sábado, 2 de marzo de 2024

El misterio de la gracia de Cristo (Efesios 3.1-6), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

3 de marzo, 2024

Ustedes ya saben que Dios me encargó anunciarles el plan que, gracias a su gran amor, había preparado. Dios me dio a conocer el plan que tenía en secreto, y del cual ya les he escrito brevemente.

Efesios 3.2-3, Traducción en Lenguaje Actual 

Trasfondo

La frase dominante con que inicia el cap. 3 de Efesios es la base de una reflexión fundamental que el autor consideró necesario compartir con sus lectores no judíos de origen: la “administración de la gracia” (oikonomían tes cháritos) que Dios quiso que él ofreciera a través suyo. Se trataba de “la significación característica de su persona para los paganocristianos”, pues “con su nombre está asociado al evangelio, y con él la salvación, para los cristianos procedentes de la gentilidad, incluso allá donde él no ha trabajado personalmente. Y es el nombre de quien no sólo proclama el evangelio sino que también sufre el evangelio”.[1] Désmios es la palabra para “prisionero”. Él es el prisionero de Cristo Jesús en favor de ellos, porque su prisión, como continuación de los padecimientos de Cristo y como efluvio de los mismos, da testimonio real de dichos padecimientos y de esta manera, como evangelio concreto —por decirlo así— de esos padecimientos, suscita en los cristianos vida y consuelo. En todo esto, sus sufrimientos, los sufrimientos del apóstol, son un testimonio que, igual que su evangelio, está dirigido especialmente a los gentiles”.[2] Administrar la gracia fue la labor que él compartiría también con los demás apóstoles (como Pedro, I P 4.10) y con el resto de la iglesia, de modo que al recordárselo a los efesios estaba subrayando el papel central de la gracia en todo el proyecto divino. En el Antiguo Testamento hubo muestras notables y concretas de la gracia, por ejemplo, en el establecimiento de seis ciudades-asilo para personas perseguidas (Josué 20). Algo similar aconteció con Elvira Arellano, quien fue acogida en un templo metodista de Chicago durante dos años. También en la Ciudad de México se ubica desde hace varios años una casa-refugio para escritores/as perseguidos. Las iglesias deben abrir sus espacios para desplegar la gracia mediante acciones específicas de apoyo y servicio. 

La administración de la gracia en la vida del apóstol (vv. 1-4)

“Suponiendo” dice el apóstol, que los efesios hubieran oído de la administración de la gracia, es decir, que hubieran recibido la instrucción doctrinal específica sobre esa actuación de Dios: “Es la gracia que Dios ha dado (por medio de Cristo) al apóstol, para que él la haga valer en el evangelio, en favor de los gentiles (3.8). Esa gracia fue dada juntamente con la apostolé (Ro 1.5; Gál 2.7s). Por consiguiente, es la gracia de Dios, entregada en la misión y para la misión: gracia que él, el apóstol, ha “recibido” y que, por tanto, ha de hacer que surja efecto”.[3] El encargo del apóstol era hacer visible y actuante esa gracia en medio de sus lectores/as. Él es el transmisor de la gracia recibida y la despliega en todo lo que hace y comunica. La oikonomia de la gracia se realizó primero cuando el apóstol recibió el “misterio” (v. 3), lo cual es una característica del apostolado que se clausuró con el Nuevo Testamento, a contracorriente delo que pretenden quienes ahora se hacen llamar así: la labor profética y anunciadora de quienes fueron apóstoles estuvo en estricta continuidad con la obra de Jesucristo. Pablo, específicamente, recibió el conocimiento del misterio de la voluntad de Dios” en el sentido de que la nueva creación comunitaria del Señor integraría a los no judíos por igual en el camino de la instauración de todas las cosas en Cristo. Ésta no se podría lograr sin aquella acción.

El conocimiento apostólico de lo que Pablo había recibido es digno de destacarse en la ruta de los efesios para participar de la vida de fe porque ellos, los beneficiarios de ese misterio como copartícipes, también debían expandir los límites de esa nueva creación por todos los confines de la tierra, dando así a la labor misionera un énfasis profundo de integración humana, solidaria y concreta para realizar dentro de la comunidad los propósitos mayores de la obra de Dios. Siendo un misterio desconocido por el mundo, sus beneficios se agigantarían en la medida en que la iglesia se mostrase de manera más diáfana. 

La apertura total al resto de la humanidad (vv. 5-7)

El gran misterio de Dios revelado a los apóstoles y profetas (“Pero los profetas y apóstoles llegfarion a ser y existieron como testigos oculares de aquellos actos realizados en su tiempo y fueron oidores de la Palabra hablada en su tiempo. fueron destinados, nombrados y elegidos para esta causa por Dios, no por ellos mismos; además, Dios les mandó y les dio poderes para que hablaran sobre lo que ellos habían visto y oído”.[4]) y que no había sido anunciado “en otras generaciones” (5a) fue una transformación radical y una evolución extraordinaria del plan para hacer llegar la salvación a toda la humanidad. La intervención del Espíritu para poder acceder a ese conocimiento significó también una renovación total del ámbito religioso pues modificó profundamente el panorama. Las comunidades cristianas ya eran plurales y debían ser incluyentes. Sobre ese misterio se fundamenta la existencia de la iglesia, es decir, la universalización definitiva del plan divino para toda la creación. La gran novedad consiste en que ahora los no judíos ya pueden participar en los bienes salvíficos que le correspondían solamente a Israel:

 

Los antiguos gentiles pertenecen “en Cristo” […] juntamente con Israel, al cuerpo de Cristo, son “miembros del mismo Cuerpo” de Cristo. Y lo son por haber recibido en el Pneuma, mediante el bautismo, la kleronomía [calidad de heredero] y, por consiguiente, la epangelía [promesa] y por participar ahora en ella. Ahora bien, el que constituyan ahora, juntamente con Israel, el único cuerpo, se ha logrado “mediante el evangelio”, cuyo servidor es el apóstol, que lo es en virtud del don de la gracia divina recibida por él [v. 7].[5]

 

Coherederos y miembros del mismo cuerpo y copartícipes de la promesa: esos son los enormes privilegios de que ahora gozarían los no judíos, con el mismo derecho que los receptores originales de las promesas antiguas. La extensión de la gracia divina para lograr todo ello es amplia e incomprensible, pero toda una realidad ligada al amor divino por toda la humanidad, sin distinción alguna. Por ello, la iglesia no puede sino tener abiertos sus brazos para incluir e incorporar a toda persona que se acerque a ella. Porque a nadie debe faltarle la gracia de Dios como dice Hebreos 12.15 (DHH) “y nadie quede afuera de su bendición” como agrega el canto (https://redcrearte.org.ar/wp-content/uploads/2018/03/Que-a-Nadie-le-Falte-1.pdf). 

Conclusión

Estamos, pues, delante de la firme enunciación del “dinamismo actuante” de la gracia de Dios, una realidad que subyace a todo lo que acontece a partir de la obra salvadora de Jesucristo a través de un gran proceso que se ha desvelado en las palabras del apóstol:

 

Se trata de un solo gran movimiento del poder actuante de Dios: desde la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, pasando por la entrega de la gracia al apóstol y la puesta a su servicio, hasta llegar a la incorporación de los gentiles al Cuerpo de Cristo y la revelación también a ellos de la herencia de la esperanza. Este único gran movimiento de Dios, llevado a cabo con “actuación de su poder”, es el movimiento de la gracia, dispensada por él de esta manera: es la administración de la gracia. Y como movimiento de su gracia, es movimiento que descubre y revela la gracia y con ello la realización de su misterio.[6]



[1] Heinrich Schlier, La carta a los efesios. Comentario. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1991, p. 192.

[2] Ibid., p. 193.

[3] Ídem.

[4] Karl Barth, Introducción a la teología evangélica. Salamanca, Ediciones Sígueme, 2006, pp. 45-46.

[5] Ibid., p. 198.

[6] Ibid., p. 199.

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