sábado, 9 de marzo de 2024

Las incalculables riquezas del Señor (Efesios 3.7-13), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


10 de marzo, 2024

Aunque soy el más insignificante de todos los creyentes, recibí esta gracia de predicar a las naciones las incalculables riquezas de Cristo.

Efesios 3.8, Traducción en Lenguaje Actual 

Trasfondo

Hablar de riquezas en relación con la religión parecería un exceso si no fuera porque el propio texto bíblico lo hace en varias ocasiones, algunas de ellas en el Antiguo Testamento: “Son más deseables [tus mandamientos] que el oro refinado…” (Salmo 19.10). “Me alegra seguir el camino de tus testimonios más que poseer muchas riquezas” (Salmo 119.14). En Romanos 9.23 habla de “las riquezas de su gloria”, lo mismo que en Efesios 1.18 y 3.16, y Colosenses 1.27, y en Efesios 1.7 y 2.7 de “las riquezas de su gracia”. En todos los casos la palabra utilizada es ploutos, de donde viene “plutocracia”, el gobierno de los ricos. La contraparte de esta comparación bíblica es lo que propone la teología de la prosperidad en algunas de sus variantes. La forma de valorar las bendiciones de Dios como una enorme riqueza espiritual no tiene nada que ver con las afirmaciones de esta teología que se extiende en diversos espacios evangélicos. Veamos cómo se refiere a esta riqueza el apóstol Pablo. 

El evangelio de las incalculables riquezas de Cristo (vv. 7-9)

Hay varios contrastes dignos de destacar en esta sección. Primeramente el apóstol se presenta a sí mismo como quien llegó a ser un “diácono del evangelio” como un “regalo de Dios” entregado por su gracia (v. 7): “Vemos que la gracia opera en términos del servicio o ministerio. No sólo somos salvos debido a la gracia de Dios (2.4-10): también le servimos debido a su gracia, a causa de su amor por nosotros. Por su gracia Dios nos salva y también nos llama a servirle. El servicio es un regalo de su gracia”.[1] El sentido de humildad con que lo afirma se subraya en el v. 8a al agregar que él era “el más insignificante de todos los santos” con lo que se ubicaba en el último lugar entre los apóstoles (I Co 15.9) y entre todo el pueblo de Dios. Por ello podía entender mejor la gracia, no como un  concepto doctrinal sino como una realidad que brotaba de la experiencia. La conciencia de su pequeñez tiene un lugar muy importante en su vida de apóstol.

Su labor consistiría en “predicar a las naciones” (v. 8b) precisamente las “incalculables”, incontables, inescrutables, inagotables, infinitas, insondables, incomprensibles, “riquezas de Cristo” que de todas esas maneras se puede traducir la palabra griega (anexijniaston), derivada de algo que no deja huella. La metáfora original habla de algo que no se puede encontrar (inencontrable, inhallable, “irrastreable” o “insondable” dice el NT interlineal). La idea es que la comprensión humana es incapaz de entender o encontrar la huella “o pista de lo que Dios está haciendo para reconciliar a la humanidad.”[2] 


La expresión las incalculables riquezas de Cristo […]nos deja ver que el apóstol tenía un concepto muy alto de lo que significaban el Mesías Jesús y su evangelio. […]

No es la riqueza material prometida por los modernos mercaderes del evangelio de la prosperidad: es la riqueza de una vida comunitaria en la que los seres humanos se re-encuentran, humanizan y empiezan a probar la vida que viene de Dios, la verdadera comunidad y compañerismo. Una vida comunitaria que re-crea la que se perdió en el Edén y que ahora empieza a construir relaciones humanas verdaderamente significativas y nutridoras […]y cuyas primicias ya se pueden y deben ver en la nueva humanidad y familia: la ekklesia.[3] 

Comprender la diversa sabiduría de Dios (vv. 10-13)

Acceder a las riquezas de Cristo equivale, según el v. 9a, a que todos comprendan (que a todos se les esclarezca) “la realización del plan de Dios”, es decir, el misterio administrado (oikonomia tou mysteríou) que estuvo oculto, pero que ahora está aconteciendo en el mundo y que los efesios, primero, pero también “los principados y las autoridades en las regiones celestiales” (10), quienes gobiernan el cosmos, debían conocer con claridad por medio de la iglesia: “La frase en las regiones celestiales (gr. en tois epouraniois […]) es una indicación de esa esfera o dimensión donde reina Cristo y donde estamos sentados con él; es también el ámbito donde batallan los poderes y autoridades. No es un lugar lejano; es la dimensión espiritual del mundo que habitamos”.[4] El propósito final de todo esto es que se conozca en plenitud la multiforme (muchos colores o variedades) sabiduría divina.

Finalmente, en los vv. 11-12 se afirma que en Cristo “disfrutamos de libertad (la osadía) y confianza para acercarnos a Dios”, incluso en la situación que vivía el apóstol: “Esta nota pastoral aterriza la gran temática tratada y la lleva a una de sus consecuencias vitales en tiempos difíciles de persecución y cárcel: aunque estoy preso, esa circunstancia política no determina mi fuero interno y mi actitud ante la vida. En la prisión, vivo como una persona libre que disfruta de acceso pleno e ilimitado al Padre, Dios”.[5] En alusión a esa circunstancia vital de quien escribe el v. 13 solicita que los lectores/as no se desanimen en las aflicciones que atravesaba pues éstas eran “para gloria” de ellos. Resulta impresionante que sea un preso quien ofrezca ánimo y consuelo a quienes estaban preocupados por él: “El corazón pastoral del autor se manifiesta y permite ver que su gran preocupación era la estabilidad y fidelidad de los receptores de la carta. Es muy probable que su encarcelamiento fuera usado ideológicamente por sus enemigos y la sociedad para desacreditar la fe cristiana. Por ello Pablo les anima a seguir adelante y además les da una comprensión distinta de su encarcelamiento”.[6] Sus palabras en Colosenses (carta gemela de Efesios) son más que elocuentes: “Ahora me alegro en medio de mis sufrimientos por ustedes, y yo voy completando en mí mismo lo que falta de las aflicciones de Cristo, en favor de su cuerpo, que es la iglesia” (1.24). 

Conclusión

Un pastor preso que escribe reflexiones espirituales para sí mismo, la comunidad de fe y la posteridad. Recientemente llega a la memoria lo sucedido con Dietrich Bonhoeffer, famoso por conspirar contra Hitler, pero también por desarrollar un pensamiento teológico profundo tras los barrotes de la cárcel en Resistencia y sumisión. He aquí algunas de sus palabras: “Resulta infinitamente más fácil sufrir en la obediencia a una orden humana, que en la libertad de un acto realizado con la responsabilidad más personal. Resulta infinitamente más fácil sufrir en comunidad, que a solas. Resulta infinitamente más fácil sufrir en la entrega de la vida corporal, que en el espíritu. Cristo sufrió en la libertad, en la soledad, apartado y en la deshonra, en el cuerpo y en el espíritu, y desde entonces muchos cristianos sufren con él”.[7]



[1] M. Ávila Arteaga, Efesios. Caps. 1-3. Introducción y comentario. Buenos Aires, Ediciones Kairós, 2018, p. 247. Énfasis original.

[2] Ibid., p. 248.

[3] Ibid., p. 249.

[4] Ibid., p. 252.

[5] Ibid., p. 253.

[6] Ibid., p. 254.

[7] D. Bonhoeffer, Resistencia y sumisión. Cartas y apuntes desde el cautiverio. Eberhard Bethge, ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1983, p. 21.

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