lleno de esperanza, que nos corre el velo de la historia y nos indica el camino a la salvación”.[1] Tres claves nos pueden ayudar a descubrir el sentido esperanzador del libro: a) la histórica (cómo estaban las cosas en aquel tiempo); b) la simbólica (significado de 21 imágenes que aparecen en el libro); y la teológica (experiencia de Dios, Jesús y la Iglesia). Ap 21.1-8 culmina y contrasta con los eventos escatológicos de los capítulos anteriores, y tiene relación con 21.9-22.9 por su contenido y uso de imágenes. “Una voz del trono proclama que Dios está viviendo entre su pueblo e introduce la proposición de la alianza (21.2). La aflicción y el tormento ya no existen y las primeras cosas pasaron (21.4), el agua de la vida es ofrecida al sediento, y se hace una promesa de reconocimiento como hijo al vencedor (21.7)”.[2]
Dios
se opone a toda forma de sufrimiento (4a)
El Apocalipsis de Juan presenta un mensaje que
trata básicamente de la ejecución de la justicia de Dios en la historia,
realizada principalmente por medio de tres series de juicios escatológicos.
Estos juicios consisten en ciclos de plagas (siete sellos, siete trompetas y
siete copas) […]. Los dos primeros ciclos son parciales, pero el último, el de
las copas, no. Las plagas de las copas siendo una por una radicales, completan
lo que no fue alcanzado en las dos primeras. En el ciclo de las copas, el
juicio de Dios alcanza su clímax con el juicio de Babilonia y de todos los
enemigos escatológicos. […]
…a la descripción de la nueva creación (21.1-22.9),
que culmina y contrasta con los eventos escatológicos anteriores y abre un
nuevo horizonte: el futuro está abierto gracias al juicio justo de Dios sobre todos
los enemigos escatológicos. La nueva creación abre a las comunidades a otra
perspectiva[3]
Al anuncio de
los nuevos cielos y la nueva tierra le sigue inmediatamente un anuncio de
inaudita ternura y compasión: “Lo que el Apocalipsis muestra (es una visión) no
es la totalidad de la historia, ni siquiera la acción clausuradora del juicio
de Dios sobre la historia, sino el amor de Dios y su voluntad redentora”.[4] La
primera acción de Dios en el establecimiento de la Nueva Jerusalén es “enjugar
lágrimas del rostro de los sufrientes, consolándolos con la certeza del fin de
sus dolores (21.4)”. Resulta difícil imaginar una figura más maternal y
compasiva que ésa. Se trata de superar, mediante una actuación directa de Dios,
el sufrimiento humano en todas sus manifestaciones, especialmente el causado
por la obediencia a la fe en el Cordero sacrificado de Dios, una de las
imágenes cristológicas más socorridas de todo el libro. Se eliminan la muerte,
el llanto, el clamor y el dolor, las experiencias humanas más desgarradoras.
“…porque las primeras
cosas pasaron” (4b)
La referencia a las cosas y
experiencias pasadas no es gratuita, pues el objetivo es sustituir
completamente lo antiguo y demostrar su obsolescencia. El viejo orden es
sustituido por el gobierno divino que no puede dejar de ofrecer un bienestar
humano y cósmico absoluto. La superación de los viejos poderes viene a
constituir la realización de la utopía divina: “Esa perspectiva apocalíptica,
al presentar el deseo de un mundo de justicia, el cual fue creado por Dios que
lo mantiene incorrupto consigo, como en la primera creación, se transforma en
una respuesta a la situación en la cual se encontraba la comunidad. Sucede la
destrucción cósmica. El viejo orden pasa y el mar, que representa las fuerzas
míticas del caos —la bestia surge del mar—, ya no existe más: la victoria final
requiere la eliminación del mar como símbolo del caos y la destrucción, origen
de la oposición a Dios”.[5]
Los tiempos pasados aluden a experiencias poco amables, negativas en su mayoría, pues, tal como lo presagió el libro de Isaías, el pueblo de Dios estaba urgido de atravesar por nuevos horizontes según el designio divino. La nueva situación hace que se ponga a un lado todo el mal transcurrido y que ha dejado tristes recuerdos en la memoria. Ir más allá de lo antiguo es una capacidad que transmite Dios a los seguidores/as de Jesús para vislumbrar su futuro siempre lleno de promesas bienhechoras. La ternura del Señor se muestra en toda su plenitud: “Esta imagen de Dios, la de su paciente cariño de madre o de abuelo que sienta sobre sus rodillas al niño lastimado para consolarlo, restañarle sus heridas, alentarlo a la alegría, es la imagen que perdura, la que nos ofrece el Apocalipsis como la imagen final del Dios triunfante. Sin corte burocrática ni séquito de elegidos, Dios se pasea entre su pueblo, al que ha redimido y consolado”.[6]
Conclusión
Hay una apuesta a la fidelidad de
Dios que promete y persiste en la continuidad de las esperanzas, en la certeza
de su intervención y en la expectativa de la destrucción de la historia de
desgracias. La nueva creación ocurre solamente después de la destrucción
cósmica, una destrucción que se volvió necesaria pues el orden se transformó en
desorden en la experiencia de vida de las comunidades. Como en la primera
creación el poder del caos necesita ser sometido para que la nueva creación sea
establecida. Este modo de decir reafirma en las comunidades la certeza de la
victoria final sobre el caos, que no sólo cumple sino que también sobrepasa el
primer orden de cosas. Por esta razón es que, siguiendo la batalla final, el
surgimiento del nuevo orden representa la restauración y confirmación del nuevo
orden.[7]
[1] El Apocalipsis: la fuerza de los símbolos. Quito, Centro Bíblico Verbo
Divino, s.f., p. 3.
[2] José Adriano Filho, “El Apocalipsis de Juan como
relato de una experiencia visionaria. Anotaciones sobre la estructura del
libro”, en RIBLA; núm.
56, 1999, p. 23.
[3] Ídem, “Caos y recreación del cosmos. Una percepción del
Apocalipsis de Juan”, en RIBLA, núm. 56, pp. 94-95, 105.
[4] Néstor O. Míguez, “Juan de Patmos, el visionario y
su visión”, en RIBLA, núm. 56, p. 40. Énfasis agregado.
[5] J.A. Filho, “Caos y recreación…”, p. 111.
[6] N.O. Míguez, Juan de Patmos, el visionario y su visión.
Una aproximación al Apocalipsis, su autor y sus imágenes. Buenos Aires, La Aurora, 2019,
p. 202.
[7] J.A. Filho, “Caos y recreación…”, p. 111.
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