domingo, 4 de febrero de 2024

Vida nueva, vida en Cristo (Efesios 2.1-5), Pbro. L. Cervantes-Ortiz



4 de febrero, 2024

Por eso, aun que estábamos muertos por culpa de nuestros pecados, él nos dio vida al resucitar a Cristo. Nos hemos salvado gracias al amor de Dios.

EFESIOS 2.5, Traducción en Lenguaje Actual


TRASFONDO

El gran tema del amor de Dios en la carta a los Efesios se empieza a desplegar en el cap. 2. Las buenas noticias producidas por la resurrección y ascensión del Señor Jesús “afirman la soberanía del Mesías sobre todos los poderes del cosmos”  y la manera en que la iglesia, como su cuerpo, participa totalmente en su triunfo. Ef 2 confronta los dos poderes que están en juego en el conflicto cósmico y soteriológico: los de la maldad que operan en el cosmos “y de cuyas garras los cristianos han sido rescatados” (2.1-3) y los de la gracia y el amor de Dios que dan vida a una nueva creación, la nueva humanidad en Cristo, el nuevo pueblo de Dios, la iglesia. “Ésta es la nueva cosmovisión con la que la iglesia debe armarse para vivir en su entorno histórico con sabiduría y poder”.  El poder del amor y de la gracia divinos se manifiestan como la base de la existencia de la iglesia y de cada creyente que desea integrarse fielmente al macroproyecto del Señor para hacer visible su Reino y su salvación.

DE LA MUERTE A LA VIDA EN CRISTO (VV. 1-3)

Dos aspectos fundamentales se afirman en esta primera parte: primero, la condición oscura que precedió a la nueva vida obtenida en Cristo (1) y, después, la razón de ser de esa condición, causada por “el príncipe del poder del aire”, “el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (2). Esa situación previa hacía que la existencia humana fuera dominada por “la corriente de este mundo”. El lenguaje del autor coloca, a la humanidad transgresora, como lo había hecho antes en Romanos, como un gran conjunto de “hijos de la ira” (3) y, por lo tanto, como objeto de la justicia divina. Los cristianos de Éfeso debían estar conscientes de la gran transformación que habían experimentado al provenir de una vida llena (una muerte, en realidad) de “delitos y pecados”, una expresión que conjunta los términos para abarcar la totalidad de la oposición a Dios. “Los paganos (y los judíos), que antaño vivían en pecados y transgresiones una vida muerta, se habían entregado, por tanto, con su ilusión engañosa acerca del mundo, se habían entregado —digo— a la carne y a los deseos de la carne [...] Pero Dios nos ha vivificado. Y Dios, de cuya ira se había hablado, lo hizo porque ‘es rico en misericordia’. Por consiguiente, la ira de Dios no excluye su misericordia, sino que la presupone. [...] pero hay que recordar otra cosa más. Dios nos vivificó “por el gran amor con que nos amó”. 

Vivir “conforme a los poderes de este mundo” es estar sometidos/as a los designios opuestos al plan divino de salvación. Se trata de “la segunda gran fuerza que domina la existencia humana […] El poder que ejerce es efectivo […]; se realiza permanentemente […] y se manifiesta ahora (gr. nun). Y esa tarea se efectúa en lo interior y profundo del ser humano”.  A eso se refirió Fiodor Dostoievski cuando dijo que el campo de batalla entre el bien y el mal es el corazón humano. Los “hijos de la desobediencia” viven en los deseos de la “carne” (es decir, un principio moral radicalmente opuesto a la voluntad de Dios), hacen la voluntad de ella y eso los coloca como “hijos de ira”. La antropología paulina sobre los aspectos éticos del pecado es precisa y exacta: “Deseos, voluntad y propósitos van en contra de la voluntad de Dios y de nuestros mejores y más nobles deseos; son una poderosísima fuerza que nos domina y lleva hacia el mal”.  Esto hace que individuos, instituciones y organizaciones vivan esclavizados a poderes espirituales.

EL AMOR Y LA GRACIA QUE SALVAN (VV. 4-5)

Todo el escenario oscuro expuesto en los versículos anteriores cambia a partir del v. 4 en adelante: el pero que aparece al principio es un corte definitorio que incluye las bondades de la acción divina para ese nosotros que implica al apóstol y a sus lectores: Dios, rico en misericordia, “por el gran amor con que nos amó”, “aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo” (5). Es decir, transfirió la vida recuperada de su Hijo a todos aquellos que simpaticen y empaticen con lo sucedido en Jesús en el mundo. Su resurrección y exaltación se aplican a los seguidores/as que surjan por todas partes, especialmente en el ambiente no judío. “La acción que Dios ha realizado en ‘nosotros’ —judíos y gentiles— consiste en que él, como dice san Pablo al principio, dio vida a los muertos, más exactamente: ‘dio vida juntamente’. […] quiere decírsenos seguramente que en el bautismo nos unimos con Cristo y de esta manera recibimos la vida juntamente con él, recibimos su vida”. 

El acceso a la forma de vida auténtica que proporciona la salvación únicamente es por el amor y la gracia divinos, experimentados como dones inaccesibles para quienes persisten en la vida de desobediencia y oposición. La causa última de las acciones de Dios es el grandioso amor que manifiesta por los seres humanos, por sus anhelos y por su proyección y trascendencia. La primacía de la gracia es uno de los grandes temas teológicos del apóstol y alrededor de ella construyó el monumental edificio de las doctrinas de la salvación: “…es la acción gratuita y radical de Dios, inmerecidamente otorgada a quienes se encuentran esclavos en el ámbito de la muerte y bajo la ira de Dios. es perdón y absolución al culpable; es amnistía y oferta de reconciliación al rebelde. Es un regalo radical que cuesta trabajo aquilatar en un contexto como el nuestro en que todo tiene precio y en el que las mismas religiones se han convertido en mercancías a la venta y muchos de sus ministros de culto, en habilidosos mercaderes de la fe (Pierre Bourdieu)”.  Era incongruente y contracultural darle el regalo de la salvación a personas tan indignas (John M.G. Barclay (Paul and the gift, 2015).

CONCLUSIÓN

El amor de Dios en Cristo hacia la humanidad no es solamente un sentimiento admirable lleno de buenos propósitos. Es, sobre todo, la manifestación amplia de un inmenso proyecto de integración mediante el cual toda la creación, y especialmente la humanidad, sea capaz de experimentar y comprender la extensión de la integración que Él quiere hacer con todos los planos de la realidad y la convivencia. Experimentar el amor en la iglesia y en cada creyente es apenas el primer paso para sumarse a semejante intención de abrir las puertas para una comunión sólida y persistente con la fuente más profunda y eficaz del amor verdadero.

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