8 de enero, 2023
Tu nombre ya no será Jacob —le dijo el hombre—. De ahora en adelante, serás llamado Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido.
Génesis 32.28, Nueva Traducción Viviente
La llamada de Dios obliga a Jacob a enfrentarse con su pasado antes de afrontar el futuro. Ha de reconocerlo, superarlo, exorcizarlo. El pasado no es sólo el rencor de su hermano, es su propia conducta: su complicidad con la madre para engañar al anciano padre, suplantar y defraudar a sabiendas a su hermano. Fiel al nombre de ya’qob, ha echado zancadillas.[1]
Luis Alonso Schökel
Trasfondo
Intentar hacer un retrato de Jacob y acompañarlo
narrativamente a través del Génesis puede ser una auténtica aventura literaria
y espiritual. Los trazos ágiles del texto permiten verlo como un personaje
redondo, sólido y bien trabajado, quizá el más consistente que aparece en todo
ese libro, acaso superado únicamente por Abraham. Éste es una persona siempre
bienintencionada, pero los claroscuros de la vida de Jacob entran más en el
esquema de una novela que en los perfiles más legendarios de su padre y su abuelo. El resumen de sus años iniciales
puede ser muy duro y justo al mismo tiempo: “En su juventud Jacob actúa como un
auténtico farsante, engaña a su padre con ayuda de su madre, Rebeca,
reemplazando a su hermano para quedarse con la bendición correspondiente al
primogénito. En su adultez la historia se revierte por medio de otra artimaña,
Labán, hermano de Rebeca, engañará a Jacob —el engañador es engañado— casándolo con
Lía, hermana de Raquel, quien reemplaza a su hermana la noche de bodas, así Lía
hace valer sus derechos de hija primogénita”.[2]
La antesala de su reconciliación con Esaú es uno de los momentos más
enigmáticos de toda la Biblia, puesto que el encuentro con el ángel (o varón) lo
muestra, como continuamente aparece en el relato, avezado y arriesgado, pero al
mismo tiempo, al final, débil y sometido a una marca que lo acompañaría toda su
vida. Nada hacía suponer, en medio del realismo de la historia, que sus
tendencias religiosas lo pondrían en una situación de desventaja que le
impediría actuar, una vez más, con la marrullería que lo caracterizó durante un
buen tiempo.
Jacob se hallaba aterrado ante la perspectiva de encontrarse con su hermano; este acontecimiento que se le avecinaba había movilizado todos sus pensamientos. Y entonces fue cuando se produjo este otro encuentro, inesperado y mucho más peligroso para él. Por otra parte, si […] entendemos este acontecimiento como una respuesta a la oración de Jacob (Gn 32.10s) que hasta entonces no había recibido ninguna, dicho suceso nocturno constituirá un presagio aún más extraño, por esa su calidad de respuesta a una oración.[3]
“Jacob se quedó solo…”: la soledad previa al combate y la purificación (vv.
22-26)
Jacob hizo un gran esfuerzo logístico
para preparar el reencuentro con su hermano: su preocupación para cuidar a sus
familias lo llevó a que los rebaños y las caravanas atravesaran el río Jaboc
(actual Nahr Ez-Serka), que corre por un profundo vado, afluente del Jordán por
el lado oriental.[4] Cuando ya toda la gente
estaba del otro lado y Jacob se había quedado atrás para vigilar, es cuando
acontece aquel suceso terrible. Seguramente en sus cavilaciones y en un horario
extremo durante la noche, la mente de Jacob se ocupó de múltiples cosas. El
texto subraya que se apareció “un hombre” para pelear con él, de una manera muy
escueta (v. 24) que queda abierta a diversas interpretaciones, lo que coloca la
posición de Jacob “que únicamente pudio percibir una presencia masculina que se
abalanzó sobre él”.[5]
Jacob se queda solo, la noche
oscura se inicia, lo que provoca el encuentro con el ser misterioso —aún la Biblia es ambigua, primero un hombre (32,25),
después Dios (32,29)— por medio de lo único que Jacob
sabe hacer: luchar. En la penumbra y los horrores nocturnos, Jacob libra su
última reyerta no con un individuo sino con todos los hombres con quienes ha
peleado y a quienes ha engañado: su hermano Esaú, su padre Isaac, su suegro
Labán. Ésta es la noche espiritual masculina, su naturaleza se aferra,
lucha, exige, pregunta por el nombre de su contrincante. Pero es noche del
alma y no hay respuesta a su pregunta, está por nacer otro hombre, el
hombre transformado por la superación de las experiencias de enfrentamiento y
frustraciones y dar paso a la experiencia auténtica de paternidad: no esperar
nada excepto la salvación de la prole.[6]
La identidad de este hombre es sumamente
misteriosa, lo que permite al texto desarrollar ese misterio en una dirección
estrictamente teológica: este ser humano enigmático ¡resultará ser Dios mismo!
“El ‘hombre sin nombre’ simboliza a cada una de las personas con las que Jacob
ha luchado”.[7]
El cambio de nombre de Jacob: nueva
personalidad para afrontar la reconciliación (vv. 27-32)
Fue una larga lucha que se prolongó durante toda la
noche: “el combate permaneció indeciso hasta que el misterioso contrincante […]
logró alcanzarle en la cadera dislocándosela como por arte de magia”.[8]
Las fuerzas de Jacob pusieron en un aprieto a su adversario (25a) y éste
solicita que lo deje ir (26a).
En la oscuridad ve el rostro de Dios y éste le revela un nuevo nombre, Israel el que lucha con Dios, (šarita = has luchado) nombre de una nación (Gn 32.24). Jacob ha tenido la experiencia de los místicos que reconocen que nada se parece más a Dios que la oscuridad. De allí puede regresar a reconciliarse a fondo con su hermano, a convertirse en verdadero padre y esposo, el varón liberado de oposición y temor. Pero esa noche deja su huella, Jacob sale herido a buscar a su hermano y cojeará el resto de su vida. Está herido en la articulación del muslo (yārak), una zona bíblicamente vinculada a la masculinidad. El camino de regreso a casa implica el doloroso reconocimiento de su humanidad y no volver a caminar erguido como el joven autosuficiente que partió sino como el hombre completo que vive plenamente su virilidad en el reconocimiento de sus miedos y limitaciones, sin embargo suficientemente dispuesto a vivir para los demás.[9]
La salida del sol coincidió maravillosamente
con el fin del combate y la desaparición del terror de Jacob. Su masculinidad quedó
herida para siempre (25b: Dios se la descoyuntó, ¡vaya metáfora tan directa de
la oposición divina contra el patriarcado autoritario!) y él intuyó algo de la
naturaleza divina de su adversario pues, en contraste con la resistencia que le
había opuesto, se aferró a él para solicitar su bendición, esto es, “una fuerza
vital divina” (26b). Al depositarse en la mano de Dios y en su poder para
bendecir, manifestó una reacción del ser humano ante lo divino. Pero él también
debía dejarse interrogar sobre sí mismo, sobre su nombre que se creía entonces
contenía algo o mucho de la esencia del portador. “Al decir cuál era su nombre,
Jacob tenía pues que revelar todo su ser, y de hecho […] el nombre ‘Jacob’ lo
calificaba de trapacero (cf. Gn 25.26; 27.36”.[10]
Jacob tuvo que abrirse completamente ante Dios para estar en condiciones de
afrontar su nuevo carácter y personalidad (Gn 35.10), además de la
reconciliación con su hermano. Su nombre nuevo lo ligó para siempre a un nuevo
estatus social y espiritual (“Termina la etapa de las trampas, de y’qb, comienza
la etapa de Israel, padre de un pueblo. El pueblo de Israel que ha de aprender
a luchar con Dios, a retenerlo y a soltarlo: el auténtico Israel”.[11]).
La lectura de orientación mística es apasionante y seductora:
Dios mismo provoca al hombre a la pelea, a la búsqueda insatisfecha, al esfuerzo tenaz: para bendecirlo al final. En otros tiempos la pelea es por el nombre: el auténtico y limpio, no el que se ha gastado y viciado con el uso y el abuso humanos. Y hay que quedarse a solas y pelear de nuevo con el ser misterioso, para escuchar su nombre, fresco, recién pronunciado, por él mismo. Dios bendice, calla su nombre. Haber oído su palabra, haber sentido su contacto es ya descubrimiento de su presencia. De la lucha sale el hombre cojeando, el pobre peregrino hacia la tierra prometida.[12]
Conclusión
Si, efectivamente, “Dios pega donde más duele”,[13]
habría que leer este pasaje desde la perspectiva de la reconstrucción conflictiva
de una personalidad dominada por el engaño y el embuste para canalizarla hacia
los rumbos del plan divino más amplio y abarcador. En Oseas se “interpreta que
la lucha de Jacob con su hermano, al inicio de su vida, está ligada a su lucha
con Dios en la plenitud de su virilidad (Os 12.4-5). Lo interesante es que el
profeta traza el recorrido de la vida de Jacob indicando sus luchas (A) y (B)
pero culminando con una afirmación luminosa, sus reyertas fueron el acceso para
encontrar a Dios, cruce vital que abre una puerta de comunicación entre Dios y,
nosotros, el resto del género masculino (C)”.[14]
La reconciliación de Jacob con su con su hermano estaría, entonces, en función
de algo más relevante: el nacimiento de un pueblo desde la entraña de la
fraternidad reelaborada:
El que luchó con Dios y le arrancó
su bendición regresa ahora a las luchas de la vida con otra perspectiva. A
diferencia de su abuelo y su padre que se escudaron tras las mujeres para
salvar la vida (Gn 12.10-20; 20; 26.6-1), Jacob se coloca delante de su hermano
protegiendo el clan para humildemente solicitar misericordia del poderoso Esaú
(Gn 33.3). Sin embargo, asumida la vía negativa, Jacob debe aceptar algunas
sorpresas de Dios. La reconciliación con su hermano desciende gratuitamente
como una bendición.[15]
[1] L. Alonso Schökel, ¿Dónde está
tu hermano? Textos de fraternidad en el libro del Génesis. 3ª ed. Estella,
Verbo Divino, 1997, pp. 193-194.
[2] Hugo Cáceres Guinet, “Algunos
elementos de la espiritualidad masculina vistos a través de la narración
bíblica de Jacob”, en RIBLA, núm. 56, 2007/1, pp. 22-23, www.centrobiblicoquito.org/images/ribla/56.pdf
[3] Gerhard
von Rad, El libro de Génesis. 2ª ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1982
(Biblioteca de estudios bíblicos, 18), p. 394.
[4]
Ibid., p. 395.
[5] Ídem.
[6] H. Cáceres
Guinet, op. cit., p. 25. Énfasis agregados.
[7] Félix García López, El
Pentateuco. Introducción a los primeros cinco libros de la Biblia. Estella,
Verbo Divino, 2003, p. 116.
[8] G. von Rad, op.
cit., p. 395.
[9] H. Cáceres
Guinet, op. cit., p. 25. Énfasis original.
[10] G. von Rad, op.
cit., p. 396.
[11] L. Alonso
Schökel, op. cit., p. 209.
[12] L. Alonso
Schökel, op. cit., p. 206.
[13] Cf. Mark
Gignilliat, “Cuando Dios pega donde más duele”, en Christianity Today, 23
de noviembre de 2015, www.christianitytoday.com/ct/en-espanol/cuando-dios-pega-donde-mas-duele.html
[14] H. Cáceres Guinet, op. cit.,
p. 27.
[15] Ibid., p. 25.
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