sábado, 21 de mayo de 2022

Nuevo pacto con el pueblo (III): "Todos me conocerán", dice el Señor, Pbro. Emmanuel Flores Rojas


Marc Chagall, El profeta Jeremías (1969)


22 de mayo, 2022

 

La Nueva Alianza en Jeremías ha sido considerada por algunos estudiosos de la Biblia, como […] “el punto más alto de todo el Antiguo Testamento”, porque promete una espiritualidad auténtica, una  comunión íntima con el pueblo de la Alianza, un conocimiento universal de Dios de parte de su pueblo y un perdón absoluto de la maldad del pecado.[1]

 

Trasfondo

La doctrina del pacto (heb. Berith) es fundamental dentro del entendimiento que el cristianismo tiene sobre las relaciones entre Dios y su pueblo. “Lo que da al concepto de pacto su significado teológico más profundo es el hecho de que por medio de él se expresa la relación entre Dios y su pueblo”.[2] Ya sabemos que en el catolicismo romano prefieren hablar de él, en términos de Alianza; mientras que dentro del protestantismo se opta por la forma “canónica” de Pacto. Para los reformadores constituyó todo un recurso programático porque la Reforma necesitaba volver a uno de los contenidos medulares del pacto de Dios con su pueblo: la centralidad de la Palabra divina. El profeta Jeremías le recordó al pueblo de Israel, como nos recuerda hoy[3] a nosotros; por una parte, la continuidad con el pacto del Sinaí; y por otra, que ser pueblo de Dios requería sujetarse a los términos del pacto concertado con Israel a la salida de la esclavitud en Egipto: “Este pacto es el mismo que hice con los antepasados de ellos, cuando los saqué de Egipto, país que parecía un horno para fundir hierro. Yo les pedí que obedecieran todos mis mandamientos, así ellos serían mi pueblo y yo sería su Dios.” (Jeremías 11:4, TLA).

 

El pacto nos liga a Dios como su pueblo

Ahora, en el “contexto” de la cautividad babilónica, Jeremías recupera la fuerza del pacto de Dios con su pueblo: “El Dios de Israel declara: ‘El día que vuelvan de Babilonia, yo seré el Dios de todos los israelitas, y ellos serán mi pueblo. […] Yo los haré volver de Babilonia; los haré volver de todos los rincones del mundo, y los llevaré a su tierra.” (Jr 31:1, 8, TLA). El profeta Jeremías declara que el regreso de Israel a la tierra prometida (nótese la relectura de la profecía jeremiana a la luz del exilio) obedece al pacto concertado con Israel, como la salida de la esclavitud en Egipto obedeció a que Dios se acordó de su pacto (Ex 6:4-5). Pero incluso, y más allá de la conexión que el profeta Jeremías establece con el llamado pacto sinaítico (Jr 11:4); en un texto ejemplar de la tradición sacerdotal del Pentateuco, el autor bíblico usó la misma fraseología de Jeremías “Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo.” (31:34, RVR1960). En Génesis, Dios se dirige a Abraham con las siguientes palabras: “Este pacto que hago contigo, lo hago también con tus descendientes, y no tendrá fin. Yo soy tu Dios, y también seré el Dios de tus descendientes.” (17:7, TLA). El pacto de Dios con su pueblo es eterno, porque “parece que en el Antiguo Testamento existen restos de una reinterpretación (Ezequiel 36:25-28) que recuerda la interiorización de la Alianza y la eternidad de la Palabra dada por Dios”[4].

 

El pacto promete pleno conocimiento de Dios y continuidad perpetua

A veces, en muchos círculos cristianos se piensa que el Nuevo Testamento constituye un nuevo pacto, distinto al del Antiguo Testamento, pero la verdad es que lo que liga a ambos Testamentos es la doctrina del pacto, es ella la que da unidad a toda la Biblia. La Escritura no sostiene en ninguna parte (aunque a veces así se lea la Carta a los Hebreos y así se interpreten también las palabras de la institución de la Cena del Señor) que Dios ha establecido dos pactos con su pueblo, uno en el Antiguo Testamento y otro en el Nuevo Testamento. “Norbert Lohfink (1992) afirma que: ‘Jeremías 31:31-34 habla propiamente de ‘una sola alianza’ y no de dos. Israel la ha quebrantado y Dios la va a establecer de nuevo. La unidad de la Alianza queda determinada por la identidad del contenido’” (p. 65). Agrega Lohfink (2002) que “el Dios absolutamente otro no se limita a renovar lo antiguo. Lo nuevo no es sólo ‘nuevo’, es también ‘más grande’, ‘distinto’, ‘mejor’, pues ya no podría ser roto” (p.122).[5]


El “nuevo” pacto que Jeremías proclama, es el anuncio de un futuro extraordinario condicionado por el “antiguo” pacto, donde Dios se ha comprometido y se compromete con su pueblo para seguir siendo su Dios, como también lo anunció el profeta Ezequiel, a tono con la cautividad babilónica de Israel:

 

26 Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. 27 Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra. 28 Habitaréis en la tierra que di a vuestros padres, y vosotros me seréis por pueblo, y yo seré a vosotros por Dios.” (Ez 36:26-28).

 

La novedad de corazón y mente anuncian una nueva comprensión (conocimiento) de Dios y del pacto. Que se trata de un mismo y solo pacto, se entiende porque en todos los casos (Abraham, Moisés/Sinaí, Jeremías y Ezequiel) se repite el mismo contenido de la alianza: “Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”, que es sin duda alguna, una fórmula abreviada del pacto. La expresión mínima del pacto (y por tanto de toda la Biblia) es esta: “Yo seré tu Dios”. De ahí, que en Jeremías esa fórmula mínima del pacto adquiera dimensiones universales: “porque todos me conocerán”.

 

Conclusión

 

Cuando el Profeta [Jeremías] habla de la Nueva Alianza, la entiende como un remedio a la  decadencia de Israel. El don de la fidelidad, que es una característica divina, es impensable para el hombre; pero Dios mismo, a través de su mensajero, propone un nuevo modo de relacionarse (una nueva dimensión antropológica). Al retomar la fórmula de la Alianza, Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo (Dt 26,17-19), también recoge la predicación de Oseas sobre la circuncisión del corazón (Oseas 2), y la alocución de Ezequiel, sobre la relación nupcial y el espíritu nuevo.

Según Jeremías, Israel debe ser renovado y reconstruido: la violación de la alianza no lleva al rechazo, porque la Alianza de Dios es eterna, por tanto, Israel sigue siendo el pueblo de la Alianza. [6]



[1] Miguel Antonio Camelo, “La nueva alianza en Jeremías 31,31-34: Un texto enlace de la relación entre los dos Testamentos”, en Cuestiones Teológicas, vol. 42, núm. 98, julio-diciembre de 2015, p. 445, https://revistas.upb.edu.co/index.php/cuestiones/issue/view/26.

[2] Salatiel Palomino, Yo seré tu Dios. Estudios sobre la doctrina del pacto. México, El Faro, 1988, p. 9. Énfasis original.

[3] El “hoy” es central dentro de la teología deuteronomista en que se inscribe la profecía jeremiana.

[4] M.A. Camelo, op. cit., p. 444.

[5] Ibid., p. 445.

[6] Ibid., p. 446.

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