sábado, 25 de marzo de 2023

Una espiritualidad cristiana plena: ser propiedad de Jesús (I Corintios 3.18-23), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

26 de marzo, 2023

 …sea Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente o lo por venir, todo es de ustedes, y ustedes son de Cristo, y Cristo de Dios.

I Corintios 3.22-23, RVC

 

Trasfondo

“La espiritualidad, en el sentido estricto y hondo del término, es el dominio del Espíritu. Si ‘la verdad nos hará libres’ (Jn 8,32), el Espíritu que ‘nos llevará a la verdad completa’ (Jn 16.3), nos conducirá a la libertad plena. A la libertad de todo lo que nos impide realizarnos como hombres e hijos de Dios, y a la libertad para amar y entrar en comunión con Dios y con los demás”.[1] El máximo grado de la espiritualidad cristiana, según  san Pablo, consiste en la experiencia de ser propiedad del Señor Jesucristo. Llegar a ese nivel de comprensión en la vida de fe es presentado como algo deseable y alcanzable por parte de los corintios, pero antes deben superar las tendencias divisionistas que los hacían ver como parte de facciones bien delimitadas. Se trataba, más bien, de crecer en la espiritualidad genuina mediante un auténtico apego a Cristo, el Señor de la mies, y no a las falsas sabidurías supuestamente superiores y, mucho menos, a los liderazgos que, aun siendo muy carismáticos, podrían desviar del verdadero objetivo de la fe. Gustavo Gutiérrez (quien sigue a Bernardo de Claraval) resumió admirablemente esta búsqueda al referirse al pasaje de Proverbios 5.15: en la espiritualidad cristiana hay que “beber en el propio pozo”, es decir, recuperar aquello que ya se tiene, que ya conoce, que ha sido apreciado y disfrutado. Pero para ello hay que tener bien claro lo siguiente: “En el punto de arranque de toda espiritualidad hay un encuentro con el Señor. Esa experiencia es determinante para el camino a seguir; ella lleva siempre la marca e la iniciativa divina y del contexto histórico en el que tiene lugar”.[2]

 

La sabiduría de este mundo es insensatez (vv. 18-20)

Ante ello, un panorama en el que muchos admiraban el despliegue de conocimiento profundos, Pablo recalca que todo eso es “pura tontería ante Dios” (3.19 VP). Las razones de los sabios valen muy poco, en un eco de 1.18-2.5, donde aparece la misma paradoja: las distinguidas “razones de los sabios... no valen de nada” (3.20 BLA) para acceder a Dios (1.21). Los cristianos/as parecerían ignorantes en relación con esa sabiduría improductiva (3.18). Sólo así podrían descubrir, mediante la revelación del Espíritu (2.12, 14), “que el acceso a Dios lo provee Dios mismo, por medio de la "locura" del mensaje acerca de un crucificado (1.18, 21). Sólo las personas que comunican este mensaje se convierten en líderes de la comunidad, es decir, líderes servidores. Los sabedores, con sus pretensiones, se descalifican solos”.[3]

 

Lo que aquí se denomina sabiduría, que abarca todo aquello que deriva exclusivamente de las fuerzas naturales del hombre caído, no vale nada en la presencia de Dios. Para probarlo aduce Pablo dos pruebas escriturísticas. La primera de las citas está tomada de Job 5.13 […] Por sagaz que el hombre se crea, por grande que sea el refinamiento con que aplica su inteligencia, a la postre acabará experimentando que su sagacidad se le trueca en auténtica ruina. Y el Salmo 94.11 dice así: “Dios conoce los planes de los hombres, que son vanidad”. Pablo se refiere a los pensamiento de los “sabios”, y acomoda un tanto el texto veterotestamentario a su argumentación.[4]

 

Ser propiedad del Señor Jesús (vv. 21-23)

En la última parte del cap. 3 queda muy claro que, para Pablo, es un verdadero un contrasentido que los creyentes corintios se jacten de pertenecer a una u otra de las corrientes en pugna, pues lejos de representar doctrinas en competencia, que no lo eran, Pablo, Apolos y Cefas son en realidad “servidores de la iglesia” (3.5). Cuando ellos decían : “Yo soy de Pablo” o “yo soy de Apolos" (3.4), Pablo contesta que en realidad era al revés: “nosotros somos de ustedes” (3.22). Los apóstoles pertenecían a los corintios porque les ministraban; los edificaban, contribuían a su edificación como espacio de Cristo, dado que solamente Dios hacía fructificar su labor (3.7, 9). Todos los ministros/diáconos son colaboradores iguales, de ninguna manera rivales. Pero había más: Pablo muestra a los corintios un panorama mucho más vasto que el limitado horizonte de sus pleitos y jactancias. “Además de estos ministros que les pertenecen, todo lo que existe es también suyo: ‘el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro ...todo’”.[5]

El pequeño grupo cristiano, carente de fuerza y estima social (1.26-28), es llamado a ser el pueblo soberano de Dios y a ampliar la perspectiva de sun horizonte vital, espiritual, cultural e intelectual, integral en una palabra. “El mundo, es decir, el cosmos creado por Dios, les pertenece. Los creyentes ya no viven sometidos por el miedo a fuerzas naturales o sobrenaturales. Por la presencia de Cristo en su medio, la iglesia anticipa la nueva humanidad que recuperará el señorío primigenio sobre todo lo creado”.[6] Al final de esta larga oración (3.23) las cosas cambiana: ahora los creyentes son los que pertenecen a otro, a Cristo, quien a su vez pertenece a Dios. “El señorío que los cristianos ejercen sobre todas las cosas surge precisamente de esta unión con Cristo, creador y salvador”.[7] Más adelante, en conexión con otros temas, Pablo especificará esta pertenencia por medio de la expresión “han sido comprados por precio" (6.20; 7.23), y lo concreta en términos del cuerpo y el espíritu, que son de Dios (6.20). El principio “no sois vuestros” (6.19), emana del mensaje de la cruz (1.18) y exige que los creyentes en Jesucristo conformen su conducta a la de su Señor. 

 

Conclusión

 

En cuanto a que el cristiano utiliza las cosas según el recto orden éstas se pondrán a su servicio: el mundo, porque en Cristo sus dominadores ya no podrán esclavizar a los indefensos; la vida, porque sólo entonces se manifiesta su verdadero sentido; la muerte, porque ya ha sido vencida por Cristo; lo presente, puesto que ya no puede aterrar ni vencer al cristiano; lo futuro, porque traerá consigo la plenitud y consumación. El cristiano se sabe en posesión del amor infinito de Dios. Se sabe propiedad de su Señor, que le ha hecho libre. Al final todo desemboca en Dios, hacia quien sólo la acción de Cristo puede abrir un acceso.[8] 

Ésta es la proyección y las consecuencias claras de “ser propiedad del Señor Jesucristo”: la amplitud de miras y la confianza absoluta en que ese sentido de propiedad dirige todos los pensamientos y acciones en consonancia con la esperanza en la venida del Reino de Dios al mundo. Una espiritualidad dirigida es la única que puede garantizar la plena conciencia de encontrarse en los caminos activos y transformadores de la historia de la salvación.



[1] Gustavo Gutiérrez, Teología de la liberación. Perspectivas. 7ª ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1975, pp. 266-267.

[2] G. Gutiérrez, Beber en su propio pozo. En el itinerario espiritual de un pueblo. 8ª ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 2007, pp. 11-12.

[3] I. Foulkes, Problemas pastorales en Corinto. San José, DEI, 1986, p. 116.

[4] Otto Kuss, Carta a los Romanos. Cartas a los Corintios. Carta a los Gálatas. Barcelona, Herder, 1976, pp. 206-207.

[5] I. Foulkes, op. cit., p. 116.

[6] Ídem.

[7] Ídem.

[8] O. Kuss, op. cit., p. 207.

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