19 de marzo, 2023
¿Acaso no saben ustedes que son templo de Dios, y que el Espíritu de Dios vive en ustedes?
I Corintios 3.16, Dios Habla Hoy
Trasfondo
La
corporalidad no ha sido un tema o realidad que haya interesado mucho a la
espiritualidad evangélica convencional, precisamente porque se plantea una
oposición entre cuerpo y espíritu basada supuestamente en algunas afirmaciones
del Nuevo Testamento. Pero lo cierto es que, si se parte de la creencia en la
resurrección corporal, tal como brota de los textos, la recuperación
escatológica del cuerpo es una de las grandes afirmaciones de la fe cristiana.
Hay que recordar solamente la forma en que san Pablo exhorta a presentar
nuestros “cuerpos como ofrenda viva y agradable a Dios” (Ro 12.2). El apóstol
también utiliza la metáfora del cuerpo para referirse a la iglesia como “cuerpo
de Cristo” (I Co 12), nada menos. “Y el cuerpo no es para la inmoralidad
sexual, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo”, dice I Co 6.13b; “Glorificad,
pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”
(I Co 6.20).
La palabra soma se utiliza en I Co 46 veces, de modo que estamos
delante de una realidad y un concepto que va mucho más allá de la resistencia
espiritualizante para hablar del y vivir el cuerpo desde
la matriz misma de la fe cristiana: “El cuerpo es el conjunto de la persona
humana, su identificación y su realidad con sus valores y actividades, no es un
elemento entre otros, describe al hombre puesto en situación y expresa sus
posibilidades de relación y de solidaridad. Lo caracterizan la dinámica y la
duración: es el hombre responsable de sus actos y de sus pensamientos, de su
vida, de su todo, de su personalidad”.[1]
Para Pablo el ser humano es un cuerpo animado y no un alma encarnada. “Pero
este concepto de cuerpo no sólo es la clave de la unidad de la teología
del apóstol; es asimismo el rasgo más acusado de su singularidad. Para
ningún otro escritor del Nuevo Testamento tiene la palabra soma significado
doctrinal alguno. Todo el desarrollo de la teología del cuerpo es
típicamente paulino. Y con él se relaciona la casi totalidad de lo que Pablo
aportó tanto al pensamiento como a la disciplina de la Iglesia primitiva”.[2]
El fundamento más firme del edificio
(vv. 10-15)
Pablo
recoge la doble metafora positiva de Jeremías (1.10, 18, 7.9): plantar y
construir; Dios personalmente plantará y construirá a su pueblo en la tierra. Pablo
aplica esta metáfora a la Iglesia. La Iglesia, como construcción o edificio de
Dios (3, 10-15): esta imagen le permite al apóstol diversificar las
aplicaciones y ubicar el lugar específico de cada uno. Él ha desempeñado una
función unica (3.10), la de “perito arquitecto”, pero en el origen de todo está
la acción divina en Jesucristo (11). Los demás no hacen más que construir por
encima de ese fundamento: “Contratados también por Dios, tienen una función
distinta. Entre ellos, algunos realizan un buen trabajo, pero otros no (3.10,
12-15).
Hay tres materiales preciosos que sirven
para expresar la solidez y el valor de la construcción: el oro, la plata, las
piedras preciosas, mientras que hay otros tres materiales perecederos la
madera, el heno y la paja (12) indican la precariedad de la parte discutible de
la construcción”.[3] Los “obreros apostólicos” tienen
graves responsabilidades pues su obra se verá sometida a la prueba del fuego
(13), la cual es una imagen que se presenta de una manera diferente: la prueba
del fuego no será destructora como en la
antigüedad, pero no acaba de entenderse. “El fuego parece probar a la comunidad
en su conjunto, lo cual explicarla mejor las conclusiones de 3.14-15, en donde
finalmente “se salva cada uno, con o sin su recompensa”.[4]
Los integrantes de la iglesia son, a la vez, constructores y construcción:
…por sus amonestaciones e instrucciones a todos los
creyentes, Pablo demuestra que la responsabilidad de levantar este templo de
Dios es de todos ellos. Llama a cada uno a corregir su manera de actuar, con el
fin de que tocios contribuyan a edificar la congregación. A través de toda la
carta a los corintios, veremos las varias maneras en que esta comunidad-templo
de Dios debe cumplir su tarea de autoformación, con una buena dosis de
autodisciplina y comprensión al emplear los dones que el Espíritu les da para
el bien de todo el cuerpo.[5]
El Espíritu de Dios vive en ustedes (vv. 16-17)
De la imagen del edificio en construcción permanente
se pasa a la del templo mismo mediante una transición que se puede calificar de
natural, aun cuando ahora se refiera a la importancia del cuerpo como portador histórico
del Espíritu divino. La pregunta del v. 16 es extremadamente incisiva: “¿No
saben que ustedes son templo de Dios, y que el Espíritu de Dios habita en
ustedes?”: “El
objetivo y el uso de la construcción que ellos forman tienen que importarles más
todavía que la manera como han sido edificados […]. La imagen del templo se
toma en un sentido colectivo, mientras que en 6.16 se la tomará en un sentido
personal. Luego, como Jeremías (18.6-9), Pablo denuncia a los posibles
destructores de la construcción querida por Dios. Pero ¿quiénes son esos
destructores? Han de buscarse entre los fieles seducidos por la sabiduría de
este siglo”.[6]
Ambas imágenes son complementarias.
Al mencionar los materiales como el oro y las piedras preciosas (12) Pablo provocaba en sus lectores la memoria del templo de Dios en la antigüedad a fin de anticipar lo que vendrá en los vv. 16-17: el templo que los creyentes forman como un grupo. Antes de convertirse, los cristianos frecuentaban los templos de la ciudad, lugares en los que supuestamente vivían los dioses. Pero ahora, como seguidores/as de Jesús, al salir de ellos, se reunían en las casas. Pero por encima de todo, había un templo verdadero: “ellos mismos constituyen un templo, es decir, el lugar donde reside el Espíritu de Dios (3.16). No tienen local propio donde reunirse, pero sí tienen lo esencial de un templo: la presencia de Dios entre ellos como comunidad que lo adora y le sirve por medio del servicio mutuo”.[7]
Conclusión
A diferencia del Antiguo testamento, la morada
principal de Dios en el mundo ya no son los edificios impersonales e inhumanos,
pues ahora la comunidad es la sede del Espíritu, de manera individual y
colectiva. Es un tema que Pablo ampliará enormemente en el resto de la carta.
El movimiento que va de la persona corporal hacia la comunidad es enormemente
dinámico y manifiesta la forma en que cada integrante debía crecer en la
espiritualidad, aunque no en aquélla que trataba de mostrar su falsa
superioridad sobre los demás. La edificación del cuerpo de Cristo atravesaba,
inevitablemente, por el crecimiento espiritual de cada creyente, de cada
familia y de todo el conjunto. De ahí que hoy debamos de tomar muy en serio que
nuestra persona, como una totalidad, es el espacio histórico y existencial en
el que se mueve y manifiesta el Espíritu de Dios. Y eso tiene muchísimas
consecuencias para los individuos, las iglesias y el mundo. Las palabras
paulinas posteriores son elocuentes y precisas al respecto: “¿Acaso
ignoran que el cuerpo de ustedes es templo del Espíritu Santo, que está en
ustedes, y que recibieron de parte de Dios, y que ustedes no son dueños de sí
mismos? 20 Porque ustedes han sido comprados; el precio de ustedes ya
ha sido pagado. Por lo tanto, den gloria a Dios en su cuerpo y en su espíritu,
los cuales son de Dios” (I Co 6.19-20).
[1] Maurice Carrez, La primera carta a
los Corintios. Estella, Verbo Divino,
1989 (Cuadernos bíblicos, 66) p. 55.
[2] John A.T. Robinson, El cuerpo:
ensayo de teología paulina. Barcelona, Ariel, 1968, pp. 12-13.
[3] Ibid., p. 18.
[4] Ídem.
[5] I. Foulkes, Problemas pastorales en Corinto. San José,
DEI, 1986, p. 115.
[6] M. Carrez, op. cit., pp. 18-19.
[7] I. Foulkes, op. cit.,
p. 114.
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