15 de abril, 2022
Cerca de las tres de la tarde, Jesús clamó a gran voz. Decía: “Elí, Elí, ¿lema sabactani?”, es decir, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. […] Pero Jesús, después de clamar nuevamente a gran voz, entregó el espíritu.
Mateo 27.46, 50, RVC
Jesús es asesinado públicamente por su pretensión de dar testimonio de un Dios que es incomprensiblemente diferente, a saber, de un Dios que no cabe en ninguna representación humana.[1]
Bárbara Andrade
Trasfondo
El conflicto que Mateo describe en su historia encuentra su resolución en la muerte de Jesús en la cruz. Como muestra Mateo, la muerte de Jesús es deseada no solo por las autoridades religiosas sino también por Dios y Jesús. Las autoridades religiosas matarán a Jesús porque creen que es un falso mesías (27:63) y, en consecuencia, una amenaza tanto para ellos mismos como líderes de Israel como para la existencia misma de Israel. Jesús quiere su muerte porque él, como Hijo obediente de Dios, quiere lo que Dios su Padre quiere (26:39, 42). Y Dios quiere la muerte de Jesús (16:21) porque a través de ella Dios establece un nuevo pacto por el cual Jesús expía los pecados (26:28) y media la salvación para todos (1:21; 24:14; 28:19).[2]
El contubernio para asesinar a Jesús comprometió a las fuerzas más oscuras
del sistema político-religioso del momento. Resulta imposible permanecer
indiferentes ante la escalada de “violencia autorizada” y consensuada que se
fue sumando para llegar hasta los momentos climáticos de la historia. Las
palabras de 26.3-5 son sumamente aleccionadoras: “Entonces los principales sacerdotes,
los escribas, y los ancianos del pueblo se reunieron en el patio de Caifás, el
sumo sacerdote, y se confabularon para aprehender con engaños a Jesús, y
matarlo. Pero decían: ‘Que no sea durante la fiesta, para que no se alborote el
pueblo’”. Aunque, por otra parte, el propio Jesús, con su conciencia de lo que
iba a suceder según el plan divino, conduce los sucesos hasta su culminación: “Es
el partido saduceo (sumos sacerdotes y senadores, aristocracia religiosa y
civil) el que maquina contra Jesús”.[3]
Aproximarse al cap. 26.47-74 y luego a todo el 27 (vv.
1-61) del evangelio de Mateo constituye una experiencia de fe (o de no-fe) que
permite sumarse al crudo relato mediante una lectura que permite varios niveles
de comprensión y recepción. El conflicto expuesto por el autor, así como la
violencia dosificada que en este capítulo llega a los linderos del paroxismo
realista, constriñe a los lectores/as a hacer varios altos en el camino a fin
de asimilar el intenso dramatismo de la concreción de la muerte inocente de
Jesús de Nazaret, el profeta galileo e Hijo de Dios. La acumulación de hechos
encadenados conduce a una vorágine violenta en la que su inocencia destaca todo
el tiempo y la decisión de acabar con su vida pesa enormemente para llegar
hasta los instantes culminantes: a partir de su prendimiento, precedido por la
oración en el huerto (26.39b: “Padre mío, si es posible, haz que pase de mí
esta copa. Pero que no sea como yo lo quiero, sino como lo quieres tú”), que
definió claramente las relaciones entre el designio divino y la dinámica humana
que se venía sobre él, los acontecimientos suman, uno tras otro, elementos que
la imaginería cristiana ha encuadrado sucesivamente hasta alcanzar su
desenlace: el beso de Judas, el interrogatorio de Caifás en el Sanedrín, en
donde pronuncia las palabras inculpatorias, siempre de tono apocalíptico: “…desde
ahora, verán al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poderoso, y venir en
las nubes del cielo” (26.64b), la condena de muerte automática, la negación de
Pedro y finalmente, su entrega al poder imperial romano.
1. Martirio: “Al amanecer… llegaron a un acuerdo para condenar a muerte a Jesús” (27.1b)
Ya en manos de Pilato,
el destino de Jesús era irreversible, pues desde ese momento fue visto como
instigador de una revuelta política, contraria a los poderes de ocupación. En
27.1 se confirma lo acordado al inicio del capítulo anterior: el poder romano
se hará cargo del golpe final, con los ingredientes propios de su estilo de
“administrar justicia” en un juicio sumario. Ello, no sin antes conocer el
arrepentimiento y el triste final de Judas, así como el uso de las monedas de
la traición. El interrogatorio del gobernador fue extremadamente escueto (cuatro
versículos, 11-14, a diferencia del Cuarto Evangelio) y puso sobre la mesa el
verdadero conflicto por el que Jesús no alcanzaría el perdón, incluso ante la teatral
oferta del romano de cambiarlo por Barrabás (15-23), seguida por su lavamiento
de manos (24) y la posterior afirmación del judaísmo entero sobre su
responsabilidad (25b): la frase utilizada podría traducirse así: “Que su sangre
esté, recaiga, rebote sobre nosotros”, puesto que el pueblo, “cegado por
sus jefes cree obrar bien reclamando la muerte de Jesús”.[4] Sus razones son de estricto orden religioso: o confesaban el verdadero
mesianismo de Jesús o lo hacían desparecer. Al optar por lo segundo,
renunciaron a su obligación moral y espiritual de interpretar la posible
realidad mesiánica de Jesús y cayeron en brazos de la injusticia total y
absoluta.
Los azotes gratuitos fueron cortesía de Pilato para congraciarse con los
acusadores (26). Los legionarios tomaron el control de la persona de Jesús y
actuaron en consecuencia, no sin antes parodiar hasta cansarse la improbable
realeza del Señor (27-30): “Quitar a Jesús sus vestidos significa despojarlo de
su identidad. Ellos lo revisten de otra, que no es la suya, y ésa es objeto de
burla”.[5] Se cumplía así el anuncio de que sería entregado a los no judíos, tal como
afirma 20.17-19, que se refiere específicamente a las acciones de burla y
escarnio.
Como a lo largo de toda la pasión, en esta perícopa
se asocian las ideas de Cristo-Rey y del Siervo de Isaías 49-53, “despreciado y
abandonado de los hombres, tenido por nada”. […]
En la persona de Jesús, los soldados se ríen de todo el pueblo judío, al que desprecian, y, como observa [Julius] Schniewind, de la Iglesia cristiana, cuyo rey será siempre el rey irrisorio de este relato. El evangelista, aun viviendo en una iglesia que adora al Cristo glorioso, no introduce en este relato la menor nota de cristología doceta, ni indica siquiera que Jesús está por encima de tales ultrajes o que los ultrajes no le afectan; nada de esto aparece en el texto.[6]
¿Qué vimos en esta escenificación del Juicio de Jesús? Vimos a un Jesús
herido, azotado, que se enfrenta con el sistema político y religioso de la
época. Porque se enfrenta a ambos: con los sacerdotes y ancianos del pueblo
judío que lo juzgan y condenan de antemano, y con el establishment o gobierno
político de Roma.
¿Qué más vimos? Vimos al gobernador Pilato muy
presionado para condenar a Jesús por algo, por un delito que pudiera justificar
y por ello la pregunta inicial: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Con esta
pregunta se podía armar un caso con mucho peso, porque una situación así ante
Roma era subversiva. Sin embargo, Pilato no estaba convencido pues, de hecho,
creía que era inocente: “Pilato trata de liberar a Jesús, pues es consciente
del verdadero motivo de la acusación: los dirigentes judíos ven en Jesús un
rival que los despoja de su prestigio e influjo y anula su dominio sobre el
pueblo”.[7]
¿Qué más vimos? Vimos a las masas, gente que puede
haber escuchado el mensaje de Jesús con beneplácito, pero que no se
convencieron de lo que enseñaba. Los vemos gritando contra Jesús pidiendo su
muerte. Jesús no representaba al Mesías político y militar que esperaban, no
comprendieron al Mesías que Jesús era. Ni su mensaje anunciando el Reino de
Dios.
A los sacerdotes y ancianos del pueblo también los
vimos pidiendo su ejecución porque era un blasfemo y eso conllevaba, según la
Ley, la pena de muerte. Parece que Jesús no tenía en este momento defensa
alguna. Todos estaban en su contra. Pilato lo entregó para la crucifixión.
Pilato cedió ante la necesidad política de estar bien con el emperador, con el
César, y escogió ser enemigo de la justicia.
Mateo nos platica, nos recuerda todo esto para
comunicar el sufrimiento y muerte de Jesús que, aunque anunciado varias veces
antes que esto iba a pasar, para que se cumpliera la Escritura, ninguno se
imaginó que sucedería de esta forma tan violenta y cruel. Quería que supiésemos
que se estaba cumpliendo la voluntad de Dios y Jesús lo sabía y lo había aceptado.
Pero continúa otra escenificación. Pilato entregó a
Jesús a los soldados romanos. Se llevaron a Jesús al palacio y se les ocurrió
una parodia para burlarse de él. Puesto que su acusación era pretender ser un
rey, lo sentaron en un falso trono y le hicieron honores y reverencias. Le
pegaron y escupieron. Todo ello con el beneplácito de las autoridades, porque
esto lo llevaron a cabo en la casa del gobernador, no en una prisión, o en una
mazmorra. Esto fue público.
Mateo 27.27-28: Los soldados hicieron una parodia de
la entronización real de Jesús. Ridiculizaron “al Rey de los Judíos”. No sabían
que, de hecho, se burlaron de un rey. Jesús se sentaría en un trono distinto,
de gloria, estaría sentado a la diestra de Dios. ¿Dónde está ese trono? En los cielos.
Los romanos también se estaban burlando de los mismos judíos que tenían
aspiraciones de un Mesías que les daría la libertad. Como un “vean lo que le
pasa a un aspirante a liberador de Israel”. Fue también una burla a sus
acusadores y a los deseos de independencia que podía tener Israel.
Jesús estaba solo, rodeado de la tropa romana, o sea,
muchos soldados. Lo escupían y se reían de él. Le quitaron su ropa a Jesús (en
esa época presentar a una persona desnuda era una gran humillación), como
despojándolo de quien era, y le pusieron otra que no era la suya, un manto
escarlata de algún soldado, para que pareciera un rey y fuera objeto de burla.
Los soldados romanos trataron de despojar a Jesús de su dignidad.
Esta burda imitación de la majestad en ese vestuario y
los supuestos honores, contrastaron con esa gran tristeza y dolor que ha de
haber mostrado el semblante de Jesús. Pero Jesús seguía con el plan divino de
Dios y no estaba solo.
Mateo 27.29: Y no bastando con despojarlo de su ropa,
le ponen una corona de espinas y le pusieron una vara en su mano, simulando un
cetro. Insignias de majestad para continuar su burla. Todo sin valor, como su
supuesto reino. No sabían que Jesús estaba dando su vida para salvar a todos.
Se vienen a la mente las palabras del Salmista (45.6-7):
Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre;
Cetro de justicia es el cetro de tu reino.
Has amado la justicia y aborrecido la maldad.
¡Qué contraste! Se arrodillaron delante de él y se
burlaban diciendo: “¡Salve, rey de los judíos!”, ridiculizando, así, sus
pretensiones a un reinado, escarneciendo a aquel que sería exaltado a la
diestra de Dios. Y esto nos recuerda lo que Pablo comenta: “Por lo cual Dios
también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre,
para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los
cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra...” (Filipenses 2.9-10). ¡Qué
actuación de los soldados! ¡Qué burla tan sórdida de aquello que más tarde
sería una realidad mucho más exquisita, celestial, divina, de lo que
imaginaron!
En esta época diríamos que a Jesús se le armó un
expediente, un caso sólido para condenarlo, pues todos se pusieron de acuerdo. A
Jesús se le negó todo. Jesús fue una víctima del sistema político y religioso
del momento. Se ensañaron con él los sacerdotes que lo habían condenado a
muerte por razones religiosas y también el gobernador que no lo pudo condenar
por esas razones y cedió a la petición de sedición, rebelión; cedió ante la
presión política de Roma. “El Hijo del Hombre vino para dar su vida en rescate
por muchos” esto es lo que estaba pasando con mucho dolor.
Después, los soldados le pusieron sus vestidos y lo
llevaron para crucificarlo. Y Pilato siguió burlándose de Jesús, y también de
los judíos que lo acusaron al poner en la cruz ese letrero con la causa de su
muerte, con la acusación de Pilato: “¡Éste es Jesús, el rey de los judíos!”. Y
claro que los sacerdotes no estaban de acuerdo con que esto se pusiera allí,
puesto que no era su rey. Pero así se quedó para su disgusto, aunque eso no lo
registra Mateo. Proclamado rey, todos se enteraron de que ese rey de los judíos
había sido sacrificado.
Mateo 27.54: Después de la burla que habían
escenificado los soldados romanos, quedaron aterrados y exclamaron: “¡Éste era
el Hijo de Dios!”. Mateo resalta que unos extranjeros paganos, romanos,
reconocieron que Jesús tenía algo especial, que lo que había dicho era verdad.
Los soldados romanos reconocían que era hijo de Dios, pero si ellos no conocían
al Dios de los judíos, ¿de qué Dios era hijo Jesús? ¿Lo dijeron porque estaban
muy asustados? ¿Lo dijeron porque algo se movió dentro de ellos, si hubo algo
espiritual? Mateo no dice más. Hubo un reconocimiento de algo extraordinario
que ni los judíos lo pudieron expresar. La voluntad de Dios se estaba
cumpliendo en Jesús para toda la humanidad.
3. Victoria espiritual: “¡En verdad, éste era Hijo de Dios!” (21.54b)
Los vv. 32-50 amplifican
el tono de sufrimiento que se va sucediendo progresivamente, aun cuando su
sobriedad “no es sólo de un gran efecto pedagógico. Pretende poner de
manifiesto, lo mismo que los ultrajes en el pretorio, que Jesús realmente fue
‘entregado’ al dolor y a la soledad”.[8] La figura de Simón de Cirene (costa norteafricana; 32, ampliamente trabajada en
Lucas) contrasta con la de Simón Pedro: “mientras éste ha renegado de Jesús
(26,69-75), aparece aquí la figura del discípulo que sigue a Jesús hasta la
muerte (16.24). Dentro del Israel mesiánico contrapone Mt a los que esperaban
un Mesías restaurador de la gloria de Israel (Pedro, cf. 16.22s) y a los que
han comprendido el mensaje de Jesús y lo llevan a la práctica”.[9] Finalmente llegaron al lugar de la Calavera, adonde continuaron las burlas
y los actos ignominiosos (vino con vinagre, repartir su ropa; 34-35), el
letrero sobre su carácter real (37), su colocación al lado de ladrones (38),
además del escarnio por algunos de sus dichos (39-40). Los sacerdotes,
escribas, fariseos y ancianos parodiaron también sus palabras acerca del
cuidado divino y su realeza (41-43) e incluso sus acompañantes en la cruz se
mofaron de él (44). Todo ello, sumado en un aluvión de episodios
que desembocó en los instantes finales de su vida. Nadie comprendía lo que
estaba pasando.
La observación de los acontecimientos colaterales (45: oscuridad durante
tres horas) corona el relato: el grito desgarrador de Jesús, basado en el Salmo
22 (“Elí, Elí, ¿lema sabactani?”), causó confusión por
la afinidad con el nombre de Elías (otra burla: 47-49). “La angustia que revela
el grito muestra su perplejidad sobre la eficacia de su muerte en la historia.
El tremendo escándalo de que Dios no salga en defensa del Mesías rey de Israel
es el que causa la incredulidad del pueblo”.[10] Jesús no pronunció una sola palabra, lo que dio a las burlas un carácter mayor.
Sus dos gritos (46, 50) son de aflicción; el primero, “quizá no exprese un
‘reproche amargo’, sino más bien una protesta filial, una aflicción tanto más
real por cuanto no abandona el plano de la fidelidad al Dios que salva”.[11]. Inmediatamente después, con otro grito estentóreo, “entregó el espíritu”
(50b), con lo que se consumó el proyecto divino de entrega total, lo que desencadenó
diversos fenómenos: se rasgó el velo del templo, hubo un terremoto, las rocas
se abrieron y algunos muertos resucitaron (51-53); expresan el significado
teológico de todo lo acontecido. Por último, de los labios aterrados del centurión
y los soldados surgió la afirmación de que Jesús verdaderamente era el Hijo de
Dios (54b), aun cuando eso no fue propiamente una confesión de fe. Así se
realizaba la victoria espiritual de Jesús en la cruz.
Conclusión
Las consecuencias de la muerte injusta y violenta de Jesús siguen vigentes
hasta nuestro tiempo, pues el hecho de asumir la responsabilidad de lo sucedido
no resuelve el problema ontológico y teológico de su muerte auténtico hombre y
como auténtico Hijo de Dios. Si Dios acompañó a su Hijo en la cruz, también lo
acompañó el resto del tiempo hasta la resurrección. De ahí que pueda hablarse
de genuina victoria espiritual procedente del martirio y la falsa entronización
que atravesó. Así es como resumió Moltmann la radicalidad teológico-política y,
por ende, espiritual, del impacto de la cruz de Jesús de Nazaret:
Se echa en falta una interpretación teológica del
proceso político de Jesús. Tampoco se ha estudiado teológicamente que Jesús
no murió apedreado, sino ajusticiado por los romanos. Están por sacarse las
consecuencias políticas de la revelación de Dios en el Crucificado. Si cabe
hablar históricamente de un “error jurídico” del poder de ocupación romano dado
que Jesús no luchó contra Roma para conseguir la independencia judía,
desapareciendo así el fundamento jurídico para su crucifixión, sin embargo, su
mensaje escatológico de la libertad constituye implícitamente un ataque mucho
mayor al Estado religioso como tal.[12]
La crucifixión
Pier Paolo Pasolini (1922-1975)
Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado:
escándalo para los judíos, estupidez para los
gentiles.
Pablo, Epístola a los Corintios
|
y Él muere ante los ojos
de todos: incluso la madre
bajo el pecho, el vientre, las rodillas,
mira Su cuerpo padecer.
El alba y el véspero Le dan luz
a los brazos abiertos y abril
enternece Su exhibición
de la muerte a miradas que Lo queman.
¿Por qué Cristo fue EXPUESTO en la Cruz?
¡Oh, turbación del corazón del jovencito
ante el desnudo cuerpo... atroz
ofensa a su crudo pudor...
el sol y las miradas! La voz
extrema pidió a Dios perdón
con un sollozo de vergüenza
roja en el cielo sin sonido,
entre pupilas frescas y aburridas
de Él: muerte, sexo y picota.
el pobre Cristo clavado?),
la claridad del corazón es digna
de todo escarnio, de todo pecado
de toda desnuda pasión...
(¿quiere decir esto el Crucifijo?
sacrificar cada día el don
renunciar cada día al perdón
asomarse ingenuos al abismo).
Nos ofreceremos en la cruz
a la vergüenza, entre las pupilas
límpidas de alegría feroz,
descubriendo a la ironía las venas
de sangre del pecho a las rodillas,
mansos, ridículos, temblando
de intelecto y de pasión en el juego
del corazón quemado en su fuego,
para testimoniar el escándalo.[13]
[1] B. Andrade, Pecado original ¿o gracia del perdón? Salamanca, Secretariado Trinitario, 2004, p. 75.
[2] Jack Dean
Kingsbury, Matthew: Structure, Christology, Kingdom. Minneapolis,
Fortress Press, 1989, pp. xi-xii. Versión propia.
[3] J. Mateo y F.
Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Madrid, Ediciones
Cristiandad, 1981, p. 249.
[4] P. Bonnard, Evangelio según san Mateo. p.
595.
[5] J. Mateos y
F. Camacho, op. cit., p. 271.
[6] P. Bonnard, op.
cit., pp. 597, 598.
[7] J. Mateos y F. Camacho, op.cit.,
p. 269.
[8] Ibid., p. 599.
[9] J. Mateos y F. Camacho, op. cit., p. 271.
[10] Ibid., p. 276.
[11] P. Bonnard, op. cit., p. 605.
[12] Jürgen Moltmann, Teología política, ética
política. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1987 (Verdad e imagen, 99), p. 38.
Énfasis agregado.
13 Versión de Ana María Gazzolo, en https://revistas.ulima.edu.pe.
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