Entonces Esaú corrió a su encuentro y lo abrazó, puso sus brazos alrededor de su cuello y lo besó. Y ambos lloraron.
Génesis 33.4 Nueva Traducción Viviente
La realización de la reconciliación tiene su lugar, no tanto en la justificación del individuo, cuanto en la convivencia concreta dentro de la comunidad (Ef 2.14ss) en un vivir que no es desde el principio de seres animados por los mismos sentimientos, sino de seres diversos (señores y esclavos, pobres y ricos) reconciliados con Dios y reconciliados entre sí (Gal 3.28).[1]
Trasfondo
Retomemos
una definición de reconciliación, de Juan María Uriarte: “…es un proceso en el
que las personas o grupos enfrentados, bien sean ofensivos, bien sean
defensivos, renuncian definitiva y visiblemente a perdurar en una relación
destructiva y se comprometen, firme e irreversiblemente a encarar una relación
constructiva, encaminada a reparar el pasado, a establecer un presente pacífico
y a garantizar un futuro de paz y de colaboración al bien común”.[2] Y
agrega este autor que, para hablar de reconciliación, no es necesario que ”los
enemigos se conviertan en amigos, sino que vuelvan a respetarse mutuamente como
miembros de una misma sociedad. No requiere necesariamente una interpretación
común de la naturaleza y el origen de la confrontación violenta que ha durado
50 años, sino una voluntad firme y eficaz de evitar su repetición”.[3] Por
otro lado, la reconciliación entre Dios y su pueblo (expiación) estaba mediada
por una serie de procedimientos rituales y ofrendas (Lv 8.15, 9.7, 10.17,
etcétera). Pero llegamos, por fin, al momento del reencuentro entre Esaú y
Jacob, modelo y paradigma bíblico de reconciliación entre hermanos, es decir,
entre familiares muy cercanos. Dejemos la palabra a Luis Alonso Schökel en su
reconstrucción de este amor filial alterado por la conducta de Jacob, situada
en el marco de la llamada y las promesas divinas:
Jacob tiene que proseguir su marcha
porque lo reclama el Dios de Betel. No tiene raíces en Harán o Padán Aram, como
no las tenía Abraham en Egipto […] Ha estado como huésped: de un mes a siete
años, de siete años a catorce, de catorce a veinte. Ha recibido bendiciones de
Dios, fecundidad y riqueza, y ha sido cauce de bendición. […]
Estaba unido a Esaú
por hermandad y se ha separado forzosamente de él, primero espiritualmente,
después corporalmente: más vale destierro que muerte. […] Lo reclama el Dios de
Betel.
Pero el camino para
la cita pasa por territorio de Esaú, zona peligrosa. Está “armado de odio
antiguo” (Ez 35.5), odio armado de espada (Gn 27.40), que es su modo de vida.
Lo respaldan cuatrocientos hombres: Abraham en el máximo de su poder reunió
trescientos dieciocho (14.14). Pasar por los dominios de Esaú es arriesgado, quizá
mortal: ¿no será mejor el destierro que la muerte? No puede ser; la llamada de
Dios persiste, retorna, insiste, como también la promesa “estaré contigo”.[4]
El simbolismo es claro: su Dios lo llama,
pero antes debe paasar la aduana y estar a cuentas con su hermano. (Toda
mención a Edom en el A.T. tiene como trasfondo el conflicto original.) No hay
alternativa. En el contexto de esa llamada parecen situarse los encuentros con
los mensajeros divinos y con el personaje enigmático. Ahora se trataba de
ganar, literalmente, la voluntad del hermano ofendido, en medio de las nuevas
circunstancias.
El reencuentro largamente postergado
(vv. 1-4)
“Esaú
lo abraza, los temores desaparecen y el llanto de ambos es un signo de sanación
de la vieja herida
(Gn
33,4) que empezó a abrirse en el vientre de la madre”.[5]
Ahora Jacob se puso a la cabeza del grupo (3a) para recibir a su hermano con un
ceremonial de saludos dignos el servilismo cortesano: postrarse siete veces (3b)
era algo muy practicado en ambientes ligados a los faraones; hacerlo sólo una
vez ya era demostración de respeto (Gn 18.2, 19.1). Por fin se desvaneció la
tensión acumulada y el narrador presenta un noble retrato de Esaú, quien se
dejó llevar por la alegría y la emoción del reencuentro. La terminología
utilizada (hermano, bendición, postrarse) da cuenta de ello a fin de mostrar la
reconciliación fraterna como una victoria sobre el pasado: “Al hecho profundo
de la reconciliación, hacia el cual gravitan estos dos capítulos, servirá desde
arriba la ayuda de Dios y abajo la prudencia calculadora del hombre. Al final
se restablecerá el equilibrio”.[6]
No hay ni una palabra sobre el pasado, pues el abrazo demuestra firmemente su
perdón. El movimiento de Jacob es propio del homenaje de un siervo o vasallo a
un jeque o señor.
La posible restitución o reparación
del daño (vv. 5-9)
El texto continúa con el diálogo, porque aún hay algo importante por
decir: la presentación de las familias de Jacob ante la pregunta de su hermano
(5b). primero se postraron las esclavas ante él (6) y después las esposas (7). Al
preguntar sobre las manadas que lo acompañaban (8a) y que llevaba como regalo,
la respuesta de Jacob lo muestra en plena sumisión ante él: lo llama “señor”
(8) y Esaú le responde como “hermano” (9). “Con la humildad se doblega el
rencor de Esaú”.[7] La
emoción de Jacob lo lleva a entregar todo ello, pero Esaú lo rechaza “por tener
más que suficiente” (9a), aunque insistirá en que lo reciba para que finalmente
lo acepte.
Adelantándonos un poco al v. 11, resuena
una palabra que recuerda la posible restitución, restauración o reparación del
daño:
El forcejeo [para aceptar los
regalos] podría ser convencional; pero aquí tiene suma importancia la
aceptación, que el don dea acepto. Es prueba de reconciliación. Hay que
leer la palabra “obsequio” en el v. 11, que es en hebreo beraka. Hasta
ahora los llamaba “presentes, regalos” = minha. Pero el último momento
reserva una palabra que nos suena: beraka. En hebreo brk es
desear un bien a otro que no lo ha conseguido aún, o felicitarle porque lo ha
obtenido, o agradecerle el beneficio que nos ha hecho; y beraka puede
ser el don que expresa el reconocimiento o agradecimiento. El que robó la beraka
(bendición) ofrece ahora una abundante beraka (obsequio). Y Esaú
lo acepta. Se rompe el maleficio y se cierra el ciclo del rencor.
Esaú ha cambiado. El autor lo dice con tres expresiones: hnn [como Dios muestra al hombre su favor], rsh [Esaú acepta, se usa más para referirse a Dios], pny [como ver el rostro de Dios].[8]
Conclusión
Evidentemente, estas reflexiones se mueven en el ámbito de lo religioso
o espiritual y, de ninguna manera, se exponen como pautas absolutas o
psicológicas (en donde se despliegan muchos más elementos en juego) para la
realización plena de la reconciliación. No obstante ello, esta perspectiva
conduce inevitablemente al terreno de la ética como algo que debemos tener muy
presente, más allá de cualquier forma de ingenuidad:
Por una parte, la experiencia de fe
se convierte en un elemento motivacional de primer orden: el perdonado y
reconciliado con Dios encuentra en esta vivencia los resortes que le mueven a
abrirse y a buscar activamente la reconciliación con sus semejantes. Por otro,
la moral cristiana, condensada sucintamente en el mandamiento del amor, formula
contenidos concretos que han de estar presentes en la actuación del fiel:
ofrecer el perdón sin límites, incluso al enemigo; otorgar el perdón solicitado
por el ofensor; tener iniciativa al pedir perdón y expresar arrepentimiento ante
quien haya podido sufrir su ofensa.[9]
[1] H.-G. Link, “Reconciliación. Para la praxis pastoral”, en L.
Coenen et al, dirs., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. IV.
3ª ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1994, p. 47. Énfasis original.
[2] Juan María Uriarte, “La reconciliación, tarea eclesial y
social”, en Aula de Teología, 29 de octubre de 2019, https://web.unican.es/campuscultural/Documents/Aula%20de%20estudios%20sobre%20religi%C3%B3n/2019-2020/1.%20La%20reconc.%20tarea%20ecls%20y%20social.%20JM%C2%AA%20Uriarte_.pdf.
[3] J.M. Uriarte, La reconciliación. Santander, Sal Terrae, 2013, p. 23.
[4] L. Alonso Schökel, ¿Dónde está tu hermano? Textos de
fraternidad en el libro del Génesis. 3ª ed. Estella, Verbo Divino, 1997, p. 193.
[5] H.
Cáceres Guinet, “Algunos elementos de la espiritualidad
masculina vistos a través de la narración bíblica de Jacob”, en RIBLA, núm.
56, 2007/1, p. 25, www.centrobiblicoquito.org/images/ribla/56.pdf, p.
25.
[6] L. Alonso Schökel, op. cit., p.
194.
[7] Ibid., p. 214.
[8] Ibid., p. 215. Énfasis agregado.
[9] Galo Bilbao Alberdi e Izaskun Sáez de la Fuente Aldama,
Por una (contra)cultura de la reconciliación. Barcelona, Cristianismo y
Justicia, 2020 (Cuadernos, 217), p. 9.
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