5 de junio, 2022
Jesús recorría toda Galilea. Enseñaba en las sinagogas de ellos, predicaba el evangelio del reino, y sanaba toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.
Mateo 4.23, Reina-Valera Contemporánea
Trasfondo
Probablemente ustedes han de conocer
aquella anécdota donde se cuenta que un pastor, en un domingo de culto con el
templo lleno, predicaba a sus congregantes que los teólogos habían descubierto
que no había infierno, que no existe. Esta aseveración causo incomodidad, y
unos a otros se miraban en actitud de duda, como si su fe se hubiese venido
abajo. Pero eso no fue todo, al siguiente domingo el templo estaba a la mitad del
cupo y los que habían quedado se preguntaban qué había sucedido con los demás
feligreses. Sin embargo, en este domingo, el pastor dio a conocer un descubrimiento
más de los teólogos. ¿Cuál creen ustedes que haya sido el nuevo descubrimiento?
“Que no existe el cielo”, dijo. La gente que había asistido ese domingo al
culto se quedó perpleja y se dijo: “Si esto es así, entonces nosotros, ¿qué
hacemos aquí?”.
Esto nos lleva a pensar y reflexionar
la cruda realidad que siempre hemos vivido y viven nuestras iglesias, que las
personas que llegan y llenan los templos no son realmente personas
transformadas, nuevas criaturas, verdaderos discípulos de Jesucristo, muchos
están allí por miedo al infierno o interés del cielo, más no realmente por amor
a Cristo y a su prójimo, y que muchas veces lo que al otro le pase no le
importa o interesa, ya que se tiende a vivir en un individualismo, en donde
cada quien cree vivir salvado y el otro que se “rasque” solo. Bien no los dijo
en clases del seminario el Dr. Eliseo Pérez Álvarez, que no sé si la frase sea
de él, pero a él se la oí decir: “Muchos templos están llenos de gente vacía”,
y cuando ese vacío existe, no se logra comprender la dimensión de la obra
redentora de Cristo y nuestro llamado, y mucho más, se tiende a espiritualizar
esa obra redentora, y por ende limitamos nuestra salvación a una salvación de
almas y el Reino de Dios a una dimensión escatológica solamente y además espiritual.
Es aquí donde aquellas palabras del
gran filósofo británico del siglo XX, Bertrand Russell, en su libro Por qué
no soy cristiano, resuenan y tienen eco en nuestro tiempo y para nosotros
los cristianos en específico: “No sé si podría seguirle todo el camino, pero
iría con él mucho más lejos de lo que irían la mayoría de los cristianos
profesos”.
El discipulado, desafío de todo cristiano
Siempre he dicho y lo vuelvo a decir,
el proyecto de Dios es un proyecto de vida, desde el principio y hasta el fin,
un proyecto que es para toda la humanidad y para toda la creación, que busca
humanizar la humanidad. Es un proyecto grande y global, cósmico y eterno, pasado,
presente y escatológico, etcétera, en el cual somos llamados a ser parte de
este gran proyecto como receptores de su Reino y como proclamadores de este propósito
de Dios en la humanidad, buscando vivir bajo su señorío. Por eso, hablar del discipulado de Jesús
es hablarlo desde su Reino, el Reino de Dios, como un caminar constante y en
acción, un vivir transformado por su Gracia y un vivir y compartir los valores
de su Reino. El discipulado, como bien lo expresa el título del sermón, es
vanguardia del Reino, podríamos decirlo como bien escribió Cecilio Arrastía: “Caminante,
sí hay camino, lo hizo Jesús al andar”, y ese andar de Jesús es el que nos toca
caminar. Hablar de discipulado, es hablar de seguir las pisadas de Jesús como
vocación histórica para cumplir con su voluntad y propósito redentor para toda
la creación, y, que, como iglesia, es parte de nuestro seguimiento y misión. El
gran desafío es que ser discípulos demanda de nosotros una vida comprometida a
las demandas del Reino de Dios, demanda un cambio total de dirección y estilo
de vida (vv. 18-21). Demanda un cambio de rumbo y de mentalidad, podríamos
decir, de 180 grados. Tenían que abandonar su vieja forma de ser para asumir el
compromiso de vivir cada día según los valores del Reino de Dios. Nada fácil,
¿verdad? Pero esto no es sólo para los discípulos de ese entonces, sino que es
una demanda de todo cristiano hoy, es un reto para la iglesia actual y para
todo aquel que quiera seguir a Jesús.
El Reino de Dios, cambio de paradigma en nuestro discipulado
Leyendo a Mateo vamos descubriendo, así
como a lo largo del N.T. que su mensaje es que Jesús ha venido a cumplir las
profecías del A.T. y que, en su persona y obra, el Reino de Dios se ha hecho
una realidad presente. El Reino de Dios en Jesús irrumpe en nuestra historia y
trae redención a la humanidad y renovación a la creación, haciendo nuevas todas
las cosas, y haciendo nuevas criaturas, como bien lo dice Pablo: “De modo que,
si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí
todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5.17).
Mateo no dudó en escribir que Jesús es
el Mesías prometido, el enviado de Dios, las citas del A.T. lo atestiguan (vv. 14-16).
Y con estas citas proféticas, Mateo inserta a Jesús en la historia, en las
realidades cotidianas del pueblo de Israel, y le hace ver que esa realidad
necesita ser cambiada, transformada, que ya la religión no es suficiente (quizá
nunca lo ha sido), que las leyes y reglas morales, no bastan, que tantos grupos
religiosos sólo buscan sus propios intereses, los económicos y de poder, y que
el pueblo sigue sumido en la desesperanza, sumido en su pasado, sobre todo
opresor, y en cumplimiento de las leyes, sin alcanzar nada. Mateo presenta otra
visión al pueblo, y lo hace desde las profecías cumplidas en la persona misma
de Jesús, un cumplimiento que, con en Jesús mismo, el Reino de Dios se hace una
realidad. Como hemos mencionado antes, ser discípulo, es un reto, un desafío
que compromete a todo nuestro ser, arrepentimiento y conversión (v.17), y que
el mismo Reino demanda de nosotros/as un cambio total de paradigma y de ver el
pasado, presente y futuro desde una forma esperanzadora, y creer que otro
realidad y otro mundo es posible, ese mundo que Mateo mismo describe en los vv.
23-24 como un sanar toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo, en donde los
ciegos ven, los cojos caminan, los leprosos son limpiados, los muertos
resucitan, etcétera. Todo un movimiento revolucionario y retador a las
autoridades religiosas y políticas.
Comunión y comunidad: acciones concretas del discipulado
La Iglesia, como parte del proyecto histórico de Jesús, está llamada a mostrar la vida del Reino, la cual, la Iglesia misma es una muestra o debe ser una muestra de cómo se está reconstruyendo, renovando, transformando la humanidad, en entes de justicia, de paz, de amor, de libertad, de fraternidad, de solidaridad, de sororidad, de esperanza, de vivir aquellos valores del Reino de Dios, y como bien diría Dietrich Bonhoeffer: “La Iglesia es Cristo en el presente, Cristo existe como comunidad. Cristo es la persona corporativa de la comunión cristiana”. En la Iglesia llegamos a ser Cristo para los demás. Es en comunidad donde Dios se autorrevela en Cristo y celebramos su presencia en la Palabra y los sacramentos. Es en comunidad y en Cristo que recobramos nuestra verdadera humanidad, nuestra dignidad como personas. Sólo en comunión con Cristo nos entendemos como personas de comunidad y es a partir de su persona que descubrimos la dignidad de los demás como personas. Ser y conocer son una experiencia que Dios ha reservado para que se obtenga en comunión y comunidad; por eso, en Cristo somos y conocemos.
Y no podemos
dejar de mencionar al Espíritu Santo, máxime hoy que celebramos el Pentecostés
en todo este caminar como discípulos de Jesús. Toda
su vida y ministerio de Jesús fue guiado por el Espíritu Santo. Él está repleto
del Espíritu Santo. Él nos revela lo que es vivir enteramente en el Espíritu,
llevar una verdadera vida espiritual. Jesús se identifica plenamente en su
propio ser con el Espíritu de Dios.
Jesús tuvo clara conciencia de que el
Reino que inaugura se encamina hacia su consumación plena. El Reino de Dios
inaugurado en Cristo tiene ahora su agente, y es el Espíritu Santo. Nosotros
somos movidos ahora por la acción del Espíritu en nuestras vidas, su acción no
la determinan la misión, los planes, los proyectos de la Iglesia, al contrario,
es el Espíritu Santo quien determina los rumbos de la iglesia. El Espíritu Santo
hace de la iglesia su instrumento y su mediación para actuar como verdaderos
discípulos en el mundo. En otras palabras, decimos: “Sólo se puede imitar a
Jesús y producir los frutos que el produjo, llenos y guiados por el Espíritu
Santo, el mismo que plenificó el ministerio de Jesús”.
Conclusión
El Reino de Dios debe volverse una
realidad en nosotros, una realidad que como bien diría Albert Nolan, “que
domine nuestras vidas y preocupaciones, como sucedió con Jesús”. El Reino debe convertirse
en la realidad más importante de nuestro discipulado y vida, debe constituir el
acontecimiento futuro que nos determina y que define el sentido total de
nuestra existencia aquí y ahora. Tenemos que aprender a unir el Reino en cada
cosa que hacemos, en cada palabra que decimos y en cada paso que damos, pues sólo
así nuestra vida y lo que nos rodea será nueva y diferente. El Espíritu Santo
está actuando en nuestras transformaciones históricas y está conduciendo al
Reino a una plenitud; dejémonos guiar por el Espíritu y vayamos en pos de
Jesús, haciendo una realidad su proyecto de vida para todos/as, y toda la creación.
Amén.
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