sábado, 24 de junio de 2023

Funcionalidad, pluralidad y servicio en la comunidad cristiana (I Corintios 12.27-31), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz

25 de junio, 2023

Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno de ustedes es un miembro con una función particular [individualmente].

I Corintios 12.27, Reina-Valera Contemporánea


El cuerpo de Cristo es la iglesia, precisamente como lugar donde Cristo habita en el mundo. En la predicación del evangelio a través de la iglesia hay que encontrar la respuesta a la angustia del mundo.[1]

E. Schweizer

 

Trasfondo

La última sección de I Corintios 12 concluye la amplia reflexión paulina sobre la unidad y diversidad de la iglesia. El apóstol Pablo consideró necesario colocar una nueva lista de carismas para demostrar, la funcionalidad, la pluralidad y el sentido de servicio que debía caracterizar a la comunidad cristiana. Repite cuatro de la mención anterior (vv. 7-11) y agrega cuatro nuevos. La instauración y ampliación de la metáfora del cuerpo de Cristo para referirse a la iglesia abarcaría otras cartas más (Romanos, Efesios, Colosenses) para mostrar la manera en que se percibió la organicidad de la iglesia.

 

La concepción del cuerpo con pluralidad de miembros atrae la atención sobre la pluriformidad que ha de exigirse en la vida de la iglesia Así como en cada una de las comunidades es preciso desarrollar los dones y posibilidades existentes —y no solamente las de los eclesiásticos— en bien de la entera “corporación”, así también la relación mutua y el diálogo entre distintas denominaciones podrían resultar sumamente fructuosos. “Cuerpo de Cristo” no significa uniformidad, sino multiplicidad. El concepto no apunta a la unidad de una super-iglesia, sino a la unanimidad de todas las iglesias cristianas.[2]

 

Ante el enorme dilema de la multiplicación de iglesias y nombres variados (que incluso ya no utilizan la palabra iglesia) afirmar estos tres aspectos de la existencia de la comunidad cristiana en el mundo obliga a trabajar por la unidad de la manera más creativa y propositiva. Tal como lo acaba de expresar el Dr. Heinrich Bedford-Strohm, moderador del Consejo Mundial de Iglesias: “La polarización —política, social y sí, también religiosa— ha erosionado nuestra capacidad de mantener un diálogo significativo o incluso un discurso civil, y ha conducido a una intrincada violencia en muchas situaciones. La intolerancia hacia el ‘otro’ se convierte a menudo en violencia contra el otro. Si no podemos estar unidos como iglesias, ¿cómo podemos siquiera empezar a colmar las brechas que se han producido entre nuestros países?”.[3]

 

El cuerpo de cristo y las funciones particulares/individuales (vv. 27-28)

Como parte del inicio de su conclusión, el texto paulino enfoca nuevamente la metáfora del cuerpo para cerrar su brillante argumentación: Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno de ustedes es un miembro con una función particular” (v. 14). Esto es: el todo comunitario y las partes individuales como parte de un conjunto bien articulado. Para cumplir con las funciones particulares, Dios puso, por orden: “apóstoles, profetas, y maestros” (v. 28a). Esta primera parte tiene que ver directamente con la fundación, establecimiento y consolidación de la iglesia: estamos delante de “los portadores del movimiento cristiano que incidieron en la conformación de iglesias en distintas regiones del mundo”.[4] No obstante, no se trata de un grupo cerrado porque “el movimiento cristiano siempre queda abierto a que otras personas dotadas por el Espíritu puedan ejercer estos ministerios que son clave para la extensión y la maduración de la iglesia”.[5] El orden en que son nombrados refleja la dinámica que Pablo experimentó como apóstol llamado por Dios y enviado por Cristo “no a bautizar sino a predicar el evangelio” (1.17). Después de establecida una comunidad, el llamamiento lo llevó a otros lugares para predicar donde Cristo aún no había sido nombrado. “En las iglesias recién fundadas, el Espíritu vela por su maduración mediante los profetas y maestros que reciben su unción”.[6]

Los charismata mencionados por Pablo “son determinaciones del ser, no del deber ser. Son dones gratuitos que brotan de la gracia creadora de Dios. Cuando él habla del uso de estas nuevas energías vitales, evita claramente todas las denominaciones que expresan relaciones basadas en el poder o en la autoridad. No habla de una ‘autoridad sagrada’ (jerarquía), sino que escoge la expresión diakonía. La gracia creadora lleva a una nueva obediencia, y los dones y energías del Espíritu, a una actitud solícita de servicio”.[7] Como experimentado organizador de comunidades, Pablo está muy consciente de que esos carismas requieren ser complementados por otros, que aparecen después sin ninguna distinción jerárquica entre ellos: “los que hacen milagros, […] los que sanan, los que ayudan, los que administran, y los que tienen don de lenguas” (28b). Los milagros, sanidades y lenguas ya se habían mencionado; los nuevos son los que ayudan y los que administran, capacidades muy distintas a los dones que implican un elemento sobrenatural. Asistir a personas en necesidad demandaba un buen análisis de la situación social; y administrar también era una tarea entendida como eminentemente espiritual. Las lenguas son mencionadas nuevamente al final.

 

Diversidad de carismas para el servicio comunitario (vv. 29-31)

Las preguntas retóricas paulinas subrayan la pluralidad de dones y ministerios que se encuentran en la iglesia: la iglesia no podría estar formada por sólo apóstoles, profetas, maestros o hacedores de milagros. “Después de todo su esfuerzo de explicar que la diversidad de dones y funciones es obra de Dios y necesaria para la iglesia, y de ilustrar este punto con la figura del cuerpo, Pablo conduce a sus lectores a la conclusión de que nadie puede exigir que todos tengan un mismo don en particular, ni el don de lenguas”.[8] Hoy podrían agregarse otros más: escritores, músicos, educadores, especialistas en ética, liturgistas, arquitectos religiosos, consejeros, discipuladores, maestros de niños/as, encargados de la tecnología y un largo etcétera, para abarcar todas las necesidades de la iglesia.

Lo que subraya, finalmente, el apóstol es la búsqueda activa de los mejores dones (31a), es decir, los que más contribuyen a la edificación de la comunidad y la posibilidad de “un camino aun más excelente” (31b): “La última parte del v. 31 sirve para introducir a los lectores en el tema medular de toda esta sección de la carta: el ‘mejor camino’ para llegar a la experiencia viva de Dios es la práctica del amor en la vida cotidiana. Esta pequeña frase introductoria al capítulo 13 es correspondida por una frase de cierre y de transición que se encuentra en 14.1: ‘seguid el amor, y procurad los dones espirituales’”.[9]

Conclusión

 

La persona del Espíritu Santo actúa con poder en el mundo. Lo hace primordialmente por medio de la Iglesia otorgándole vida, poder y dones para su desarrollo, madurez y mision. La Iglesia, comunidad de reconciliados con Dios, es enviada al mundo por jesucristo. En ella se opera una transformación radical que muestra el propósito divino de eliminar toda injusticia, opresión y signos de muerte. Como comunidad del Espíritu, la iglesia debe proclamar libertad a todos los oprimidos […] e impulsar una pastoral de restauración que traiga consuelo a los que sufren discriminación, marginación y deshumanización.[10]

 

Éste es el perfil de la iglesia como la comunidad de fe que es el cuerpo de Cristo en el mundo de manera funcional, plural y con una permanente disposición para el servicio a quien quiera que sea.



[1] Cit. por S. Wibbing, “Cuerpo, miembro”, en L. Coenen et al., dirs., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. I. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1990, p. 380.

[2] H.-C. Hahn, “Cuerpo. Para la praxis pastoral”, en L. Coenen et al., op. cit., p. 381. Énfasis agregado.

[3] H. Bedford-Strohm, “Alocución del moderador”, en Oikoumene, 21 de junio de 2023, www.oikoumene.org/sites/default/files/2023-06/01%20Alocuci%C3%B3n%20del%20Moderador-%20SPANISH.pdf, p. 2.

[4] Irene Foulkes, Problemas pastorales en Corinto. Comentario exegético-pastoral a 1 Corintios. San José, DEI-SBL, 1996, p. 351.

[5] Ídem.

[6] Ídem.

[7] Jürgen Moltmann, La iglesia, fuerza del Espíritu. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1978 (Verdad e imagen, 51), pp. 347-348.

[8] I. Foulkes, op. cit., p. 353.

[9] Ídem. Énfasis agregado.

[10] “Declaración de Quito”, en CLADE Ill, Tercer Congreso Latinoamericano de Evangelización, Quito, 1992. Buenos Aires, FTL, 1993), p. 856.

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