25 de junio, 2023
Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno de ustedes es un miembro con una función particular [individualmente].
I Corintios 12.27, Reina-Valera Contemporánea
El cuerpo de Cristo es la iglesia, precisamente como lugar donde Cristo habita en el mundo. En la predicación del evangelio a través de la iglesia hay que encontrar la respuesta a la angustia del mundo.[1]
E. Schweizer
Trasfondo
La última sección de I Corintios 12
concluye la amplia reflexión paulina sobre la unidad y diversidad de la
iglesia. El apóstol Pablo consideró necesario colocar una nueva lista de
carismas para demostrar, la funcionalidad, la pluralidad y el sentido de
servicio que debía caracterizar a la comunidad cristiana. Repite cuatro de la
mención anterior (vv. 7-11) y agrega cuatro nuevos. La instauración y
ampliación de la metáfora del cuerpo de Cristo para referirse a la iglesia
abarcaría otras cartas más (Romanos, Efesios, Colosenses) para mostrar la
manera en que se percibió la organicidad de la iglesia.
La concepción del
cuerpo con pluralidad de miembros atrae la atención sobre la pluriformidad que
ha de exigirse en la vida de la iglesia Así como en cada una de las comunidades
es preciso desarrollar los dones y posibilidades existentes —y no solamente las
de los eclesiásticos— en bien de la entera “corporación”, así también la
relación mutua y el diálogo entre distintas denominaciones podrían resultar
sumamente fructuosos. “Cuerpo de Cristo” no significa uniformidad, sino
multiplicidad. El concepto no apunta a la unidad de una super-iglesia, sino
a la unanimidad de todas las iglesias cristianas.[2]
Ante
el enorme dilema de la multiplicación de iglesias y nombres variados (que incluso
ya no utilizan la palabra iglesia) afirmar estos tres aspectos de la
existencia de la comunidad cristiana en el mundo obliga a trabajar por la
unidad de la manera más creativa y propositiva. Tal como lo acaba de expresar
el Dr. Heinrich Bedford-Strohm, moderador del Consejo Mundial de Iglesias: “La
polarización —política, social y sí, también religiosa— ha erosionado nuestra
capacidad de mantener un diálogo significativo o incluso un discurso civil, y
ha conducido a una intrincada violencia en muchas situaciones. La intolerancia
hacia el ‘otro’ se convierte a menudo en violencia contra el otro. Si no
podemos estar unidos como iglesias, ¿cómo podemos siquiera empezar a colmar las
brechas que se han producido entre nuestros países?”.[3]
El cuerpo de cristo y las funciones particulares/individuales (vv. 27-28)
Como parte del inicio de su conclusión,
el texto paulino enfoca nuevamente la metáfora del cuerpo para cerrar su
brillante
argumentación: “Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno de
ustedes es un miembro con una función particular” (v. 14). Esto es: el todo
comunitario y las partes individuales como parte de un conjunto bien
articulado. Para cumplir con las funciones particulares, Dios puso, por orden:
“apóstoles,
profetas, y maestros” (v. 28a). Esta primera parte tiene que ver directamente
con la fundación, establecimiento y consolidación de la iglesia: estamos
delante de “los portadores del movimiento cristiano que incidieron en la
conformación de iglesias en distintas regiones del mundo”.[4] No obstante,
no se trata de un grupo cerrado porque “el movimiento cristiano siempre queda
abierto a que otras personas dotadas por el Espíritu puedan ejercer estos
ministerios que son clave para la extensión y la maduración de la iglesia”.[5] El orden en
que son nombrados refleja la dinámica que Pablo experimentó como apóstol
llamado por Dios y enviado por Cristo “no a bautizar sino a predicar el
evangelio” (1.17). Después de establecida una comunidad, el llamamiento lo llevó
a otros lugares para predicar donde Cristo aún no había sido nombrado. “En las
iglesias recién fundadas, el Espíritu vela por su maduración mediante los
profetas y maestros que reciben su unción”.[6]
Los charismata
mencionados por Pablo “son determinaciones del ser, no del deber ser. Son
dones gratuitos que brotan de la gracia creadora de Dios. Cuando él habla del
uso de estas nuevas energías vitales, evita claramente todas las denominaciones
que expresan relaciones basadas en el poder o en la autoridad. No habla de una ‘autoridad
sagrada’ (jerarquía), sino que escoge la expresión diakonía. La gracia
creadora lleva a una nueva obediencia, y los dones y energías del Espíritu, a
una actitud solícita de servicio”.[7] Como
experimentado organizador de comunidades, Pablo está muy consciente de que esos
carismas requieren ser complementados por otros, que aparecen después sin
ninguna distinción jerárquica entre ellos: “los que hacen milagros, […] los que
sanan, los que ayudan, los que administran, y los que tienen don de lenguas”
(28b). Los milagros, sanidades y lenguas ya se habían mencionado; los nuevos
son los que ayudan y los que administran, capacidades muy distintas a los dones
que implican un elemento sobrenatural. Asistir a personas en necesidad
demandaba un buen análisis de la situación social; y administrar también era
una tarea entendida como eminentemente espiritual. Las lenguas son mencionadas
nuevamente al final.
Diversidad de carismas para el servicio comunitario (vv. 29-31)
Las preguntas retóricas paulinas subrayan la
pluralidad de dones y ministerios que se encuentran en la iglesia: la iglesia
no podría estar formada por sólo apóstoles, profetas, maestros o hacedores de
milagros. “Después de todo su esfuerzo de explicar que la diversidad de dones y
funciones es obra de Dios y necesaria para la iglesia, y de ilustrar este punto
con la figura del cuerpo, Pablo conduce a sus lectores a la conclusión de que
nadie puede exigir que todos tengan un mismo don en particular, ni el don de
lenguas”.[8]
Hoy podrían agregarse otros más: escritores, músicos, educadores, especialistas
en ética, liturgistas, arquitectos religiosos, consejeros, discipuladores,
maestros de niños/as, encargados de la tecnología y un largo etcétera, para
abarcar todas las necesidades de la iglesia.
Lo que subraya, finalmente, el apóstol es
la búsqueda activa de los mejores dones (31a), es decir, los que más
contribuyen a la edificación de la comunidad y la posibilidad de “un camino aun
más excelente” (31b): “La última parte del v. 31 sirve para introducir a los
lectores en el tema medular de toda esta sección de la carta: el ‘mejor camino’
para llegar a la experiencia viva de Dios es la práctica del amor en la vida
cotidiana. Esta pequeña frase introductoria al capítulo 13 es correspondida
por una frase de cierre y de transición que se encuentra en 14.1: ‘seguid el
amor, y procurad los dones espirituales’”.[9]
Conclusión
La persona del Espíritu Santo actúa con poder
en el mundo. Lo hace primordialmente por medio de la Iglesia otorgándole vida,
poder y dones para su desarrollo, madurez y mision. La Iglesia, comunidad de reconciliados con Dios, es enviada
al mundo por jesucristo. En ella se opera una transformación radical que
muestra el propósito divino de eliminar toda injusticia, opresión y signos de
muerte. Como comunidad del Espíritu, la iglesia debe proclamar libertad a todos
los oprimidos […] e impulsar una pastoral de restauración que traiga consuelo a
los que sufren discriminación, marginación y deshumanización.[10]
Éste es el perfil de la iglesia como la
comunidad de fe que es el cuerpo de Cristo en el mundo de manera funcional,
plural y con una permanente disposición para el servicio a quien quiera que sea.
[1]
Cit. por S. Wibbing, “Cuerpo, miembro”, en L.
Coenen et al., dirs., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. I.
Salamanca, Ediciones Sígueme, 1990, p. 380.
[2] H.-C. Hahn, “Cuerpo. Para la praxis pastoral”, en L. Coenen et
al., op. cit., p. 381. Énfasis agregado.
[3] H. Bedford-Strohm, “Alocución del moderador”, en Oikoumene,
21 de junio de 2023, www.oikoumene.org/sites/default/files/2023-06/01%20Alocuci%C3%B3n%20del%20Moderador-%20SPANISH.pdf,
p. 2.
[4] Irene Foulkes, Problemas pastorales
en Corinto. Comentario exegético-pastoral a 1 Corintios. San José, DEI-SBL,
1996, p. 351.
[5] Ídem.
[6] Ídem.
[7] Jürgen Moltmann, La iglesia, fuerza del Espíritu.
Salamanca, Ediciones Sígueme, 1978 (Verdad e imagen, 51), pp. 347-348.
[8] I. Foulkes, op. cit., p. 353.
[9] Ídem. Énfasis
agregado.
[10] “Declaración de Quito”, en CLADE Ill,
Tercer Congreso Latinoamericano de Evangelización, Quito, 1992. Buenos
Aires, FTL, 1993), p. 856.
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