18 de febrero, 2024
Introducción
De entre todas las
epístolas del apóstol san Pablo, la carta a los Efesios es la más eclesiológica
de todas, es decir, es aquella donde el apóstol a los gentiles desborda por
todas partes el tema central de la Iglesia, entendida no como una mera asamblea
de creyentes, sino, ante todo, como el cuerpo de Cristo. Así, san Pablo une de
manera magistral dos temas centrales de la teología del Nuevo Testamento: el
vínculo entre cristología y eclesiología, de tal manera que, tanto en la carta
a los Colosenses como en Efesios:
[…]
el cuerpo de Cristo no se interpreta cósmica, sino eclesiológicamente. Cristo
es también cabeza del universo; pero no se llama al universo cuerpo de Cristo,
sino a la Iglesia (cf. Col 1:18, 24; 3:15; cf. 2:19). […] También en la carta
a los Efesios es Cristo señor del universo (cf. 1:22s); pero, no obstante las perspectivas cósmicas que se
dan también en esta epístola, tampoco aquí designa “cuerpo” al cosmos, sino a
la Iglesia (1:22s; 2:12-16; 4:4, 12-16; 5:23, 30). También aquí crece el cuerpo
de Cristo por la evangelización de los pueblos y, en general, por el servicio
de la Iglesia al mundo (cf. 2:21s; 4:11s.15s). Como cuerpo de Cristo, la
Iglesia es la “plenitud” (pleroma) de aquel que lo llena “todo en todo”
(1:22s); con todas las fuerzas vivas que de Él proceden, Cristo, cuyo cuerpo es
la Iglesia, penetra y domina el universo. No se trata aquí de universalidad
griega, entendida panteísticamente, sino de una penetración del universo por el
dominio o soberanía, de acuerdo con la idea judía de súbdito, que dice servicio
y obediencia[1].
Pero si la Iglesia de
Cristo penetra y domina el universo, lo hace en virtud de que ella es el cuerpo
de Cristo, y no en virtud de alguna capacidad propia o intrínseca, hemos de
preguntarnos el modo en que la Iglesia-Cuerpo-de-Cristo es incluyente en el
amor de Dios.
Desarrollo
A la luz de lo anterior
puede verse que el tema de la Iglesia está íntimamente conectado con el amor de
Dios que lo incluye todo bajo Cristo, incluso el cosmos. Por eso es muy
importante señalar que, según san Pablo, Dios no tiene dos pueblos como
pretende el dispensacionalismo teológico, que enseña que Dios tiene dos pueblos
distintos: la Iglesia e Israel. Pero leyendo atentamente al apóstol a los
gentiles, éste dice: “Por lo tanto, recuerden ustedes los gentiles de
nacimiento -los que son llamados “incircuncisos” por aquellos que se llaman “de
la circuncisión”, la cual se hace en el cuerpo por mano humana-, recuerden que
en ese entonces ustedes estaban separados de Cristo, excluidos de la ciudadanía
de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el
mundo” (Ef 2:11-12, NVI). ¡Estar separados de Cristo significa estar fuera de
la Iglesia-Cuerpo-de-Cristo! La locución adverbial consecutiva: “por lo tanto”,
con la que se abre esta sección de la carta, hace referencia al estado en que
los efesios se encontraban antes de estar en Cristo, descrito en los vv. 1-10.
“En otro tiempo ustedes estaban muertos…” (v. 1s).
En virtud de la
circuncisión los judíos se creían superiores a los gentiles, a quienes ninguneaban
y señalaban como inferiores a ellos. El rito de la circuncisión, recordémoslo,
se aplicaba únicamente a los varones judíos en su más tierna infancia, apenas a
los ocho días de nacidos. Ese acto físico era una evidente marca de distinción
y separación entre judíos y gentiles, pero el amor de Dios a los gentiles
rompió completamente con dicha separación: “En él [Cristo] también ustedes,
cuando oyeron el mensaje de la verdad, el evangelio que les trajo la salvación,
y lo creyeron, fueron marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido”
(Ef 1:13, NVI).
Los cristianos gentiles
no estamos circuncidados, ni queremos estarlo, y, sin embargo, formamos parte
de todas las promesas del Pacto, a través de la “circuncisión de Cristo”. ¿Y
qué es la circuncisión de Cristo? Pues el bautismo mismo (Col 2:11-12). Y aquí
es muy importante enfatizar que para el apóstol Pablo, el bautismo es aún más
incluyente que la circuncisión del Antiguo Testamento, ya que como escribió en
la carta a los Gálatas: “porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo,
de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo no
libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y
si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos
según la promesa” (Gal 3:26-29, RVR-60).
De todo lo cual se sigue
que no hay ninguna superioridad de tipo racial (ya no hay judío ni griego), no
hay tampoco ninguna superioridad económica (no hay esclavo ni libre), y tampoco
existe desde luego, ninguna superioridad de género (no hay varón ni mujer). La
unidad de Cristo que se obtiene con el bautismo es mejor que la circuncisión
porque trasciende todas las diferencias étnicas, sociales y sexuales (cf. Rm
10:12; 1 Co 12:13; Ef 2:14-16; Col 3:11). La igualdad de todos los seres
humanos delante de Dios generada por la inclusión que propicia el bautismo
cristiano, tiene que concretarse en términos de derechos y responsabilidades en
la Iglesia y la sociedad. Si la sociedad es racista, excluyente y violadora de
los derechos de las minorías, la Iglesia-Cuerpo-de-Cristo está llamada a romper
con todo lo que excluya a quienes no son ni piensan como nosotros. Y aquí,
permítaseme citar una de las confesiones de fe de la tradición reformada a la
que me adscribo, la Confesión de Belhar de la Iglesia Presbiteriana de
Sudáfrica, que condenó el régimen racista del apartheid, y que en una de
sus partes dice:
Creemos:
* Que el trabajo de
reconciliación de Cristo se hace manifiesto en la iglesia como la comunidad de
creyentes que han sido reconciliados con Dios y el uno con el otro (Ef. 2:11‐22);
* Que la unidad es,
por lo tanto, ambos un don y una obligación para la iglesia de Jesucristo; que
a través del trabajo del Espíritu de Dios es una fuerza vinculante, aun
simultáneamente una realidad que debe ser seriamente perseguida y solicita: por
la cual el pueblo de Dios debe continuamente ser animado a obtener (Ef. 4:1‐16);
* Que esta unidad
debe ser visible para que el mundo pueda ver que la separación, enemistad y el
odio entre personas y grupos es pecado; el cual Cristo ya ha vencido, y como
consecuencia que cualquier cosa que amenace esta unidad no tendrá lugar en la
iglesia y debe ser resistido (Juan 17:20‐23)[2].
Corolario
El amor de Dios es
incluyente nunca excluyente ni exclusivo, y lo único que descarta es la
exclusión. ¿Es Dios solo Dios de los cristianos o de los creyentes? La
respuesta que san Pablo dio en su tiempo a la acuciante pregunta de si Dios era
Dios solo de los judíos, fue que no, que Dios era Dios también de los gentiles
a quien tanto despreciaban los hijos de Abraham según la carne. Como
Iglesia-Cuerpo-de-Cristo ¿a quiénes excluimos hoy en nombre de Dios y de
Cristo? Como Iglesia de Dios no debemos olvidar las sensatas palabras del
apóstol Pablo, quien escribió que Dios ha hecho una nueva humanidad en Cristo
(Ef. 2:13s).
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