30 de octubre, 2022
A 505 años del inicio de la Reforma del siglo XVI, recordamos al monje agustino, Martín Lutero, pega en la puerta de la catedral de Wittenberg sus famosas 95 tesis, que denunciaban los errores de una iglesia alejada de la Palabra, un sacerdocio alejado del ejemplo de Cristo, y una misión evangélica alejada del amor al prójimo; reconocemos que hoy también las iglesias cristianas tenemos que redescubrir nuestra historia. Una iglesia sin historia es una iglesia sin identidad, sin claridad ni criterios, y se cae fácilmente en el caos. Recordamos hoy a nuestros abuelos y abuelas espirituales, los reformadores y las reformadoras; para no olvidar que no podemos, no debemos, no necesitamos como dice la palabra, conformarnos a este siglo, antes bien como transgresores profetas y profetisas que claman y reclaman otro mundo posible. ¡Aún nos queda mucho por reformar!
Es importante recordar que la Reforma del siglo XVI fue multifacética. Además de la Reforma luterana y la Reforma calvinista, fue muy importante la Reforma radical anabautista, de la cual bebemos las iglesias bautistas. Pero una característica de todos estos movimientos es que todos miraban hacia el futuro, otro futuro posible renovado y en constante renovación para las comunidades cristianas nacientes y crecientes a lo largo de la historia.
Por demás desafiante y provocador es el tema que esta comunidad ha seleccionado para las meditaciones de este tiempo: "Dios Reformador, mediante su Espíritu y los procesos históricos", porque justo es el Dios de la vida, el Verbo que se hizo carne en Jesús, y el Espíritu que como viento y fuego se mueve a través de la gracia, multiforme, diversa y abierta, porque un Dios Reformador, es un Dios vivo y en movimiento, es un Dios transformador a de los corazones humanos y del corazón de esta tierra que gime y clama con dolores de parto.
¿Qué enseñanzas fundamentales debemos recordar este domingo respecto a lo que nos heredó la Reforma del siglo XVI, y los posteriores movimientos evangélicos? ¿Cuál es nuestro compromiso hoy como iglesias cristianas en estos tiempos de clara emergencia espiritual? Y vaya si tenemos desde nuestro México, urgencias que atender y misiones que cumplir. Es tiempo sí de una reforma espiritual profunda, aquí y ahora.
Y el texto de la Palabra de hoy, en 2 Crónicas 35:10-19 que ilustra un acto litúrgico, inspirador y conmovedor, la celebración de la Pascua del pueblo, guiada por el Rey Josías, da cuenta al seguimiento de este proceso reformador, no sin luchas ni contradicciones, pero sí como una tarea inaplazable: desde la formación de una conciencia religiosa, desde la Palabra como guía y luz, desde el imaginario profético, que proyecta la aplicación de reformas integrales. Viene ahora el culmen de este peregrinaje, la Pascua, la cual abre nuevos horizontes de esperanza y futuro, todo un acontecimiento espiritual trascendente para el caminar de este pueblo.
Esta pascua, la última de Josías. El rey niño, adolescente, joven (26 años) que narra una vida centrada en la misión de ver por su pueblo que había perdido el rumbo, los valores, la identidad. Y aquí nadie se escapa a Josías, que tiene varias facetas, actúa como rey en su autoridad, pero como profeta en denunciar lo que no cabe en el proyecto de Dios, la injusticia y la corrupción; como sacerdote, porque intercede y media para convocar al cambio. Y más, ¿no es Josías aquí el pastor que acompaña hasta el final en entrega y sacrificio, en cuidado y atención al corazón? Porque todo en la vida de Josías confirma la apropiación de un llamado a trascender y dejar huellas, cuando Josías muere, la historia de la salvación continúa.
Asumió su responsabilidad sin moverse un ápice de sus convicciones de fe y afrontó las consecuencias, sabiendo que lo que hacía no por su voluntad personal, sino por la convicción de estar haciendo la voluntad de Dios para bien de su pueblo. Josías discierne, hoy hay que celebrar la pascua y dar honra a este Dios que hasta aquí nos ha acompañado y hasta hoy le he servido. La pascua de Josías es una pascua de reforma, pascua que funge como espejo de la última pascua de Jesús celebrada con sus discípulos momentos previos a sus últimos días de ministerio terrenal (Juan 13). ¿Qué luces nos ofrece esta pascua de reforma?
Pascua de la confirmación al servicio (vv. 2-3 y 10). Josías convoca, confirma y recuerda a los líderes que son llamados para honrar a Dios y a su pueblo; hay que prepararse para la pascua. Porque, después de tantos avatares, esta pascua tiene que recordarnos siempre la liberación de los cautiverios, esclavitud y liberación son, pues, las piedras fundantes de Israel; una experiencia que requiere una continua travesía, de manera que ninguno olvide la alianza que Dios establece con su pueblo.
Y es en esta tensión de estar siendo transformados que Dios nos confirma para el servicio, aceptos y redimidos, como sanadores heridos (Nouwen) que por la gracia y misericordia de Dios, bendecidos con dones y talentos, con apostolados que ejercer, porque el llamado de Dios es irrevocable. Porque libertados del pecado, ahora venimos a ser siervos de la justicia, si buscas el Reino primero para servir, y todo lo demás viene como añadidura de la bendición de Dios(Mat. 6.33). Esta pascua del Espíritu, invoca "la luz de Dios y que confirme la obra de nuestras manos sobre nosotros" (Sal. 90.17).
Pascua de la comensalidad (vv.11-13). Todo lo preparado y consagrado, era igualitariamente repartido a cada familia del pueblo, para que estos a su vez honraran a Dios con su ofrenda. Aquí no hay maná guardado para mañana, porque se pudre y se echa a perder. Esta es la pascua de la comensalidad, lo colectivo y lo comunitario, la sensibilidad de preparar, dar y compartir, porque esto consagrado a Dios, ya no es tuyo, ni mío, sino de todos/as y para cada uno/a. Es el ubuntú, “yo soy si tú eres”, comensalidad es crear humanidad.
Nos evoca la comensalidad de Jesús, la cual es abierta y sin exclusión, tantas veces criticada y confrontada por los pruritas religiosos y defensores de la regla y el dogma, pero no así del amor y la misericordia de Dios; ni de la encarnación de Jesús; menos de la libertad del Espíritu que sopla donde quiere y se mueve por donde quiere. Esta pascua del Espíritu da lo "que se propuso en el corazón, no con tristeza o por necesidad, porque Dios ama al dador alegre" (2 Cor 9.7).
Pascua del nuevo ejercicio del poder (vv. 14-16). Josías ha hecho bien su labor, y en la asignación de la organización (liderazgos) tanto los sacerdotes, los levitas, los cantores, los porteros, todos/as y cada uno/a, conocían y ejercían a cabalidad su función en todo este tiempo de celebración de la pascua. No se estorbaban, veían por los demás, no se quejan de los otros, no se entrometen, sino más bien, son humildes para estar al pendiente de sus responsabilidades. Un nuevo ejercicio del poder, sin egos, ni orgullos, porque se sirve a Dios, nos reconocemos y admiramos, nos hacemos hermanos y hermanas en Cristo, por gracia de Dios.
Porque Dios es el que llama, y no es en función del sexo, género, la clase, tus estudios, a ejercer un ministerio de servicio, aquí todos/as son bienvenidos/as a ser discípulos/as y siervos/as. Que no nos enreden las luchas de un poder insano, porque cada uno tiene su función en el cuerpo, y nadie es más que el otro. Esta pascua del Espíritu recuerda el llamado de Jesús ante el poder entre los suyos: "Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor" (Mt 20.26).
Pascua con trascendencia de futuro. Cierra el texto diciendo: "Nunca fue celebrada una pascua como esta en Israel…como la que celebró el rey Josías” (v.18). Qué epílogo para un acontecimiento que dejaba huella para la historia. ¡Una pascua inolvidable! Porque fue una pascua vivida, pasada por el corazón y por los cuerpos. Días de comunión, de gratitud y esperanza, cómo hacen bien los días de fiesta y de encuentro, sobre todo, qué bien hacen los espacios de solidaridad y generosidad, de estar vigilantes y siendo compañía para los demás.
Una pascua comunitaria, que va anunciando la posibilidad de ser verdaderamente un pueblo que renueva sus fuerzas y sus posibilidades para redescubrir su identidad, pero también su misión. La semilla habría sido sembrada y ya Dios daría los frutos en el pueblo, pero algo muy bueno e imborrable queda en la memoria de este pueblo, y nadie se los podría quitar, la experiencia de la vida en comunidad y la certeza del acompañamiento de Dios. Esta pascua del Espíritu “que ve un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21.1), promesa y realidad en Cristo Jesús.
Que la Pascua de Reforma renueve nuestros corazones para una celebración de nuestras propias pascuas como iglesia, que sean sal y luz para cada corazón herido, en nuestra familias, ciudad, nuestro país, este mundo. La pascua de un nuevo reino…
Un nuevo reino está amaneciendo,
un nuevo reino está naciendo
un nuevo reino está surgiendo,
entre las ruinas de un viejo imperio,
Es un reino de paz, es un reino de
amor,
es un reino de justicia y libertad,
donde reina la igualdad
donde reina la hermandad,
donde reina el Rey de verdad. Amén.