lunes, 26 de diciembre de 2022

Ángeles y pastores frente al cielo abierto (Lucas 2.13-20), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


25 de diciembre, 2022

De pronto, se unió a ese ángel una inmensa multitud —los ejércitos celestiales— que alababan a Dios y decían: “Gloria a Dios en el cielo más alto / y paz en la tierra para aquellos en quienes Dios se complace”. Cuando los ángeles regresaron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: “¡Vayamos a Belén! Veamos esto que ha sucedido y que el Señor nos anunció”.                                         

Lucas 2.13-15, Dios Habla Hoy

 Trasfondo

La conjunción de elementos que enuncia este título evoca el proyecto que San Lucas logró vaciar en el portentoso documento que lleva su nombre, capaz de moverse desde los parámetros de la teología paulina, enorme influencia que no le impidió investigar el trasfondo biográfico del nacimiento de Jesús. Al apóstol de Tarso eso no le hubiera importado mucho, pero a este médico liberto le pareció indispensable como lo dice en el clásico prólogo, indagar en esas profundidades históricas, políticas y familiares del Mesías Jesús. De manera unánime se ha observado el énfasis lucano en las mujeres, los niños/as, los enfermos (obviamente) y los seres marginales como objeto central de la acción de Jesús. Así lo afirma tajantemente el biblista valdense italiano Giorgio Girardet: “Es la historia de un niño divino, anunciado por presagios maravillosos, que nace en la pobreza, pero pronto es reconocido y recubierto de oro y vestiduras preciosas, recibiendo los honores de la sociedad de los poderosos. De la pobreza sólo queda una mística buena sólo para los ricos”.[1]

La adolescente comprometida que fue María aparece como un auténtico sujeto de su vida y de la historia, simultáneamente. ¿Cómo consiguió hacer eso San Lucas? Una mujer migrante por razones obligadas, que debió trasladarse para cumplir exigencias imperialistas y luego salir para evitar la muerte de su hijo. Que se convirtió en profetisa en un abrir y cerrar de ojos y que experimentó el asalto divino en su intimidad. Una mujer re-construida, re-diseñada y convertida en la heredera de su propia fe. María, mujer profética, según la fantástica definición de M.C.L. Bingemer e I. Gebara.[2] En contraste con la enorme pasividad de José, cuya genealogía pasó a un segundo e inexistente plano, para ser una especie de consorte especial, padre adoptivo o figura paterna sustituta para el futuro Mesías.

 

Ángeles en el páramo: diálogo entre el cielo y la tierra (vv. 8-12)

La presencia de esos seres celestiales y la manifestación de prodigios colaterales al nacimiento del niño proveen al relato de un aura de magnificencia que es imposible soslayar. Los ángeles, esas presencias intermedias surgidas en el periodo apocalíptico como un recurso para acceder a la intervención divina directa en tiempos de crisis, aparecen aquí como parte de las antiguas visiones. Su actuación querigmática suplió la expectación que las clases más desprotegidas tenían en relación con los religiosos profesionales ligados a los textos de la Ley. Para los iletrados de la época, funcionaron como parte de la imaginería que fue capaz de “abrir el cielo” para recibir revelaciones impensables. La angelología fue una construcción inevitable ante la imposibilidad de la continuidad profética clásica. La única posibilidad reveladora por parte de Dios para manifestarse a las clases desposeídas y otorgar esperanza.

Los ángeles aparecen en la historia de Lucas como seres que transmiten información privilegiada, negada en este caso a los príncipes y gobernantes. La lógica que preside su actuación es la de la inversión de los poderes y del saber verdadero: quienes ahora conocen el designio divino, gracias a los intermediarios, a los informantes celestiales, son la clase más baja, quienes de otro modo estarían condenados a la ignorancia. En otras palabras, los ángeles son anunciantes del proceso de liberación puesto en marcha por Dios y que arranca desde abajo, desde la suciedad del pesebre y desde la marginalidad de un pueblo sometido a los caprichos de quienes lo gobiernan. Esto choca frontalmente con la imagen simpaticona y neutral con que usualmente se les presenta en la imaginería tradicional.

 

Los marginales de siempre escuchan el cántico angelical sobre la paz divina (vv.13-20)

La marginalidad es endémica (¿pandémica?) en todo imperio. Roma globalizó como pocas veces las anteriores hegemonías y se sirvió de sus avances para profundizar el saqueo y la rapiña, junto con las élites locales. Saduceos y campesinos judíos estaban en la escala social opuesta y los pastores debían administrar celosamente algo que no era suyo, típica marca del coloniaje explotador de siempre. Su soledad en los páramos los hacía blancos fáciles de salteadores y debían andar pertrechados y en grupos. De ahí que si rutina fue alterada por una otredad impensada que bien hubiera brotado de su imaginación. Pero no, detrás de ese espectáculo revelador y del increíble diálogo entre el cielo y la tierra estaba el esperado resurgir de la esperanza, algo que para ellos no existía. Su horizonte era elemental: no perder ovejas como plan básico y amanecer sin novedad. Pero la gran noticia fue que serían portadores, desde la miseria casi total, de la mayor riqueza a que podía aspirar la humanidad entera: acunar al Salvador desde las entrañas de un sistema injusto y perverso, cómo siempre aconteció en las coyunturas kairológicas.

El poema que los ángeles entonan en su esfera propia es el que mejor resume lo sucedido en ese instante. Luego de explicar en prosa la noticia del nacimiento del Salvador, se les escucha concentrando en una breve estrofa todo el sentido de los acontecimientos: el gloria in excelsis Deo, (dóxa en jupsistois theo kai epi ges eiréne en anthrópois eudokías) la gloria al Dios celestial (Lc 2.14), se acompaña del anuncio de la paz en la tierra y de la buena voluntad de Dios para la humanidad entera. La poesía tiene aquí un objetivo que fue captado muy bien por algunos villancicos coloniales, como el de Hernán González de Eslava: “Ya la tierra es cielo”, el matrimonio entre el cielo y la tierra. Pero el poema dice algo más: si en la esfera divina, la gloria para el Señor es indiscutible, ésta no será plena si no se realiza en el mundo el shalom utópico antiguo, no solamente la pax, algo que habían garantizado los romanos si los demás pueblos aceptaban someterse a sus designios. La eirene, incluso, era una ficción neutralizante y ambigua que no alcanza a traducir el bienestar humano amplio que expresa el vocablo hebreo, trasfondo irrebatible del cántico. Además, éste desliza una crítica sólida al comportamiento humano, pues como comenta Girardet:

 

La palabra habitualmente traducida como “buena voluntad” [eudokías] debe ser entendida en el contexto cultural de su tiempo. Se trata de la “buena voluntad” de Dios para los hombres que ha elegido… El discurso tradicional de la “buena voluntad” es por consiguiente puesto cabeza abajo. El centro no es la buena disposición de los hombres animados por buenos sentimientos, sino la voluntad de Dios que elige. El contexto es claro: la “paz” —que luego es sinónimo de victoria final, de salvación, de liberación total— es anunciada a aquellos que Dios ha escogido y que hoy sufren opresión, los pastores marginados de la sociedad, los parientes de los zelotes crucificados, todos aquellos que en silencio velan y esperan su liberación.

 

 

Conclusión

Los prodigios no están colocados por este narrador extraordinario para distraer del núcleo de verdad de todo símbolo, al contrario, la simbología navideña debe ser retrabajada, revalorada y releída para volver a ser lo que quiso Lucas que fuera: un instrumento de esperanza humana en las manos de Dios. Jesucristo amaneció en la historia desde su reverso, desde su subversión, desde la negación de los palacetes y lujos hedonistas. Como lo compuso Salatiel Palomino, Dios anduvo “entre borregos”, Jesús nació entre el ganado y el estiércol para mostrar desde qué “lugar teológico” vino a salvarnos. La marginalidad es donde mejor se movería toda su vida, pues sólo un auténtico outsider podía captar la magnitud contracultural del Reino de Dios. Los ángeles y pastores se conjuntaron para que, desde el cielo abierto, se manifestase la voluntad divina para toda la creación y la humanidad. Y todo empezó y acabaría allí.


De/sde la encarnación divina (voluntaria)

El mal se destierra,

ya vino el consuelo:

Dios está en la tierra,

ya la tierra es cielo.

Fernán González de Eslava,

Siglo XVI

El cobijo de Dios en un pesebre

fue la estrella que anunció la Aurora

la infinitesimal venida del cielo

a emparentar con la historia /

para siempre

Ese cobijo eterno abraza / retiene

todo lo creado en la gracia

desplegada sin condiciones

sobre toda carne y vida /

de manera imperturbable

Lejos de leyes y consignas baratas

se expande como un bálsamo perfecto

para sanar heridas y conflictos /

acumulados en tiempos desgarrados

idos y presentes


Ese pesebre es centro y fin /

camino y ruta compartida

con peregrinos cansados / marginados /

migrantes cuyo sol no llega nunca

en el horizonte

El cobijo divino asoma en utopías

albas y tranquilas / rudas y feroces /

como acceso al calor celestial

que nutre todo de vida y compasión

inmerecidas pero reales

El cobijo divino trasciende poderes

reclamos / orgullos

se instala en el mundo haciéndose

vida / fragor / desafío

para fes insumisas

Suspende las guerras / acaba con ellas

desde su razón más honda / y sí:

deja huella en la tierra

y sus alrededores

como amor rebelde

Envuelve a su cosmos con un tenue hilo

visible al contacto / tenaz / persistente

pues prueba que un reino /

que está en el futuro / extiende su mano

cada día que pasa

(LC-O)


[1] G. Girardet, A los cautivos libertad. La misión de Jesús según san Lucas. Buenos Aires, La Aurora, 1982.

[2] M.C.L. Bingemer e I. Gebara, María, mujer profética. Madrid, Ediciones Paulinas, 1988.

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