5 de diciembre, 2021
¿Acaso hay algo imposible para el Señor? El año que
viene por estas fechas volveré a visitarte y Sara habrá tenido un hijo. Génesis
18.14, BLPH
Trasfondo
C |
uando Abraham el patriarca, el
padre de todos los creyentes en el Dios vivo y verdadero, calificado como “el
caballero de la fe” por el filósofo y teólogo danés Søren Kierkegaard (1813-1855),
escuchó las palabras de uno de sus visitantes y le anunció que tendría un hijo
en su edad más que madura, se inauguró uno de los momentos más cruciales en la
historia de salvación, esto es, cuando la fe se enfrenta a lo, aparentemente,
imposible:
La verdadera fe no es la expectativa
de lo eterno, sino de lo imposible. Esa actitud se llama sabiduría, pero se
puede interpretar como locura. Abraham poseyó esa sabiduría. Se afligió cuando
Dios le ordenó sacrificar a Isaac, pero “creyó en la virtud del absurdo”,
despreciando las objeciones humanas. Abraham no es el “caballero de la
resignación infinita”, que lo sacrifica todo por una causa, aceptando convivir
con el dolor y la incomprensión. Abraham es el “caballero de la fe”, donde se
hace realidad la paradójica frase de Tertuliano: “Creo porque es absurdo”.[1]
La confrontación
con la realidad biológica irrefutable era demoledora, pues nada ni nadie podría
haber previsto que la imposibilidad fuera superada por el gran milagro de Dios
de hacer surgir vida de lo casi muerto, como comenta la carta a los Hebreos: “Por
la fe, Sara misma recibió fuerzas para concebir, aunque era estéril, y dio a
luz, aun cuando por su edad se le había pasado el tiempo, porque creyó que era
fiel quien le había hecho la promesa. Por eso también, de un solo hombre, que
ya estaba casi muerto, llegó a tener una multitud de descendientes, tan
numerosos como las estrellas del cielo y tan incontables como la arena que está
a la orilla del mar” (11.11-12).
En ambas
circunstancias la lucha contra lo imposible parecía perdida de antemano, aun
cuando los atisbos proféticos, pletóricos de esperanza, siempre consideraron
que el horizonte de la fe podría sobreponerse a las condiciones más adversas.
Abraham escuchó una palabra proveniente de la acción divina en marcha que lo
convertiría en “el padre de la fe” de millones de personas y eso debía
conseguirse en medio de la oposición del contexto y de su propia situación
personal. La visita del Dios de la promesa (que se había hecho desde el cap. 15
y que no se había cumplido aún) en la figura de esos tres personajes
enigmáticos fue posterior a lo que había sucedido en esta extraordinaria saga y
que, como bien se ha dicho, complicó la historia de salvación:[2] el
episodio de Agar mediante el cual Sara y su esposo trataron de “ayudar a Dios a
cumplir su promesa” (Génesis 16), como si esto fuera posible, un suceso en el
que Dios resolvió las cosas siempre a su manera, magistralmente, fundando una
nueva dinastía de fe.
Lo extremo de la
historia había llegado a límites verdaderamente insostenibles, pues ambos
esposos rebasaban ampliamente la edad de la paternidad/maternidad. De ahí que
la risa de Sara estaba completamente justificada, pero ella no consideró lo
extremo a que podía llegar la intervención de Dios. El absurdo del suceso
colocó a los personajes ante una nueva serie de determinaciones marcadas por la
presión con que aparentemente Dios actuaba y con la expectativa sin cumplirse
de los implicados en la historia. Isaac nacería hasta el cap. 21, luego de
algunos acontecimientos trágicos como la destrucción de Sodoma y Gomorra, de
modo que el cumplimiento de lo anunciado se movía sinuosa y peligrosamente en
medio de momentos muy complejos para el desarrollo de los planes divinos.
“Lo divino se
presenta siempre por sorpresa”, nos recuerda Gerhard von Rad, pues suraya todo
el tiempo que era el propio Yahvé quien se le había presentado, dando un giro
monumental al relato, destacando su sorpresa: “¿Cómo iba a ser posible a
Abraham reconocer ya aquí a Yahvé?”.[3]
El relato alcanza su culmen con la frase: “¿hay algo imposible para Yahwé?” [v. 14a]. Palabras que figuran en esta historia como piedra ricamente engastada, y cuyo alcance sobrepasa con mucho el familiar ambiente patriarcal del relato, pues son como un testimonio que apunta hacia la omnipotente voluntad salvífica de Dios. el narrador ha acentuado con vigor el contraste: primero, la risa incrédula y quizá un tanto fea; y ahora estas palabras que indignadas reprochan esa manera de pensar que desconfía de la omnipotencia de Dios.[4]
Todo ello sin
contar las burlas y la incomprensión de los que son objeto, hasta hoy, las
mujeres que tienen hijos en edad avanzada. De modo que el paralelismo con los
anuncios previos al nacimiento de Juan el Bautista y Jesús de Nazaret es
inquietante, provocador y aleccionador. En el primer caso, debido a la misma
circunstancia de Sara, por la edad (Lucas 1.18, 25: “El Señor ha actuado así
conmigo para que ya no tenga nada de qué avergonzarme ante nadie”, es la
respuesta de Elisabet), y en el segundo por el caso opuesto, la juventud y la
soltería de María de Nazaret, quien “aún no había conocido varón” (Lucas 1.34),
en consonancia con el anuncio profético de que la doncella o virgen concebiría
un hijo, entre las peores circunstancias históricas imaginadas.
Conclusión
La victoria de Dios sobre lo
imposible. Así podría resumirse la gran lección de esta historia singular y
paradigmática, aunque no debemos olvidar las diversas ocasiones en que el Señor
actuó cuando en apariencia resultaba imposible que las cosas favorecieran a su
pueblo. El Señor Jesús lo reafirmó citando al Génesis (Mateo 19.26) al
responder a las dudas de sus discípulos sobre la salvación de ricos y pobres.
La encarnación del Hijo de Dios en el mundo también fue una muestra de la
superación de la imposibilidad física, biológica, moral y espiritual, a fin de
hacer visible la viabilidad de los proyectos divinos para la redención humana y
de toda su creación.
[1]
Rafael Narbona, “Søren Kierkegaard, el caballero de la fe”, en El Cultural, 10 de junio de 2015, https://elcultural.com/soren-kierkegaard-el-caballero-de-la-fe.
[2]
Elsa Tamez, “La mujer que complicó la historia de la salvación: el
relato de Agar leído desde América Latina”, en Vida
y Pensamiento, 3,1-2 (1983), pp. 19-30,
http://teol-prot-latinoam-sigloxx.blogspot.com/2007/06/la-mujer-que-complic-la-historia-de-la.html: “Curiosamente Agar le pone un nombre a Dios; lo llama el Dios que ve,
porque este Dios vio su opresión y le ofreció grandes planes para el futuro de
su hijo”.
[3] G. von Rad, Génesis. 2ª ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1982, p.253.
[4] Ibid., p. 254.
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