31 de diciembre, 2022
En tu mano están mis tiempos;
líbrame de la mano de mis enemigos y de mis perseguidores.
Salmo 31.15, RVR 1960
Trasfondo
Trasponer el
tiempo entre un año y otro siempre es una buena oportunidad para reflexionar
sobre lo que queda atrás y lo que se avizora en el futuro inmediato. La
pregunta profunda sobre la naturaleza del tiempo y cómo impacta la vida humana aflora
de manera natural en nuestros labios y nos lleva por caminos meditativos en los
que la fe y la espiritualidad se nos presenta como una fuente posible para
responder, siempre de manera provisional. Eso aconteció con los antiguos
creyentes que se hicieron las mismas interrogantes y que se dirigieron a Dios,
el Eterno, deseosos de obtener luz para su caminar en este mundo. Apegados a
las promesas del Señor y confiados en las certezas que brotan de su Palabra,
hoy venimos también hasta ella para guarecernos y encontrar en ella la
iluminación que necesitamos para avanzar en el tiempo que Dios nos concede. De
ahí que al acercarnos a un Salmo como el 31, en el que hallamos (como siempre)
la descripción de la experiencia de fe de un creyente, al momento de observarlo
en la recapitulación de lo que le ha sucedido y luego de recordar las
afirmaciones de confianza en Dios (especialmente en los vv. 3-5), el texto toma
el rumbo de la reflexión sobre el tiempo y su significado para la vida. “La
lengua hebrea trata también el tiempo de otra manera. No es sensible a la
diferencia entre el pasado, el presente y el futuro: se detiene en el
movimiento y podemos preguntarnos entonces si la acción se acaba o no se acaba;
de ahí ese sentimiento instintivo de la duración abierta al porvenir. Para
ella, en ella, el pasado no se borra jamás, el futuro nunca está lejano, todo
se mantiene en un presente que se resume y se renueva”.[1]
La confianza en un Dios que actúa
siempre a nuestro favor (vv. 11-14)
La
primera parte del Salmo 31 es un encadenamiento de experiencias en las que ha
sido posible encontrarse con la intervención divina. Hasta el v. 10 se lleva a
cabo una valoración que expresa lamentación, confianza y acción de gracias. De
este salmo proviene una de las frases pronunciadas por el Señor Jesús en la
cruz (v. 5: “En tu mano encomiendo mi espíritu”). El cántico abre con una
afirmación plena e inequívoca de confianza en el Señor que preside todo lo que
viene a continuación: “En ti, oh Jehová, he confiado; no sea yo confundido
jamás” (v. 1). A partir de estas palabras se van a entrelazar los sucesos que,
sin detallarse minuciosamente, muestran la forma en que el salmista ha
experimentado los diversos sentimientos y sensaciones que reproducen lo vivido
en diversas circunstancias. Así, aparecen, por ejemplo, la certeza del cuidado
divino, la aflicción, la angustia, el miedo y una enumeración de los riesgos
atravesados en varios momentos. La oración se presenta como un reconocimiento
de lo primero (3-8) y como una súplica para ser reconfortado y acompañado (9-12).
El transcurrir del tiempo ha impactado fuertemente en su situación: “Porque mi
vida se va gastando de dolor, y mis años de suspirar; / se agotan mis fuerzas a
causa de mi iniquidad, y mis huesos se han consumido” (10-11). La sección
concluye con una nueva afirmación de confianza en medio de los conflictos: “Mas
yo en ti confío, oh Jehová; / digo: Tú eres mi Dios” (14). Algo parecido hacemos
hoy con la rememoración de la obra de Dios en nuestra vida mediante los
testimonios o el “corte de caja” anual que nos ha convocado aquí.
Los tiempos humanos en las manos misericordiosas
de Dios (vv.15-18)
Después de esa afirmación categórica, el salmista reflexiona y señala: “En
tu mano están mis tiempos” (15); otras versiones dicen: “Mi futuro está en tus
manos” (NTV); “En tu mano están mis años” (Biblia de las Américas); “Mi
destino está en tus manos” (BLPH). Dado que la concepción del tiempo ha variado
en las diferentes culturas, parecería que la del salmista es similar a la
nuestra, pero habría que rectificar para asomarnos a la forma en que el tiempo
cronológico y el de Dios se entrecruzan: si el Dios eterno está por encima del
tiempo, no sería posible medir la relación suya con el cronos de los relojes.
Porque el tiempo, humanamente, produce más bien sensaciones ligadas a la
experiencia de la duración. Por eso el escritor Jorge Luis Borges hablaba
de “refutar el tiempo” más que de entenderlo o, mucho menos, atraparlo: “El
tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata,
pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un
fuego que me consume, pero yo soy el fuego”.[2]
Enfrentarse al tiempo, para la fe bíblica, es “aprender a contar nuestros días”
desde una perspectiva espiritual sólida y bien sostenida.
Porque, si en algo tiene razón el salmista, es que,
en efecto, los tiempos humanos están todos en las manos de Dios, esa metáfora
que nos ayuda a comprender un poco lo que hace el Señor desde su eternidad
impenetrable: “Mi tiempo está en tus manos. No en las manos de un destino
oscuro, sordo, del que uno debería temer y espantarse, con el que uno podría
reñir y luchar, con el que uno tuviera que pelearse tanto interiormente como
exteriormente. Con el destino podría arreglármela. Contigo, oh Dios, no me las
puedo arreglar, lo único que puedo hacer es estar junto a ti”.[3] Nuestros tiempos humanos, destino, futuro, años, todo lo que hemos
sido, lo que somos, lo que seremos: “Mi [nuestro] tiempo soy yo mismo, con el
abismo de mentira y absurdo que hay en mí. Y ahora, por lo tanto: yo, tal como
fui, soy y seré, y tal como tú también me conoces— yo mismo, estoy en tus manos”.[4]
Como bien lo supo expresar Miguel de Unamuno:
Cuando, Señor, nos besas con tu
beso
que nos quita el aliento, el de la muerte,
el corazón bajo el aprieto fuerte
de tu mano derecha queda opreso.
Y en tu izquierda, rendida por su
peso
quedando la cabeza, á que revierte
el sueño eterno, aun lucha por cogerte
al disiparse su angustiado seso.
Al corazón sobre tu pecho pones
y como en dulce cuna allí reposa
lejos del recio mar de las pasiones,
mientras la mente, libre de la losa
del pensamiento, fuente de ilusiones,
duerme al sol en tu mano poderosa.5
Conclusión
Pongámonos hoy, una vez más, en las manos de Dios,
ese espacio de gracia del que no debemos salir nunca para asomarnos y entrar a
los tiempos que Él, en su bondad, nos permite trasponer para seguir encontrándonos
son su amor y misericordia que están más allá de lo volátil e imprevisto de los
tiempos humanos.
[1] Matthieu Collin, El libro de los Salmos.
Estella, Verbo Divino, 1997 (Cuadernos bíblicos, 92), p. 9.
[2]
J.L.Borges, “Nueva refutación del tiempo”, en Otras
inquisiciones [1952], p. , www.literatura.us/borges/refutacion.html.
[3] Karl Barth, Al
servicio de la Palabra. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1985 (Nueva alianza,
78), p. 178.
[4] Ibid., p. 179.
5 M. de Unamuno, “En la mano de Dios”, en
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