9 de julio, 2023
Así que les digo, sigan pidiendo y recibirán lo que piden; sigan buscando y encontrarán; sigan llamando, y la puerta se les abrirá.
Lucas 11.9, Nueva Traducción Viviente
Trasfondo
Jesús, orando continuamente en el evangelio
de Lucas, se estableció como practicante, crítico y, como dice nuestro título,
“maestro de oración”. Jon Sobrino señala: “Jesús ora en situaciones históricas
concretas de importancia, más allá de las oraciones cúlticas de su pueblo”,[1] con lo cual podemos afirmar, de entrada,
que él sacó a la oración del espacio meramente litúrgico para volverlo una
realidad cotidiana, inmediata y urgente. A partir de allí es como se va a
manifestar como un auténtico maestro desde la práctica, la crítica y la
enseñanza. Sobrino se refiere a los niveles en la oración de Jesús: “Podemos
considerar tres niveles en su oración. Ante todo la típica del judío piadoso,
de la cual encontramos textos aquí y allá a lo largo de todo el evangelio.
Ahora nos fijaremos más detenidamente en un segundo nivel: la oración personal
de Jesús en los momentos de tomar decisiones; y en un tercer nivel: la oración
en la que Jesús concentra lo más profundo de su vida”.[2] El tercer nivel se desglosa en la
oración de acción de gracias de Lc 10.21, un momento fundamental en su vida de
servicio y en que volcó todo lo que pensaba y esperaba acerca del Reino de
Dios: “Oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, gracias por esconder estas
cosas de los que se creen sabios e inteligentes y por revelárselas a los que
son como niños. Sí, Padre, te agradó hacerlo de esa manera”. El otro momento
fundamental fue la impactante oración del huerto.
Jesús ora continuamente y enseña a orar (v. 1-4)
La introducción de la plegaria del Señor
en la narración evangélica de Lucas cuadra perfectamente con su contexto
inmediato: hacía muy poco, acababa de invocar al “Padre”, alabándolo y dándole
gracias (10.21-22); luego introdujo un “ejemplo” de amor al prójimo (10.29-37,
el “buen samaritano”), y, por último, destaca el significado de escuchar la
palabra como la “única cosa” necesaria (10.38-42).[3]
Al inicio del
cap. 11, Jesús se encuentra nuevamente en otro momento de oración, aunque no se
define expresamente el momento y el lugar. Es un momento rutinario, pero una
circunstancia tan simple va a servir para que, al final de ese instante, un
discípulo se acerque y le haga una solicitud relacionada: “Señor, enséñanos a
orar, así como Juan les enseñó a sus discípulos” (1b). Se trata de una
auténtica imitación, aunque es posible afirmar que estaban impresionados por su
ejemplo, tan frecuente en este evangelio, y “desean imitar al Maestro en su
comunicación con Dios”.[4] El hecho de que aquel maestro de fe
tuviera una oración especial provocó en los discípulos de Jesús la necesidad de
una propia para el grupo, lo que manifiesta una cierta identidad espiritual
diferenciada de la de aquel, acaso por el impacto del mensaje del Señor en sus
vidas. Eso los haría diferentes.
En
Lc 5.33 se mencionan las oraciones de los discípulos de Juan (ellos hacían
“súplicas”, expresión idiomática del griego clásico), pero no se da ninguna
referencia concreta sobre el contenido o las formas de esa oración ni sobre el
hecho mismo de esa enseñanza del Bautista. Quizá, sugiere Fitzmyer, “se pudiera
ver aquí una insinuación de ciertos rezos característicos de Juan y distintos
de las habituales plegarias” y hace una alusión a las oraciones de los esenios.[5] “En la versión de Lucas, la oración
consta de los elementos siguientes: una invocación (‘¡Padre!’); dos
aspiraciones explícitamente dirigidas a Dios, en segunda persona del singular,
y tres peticiones, que se le plantean en primera persona del plural. En la
formulación de Mateo se amplifican los componentes: una invocación más extensa,
tres deseos sobre el plan de Dios y cuatro peticiones”.[6]
La palabra “Padre” (Abba, en el trasfondo
arameo) domina todo el conjunto porque es la clave que revela la actitud de
Jesús ante Dios. “Esta forma íntima de expresarse confirma que Jesús, al hablar
con Dios, mantenía con él una unión particularmente estrecha y singular. […]
Cuando Jesús enseña a sus discípulos a invocar a Dios como Abba, esto
significa que, a pesar de la singularidad de su conciencia filial, tan extraordinariamente
intensa, quiere introducirlos también a ellos en el diálogo íntimo, en la
unión con Dios”.[7] Por ello esta oración vino a romper el esquema
habitual de la espiritualidad judía para instalar en la conciencia de los
discípulos la cercanía absoluta de Dios desde su paternidad.
El padrenuestro
consta de dos partes. La primera se caracteriza por el uso de la segunda
persona de singular: “tú”, “tuyo”, y la segunda, por el uso de la primera
persona del plural, “nosotros”, nuestro”. La primera parte se refiere a un
acontecimiento divino que nos afecta también a nosotros y en el que
participamos, pero que no radica directamente en el ámbito humano [santificar
el nombre de Dios]. La segunda se refiere a un acontecimiento divino que tiene
por objeto directo al ser humano [la venida del Reino, el gran anuncio de
Jesús]. Pero ambas partes están relacionadas por las acciones salvíficas que se
piden a Dios.[8]
Jesús demuestra el valor de la
oración persistente (vv. 5-13)
Luego
de la oración solicitada por los discípulos, el Señor pasa a dar una lección
vívida sobre el valor de la oración y su práctica. Nótese que hablamos de valor
y no de poder, pues parecería que ella tiene una capacidad autónoma
para conseguir de manera irrestricta lo que se solicita. La parábola es una
nueva exhortación a la oración para mostrar la persistencia con que cada
creyente debe dirigirse a Dios y contrasta notablemente con lo que enunció el
Señor en Mt 6.8: “Su Padre sabe lo que les hace falta, incluso antes de que se
lo pidan”. El énfasis recae en la certeza absoluta de que la oración será
escuchada.
Al mismo tiempo, la parábola dice implícitamente que el que
recibe una petición sólo podrá dormir tranquilo con su familia si accede
generosamente a las pertinaces demandas de su “amigo”. Ése es el término de
comparación con el Padre del cielo. Pero, como observa G. B. Caird (The
Gospel of St. Luke, 152), “a Dios no hay necesidad de despertarlo o de
halagarlo para que nos conceda lo que le pedimos; él ya es, de por sí,
suficientemente generoso, incluso con los descreídos e ingratos. Pero reserva
sus bendiciones más exquisitas para los que saben valorarlas y muestran su
interés por ellas, con una oración incansable”. De hecho, la palabra griega anaideia,
que hemos traducido por “insistencia”, significa “descaro”, o “atrevimiento”, o
“desfachatez”.[9]
Conclusión
Jesús
respondió a la petición de los discípulos de una manera admirable, con un
modelo de oración que, partiendo de la tradición, consigue incorporar nuevos
elementos a la plegaria de fe en la que es posible sumarse a los propósitos
divinos sin dejar de expresar la necesidad humana más honda.
Su sentido más profundo para el individuo se revela solamente
cuando él se dedica al propósito más amplio del Reino de Dios y encara sus
problemas personales deste este ángulo. Solamente así se penetra en el
significado de la oración del Señor, y en su mismo espíritu.[…]
Ella no pertenece a quienes su meta religiosa principal es
vivir coinseguridad en un mundo lleno de maldades, dejando intocado el mal del
mundo. En ella el pensamiento dominante es la transformación religiosa de la
humanidad en todas sus relaciones sociales. Nos fue legada por Jesús, el gran
iniciador de la revolución cristiana; y ella es propiedad, con todo derecho, de
quienes siguen su bandera en la conquista del mundo.[10]
[1] J. Sobrino, “La oración de Jesús y del
cristiano”, en Christus, 42, 500, 1977, pp. 25-48, Selecciones de
Teología, núm. 71, 1979.
[2] Ídem.
[3] J.A. Fitzmyer, El evangelio según Lucas. III. Traducción y
comentario. Capítulos 8,22-18,14. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1997, pp. 302-303.
[4] Ibid.,
p. 313.
[5] Ídem.
[6] Ibid., p. 305.
[7] Oscar Cullmann, La oración en el Nuevo Testamento. Ensayo de respuesta a cuestiones actuales a la
luz del Nuevo Testamento. Salamanca,
Ediciones Sígueme, 1999 (Biblioteca de estudios bíblicos, 92), pp. 83-84.
Énfasis agregado.
[8] Ibid., p.
84.
[9] J.A. Fitzmyer, op. cit., p. 327.
[10] Walter Rauchenbusch, Oraçôes por um mundo melhor. Trad
y pres. de Rubem Alves. Sāo Paulo, Paulus, 1997, pp. 16, 21-22. Versión propia.
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