1 de enero, 2023
Jacob envió delante de sí mensajeros a Esaú, su hermano, que estaba en la tierra de Seir, en el campo de Edom, y les dio las siguientes instrucciones: “Díganle a mi señor Esaú de parte de su siervo Jacob: “Hasta ahora he estado viviendo con Labán. Tengo vacas, asnos y ovejas, y también siervos y siervas. Envío a decir esto a mi señor, para pedirle que me trate con bondad”.
Génesis 32.3-5, Reina-Valera Contemporánea
Trasfondo
No cabe duda de que la
reconciliación es uno de los temas bíblicos mayores y que debe ser considerado
muy seriamente al momento de abordarlo.[1] Un
indicio de su importancia, si se presta atención a las traducciones, es que en
las revisiones reina-Valera de 1960 y 1995 aparece únicamente cinco veces (2 en
Lv 9 y 3 en Lv 16); en Dios Habla Hoy se encuentra 48 veces en 12
libros. Quizá sería más fácil tratar el tema desde el punto de vista doctrinal
(especialmente para hablar de la reconciliación de Dios con su pueblo), para lo
cual es ideal acercarse al Nuevo Testamento, pero en esta ocasión se analizará
el caso de Esaú y Jacob como modelo paradigmático de reconciliación personal y
familiar en el Antiguo Testamento, con la referencia al desarrollo de la
masculinidad de Jacob como elemento agregado y que la historia permite estudiar
con cierto detenimiento. A la reconciliación preceden la culpa y el perdón y se
ha vuelto ya un asunto de especialización en todos los niveles de la existencia
humana y social, al grado de que, cuando se crean comisiones de la verdad o de
reconciliación para abordar problemáticas muy concretas (guerras, genocidios,
abusos), tienen que considerarse todos los aspectos implicados: morales,
espirituales, psicológicos, políticos y existenciales, por lo menos. Hay un
gran trasfondo psico-espiritual en ese reencuentro y reconciliación que hoy
podría ayudarnos a experimentar reencuentros y reconciliaciones con hermanos/as
con los que juraríamos que eso sería imposible a la luz del amor común
experimentado por parte de Dios y del Señor Jesucristo.
A eso
nos avocaremos en este análisis y reflexión bíblicos porque es posible trabajar
el tema en múltiples niveles: pareja-matrimonio, familias, naciones, sectores
sociales y un largo etcétera. Acaso podría decirse que, para fundar una nación en
Jacob, tendría que superarse la rivalidad y el odio hacia Esaú-Edom. “Este
recorrido a través de [las etapas de la vida de Jacob] está claramente
delineado en la saga de Jacob, quien como patriarca de Israel es propuesto en
la Escritura (Gn 25.21-50.14) como arquetipo de varón, padre de muchos, epónimo
de una nación, hombre de Dios y persistente continuador de la vida”.[2]
Aunque bien podríamos preguntarnos por otros casos bíblicos de reconciliación o
no-reconciliación: Sara-Agar, Moisés-Miriam-Aarón, David-Absalón, Egipto-Israel,
Evodia-Síntique, Jesús-Judas, Pedro-Pablo y otros más, sin dejar de pensar en
la reconciliación mujer-mujer u hombre-mujer.
Un personaje urgido de reconciliación con su hermano
ofendido (vv. 1-6)
Estamos dentro de la
gran saga de Jacob, un amplio proyecto narrativo (que abarca los caps. 25-35 y
42-50 de Gn), auténtica novela de enredos plagada de elementos legendarios y
contradictorios que le dan cuerpo a una historia ligada profundamente al desarrollo
del pacto de Yahvé con su pueblo. Todo comenzó desde el vientre mismo de Rebeca
cuando nació la rivalidad que se fue desplegando con el paso del tiempo, sus
aficiones e inclinaciones (25.23). El episodio que propició su distanciamiento sucedió
cuando Jacob “compró” la primogenitura a su hermano (25.27-34). Jacob tuvo que
huir de la ira y de la amenaza de Esaú (27.41), con lo que inició un
distanciamiento que se prolongó durante mucho tiempo (unos 20 años), durante el
cual se fue gestando la figura y el carácter de Jacob como escogido de Yahvé
mediante varios acontecimientos importantes (Betel, 28.10-22; su relación con
Labán y sus hijas, 30-31). Parecería que siempre estaría huyendo, pero después
de todo ello, vino el momento en que, como narra el comienzo del cap. 32, “le
salieron al encuentro ángeles de Dios”, con lo que se prepara el
escenario para el eventual reencuentro con su hermano. Esto sería un anticipo
de su posterior “lucha con el ángel”, preludio obligado de la reconciliación
con Esaú. “Después de la tensión creciente con su suegro y la separación de
negocios en la que ninguno actuó honorablemente, Jacob dejó a Labán. Ya que
obtuvo su posición por medio del truco sucio de Labán años atrás, Jacob vio la
oportunidad de legitimarla haciendo un acuerdo con su hermano Esaú. Sin
embargo, él esperaba que las negociaciones fueran tensas”.[3]
Pero he aquí que el
relato empieza a mostrar una versión modificada de Jacob, es decir, alguien que
muestra haber aprendido de sus errores y artimañas y que se prepara para
reencontrarse con Esaú. Allí aparecen los dos niveles del relato: el
superficial, relacionado con la estrategia para el reencuentro, y el profundo,
esto es, cómo el posible nuevo Jacob ahora fue capaz de pensar antes en su
familia que en él mismo:
Por temor de su hermano Esaú,
planea hábilmente el encuentro con él por medio de emisarios con regalos. Sin
embargo, la reconciliación con su hermano no tendrá lugar hasta que experimente
más profundamente a Dios. Una noticia ambigua: “Tu hermano viene con
cuatrocientos hombres” lo atemoriza, divide a su gente en dos grupos para
salvar al menos parte del clan y ora con palabras conmovedoras: “Sálvame, por
favor, de la mano de mi hermano…pues le temo, no sea que venga a mí y hiera a
la madre con los hijos…”. Convertido en un jefe de tribu, Jacob ora por la supervivencia
de la estirpe, rol por excelencia del varón.[4]
Jacob
reflexiona sobre su vida y la de su familia ante el eventual reencuentro (vv.7-12)
“Pero Jacob sigue siendo Jacob en
cuanto a tener siempre a punto soluciones, y se dice con gran sentido práctico
que la pérdida de la mitad de sus bienes, por muy amarga que sea, siempre
podría librarle de perderlo todo”.[5] La oración de los vv. 9-12
(“laica y libre”, subraya Von Rad) demuestra que, en efecto, había comenzado a
reflexionar sobre su vida pasada y a asimilar la tradición familiar de trato
con Yahvé como parte de un proceso en marcha para la consecución del designio
divino, lo cual no era poca cosa. Jacob debía prepararse espiritualmente para
ese reencuentro y lo hace magníficamente por medio de esta plegaria. Sus
elementos son claramente reconocibles y pertinentes para lo que está a punto de
suceder: a) se sitúa en línea directa con su abuelo y su padre (9a); b)
da testimonio de que es Dios quien le ha ordenado marchar de regreso con sus
parientes para tratarlo bien (9b); c) subraya su pequeñez ante las
misericordias y bondades divinas que le han permitido prosperar (10); d) solicita
ser librado del enojo de su hermano, justificándolo plenamente (11); y e) recuerda
la promesa divina sobre su descendencia (12). “No andaremos muy desencaminados
si pensamos que esta oración expresa también una purificación acontecida en
Jacob”.[6]
Jacob
atraviesa tres etapas en su desarrollo como hombre creyente: a) se
beneficia de la dominación masculina (“adquirir, lograr, superar, aventajar y
morir peleando por mantener lo arrebatado a otros machos igualmente deseosos de
ascender en la empresa, la política o la iglesia”); b) el descubrimiento
de la solidaridad (familiar, humana; “la búsqueda amplia de la justicia y la
equidad”); y c) “la vía negativa, donde hay que desaprender el camino del
poder, potenciar a otros , hacerse hermano de la creación, derribar barreras para ser parte de una
nueva humanidad”.[7] Seguir siempre en la
primera es nocivo, avanzar hacia la segunda es bueno, pero sólo en la tercera
es posible avanzar hacia la reconciliación plena y la fecunda hermandad espiritual.
Conclusión
Acompañemos a Jacob en este camino de
autodescubrimiento, reencuentro y reconciliación con su hermano para que así
aprendamos, en la experiencia personal, qué rutas debemos seguir para
reconciliarnos con todos aquellos/as con los que podríamos restablecer una
relación de respeto, dignidad y fraternidad, especialmente si fuimos los
causantes del distanciamiento e incluso si no lo fuimos.
[1] Cf. el simposio sobre la
reconciliación realizado por la Universidad Comillas en 2021: www.comillas.edu/es/noticias-comillas/2765-la-reconciliacion-es-un-aspecto-clave-de-la-fe-cristiana-que-se-manifiesta-en-los-procesos-de-perdon.
[2] Hugo Cáceres, “Algunos
elementos de la espiritualidad masculina vistos a través de la narración
bíblica de Jacob”, en RIBLA, núm. 56, 2007/1, p. 22, www.centrobiblicoquito.org/images/ribla/56.pdf.
[3] “La
transformación de Jacob y su reconciliación con Esaú (Génesis 32-33)”,
en www.teologiadeltrabajo.org/antiguo-testamento/genesis-12-50#la-transformacion-de-jacob-y-la-reconciliacion-con-esau-genesis-32-33.
[4] Ibid., p. 25. Énfasis del
original.
[5] Gerhard
von Rad, El libro de Génesis. 2ª ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1982
(Biblioteca de estudios bíblicos, 18), p. 391.
[6] Ibid., p. 392.
[7] H. Cáceres, op. cit., pp. 20-21.
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