sábado, 13 de abril de 2024

La riqueza comunitaria de los dones (Efesios 4.7-13), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


Iglesia Evangélica del Río de la Plata (IERP)
https://ierp.org.ar/estudio-biblico-si-hay-diversidad-de-dones-hay-iglesia/

14 de abril, 2024

Hizo esto para que todos los que formamos la iglesia, que es su cuerpo, estemos capacitados para servir y dar instrucción a los creyentes.

Efesios 4.12, Traducción en Lenguaje Actual 

Trasfondo

En la segunda parte de Efesios 4, el texto presenta las consecuencias comunitarias de la acción de Dios para producir la unidad en la iglesia. Debido a la presencia inequívoca de la gracia Dios reparte dones al interior de la comunidad para que funcione como el verdadero cuerpo de Cristo. Dios distribuye esos “dones”, “carismas” o “capacidades” de manera individual a cada quien, de tal modo que nadie puede quedar ajeno a ello por causa de la gracia manifestada precisamente en la entrega de esas capacidades.

 

La gracia de Dios tiene manifestaciones diversas, según hemos aprendido en Efesios. Es la razón única por la cual estando muertos recibimos nueva vida (2.3-10). Es, además, la que nos capacita cotidianamente a responder al llamado de Dios a ser constructores de una nueva humanidad, como Pablo mismo describe su propio ministerio en virtud de la gracia de Dios (cap. 3.2, 7-8). Es la razón por la cual el Señor Dios reparte los dones (gr. karismata) que ya llevan en el nombre la idea implícita de ser gratuitos, concedidos por la generosidad de Dios.[1] 

La gracia viene a multiplicar la obra de Dios en las vidas de los integrantes de la iglesia quienes la recibirán en la forma de habilidades específicas para desarrollar las tareas que Él desea que se lleven a cabo. 

“Se nos ha dado la gracia” (4.7-10)

El autor recurre al Salmo 68.18 para explicar el contexto en el que los dones son repartidos a los miembros de la iglesia. La cita dice que el triunfador en lugar de dar dones los recibe de los rebeldes como tributo por su triunfo militar: “Asciendes a lo alto, llevando contigo a los cautivos / y el tributo que recibiste de gente rebelde, / y entre ellos, Señor y Dios, pondrás tu habitación”. La interpretación del texto antiguo —explica Mariano Ávila— “sirve para mostrar la imagen militar que alude a las prácticas de los reyes de Israel que, después de sus triunfos, literalmente ascendían a Jerusalén para sentarse en su trono”.[2] También era común en los generales romanos quienes, después de sus victorias, entraban a Roma en un desfile triunfal llamado Triunfo, exhibiendo los despojos y cautivos como botín de guerra y llevando presentes al César y al Senado.

La imagen del ascenso triunfante sirve aquí para mostrar cómo la supremacía del Señor granjea la obtención de los carismas que recibe la iglesia por causa de ese poder. Su triunfo definitivo sobre los poderes de la muerte lo ha puesto en una condición de superioridad que le permite compartir con sus seguidores los beneficios: “Habiendo logrado el dominio sobre los poderes gracias a su ascenso victorioso, Jesús distribuye soberanamente dones a los miembros de su cuerpo. La edificación del cuerpo está ligada inextricablemente con su intención de llenar el universo con su señorío, puesto que la iglesia es su instrumento para realizar sus propósitos para el cosmos”.[3] Su descenso “a las partes más bajas de la tierra” (9) alude a la encarnación física y también al “descenso a los infiernos” o al Hades (Ez 31.14; Sal 63.9; Hch 2.31; I P 3.18-20).

La riqueza y variedad de los dones (4.11-13)

Al ascender “por encima de todos los cielos, para llenarlo todo” (10), Jesucristo recuperó el poder para dar dones a los seres humanos. El descenso “acentúa la subida y afirma la victoria de Cristo sobre las potencias malas, mundanas y celestes (Ef 1.21; 2.2; 3.10; 6.12). La iglesia y su unidad son consecuencia de esa victoria, de la cual viene toda plenitud”.[4] Parte de esa plenitud es la diversidad y utilidad de los dones otorgados por el Señor Jesús mediante el Espíritu a la iglesia como respuesta de Dios a las necesidades del mundo: Dios responde con carismas a las urgencias humanas y a la comunión con Él. como pueblo de Dios”. El orden en que son mencionados los carismas (apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, v. 11) no es necesariamente jerárquico, aunque se sugiere “cierto orden de importancia y centralidad en el plan de Dios, (2.20 indica que apóstoles y profetas son parte del fundamento de la iglesia), en otras listas de dones no parece ser tan estricto ese orden”:[5]

 

Los charismata (dones), tanto en el sentido de “instancias de gracia” (4.7-8), como casi en el sentido de “oficios”, ayudan a los creyentes a crecer y alcanzar un grado de madurez en su posición en Cristo que ya tienen. Los apóstoles, profetas, evangelistas, maestros y pastores son regalos del Cristo triunfante a su iglesia; triunfante sobre los poderos maligno del cosmos (mundo). La posición que los creyentes tienen y que a la vez aspiran en Cristo les puede ser arrebatada en esa lucha cósmica entre Dios y los poderes de la oscuridad.[6]

 

Los apóstoles y profetas han sido receptores y mediadores de la revelación de Dios, tienen un lugar único en la iglesia y en la historia de la salvación; los evangelistas son las personas que predican y anuncian las buenas noticias de paz y para ello viajan de un lado a otro; los pastores (como metáfora) alimentan, dirigen y defienden a los integrantes de la comunidad, el nombre pastor es intercambiable con obispo (gr. episcopos) y también con anciano (gr. presbyteros); en el contexto de 4.11 maestros parece ser otro nombre de los pastores, aunque aquí se destaca la faceta docente (didascalous). El objetivo de los carismas es capacitar, perfeccionar o equipar (katartismon), un verbo que se usaba para describir la tarea del pescador al reparar sus redes y que aquí se usa para “preparar adecuadamente a sus miembros para que realicen con eficacia su función a favor de otros”.[7] La meta central es “edificar el cuerpo de Cristo” (12b), “estar unidos por la fe y el conocimiento del Hijo de Dios” (13a) y “llegar a ser un hombre perfecto” (13b) como el Señor Jesús. 

Conclusión

El objetivo de todo este esfuerzo del Espíritu para repartir los dones y ministerios es que todos y todas sean beneficiados: “El crecimiento y la madurez no se alcanzan aislados de los demás, individual y egoístamente. Todos debemos llegar juntos a la meta […]. Esto se debe enfatizar ya que el individualismo es muy fuerte en nuestras iglesias y necesitamos recuperar y cultivar una visión comunitaria de la vida, discipulado y misión cristianas. Además, en el contexto grecorromano que excluía a las mujeres de la educación, este mensaje era revolucionario”.[8] La diversidad de carismas se encamina al gran proyecto divino: “…el Cristo cósmico se propone como el modelo y el camino para la edificación de la Iglesia como cuerpo armónico y unido. El concepto clave es el crecimiento (v. 15), al cual los diferentes ministerios y funciones están al servicio. En síntesis, la unidad que es consecuencia de ‘una sola fe, un solo Dios’, es donada a la humanidad por el Cristo victorioso, y la consecuencia es una Iglesia unida, como un cuerpo armónico, a pesar de los diferentes ministerios y funciones”.[9]



[1] Mariano Ávila Arteaga, Efesios. Tomo II. Capítulos 4-6. Buenos Aires, Kairós, 2018, p. 34.

[2] Ibid., p. 35.

[3] Peter T. O’ Brien, Peter T., The Letter to the Ephesians. Grand Rapids, Eerdmans, 1999 (The Pillar New Testament Commentary), p. 297., cit. por M. Ávila Arteaga, op. cit., p. 35.

[4] Luigi Schiavo, “En la plaza de la ciudad: la negociación cultural (Efesios 4.1-32)”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 68, 2011/1, p. 72.

[5] M. Ávila Arteaga, op.cit., p. 36.

[6] Marlon Winedt, “La Carta a los Efesios: una breve orientación desde la retórica y la oralidad”, Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 68, 2011/1, pp. 23-24.

[7] M. Ávila Arteaga, op. cit., p. 38.

[8] Ibid., p. 40.

[9] L. Schiavo, op. cit.

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