30 de abril, 2023
Tampoco presenten sus miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino preséntense ustedes mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y presenten sus miembros a Dios como instrumentos de justicia.
Romanos 6.13, Reina-Valera Contemporánea
Trasfondo
La eficacia de la prosa paulina se vuelve a probar
con las afirmaciones de Ro 6.12-14, con lo que culmina la importante sección en
que plantea la superación del pecado en el cuerpo mortal y la necesidad de
convertir los miembros (méle) de las personas como expresión viva del
cambio efectivo en la existencia por obra y gracia de la fe en Jesucristo. Todo
ello acontece gracias a que ahora toda la vida se ubica y transcurre “en
Cristo” (6.11b), es decir, por medio de la persona resucitada del Señor y
salvador, lo que la puerta a una superación de la realidad dominante del
pecado: “La vinculación del cristiano a Cristo se expresa con ayuda de las
preposiciones con Cristo y en Cristo; con Cristo, en nuestra
muerte ‘con él’ en la cruz, luego en la vida futura (vv 6 8, cf. 8.32, 1 Tes 4.17,
Fil 1.23). De otra manera, el cristiano vive en Cristo (v. 11) entre el momento
de su bautismo y el de la resurrección final. […] La distancia entre estas dos
preposiciones en y con sitúa el desarrollo de la vida cristiana
entre el con el del bautismo y el con el del ultimo encuentro”.[1]
El pecado ya no reina (basileuéto) en el cuerpo mortal (v. 12)
Dado que el pecado ha perdido su fuerza debido a
las acciones redentores de Dios en su Hijo Jesucristo, se ha desactivado su
intensidad para causar daño en la vida de los seguidores del Señor. La actitud
de cada creyente, que se encuentra consciente de este conflicto interior, debe
ser de moderación y control de esa realidad presente: “Por vivir en un cuerpo
mortal, el cristiano sigue expuesto al pecado, solicitado por el deseo (cf. Stg
1.14). Debe dominarlo y someterlo, como dijo Dios a Caín (Gn 4.7)”. Ésta es la
parte a la que la doctrina denomina la participación consciente en el proceso
de “santificación”, pero esta actitud y la acción que se deriva de ella no
constituye una participación “valiente” o “varonil” como si dependiera únicamente
de la capacidad de reacción ante el pecado, sino que obedece firmemente a la
obra de Espíritu Santo en la vida de cada persona redimida. El o la creyente no
actúan a partir de una fortaleza personal sino de la sumisión responsable a lo
que el Espíritu quiere hacer continuamente a través de él/ella.
Ésa es la razón por la que, como
subraya Pablo, la persona no obedecerá continuamente los malos deseos
propiciados por el pecado (jamartía, 12b) ni se someterá a lo que
proceda de él, pero debe colaborar con una firme conciencia de que no caerá
nuevamante bajo ese dominio pernicioso.
Cuando se afirma que
el cristiano es “libre del pecado” resultaría fácil suponer que ahora vive su
vida en una esfera exaltada por encima de las circunstancias de la vida común,
una esfera en que los pecados y las tentaciones ya no le causan más
dificultades. Pero Pablo no incurrió en tan ingenuo idealismo, cosa que resalta
con toda claridad en los versículos siguientes. Pablo sabe que el combate
continúa y que el cristiano se encuentra siempre en el sector más amenazado del
frente, entre las dos potencias en pugna.[2]
Presentar los miembros como instrumentos de justicia (vv. 13-14)
En los
siguientes versículos, la argumentación paulina se centra en los aspectos
positivos, pues a la exhortación para no caer en las garras del pecado le sigue
la correspondiente a ya no presentar los miembros (esto es, todos los elementos
del ser físico e histórico) “como instrumentos de iniquidad” (jópla adikías)
o de injusticia (13a), sino que, por el contrario, se debe presentar todo el
ser completo “como vivos entre los muertos” (13b), y los “miembros a Dios como
instrumentos de justicia” (jopla dikaiosúnes, 13c). Esto significa que,
así como se pecaba con gran intensidad, ahora debe vivirse apasionadamente al
servicio de la justicia, pues ésta es la gran referencia ética y moral que
permite mostrar la nueva forma de vida que se está experimentando.
Pablo muestra en otra forma cuán realista es su modo de ver
las condiciones presentes de la vida cristiana. […] Empero esto no lo induce a
apartar la vista de la realidad mundana, como si ella no tuviera nada que ver
con nuestra vida con Dios. Por el contrario, el combate ha de ser librado
precisamente en el mundo, en nuestro cuerpo mortal. Son nuestros “miembros” los
que antes estaban al servicio del pecado y podían ser usados por él como armas
'. de la injusticia (jopla adikías) que ahora han de ser puestos al servicio
de Dios como armas de la justicia (jopla dikaiosúnes).[3]
Estar o vivir en Cristo representa ahora la voluntad inequívoca de dedicarse, de tiempo completo, a servir a la justicia con todo lo que se es, lo que se piensa y lo que se hace, es decir, con todas las fuerzas vitales a nuestro alcance. Las dimensiones del sometimiento al pecado y la injusticia deberán ser igualadas y superadas por la disposición para hacer el bien, pues tal como lo expresó Martin Luther King Jr. en una frase célebre: “La última tragedia no es la opresión y crueldad por parte de la gente mala sino el silencio de la gente buena”. Y la otra, menos conocida: “Aquel que pasivamente acepta el mal está más implicado en él, tanto que lo ayuda a perpetrarse. Aquel que acepta el mal sin protestar contra él está en realidad cooperando con él”.[4]
Conclusión
"El pecado ya no tendrá poder sobre ustedes, pues ya no están bajo la ley sino bajo la gracia” (v. 14). La primacía, el triunfo de la gracia es la gran conclusión de esta sección de la argumentación paulina, siempre acuciosa y pertinente al momento de afrontar los grandes asuntos y derivaciones de la salvación. “Pablo expresa esta tensión con la imagen más fuerte que tiene a mano y que sabe que va a impactar a sus lectores: la imagen de la esclavitud —es probable que muchos cristianos de Roma fueran realmente esclavos—. Dos esclavitudes se presentan al cristiano como opción de vida: la esclavitud al pecado o la esclavitud a Cristo. El pecado conduce a sus esclavos a la muerte. Por el contrario, la ‘obediencia’ a Cristo —ya no habla de esclavitud— conduce a la salvación y por ella a la vida” (Biblia de Nuestro Pueblo). Esta “nueva servidumbre” es, en realidad, la verdadera libertad.
Estas palabras, alentadoras para el cristiano,
permanentemente empeñado en la lucha contra el pecado, significan a la vez la
respuesta definitiva a la pregl,lnta con que se inició este capítulo: “¿Perseveraremos
en el pecado para que la gracia abunde?”. Esta era la objeción que el legalismo
le hada a Pablo. Al oír lo que éste decía de la gracia, sólo podía concebirla
como indulgencia con respecto al pecado. Ahora Pablo ha llegado a su respuesta:
la ley liga al hombre al pecado, pero la gracia lo hace “libre del pecado”.[5]
[1] Charles Perrot,
La carta a los Romanos. Estella, Verbo Divino, 1989 (Cuadernos
bíblicos, 65), p. 38.
[2] Anders Nygren,
La epístola a los Romanos. Buenos Aires, La Aurora, 1969, p. 205.
[3] Ibid.,
p. 206.
[4] M.L. King Jr., Stride
toward freedom. The Montgomery story. 2a. ed. Nueva York, Ballantine Books,
1961, p. 51.
[5] A. Nygren, op. cit.,
p. 207.
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