sábado, 15 de julio de 2023

¿Importunar a Dios?: bases de la oración incesante (Lucas 18.1-8), Rev. José Luis Oyoque C.

9 de julio, 2023 

Sin duda nos encontramos frente a una parábola que en una primera lectura pudiera parecernos sorprendente, en la que los personajes que son tan fácil de identificar en otras parábolas ahora parecen velados o al menos no congruentes a las imágenes que sugieren representar. El modelo de oración es representado por una viuda y en esto no parece haber mayor problema, no obstante, parece que la imagen de Dios está representada por la de un juez malo, en el más amplio sentido de la palabra maldad, por eso es importante no hacer una primera lectura literal y buscar el sentido más profundo del texto.

El juez es una persona detestable que seguramente nadie quisiera cerca de uno, sin ideales, sin humanidad, sin empatía y aún sin respeto por su propia labor, no tenía respeto por nada ni por nadie. Una persona encerrada en su propia manera de pensar, en su egoísmo. Parece que la imagen que se nos ofrece es de una persona que es invulnerable e inaccesible aún a la petición más urgente de atender.

En el otro lado nos encontramos a la viuda, la imagen de la debilidad hecha persona, marginada, sin apoyo, carente de cualquier cosa que pueda ayudarle a obtener la justicia anhelada. En un primer momento la batalla parece que resultará en una aplastante derrota ¿Qué puede hacer la viuda frente a la arrogancia e indiferencia del juez?

Sin embargo, ella no se rinde, va una y otra y otra vez a cruzársele en el camino, lo persigue, lo desconcierta. Después de todo el juez decide rendirse, está harto de la viuda y sus quejas, reconoce que la forma de quitársela de encima es brindarle la justicia tan anhelada por la mujer.

Pareciera que la mujer encontró que el egoísmo, el deseo de no ser molestado del juez terminaría por hacerle ceder ante ella. Si ella logra justicia es gracias al hartazgo que ha logrado en él, no es que haya sido triunfadora la justicia, sino que las pretensiones personales de no oírla han vencido al juez.

La debilidad ha triunfado sobre la fuerza, a la indefensa le ha dado la razón la arrogancia, no tengamos miedo de nuestra debilidad, no debemos desanimarnos ante nuestra impotencia, no pensemos que hay dificultades insuperables. Habrá ocasiones en que la respuesta se hará esperar, eso no nos debe de llevar a que nuestro ánimo decaiga, la tardanza debe alimentar nuestra esperanza.

Un detalle muy importante es que el juez no es una copia de Dios sino la imagen contraria a Él, no tenemos frente a nosotros un juez insensible sino un Dios amoroso que se hace empático en nuestra búsqueda de justicia y que esta impaciente por escucharnos. No es una lucha de debilidad contra fuerza sino el encuentro de la debilidad con el amor; no es necesario mencionar que Dios no nos responde para que no le molestemos más, sino que siempre está dispuesto a abrir el camino de la fe para esperarnos y encontrarnos.

Ésta es la resolución que obtenemos de Jesús, Dios es mejor que ese juez y él les hará justicia a los que le aman y le buscan con insistencia, es la persistencia y la constancia la que da señal de nuestra fe, orar con fe e incesantemente.

La parábola cierra con una pregunta inquietante: “Pero cuando el Hijo del Hombre venga, ¿encontrará todavía fe en la tierra?” (v. 8b). Jesús sabe que va de camino a Jerusalén, a su tiempo de pasión, de muerte, de oscuridad, parece que su mente le susurra imágenes de que su misión fracasará. Uno de los signos de nuestra fe debe seguir siendo la oración aún en la noche más oscura, permanecer firmes y esperanzados. La parábola debe recordarnos que si hasta un juez injusto escucha a quien le suplica, con mucha mayor razón Dios, que es la fuente de amor y esperanza, escuchará a sus hijos.

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