9 de julio, 2023
Sin
duda nos encontramos frente a una parábola que en una primera lectura pudiera parecernos
sorprendente, en la que los personajes que son tan fácil de identificar en
otras parábolas ahora parecen velados o al menos no congruentes a las imágenes
que sugieren representar. El modelo de oración es representado por una viuda y
en esto no parece haber mayor problema, no obstante, parece que la imagen de
Dios está representada por la de un juez malo, en el más amplio sentido de la
palabra maldad, por eso es importante no hacer una primera lectura literal y
buscar el sentido más profundo del texto.
El
juez es una persona detestable que seguramente nadie quisiera cerca de uno, sin
ideales, sin humanidad, sin empatía y aún sin respeto por su propia labor, no
tenía respeto por nada ni por nadie. Una persona encerrada en su propia manera
de pensar, en su egoísmo. Parece que la imagen que se nos ofrece es de una
persona que es invulnerable e inaccesible aún a la petición más urgente de
atender.
En
el otro lado nos encontramos a la viuda, la imagen de la debilidad hecha
persona, marginada, sin apoyo, carente de cualquier cosa que pueda ayudarle a
obtener la justicia anhelada. En un primer momento la batalla parece que
resultará en una aplastante derrota ¿Qué puede hacer la viuda frente a la
arrogancia e indiferencia del juez?
Sin
embargo, ella no se rinde, va una y otra y otra vez a cruzársele en el camino,
lo persigue, lo desconcierta. Después de todo el juez decide rendirse, está
harto de la viuda y sus quejas, reconoce que la forma de quitársela de encima
es brindarle la justicia tan anhelada por la mujer.
Pareciera
que la mujer encontró que el egoísmo, el deseo de no ser molestado del juez
terminaría por hacerle ceder ante ella. Si ella logra justicia es gracias al
hartazgo que ha logrado en él, no es que haya sido triunfadora la justicia,
sino que las pretensiones personales de no oírla han vencido al juez.
La
debilidad ha triunfado sobre la fuerza, a la indefensa le ha dado la razón la
arrogancia, no tengamos miedo de nuestra debilidad, no debemos desanimarnos
ante nuestra impotencia, no pensemos que hay dificultades insuperables. Habrá
ocasiones en que la respuesta se hará esperar, eso no nos debe de llevar a que
nuestro ánimo decaiga, la tardanza debe alimentar nuestra esperanza.
Un
detalle muy importante es que el juez no es una copia de Dios sino la imagen
contraria a Él, no tenemos frente a nosotros un juez insensible sino un Dios
amoroso que se hace empático en nuestra búsqueda de justicia y que esta
impaciente por escucharnos. No es una lucha de debilidad contra fuerza sino el
encuentro de la debilidad con el amor; no es necesario mencionar que Dios no
nos responde para que no le molestemos más, sino que siempre está dispuesto a
abrir el camino de la fe para esperarnos y encontrarnos.
Ésta
es la resolución que obtenemos de Jesús, Dios es mejor que ese juez y él les
hará justicia a los que le aman y le buscan con insistencia, es la persistencia
y la constancia la que da señal de nuestra fe, orar con fe e incesantemente.
La
parábola cierra con una pregunta inquietante: “Pero cuando el Hijo del Hombre
venga, ¿encontrará todavía fe en la tierra?” (v. 8b). Jesús sabe que va de camino a
Jerusalén, a su tiempo de pasión, de muerte, de oscuridad, parece que su mente
le susurra imágenes de que su misión fracasará. Uno de los signos de nuestra fe
debe seguir siendo la oración aún en la noche más oscura, permanecer firmes y
esperanzados. La parábola debe recordarnos que si hasta un juez injusto escucha
a quien le suplica, con mucha mayor razón Dios, que es la fuente de amor y
esperanza, escuchará a sus hijos.
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