Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz
El que estaba sentado en el trono dijo: “Mira, yo
hago nuevas todas las cosas”. Y me dijo: “Escribe, porque estas palabras son
fieles y verdaderas”. Apocalipsis
21.5, RVC
Trasfondo
L |
a expectación que produce la
visión de Juan a medida que se acerca el final del libro se acrecienta por el
enorme suspenso creado por las palabras enigmáticas, pero profundamente
esperanzadoras que escucha el vidente. A medida que avanzaba su comprensión
simbólica de lo que Dios está haciendo en el mundo para revertir la presencia
del mal, la injusticia y la muerte, la luminosidad del mensaje cristiano de
resistencia espiritual adquirió una fuerza inusitada para sostener la fe de un
pueblo perseguido y siempre al borde del martirio. La afirmación de que se
superarían los aspectos negativos de la realidad para dar paso a la nueva
acción recreadora de Dios se establece como razón de ser de la esperanza. Las
características de la visión se ajustan muy bien a la definición de la
literatura apocalíptica:
Un apocalipsis es un tipo de
literatura de revelación que, en un marco narrativo, presenta una revelación
transmitida por un ser celeste a un destinatario humano y que desvela una
realidad trascendente, a la vez de orden temporal, en la medida en que
concierne a la salvación escatológica, y de orden espacial, por tanto, que
implica otro mundo, el mundo sobrenatural. [Semejante revelación] tiene como
finalidad interpretar las circunstancias presentes y terrenas a la luz del
mundo sobrenatural y futuro e influir a la vez en la comprensión y el
comportamiento de los destinatarios por medio de la autoridad divina.[1]
El trasfondo de los textos antiguos es sumamente importante: “Juan emplea imágenes, tradiciones y símbolos del Antiguo Testamento que describían la restauración de Jerusalén después del exilio, pero que ya fueron reinterpretados en el sentido de los tiempos escatológicos, en los que una nueva Jerusalén y un Templo purificado serían dados por Dios a Israel. En 21.1-8, la fuente principal es Is 65.16b-19 (nueva creación, nuevo Templo, Jerusalén escatológica), pero igualmente Is 25.8 (ya no hay muerte ni lágrimas), así como Lv 26.11 (la tienda de Dios con los hombres)”.
“Mira,
yo hago nuevas todas las cosas” (5a)
El que estaba sentado en el trono
no era el emperador romano. El recurso expresivo utilizado (que también
proviene del AT: Is 6.1; Ez 1.26; Sal 47.8)[2] demuestra una
sólida teología política que es capaz de ver más allá de las apariencias, con
una mirada tenaz que se centra en la realidad absoluta sobre el origen del
poder. “El trono reaparece en 22.1, 3 como la fuente de vida y el centro del culto
de la comunidad, uniendo estrechamente toda la visión culminante”.[3] Sin
decir el nombre de Dios propone una alternativa radical a los poderes del
momento: el que verdaderamente manda es. Dios, el Padre de Jesús, del Cordero,
y que es quien verdaderamente domina todo. Él habla e invita al vidente a
mirar, a " abrir los ojos", a ver la realidad de otra manera. A todo
lo escuchado y observado anteriormente, ahora se agrega que el verdadero Señor
de todo anuncia una nueva creación absoluta, completamente renovada. Su
capacidad creadora, poética (pues ése es el verbo utilizado en el texto
original, poío), es puesta en marcha una vez más, en medio de
circunstancias por demás extremas. La invitación es a mirar a Dios mientras
ejerce su poder creador a fin de superar lo que estaba sucediendo. De tal
dimensión era esto que Dios debe intervenir con todo el peso de su potencia
creadora para solucionar la gran problemática humana y cósmica. “A través de su
integración en el marco de Isa. 65.17-20, la promesa articulada en Is 43.19
escala a proporciones cósmicas. […] El efecto de esta asociación es que la
alusión a Is 43.19 proporciona un nuevo contexto de éxodo para el escenario
escatológico final en 21.1-5a”.[4]
Dios siempre
introduce lo nuevo como parte de sus planes para atender la gravedad de la
situación. Toda alusión a la novedad, a la recreación de todas las cosas
representa o alude a la venida de su Reino pleno de bondades y satisfacciones
para la humanidad y la creación. Dios, desde su más insondable eternidad, se
presenta como quien se identifica con lo nuevo, con lo que va más allá, siempre
en la vanguardia de la vida y del tiempo. “Esto nuevo es enteramente de Dios.
El hombre no participa en ello ni lo contempla en su formación; lo recibe”.[5]
“Escribe,
porque estas palabras son fieles y verdaderas” (5b)
Ese
ser dominador y portentoso es quien ordena al vidente que escriba, esto es, que
registre, que haga inteligibles todas estas cosas (órdenes similares aparecen
en 1.19; 2.1, 8.12, 18; 3.1, 7, 14; 14.13; 19.9), que las comparta con los
destinatarios obligados de este mensaje, pues las palabras en cuestión son
"fieles y verdaderas", es decir, que se cumplirán plenamente y que ya
son una realidad para quien asuma este mensaje como genuino y confiable. A la
invitación a mirar (que se repite varias veces en el libro) le sigue la orden
de escribir, de desarrollar una labor comunicativa expresamente dirigida a
explicar, a interpretar los tiempos y las acciones divinas: lo que está por
venir, pero también lo que está transcurriendo delante de sus ojos de fe como
parte del pueblo de Dios. Transmitir lo visto y oído es parte del mensaje
mismo, puesto que la cadena revelatoria se va desplegando progresivamente para
tener un panorama completo y cumplido de la historia de salvación en marcha: “…el
mandato de escribir en 21.5b sugiere que la ‘composición está escrita por
mandato divino y por esa razón constituye un libro profético’”.[6]
Las
palabras fieles y verdaderas, dignas de confianza y aceptación, funden los
tiempos y las sazones del proyecto escatológico de Dios por encima de los
avatares cotidianos y de los proyectos humanos ligados al poder político y
material: “Estos dos adjetivos individualmente se aplican a Cristo en 1.5 (‘fiel’)
y 3.7 (‘verdadero’), describen a Dios en 6.10 (‘verdadero’) y sus juicios en 15.3
(‘verdaderos’) y 16.7 (‘verdaderos’), y garantizan el contenido de lo dicho en
19.9b (‘verdadero’). Además, las dos palabras aparecen en otra parte en 3.14 y
19.11 para describir a Cristo, y en 22.6 para garantizar las palabras de todo
el libro”.[7]
Cada evento que le da cauce a la salvación final es como una instantánea que se
va proyectando, una y otra vez, para hacer saber a los seguidores del Cordero
que la historia está completamente bajo la conducción divina a pesar de los
episodios mortíferos en que los adversarios de Dios parecen obtener la
victoria.
Los villanos del relato, como se verá más adelante, no tienen la capacidad de controlar lo que acontece, pues son actores de un drama en el que no impondrán sus condiciones ni sus propósitos. Por todo ello, llegar hasta este punto en el Apocalipsis permite verificar cómo se cumplen los designios divinos cuya intención es hacer sentir la supremacía de Dios y de su Ungido a través de la experiencia de fe de su pueblo.
Conclusión
El nuevo orden cósmico indica un
nuevo orden de realidad y de recreación anunciada, y culmina en el
establecimiento de nuevas relaciones de los seres humanos con Dios, de unos con
otros, entre ellos, con los otros seres creados y con el medio ambiente. Esa
perspectiva apocalíptica, al presentar el deseo de un mundo de justicia, el
cual fue creado por Dios que lo mantiene incorrupto consigo, como en la primera
creación, se transforma en una respuesta a la situación en la cual se
encontraba la comunidad.[8]
[1] John J. Collins, cit. por Elian Cuvilier, Los apocalipsis
del Nuevo Testamento. Estella,Verbo Divino, 2002 (Cuadernos bíblicos, 110), p. 6.
[2] David Mathewson, A New Heaven and a New Earth The meaning
and function of the Old Testament in Revelation 21.1–22.5. Londres-Nueva York,
Sheffield Academic Press, 2003, p. 60.
[3] Ibid., p. 61.
[4] Ibid., pp. 62, 63.
[5] E. Cuvilier, op. cit., pp. 55-56.
[6] D. Mathewson, op.cit., p. 74. Cita a David Aune, Prophecy, p. 331.
[7] Ibid., p. 75.
[8] José Adriano Filho, “Caos y recreación del cosmos.
Una percepción del Apocalipsis de Juan”, en RIBLA, núm. 34, 1999, p. 111.
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