jueves, 14 de abril de 2022

Comunión, fe y compromiso: Jesús cena con sus seguidores/as (Mateo 26.17-29), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz


Giampetrino, La última cena (1495/1497)

14 de abril, 2022

Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre. Mateo 26.29, RVC

Entre los discípulos, unos habían huido, otros asistían al suplicio entre las mujeres. Judas, sólo Judas, atestigua a favor de Jesús, a cara descubierta, en voz alta, en la hora del abandono. Solo, sin miedo frente a Caifás, ante el Consejo, atestiguó diciendo: “Poned en libertad al inocente y tomad el dinero”. Respondieron: “Guarda tu bolsa, qué nos importa”. Sí, qué os importa el inocente, jueces… Judas corrió gesticulando al templo. Atestiguó ante nadie que ese hombre era inocente. Lanza del Vasto

 

Trasfondo

“La pasión de Jesús se desarrolla ante todo en medio de la comunidad de discípulos; es allí, en primer lugar, donde es entregado (vv. 21, 23, 24-25) y donde ‘da’ su cuerpo y su sangre” (Jean Radermakers). En efecto, es aleccionador para nuestras comunidades el que este relato de la institución quede enmarcado por la traición de uno de los doce y por el anuncio de las negaciones de Pedro”.[1] Después de la entrada de Jesús a Jerusalén, suele descomponerse el esquema que traemos en la mente sobre los demás sucesos, debido al esquema que califica a cada día nuestro con una palabra: autoridad, controversia, silencio, conceptos completamente ajenos al proyecto de Mateo, quien agrega a su relato situaciones complejas que se acumularon a medida que avanzaban estos días. Los gestos y parábolas de Jesús son colocados en segundo plano con el riesgo de perder la perspectiva abrumadora de lo que el autor incluyó por considerarlo necesario (acciones, parábolas, debates teológicos, discursos apocalípticos…). En el cap. 23, por ejemplo, desenmascara duramente a los letrados y fariseos (vv. 1-36), y se lamenta fuertemente sobre la ciudad como asesina de profetas (vv. 37-39) y sobre su destino (24.1-44) para cerrar con los anuncios escatológicos (25.31-46). Son segmentos discursivos de gran aliento y enorme profundidad. Con el cap. 26 entramos, en la narración de Mateo, a “terreno minado”, puesto que allí da inicio la pasión del Señor propiamente dicha, que abarca tres capítulos densos y dramáticos.

“De cierto les digo, que uno de ustedes me va a traicionar” (26.21b)

Dominada por el anuncio formal de 26.1-2 (“Cuando acabó este discurso, dijo Jesús a sus discípulos: ‘Como ustedes saben, dentro de dos días se celebra la pascua, y el Hijo del Hombre será entregado para ser crucificado”), la narración cobra un ritmo frenético y describe cada suceso con firmeza: primero, muestra el arreglo para apresar a Jesús y matarlo (3-5), luego Jesús es ungido en Betania (6-13), Judas lo traiciona (14-16) y, finalmente, se prepara la mesa para la celebración de la Pascua (17-19). La traición misma forma parte de relato de ésta y la acompaña desde su ignominia (20-25) como elemento intrínseco y de ruptura al instante mayúsculo que vendría con la nueva ceremonia realizada por el Señor Jesús. El contraste entre ambos destinos es destacado de forma precisa: “A decir verdad, el Hijo del Hombre sigue su camino, como está escrito acerca de él, ¡pero ay de aquél que lo traiciona! ¡Más le valdría no haber nacido!”. (24). Jesús no tenía alternativa, pero Judas bien pudo haber escogido otro rumbo para su vida.

Por ello este hombre se volvió personaje de novelas de muy alto voltaje, como es Judas (1932; México, Jus, 1998), del franco-italiano Giuseppe Lanza del Vasto (1901-1981), que explora los mundos interiores de una mente atormentada: “Su unión con el profeta nazareno no alivia su insatisfacción y sentimiento de aislamiento, Judas se siente desdeñado y experimenta amor, pero también una profunda envidia, tanto por los dones del maestro, como por su hosca sabiduría”. Y se agrega: “Judas, con sus miedos, su sobrevaluación de la inteligencia y su soberbia resulta, para este escritor en busca de certezas, una imagen reveladora de la deriva espiritual del individuo contemporáneo y del puñado de personajes contradictorios que se agitan en el interior de cada conciencia”.[2] “Jesús va estrechando el circulo de los posibles traidores (v. 21: ‘Uno de vosotros’; v. 23: ‘en la misma fuente’). A la primera denuncia todos reaccionan, excepto Judas. A la segunda se ve forzado a reaccionar. Sin reproche alguno, Jesús identifica al traidor, aunque no necesariamente a los oídos de todos”.[3] Acaso por ello este versículo es “tan hiriente para nuestra sensibilidad moderna”.[4]

“…No volveré a beber de este fruto de la vid…” (26.29)

“La Pascua va a ser celebrada y en consecuencia el Hijo de hombre va a ser entregado (paradídotai: el presente indica que el acontecimiento inminente está ya inscrito en el designio de Dios, antes incluso de que los jefes del pueblo hayan deliberado sobre él). El Cristo mateano toma aquí la dirección de todo el drama que se va a desarrollar, domina la situación y, sin embargo, sus sufrimientos no perderán nada de su realidad humana: es Cristo-Jesús (v. 1) quien va a sufrir”.[5] Este horizonte teológico y literario preside el espíritu del relato de la celebración de la Pascua judía y de su transición al sacramento cristiano que actualiza y aviva el recuerdo de lo sucedido a Jesús antes, durante y después de la cruz. Se trata del establecimiento de un nuevo pacto, de una nueva alianza, largamente atisbada y anunciada por los profetas. ¿Cómo debía realizarse, cuándo y en qué momento se llevaría a cabo en la historia?

 

El relato de la institución, muy cercano al de Marcos, recoge probablemente el texto litúrgico de las comunidades judeo-cristianas. Por este gesto profético, Jesús vive de antemano su propia muerte. Mateo ilumina su sentido cuando añade: “para remisión de los pecados”. Aquí se inscribe además uno de los tres “a partir de ahora” de su evangelio: poco antes de su pasión, Jesús se despidió de los judíos diciéndoles: “A partir de ahora, no me veréis hasta que digáis...” (23.39); aquí se despide de sus discípulos; y delante del Sanedrín declarará: “A partir de ahora, veréis al Hijo del Hombre...” (26.64), ese Hijo del Hombre que se manifestará a los discípulos el día de pascua.[6]

 

Jesús asumió la función del padre de familia en la celebración de la Pascua, pero, a diferencia de él, no expuso la historia de lo sucedido en Egipto, sino que centró el acto en su propia persona. Esta nueva “liturgia” arraigó “en el hecho histórico de los sufrimientos y de la muerte histórica de Jesús de Nazaret”.[7] El elemento totalmente nuevo del v. 26, en relación con la pascua antigua, lo constituyeron las últimas palabras: “Esto es mi cuerpo”. El nuevo pacto se fundamenta en lo sucedido al cuerpo y la sangre de Jesús entregados voluntariamente; sangre “derramada por muchos, para perdón de los pecados” (v. 28). El remate es eminentemente escatológico: “Así, pues, mediante el nuevo banquete, los discípulos quedan asociados al sacrificio (único) de Cristo. […] Lo que interesa al pensamiento evangélico son las obras y las palabras de esta presencia [en comunión con el Señor]. Aquí, la obra realizada en la cruz, palabras de Cristo a sus discípulos y, sólo al fin de los tiempos la presencia, es decir, la parusía manifiesta y sensible en el reino”.[8]

 

 Conclusión

 

Contrapone Jesús “este producto de la vid” y “el nuevo”. Son dos calidades de amor al hombre: el que debería existir en Israel en virtud de la antigua alianza (21.34: el fruto de la viña) y el que corresponde a la alianza de Jesús. A él ya no Ie basta el amor exigido por la primera (22.39: el amor al prójimo como a sí mismo, el derecho y la justicia; cf. ls 5.7). EI amor nuevo es el vino que ha ofrecido en su copa y que los discípulos aún no han bebido; tendrá plena realidad en su muerte, y consiste en el servicio a los hombres hasta dar la vida (20.28).[9]

 

Sentarse a la mesa del Señor es una vivencia espiritual que conecta todos los tiempos: el pasado, con la Pascua antigua del Éxodo, el presente, con el cumplimiento de la promesa del Señor de acompañar siempre a su pueblo, y el futuro, el horizonte final de comunión y compromiso absoluto ante su presencia definitiva y eterna.

 

           Atisbó la cruz lentamente

sus ojos tras la huida

de sus seguidores se posaron

fijamente en el cielo

De ahí venía su destino

agregado al calor de los sucesos

 

Se dibujó en su rostro la desdicha

y el rumor de la vida se deshizo

entre brumas de sueños y anhelos

 

Un huerto esperaba sus pisadas

donde habría un soliloquio desolado

una entrega decidida para siempre

un diálogo profundo en silencio

 

Violencia dosificada

administrada por los poderes criminales

dueños ya de su existencia

regentes de su camino

y la angustia se hizo omnipresente

 

Las palabras surgidas de esos labios

eco fueron de ese sufriente corazón

simultáneo al dolor y la cesura

de afrontar el reverso de la vida

 

Amor torturado

en las mazmorras de la historia

 

(Comunión dolorida)[10]



[1] P. Le Poittevin y Etienne Charpentier, El evangelio según san Mateo. 8ª ed. Estella, Verbo Divino,1987 (Cuadernos bíblicos, 2), p. 62.

[2] Cf. Armando González Torres, “Judas, el apóstol traidor”, en Milenio, 13 de abril de 2019, www.milenio.com/cultura/laberinto/judas-el-apostol-traidor.

[3] J. Mateos y F. Camacho, Evangelio de Mateo. Lectura comentada. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1981, p. 254.

[4] Pierre Bonnard, Mateo. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1976, p. 563.

[5] P. Le Poittevin y E. op. cit., p. 62.

[6] Ídem.

[7] P. Bonnard, op.cit., p. 566.

[8] Ibid., pp. 567, 569.

[9] J. Mateos y F. Camacho, op. cit., pp. 255-256.

[10] L. Cervantes-O., Itinerario cierto. Santiago de Chile, Hebel Ediciones, 2016, pp. 23-24.

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