2 de abril, 2023
¡Miren a mi elegido,
al que he llamado a mi servicio!
Él cuenta con mi apoyo;
yo mismo lo elegí,
y él me llena de alegría.
He puesto en él mi espíritu,
y hará justicia entre las naciones.
Isaías 42.1, Traducción en Lenguaje Actual
No se espera que un siervo libere a nadie. Un siervo no tiene poder para hacerlo, está sujeto a su amo y le debe obediencia. Pero el siervo presentado en el Segundo Isaías encuentra la fuerza para liberar a partir de su propia entrega y debilidad. El texto no justifica su fortaleza; es siervo de Yahveh y su fuerza reside en aquel que lo envía.[1]
Pablo Andiñach
Trasfondo
Isaías es, quizá, y por mucho, el profeta del A.T. con el que la iglesia evangélica está más familiarizado. Si se preguntara acerca de pasajes específicos, inmediatamente llegan a la memoria los relacionados con el nacimiento del Mesías (7, 9, 11), con la eternidad de la Palabra divina (40) y, por supuesto el cap. 53, sobre el anuncio de la enigmática figura del Siervo sufriente de Yahvé (ebed Yahvé), que siempre se ha asociado a la de Jesús. El problema surge cuando se habla de las secciones del libro y del bloque de textos conocidos precisamente como “Cánticos del Siervo”, un conjunto de textos de la segunda parte (Déutero Isaías, caps. 40-55) en los que se despliega, mediante una gran imaginería poética y religiosa, el retrato de ese personaje, individual o colectivo, que concentra en sí la responsabilidad de traer la Luz a las Naciones, de cumplir la voluntad de Dios y, finalmente, de dar su vida por los demás. La interpretación tipológica nunca ha tenido problema en dar este salto para aplicar todas las palabras de Is 53 a Jesús, pero lo cierto es que el resto de los cánticos también pueden revisarse desde ese horizonte de fe, aun cuando no sea tan inmediata la asociación del personaje enunciado con la de Jesús, algo que practica el N.T. abundantemente (Hch 8.26-39 es el pasaje más directo). Los cuatro poemas (42.1-9; 49.1-7; 50.4-9; y 52.13-53) reflejan la situación vivida por el pueblo en el exilio, plantean un contrapeso a los textos que mencionan a Ciro como el “ungido de Yahveh” y plantean una fuerte exigencia de relectura e interpretación para hoy:
Con sola esa temática
(“Siervo de Dios”), se nos dice, en primer lugar, que el servicio es —para un creyente— vocación de Dios. Se
nos dice además que sólo quien intenta servir, ayuda a liberar de la
esclavitud. Que la convivencia y la libertad que buscamos, se verifican sólo en
el paso de la esclavitud al servicio. Y que de esa servicialidad es de donde
pueden brotar la amabilidad y la convivialidad que queremos conseguir
fracasadamente por otros caminos. […] …sólo que el primer canto parece tratar
de la misión del Servidor. El segundo tematiza su vocación. En el tercero se
insinúa ya el tema del sufrimiento y la paciencia. Y el cuarto lo subtitulan
muchas biblias como pasión y gloria del Siervo.[2]
El debate interpretativo más
fuerte consiste en determinar si la labor del Siervo define acciones
individuales o colectivas, es decir, si el Siervo es una figura personal o
abarca al resto del pueblo, como se insinúa varias veces (Is 41.8-13; 44. 1, 2,
21; 45.4) y se afirma en el segundo cántico (49.3; la Septuaginta agregó Jacob e
Israel en 42.1). Ciro seguía en el centro pues recibió una investidura real y
una misión de conquista y unificación mundial que llevó a cabo no al estilo de
asirtios y babilonios, sino mediante el respeto a los pueblos y la preocupación
por su restauración.[3] La interpretación mesiánica,
finalmente, basada en lo que hizo el N.T. al respecto, considera estos
elementos y aplica los rasgos del Siervo a Jesús, especialmente en relación con
su pasión y muerte, aunque agrega otros aspectos.
El Señor presenta a su siervo (vv. 1-5)
El oficio de siervo
es elección divina, y Dios mismo presenta a su elegido. La institución en el
oficio se realiza por el don del espíritu, que acompañará al siervo en su
empresa: será un mediador carismático. La empresa es implantar el derecho y la
ley de Dios, es decir, difundir la revelación de su voluntad, que es justicia y
orden entre los hombres. El ámbito es universal. Realizará esta empresa no con
las armas o por la fuerza, sino con un nuevo estilo del Espíritu suavidad y
mansedumbre con lo débil y vacilante, pero firmeza en el sufrir y tenacidad en
realizar la empresa, no quebrantará lo débil, pero tampoco él se quebrará. Esa
revelación de la voluntad de Dios, que es el establecimiento de un reino
universal de justicia, es lo que oscuramente esperan los pueblos desconocidos.[4]
La presentación “formal” del Siervo por parte del
propio Yahvé marca claramente los propósitos bien definidos para su misión: se
trataba de alinearse firmemente del lado de la justicia divina y establecerla
en el mundo: “He puesto en él mi espíritu / para que traiga la justicia
a todas las naciones (mishpath traerá a los goyim)”. La
universalidad del proyecto divino se asoma firmemente en estas palabras que
vinieron a romper los esquemas cerrados de la religiosidad judía nacionalista
y, al mismo tiempo, esbozaron las líneas generales del designio divino: “Esa
misión del Siervo, que constituye la complacencia del Señor, es implantar la
justicia en la tierra. El texto hebreo no habla de ‘justicia’ sino de
‘derecho’, palabra que aparece en los vv. 1, 3 y 4, y que alude a la concreción
o ‘positivización’ de la justicia (palabra distinta, que aparece en el v. 6). Con
léxico moderno diríamos que no se trata sólo de la justicia ‘personal’, sino de
la justicia ‘estructural’””.[5]
El espacio geográfico y cultural
adonde haría su labor serán los goyim, esto es: “Los pueblos bárbaros,
los extranjeros […] a los cuales se dirige la acción del Siervo, la frontera
dentro de la cual se ejerce su influencia […] En la mentalidad del pueblo judío
significa: los infieles, razas inferiores, pecadores, excluidos de la Alianza.
[…] Son los pueblos que rodean a Israel, en su sentido despectivo; las naciones
que no han celebrado la alianza con Yahveh, que están en las tinieblas de la
idolatría. Cabe destacar, justamente, que en nuestros poemas las naciones serán
purificadas de su negatividad”.[6] Este poema fue bien entendido por los autores de los evangelios, pues en
Mt 12.15-21, por ejemplo, se cita como parte de la demostración de cómo Jesús cumplió
cabalmente esa profecía al “sanar a todos los enfermos” (Mt 12.15b).
El Siervo es un libertador (vv. 6-9)
El v. 6 destaca cómo el Siervo sería un
“instrumento de salvación”, además de “señal de la alianza” con el pueblo y, especialmente,
“luz de las naciones”, nombre del proyecto de Yahvé para todas las naciones y
pueblos: “el personaje ha recibido como tarea la justicia, lo cual abarca una
dimensión interna y otra externa. En una traducción libre diríamos ‘para que
seas un vínculo nacional y una figura internacional’, el pueblo escogido
recobrará su unidad, su aglutinante o ‘alianza’ (véase 55.3), mientras que los
paganos contemplarán el suceso como luz nueva en la hlstoria”.[7] El v. 7 describe un plan muy
concreto de servicio: a) “dar vista a los ciegos” (abrir los ojos,
literal y simbólicamente); “liberar a los presos de la cárcel” (superar los
juicios injustos); y “del calabozo donde viven en la oscuridad” (acabar con la
impunidad). Estas palabras anticipan las de 61.1ss, en las que otro personaje
enumera la labor para la que ha sido designado por obra y gracia de Dios
mediante su Espíritu en otro momento de la historia del pueblo. El horizonte de
los vv. 8 y 9 es la transformación radical de todas las cosas como anuncio de
esperanza en medio del exilio.
Conclusión
El objetivo
ineludible de la gente de Dios es contribuir a que se establezcan los
fundamentos necesarios para que la justicia no sea el ideal remoto, utópico e inalcanzable,
sino que se manifieste como la realidad existencial para la humanidad,
particularmente para que la gente más necesitada y marginada pueda disfrutar de
la voluntad divina. La justicia no debe ser únicamente el tema recurrente de la
homilética liberadora, sino que debe convertirse en un programa restaurador que
afirme los valores y principios que se manifiestan en la misión del Siervo del
Señor.[8]
[1] P. Andiñach, El Dios que está.
Teología del Antiguo Testamento. Estella, Verbo Divino, 2014, p. 234.
[2] José Ignacio González Faus, Servir para una
espiritualidad de la lucha por la justicia en los “cantos del siervo” de
Isaías. Barcelona, Cristianismo y Justicia (CJ, 96), pp. 2-23.
[3] Claude Wiéner, El segundo Isaías: el
profeta del nuevo éxodo. 2ª ed. Estella, Verbo Divino, 1980, p. 54.
[4] Luis Alonso Schökel y José Luis Sicre, Profetas.
I. Madrid, Cristiandad, 1980, pp. 292-293.
[5] J.I. González Faus, op. cit., p.
6.
[6] Enrique Dussel, “Universalismo y misión
en los poemas del Siervo de Iehvah”, en Ciencia y Fe, vol. XX, 1964, p.
422.
[7] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, op.
cit., p. 293.
[8] Samuel Pagán, “Experimentado en
quebrantos”. Estudio en los cánticos del Siervo del Señor. Nashville,
Abingdon Press, 2000, p. 88.
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