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omienzo con estas palabras de
Cecilio Arrastía, en torno a María: “¡Cuánta de su grandeza se pierde, por
remota, cuando se rebaja su condición de mujer tratando de hacerla diosa! Su
valor supremo radica precisamente en su condición de mujer en su humanidad
ejemplar. Esposa de un obrero, fue una mujer de pueblo. Humilde, con una
humildad que une sus raíces en una profunda piedad; noble, cándida, piadosa
sencilla. Pero todo esto cerrado en el cofre hermoso de su humanidad”.[1]
En estas
palabras Arrastía suena bastante barthiano, ya que Karl Barth, refiriéndose a
María dice: “María pertenece a la humanidad, representa al ser humano ante Dios,
al ser humano que tiene necesidad de la gracia y que recibe de la gracia. Y ese
ser, por más que la promesa que ha recibido posea un carácter único, manifiesta
claramente que recibir la promesa significa ante todo ser humano”.[2]
Es desde esta
perspectiva como debemos de abordar a María, ella es sin duda una mujer, como
nosotras, nosotros, pero que la gracia de Dios la pone en un lugar de la
historia que la hace única, no divina, no diosa, sino en una experiencia
extraordinaria que nunca más hemos visto en la historia, Lucas 1:35, que
conciba por el Espíritu Santo. El mensaje profético de Dios se hace una
realidad, lo que antes Isaías había anunciado, Isaías 61, ahora en la persona
misma de María se torna realidad. Y es que nuestro Dios, lleno de promesas y
anuncio de buenas nuevas, cumple lo que promete.
La
exultación y exaltación de María
El cántico de María es un cántico
de exaltación a Dios, pero también es un cántico de exaltación a María. Las
palabras de María al saberse o sentirse llamada, elegida, es de alabanza, de
regocijo, y por qué no, de gratitud a Dios.
RVR60 dice:
“Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”
TLA lo traduce
así: “Le doy gracias a Dios con todo mi corazón, y estoy alegre porque él es mi
Salvador”
Todas, todos,
cuando nos sentimos agraciadas/os, nuestro corazón se alegra y festeja, máxime
cuando esa gracia es de Dios. Cuando la gracia de Dios nos inunda, no nos
podemos callar ni quedar quietos, nuestro ser se llena de entusiasmo y lo
celebra, lo celebra con palabras y con acciones. Esta exultación de María es
sin duda una exaltación al Dios de la vida.
Un cántico
revolucionario
Por
otro lado, en el texto, Lucas también quiere dejar en claro, si, nuestra
miseria, pero cómo Dios lo redime y la transforma, y ese también es el meollo
del evangelio, anunciar y cambiar nuestras vidas. Lucas busca que las mujeres y
los hombres se vean a si mismo con nuevos ojos, con una perspectiva distinta a
lo que es la miseria humana, a su condición de desgracia, y se vean así mismo
en relación de lo que ven en Cristo y de lo que Dios hace y está haciendo en
sus vidas. Es así como también podemos ver a María, Dios exaltando a María,
ella como representante de todos los humanos viviendo en bajeza, en pobreza, en
miseria, por las condiciones sociales, pero también por las condiciones
miserables que el mismo pecado trajo a la humanidad. María se siente halagada,
y cómo no, si es la mismísima elegida por Dios para cumplir una promesa de
cientos de años atrás, una promesa que trae liberación de todas las
cautividades, que trae salvación a todo pecador, que trae salud a todo enfermo,
que trae alegría al triste, que trae pan y agua a todo hambriento y sediento, y
vino a quitar todo aquello que ata al ser humano consigo mismo, con su orgullo
y vanidad, con su soberbia y poderío, y vino para liberarlos, y la mejor forma
de hacer, dice María, es esparciendo a los soberbios, orgullosos, quitando de
su trono, de su poder a los poderosos, y vaciando a los ricos de sus riquezas
para darlo a los pobres.
El cántico de
María es un cántico de liberación, es lo que Dios hace, porque esa es su
voluntad, que todas, todos seamos libres de cadenas que nos atan, y vivamos una
vida plena. Este cántico es lo más revolucionario que encontramos en la Biblia,
pues Dios levanta al pobre del muladar, exalta a la humilde de su bajeza,
devuelve vida al que no lo tiene, y vida en abundancia, porque ese es y ha sido
su proyecto.
El proyecto de
Dios es un proyecto de vida, desde el principio y hasta el fin, es decir, desde
siempre. Nada lo ha cambiado, sigue siendo el mismo, el que todos disfrutemos
de la vida y vivamos para él y para los demás, en igualdad de condiciones. Ese
proyecto no es más que el Reino de Dios hecho una realidad en nuestras vidas.
Hoy podemos
alegrarnos al igual que María, que, si bien no vamos a concebir al Salvador del
Mundo, si hemos sido elegidas, elegidos, y esa elección es para hacernos
libres, con el propósito de vivir el Reino de Dios, y hacer que otros también
lo vivan, lo disfruten.
Es interesante
notar como los evangelios, y específicamente Lucas, plantean a un Dios
encarnándose, haciéndose uno de nosotros, para desde ahí humanizar nuestra
humanidad.
El
cántico, vigencia y exigencias actuales
La visión de Lucas, en torno al
ser humano y la gracia de Dios es extraordinaria, nos pinta un cuadro hermoso y
majestuoso. En María vemos a un Dios inmerso en nuestras realidades para
cambiarla, no para dejarnos así.
Aprendamos de
María, una mujer de fe y sujeta siempre a hacer la voluntad de Dios, una
voluntad que nos invita y lleva a actuar en favor de los más desfavorecidos, de
los pobres, de los marginados, de los que no tienen esa vida plena. En Jesús,
todas, todos cabemos, porque todos somos miserables, pero su gracia, amor,
misericordia nos exalta. Nuestra vida en Cristo, cobra nuevo valor, y
esperanza, porque el da sentido y carácter a nuestra vida, todo en él es nuevo
y grato. Así, que la gracia que hemos recibido de Dios, compartámosla, y lo que
hemos recibido de gracia, también de gracia demos, porque como bien diría
Cecilio Arrastía: “La fe es más que un factor intelectual; es realidad
existencial, crea actitudes nuevas”.
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