11 de diciembre, 2022
Y sucedió que, al oír Elisabet el saludo de María, la criatura saltó en su vientre y Elisabet recibió la plenitud del Espíritu Santo.
Lucas 1.41, Reina-Valera Contemporánea
Trasfondo
Como
parte de su anunciada reconstrucción de los acontecimientos básicos de la
historia de salvación, el evangelio de Lucas puso la lupa en un suceso “microhistórico”,
pero sumamente relevante para su propósito narrativo: el encuentro entre
Elisabet y María. Ambas eran familiares, por lo que, después del anuncio de que
la primera por fin sería madre (Lc 1.36), lo mismo que María, ésta acudió a
visitarla “de prisa a una ciudad de Judá que estaba en las montañas” (1.39). La
atención que presta el texto a la vida y acción de las mujeres es notable. La
sencillez del relato es estremecedora y de una fluidez que permite acomodar los
hechos de una manera natural en medio de anuncios maravillosos: primero, la
obra salvífica de Dios colocada en los dos extremos de la vida, y después, la
presencia del Espíritu por tercera vez, en este caso, sobre Elisabet. Mediante
este encuentro, Lucas enlaza la tradición de Juan Bautista con la de Jesús. “María
e Isabel están inseparablemente unidas, no sólo porque son parientes, no sólo
porque sus destinos exteriores parecen ahora parecen semejantes, sino en virtud
de la unidad de la promesa recibida, en virtud de la necesidad de la gracia que
han encontrado en Dios. Se saludan mutuamente. ¡Qué incomparable saludo! ¡El de
unos seres humanos que se reconocen porque han recibido la promesa de Dios!”.[1] El reconocimiento mutuo de la
maternidad otorga a cada una de ellas una mayor dignidad:[2]
“La criatura saltó en su vientre y Elisabet recibió la plenitud del
Espíritu Santo” (vv. 39-41)
El prejuicio anticatólico por el culto a la María nos ha impedido, hasta
cierto punto, disfrutar de las bondades y el simbolismo de este episodio en el
que ambas experiencias de fe, tan similares, se conjuntaron para transmitir un
mensaje que iba avanzando para producir mayor impacto. “Con este punto de
partida que registra Lucas: María se levanta y va de prisa... se nos muestra
una joven decidida, de iniciativa propia y radical autonomía, que atraviesa un
extenso territorio sola, para llevar a cabo lo que se propone. […] Su viaje tiene
un sentido de búsqueda de la sabiduría femenina que sólo una ancestra puede
revelarle”.[3]
“La visita de
María a casa de su prima va a ser la ocasión del primero de esos cánticos en
que Lucas, únicamente en el evangelio de la infancia y por boca de personajes
que se expresan bajo la moción del Espíritu, ofrece al lector profundas iluminaciones
sobre el proyecto de Dios”.[4]
Los teólogos/as que son capaces de leer y profundizar en la
intrahistoria, como Karl Barth, vienen en nuestra ayuda, sin ahorrarse la
crítica a la mariología o mariolatría:
No hay que extrañarse de que, en la Iglesia católica
romana, se haya hecho de María un segundo centro al lado de Cristo; de que la
Madre de Dios sea allí objeto de una doctrina particular, de suerte que, en la
piedad de la Iglesia, la figura de María ha podido a veces ensombrecer la
figura misma de Cristo. […] Precisamente porque Ella representa el punto
culminante en la línea de los que han recibido la promesa y esperan al Señor, María
pertenece a la humanidad, representa al ser humano ante Dios, al ser humano que
tiene la necesidad de la gracia y que recibe la gracia. […] Si hay alguien
que sea de los nuestros, del todo cerca, implicado en lo más profundo de la
miseria humana y de la promesa, es sin duda María, a la cual el ángel va a
visitar a su casa, llamándola para el puesto extraordinario que Dios le concede
la gracia de ocupar. […] La única mediación es la gracia de Dios que acepta al
hombre.[5]
“En esta escena, Zacarías permanece ausente,
mientras que Isabel, que está oculta durante cinco meses, acude al primer plano
de la escena acogiendo a la que acaba de ser ‘llena de gracia’. También es el
momento del encuentro entre los dos niños, incluso en el vientre de sus madres.
El proyecto de Dios envuelve a los cuatro”.[6]
Se trata de un “diálogo de vientres maternos”, de “entrañas”[7]
en el que Juan y Jesús se “encontraron” por primera vez.
“¡Dichosa tú, que has creído, porque
se cumplirá lo que el Señor te ha anunciado!” (vv. 42-45)
No han faltado comentaristas del texto que han calificado los vv. 42-45
como “el cántico de Elisabet”: “Cuando Isabel, llena del Espíritu Santo,
prorrumpe en una alabanza de María, su primer grito es una ‘bendición’ (v. 42),
que recuerda las palabras de Débora, la profetisa, al cantar la gesta de Yael: ‘¡Bendita
entre las mujeres Yael!’ (Jue 5.24) […] La razón por la que Isabel proclama a
María como ‘bendita’ se expresa por medio de una construcción paratáctica: ‘y
bendito el fruto de tu vientre’; es decir, porque María lleva en su seno al
Kyrios [Señor]”.[8] Elisabet
saluda a María, “la madre de mi Señor” (43) y agrega al saludo una bendición y
una bienaventuranza: ella es “bendita” (eulogémené) entre todas las
mujeres, porque es “bendito” (eulogemenos) también el fruto de su
vientre; y es “dichosa” (makaria) porque “ha creído” mediante la fe. En esos
dos aspectos de la personalidad de María se centra la alabanza: en ser madre
del Señor y en ser la gran creyente. “Isabel está feliz por encontrarse con la
madre del Mesías. Juan está feliz (empezó a ‘dar saltos de alegría’, v. 44) por
encontrarse con aquel al que él debe preparar un pueblo ‘bien dispuesto’. María
está feliz por la gran acción de Dios en ella y por los humildes”.[9]
Esta sección del evangelio desemboca magistralmente
en el cántico de María (tan bellamente comentado por Lutero), una expresión
altísima de fe y confianza en las promesas antiguas del Señor que resume la
perspectiva profética del programa divino de salvación-liberación.
Conclusión
Escuchemos las conclusiones de dos mujeres latinoamericanas
acerca de este pasaje en el que las voces femeninas se entrelazan y proyectan
la esperanza en la venida del Mesías al mundo. La primera, subrayando los
énfasis propios de esas voces a través del filtro narrativo de Lucas.
Es en medio de esta situación, de este acontecer...,
narrado por Lucas, pero necesariamente guardado y transmitido en y desde la memoria
femenina de las primeras comunidades que María de Nazaret, esta jovencita
que viaja a la montaña en busca del apoyo de su ancestra, descubre y asume su
palabra. Palabra plena de conciencia y de gozo, palabra plena de experiencia
mística y de sabiduría. Y es claro que sólo en este contexto, María puede
hablar como habla, porque sólo en el orden simbólico de la madre, que Isabel y
María vivencian y construyen, podemos las mujeres descubrir y recuperar nuestro
lenguaje.[10]
Y la segunda, desde el
protestantismo evangélico para recuperar a María como modelo de fe para todas
las iglesias, como una auténtica “santa protestante”:
María es también una santa protestante. Ella es
valorizada en su papel de mujer, simultáneamente justa y pecadora. Ella
consigue sintetizar la tensión entre modelos distintos y, en último análisis,
la propia ambigüedad humana: personaje humano y divino, humilde y venerada,
mujer y santa, virgen y madre. La teología protestante niega terminantemente el
carácter mediador de María, recelando que pueda ofuscar la importancia de
Cristo. Pero no puede negar que ella es la madre de Dios. Ella es una mujer
ejemplar, no sólo para las mujeres (a pesar de que tradicionalmente ha sido
utilizada como tal), sino para toda la cristiandad.[11]
[1] Karl Barth, Adviento.
Madrid, Studium, 1970, p. 50.
[2] François Bovon, El evangelio
según san Lucas. I. Lc 1-9. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1995 (Biblioteca
de estudios bíblicos, 85), p. 120.
[3] Carmiña
Navia Velasco, “María e Isabel, diálogo entre mujeres”, en RIBLA, núm.
46, 2003/3, p. 11.
[4] Yves Saoût, Evangelio
de Jesucristo según san Lucas. Estella, Verbo Divino, (Cuadernos bíblicos,
137), p. 13.
[5] K. Barth, op. cit., pp.
28-29. Énfasis agregado. Cf. Wanda Deifelt,
“María, ¿una santa protestante?”, en RIBLA, núm. 46, pp. 98-112; y
Elizabeth Salazar Sanzana, “María: mujer santa y santa mujer”, en Revista
Optantes, 31, 2009, pp. 30-45.
[6] Y. Saoût, op.
cit., p. 13.
[7] C. Navia
Velasco, op. cit., p. 11.
[8] Joseph
A. Fitzmyer, El evangelio según san Lucas. II. Traducción y
comentarios. Capítulos 1-8.21. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1987, p. 135.
[9] Y. Saoût, op.
cit., p. 13.
[10] C.
Navia Velasco, op. cit., p. 14.
[11] W. Deifelt, op. cit.,
p. 111.
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