12 de marzo, 2023
Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que siembra ni el que riega son algo, sino Dios, que da el crecimiento.
I Corintios 3.6-7, Reina-Valera Contemporánea
Trasfondo
Crecer espiritualmente, madurar, consolidarse, alcanzar buenas alturas,
en fin, hay varias maneras de decirlo, pero siempre será posible acercarse al
texto sagrado para puntualizar y redefinir adecuadamente lo que se tiene en
mente a la hora de referirse a la necesidad de no quedarse en el mismo nivel
indefinidamente. El verbo crecer (auxáno) y sus derivados aparece
unas 22 veces en el Nuevo Testamento, 4 de las cuales en las cartas a los
Corintios, 2 en Efesios y 3 en Colosenses. Siguiendo el uso de uno los verbos referidos
se puede afirmar: “Sólo Dios puede hacer crecer la comunidad (1 Cor 3.5-11); es
decir: sólo recordando el origen, que fue dado en Cristo Jesús (1 Cor 3.11),
puede acontecer un crecimiento auténtico de la comunidad (firme, themélios).
Por cierto que no se trata solamente de un aumento numérico, sino de un crecimiento
cualitativo, o sea, del afianzamiento de la comunidad en Cristo, que tiene
como consecuencia las buenas obras (2 Cor 9.6-11)”.[1] De
modo que el uso paulino maneja este matiz fuertemente.
En los años 60 y 70 del siglo pasado, el teólogo católico uruguayo Juan
Luis Segundo, uno de los fundadores del nuevo pensamiento cristiano
latinoamericano, lanzó una serie de “teología abierta” pensada para el “laico
adulto”, es decir, aquella persona capaz de dialogar y discutir sobre su fe sin
temores ni cortapisas de ningún tipo. Los subtítulos de los tomos son
elocuentes: Esa comunidad llamada iglesia; Gracia y condición humana;
Nuestra idea de Dios, Los sacramentos hoy; Evolución y fe.[2]
Ese proyecto apuntaba precisamente a incluir a los integrantes de la
iglesia en algo que ha parecido negado para ellos/as durante mucho tiempo, pues
se duda, al parecer, de su madurez para participar.
Beber “leche”, en vez de alimento
sólido (vv. 1-3)
“Crecer” significa que el evangelio no llama a los hombres a una existencia carente de historia, sino que los cristianos (dentro de la comunidad del pueblo de Dios) son situados en un proceso histórico determinado por la promesa del reino universal de Cristo. Supuesto que judíos y paganos se encuentran dentro del proceso de crecimiento como niños ante el Señor de la iglesia, se le abre a la comunidad una nueva dimensión en el crecimiento, que apunta a una construcción única. “El crecimiento de la iglesia hacia su propia santidad en Cristo es un proceso permanente. Así lo muestra el presente de aúxein. Aúxein es el modo de ser de la iglesia. Existe iglesia, en cuanto que crece. Sólo de este modo se ha de entender siempre su santidad: es santa y se va haciendo siempre santa; y ambas cosas in Christus” (H. Schlier, loc. cit., 144).[3]
La rivalidad entre diversos grupos de la comunidad de fe de Corinto (que
ya había mencionado en 1.10-17) es un signo, para san Pablo, de falta de
crecimiento y de inmadurez. Por ello no pudo hablarles como a “personas
espirituales” (pneumatikois) sino como a “gente carnal” (sarkínois),
“niños en Cristo” (nepíois, v.1). “Pablo se dirige a toda la iglesia, no
solamente a los que pudieran ser los líderes de los distintos bandos. Tanto líderes
como seguidores son responsables de la situación de la iglesia, y todos deben
cumplir su parte en corregirla”.[4] Pablo
trata a los corintios como personas retrasadas, pues su escaso desarrollo en la
fe no les ha permitido llegar a la adultez. Cuando estuvo entre ellos (casi dos
años, desde el otoño de 50 d.C., Hch 18.1-21), debió alimentarlos como una
madre que provee el alimento básico pues aún la criatura no puede digerir
cómida sólida. Para él, los corintios aún no superaban esa etapa.
El
contraste entre personas natuales y espirituales del cap. anterior es
desarrollado aquí con un énfasis exhortativo al usar otra palabra para referise
a quienes no son espirituales sino “carnales”, adonde aparece otra palabra (sarkínois).
Los celos las contiendas y las disensiones (v. 3) entre ellos demuestran que lo
son, aun cuando el término no es en sí despectivo, pues indica “la condición
humana con todo lo que ésta conlleva de vulnerabilidad e impermanencia”,[5]
pero cobrará un sentido negativo para quienes en esa ciudad pretendan haber superado
esa condición corporal por medio de alguna iluminación religiosa superior o esotérica.
Pablo usa luego otro término, sarkikoi, “carnales” (v. 3), ésta sí de fuertes
connotaciones peyorativas, para decir a sus lectores que se comportan según “criterios
puramente humanos” (VP), “igual a todos los demás” (BLA), que viven de acuerdo
con el sistema de “este mundo” opuesto a Dios (cf. 2.6, 8). La carnalidad de
los corintios queda patente en las “envidias y discordias” (3.3 VP) que surgieron
al exaltar “una tendencia espiritual sobre otras (3.4), de su orgullo (3.21;
4.18), de su disposición a creerse sabios (3.18) y a juzgar a otros (4.3, 5)”.[6]
¿Por qué los condena tan fuertemente?: porque siendo cristianos/as —con todo lo
que implica de “seguimiento de un crucificado” (“La aceptación de la cruz es la
piedra de toque para reconocer a un hombre espiritual, y no la adhesión a un
predicador u otro, ya que se les juzga con criterios meramente humanos y no
segun la originalidad completa y total del evangelio”.[7])—
los corintios “proceden como gente cualquiera” (NBE). Los cristianos de eran “carnales”
porque se conducían según los valores de su sociedad, muy competitiva e
individualista, orientada a la superación de unos sobre otros, sin importar lo
que pasaba con los de abajo.
El crecimiento lo da el Señor (vv. 4-9)
Decir que se pertenece a Pablo o a Apolo
(v. 4) es la actitud más carnal que podía identificarse: “Los líderes son
servidores, no competidores”, escribió Irene Foulkes,[8]
porque, en efecto, no existió competencia alguna entre Pablo y Apolo como
colaboradores (diákonoi, v. 5) de Dios en Cristo para anunciar el
Evangelio a los corintios. “A distinción de lo que pretenden los grupos en
pugna, los apóstoles no representan escuelas rivales de pensamiento que
compiten por la adhesión de los hermanos. Tampoco son caudillos que forman bandos
propios. Al contrario, Pablo reclama en forma enfática que son ‘simplemente
servidores’ (VP) que abrieron el camino para que los corintios llegaran a la
fe”.[9]
Pablo, siendo apóstol fundador, no asume, así, un lugar de conducción que le
proporcione preeminencia sino que lo expone con humildad y rechaza que algunos
se llamen “paulinos” en su honor: “¿Acaso Pablo fue crucificado por ustedes?
¿O fueron ustedes bautizados en el nombre de Pablo?” (1.13b), frases que luego
repetiría Lutero. Pablo sembó y Apolo regó, pero el crecimiento únicamente lo
proporcionó el Señor Jesús (6-7), siguiendo la metáfora agrícola. La relación
labradores-plantación fue la que causó el conflicto… y lo sigue causando hasta
hoy; y cada quien “recibirá su recompensa” (8) como “compañeros de trabajo de
Dios” (NT interlineal; synergoi, “sinergia”, “colaboración estrecha”)
que es (9a).
Porque
la iglesia es una construcción de Dios únicamente, la “tierra de
cultivo” (geórgion) y el “edificio” (oikodomé) que son solamente
suyos (9b). la única ambición de cada líder-servidor/a debe ser la de gloficar
a Dios mediante la promoción de la vida de todos/as y la capacitación para
desarrollar sus propios dones: “Con este lenguaje parabólico Pablo comunica una
vez más a los corintios que en la labor eclesial no se trata de enseñanzas
rivales sino de ministerios distintos, todos necesarios para la vida de la
congregación. En cada ministro y en cada tipo de ministerio, Dios es el que
está a la obra. Con esto Pablo ilustra anticipadamente las conclusiones a que
llegará en 4.1-5. 112 Queda desbaratada cualquier pretensión polémica que los
quisiera poner en competencia unos contra otros”.[10]
Conclusión: O crecemos todos o no
crece nadie
¿Cómo
podemos dejar de ser carnales [y así, crecer de verdad]?
En algo la sociedad
de nuestro tiempo se parece a aquella de Corinto. Fomenta el egoísmo y defiende
la estratificación social; nos induce a pensar que la persona que triunfa sobre
los demás merece elogios. La mayoría de los cristianos tenemos que confesarnos
carnales, pues. Somos carnales cuando aceptamos esas normas sin cuestionarlas
basados en los valores que Dios nos comunicó en la persona de Jesucristo. Estos
valores contradicen los criterios que predominan en la gente y la sociedad, como
el egoísmo, el arribismo, la manipulación de otros para nuestro propio bien y
la explotación sistemática de los más débiles.[11]
[1] W. Günther, “Crecimiento”, en L. Coenen et
al., dirs., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. I. 2ª ed. Salamanca,
Ediciones Sígueme, 1991, p. 354.
[2] J. L. Segundo, Teología abierta para
el laico adulto. 5 vols. Buenos Aires, Carlos Lohlé, 1968-1984.
[3] W.
Günther, op. cit., p. 354. Énfasis agregado.
[4] I. Foulkes, Problemas pastorales en
Corinto. San José, DEI, 1986, p. 108.
[5] Ibid., p. 109.
[6] Ídem.
[7] Maurice Carrez, La primera carta a los Corintios.
Estella, Verbo Divino, 1989 (Cuadernos bíblicos, 66) p. 17.
[8] I. Foulkes, op. cit.,
p. 111.
[9] Ídem.
[10] Ibid., p. 112.
[11] Ibid., p. 109.
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