sábado, 30 de marzo de 2024

Un sacerdote resucitado y victorioso (Hebreos 9.23-28; 13.20-21), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


31 de marzo, 2024

En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo (sómatos) de Jesucristo hecha una vez para siempre. […] …por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne (sarkòs)

Hebreos 10.10, 20, Reina-Valera 1960 

Trasfondo

La consumación de la obra sacerdotal absoluta de Jesucristo procede directamente de su victoria sobre la muerte, la cual se da por sentada al momento de presentarlo como ocupante de un lugar cercanísimo de Dios (“su derecha”, Sal 110.1). Dicha obra tenía que manifestarse en la glorificación de la corporalidad humana del Hijo de Dios (7.16: “en virtud de una vida indestructible”, zoĕs akatalútou). “En 7.23-24 su sacerdocio se contrapone al de los sacerdotes levíticos precisamente en la medida en que la muerte impedía a éstos permanecer en el cargo, mientras que Jesús tiene un sacerdocio que no pasa, en virtud de la ‘vida indestructible’ que recibió en su resurrección”.[1] Pues así lo establece claramente Heb 10.5, citando el Salmo 40.8: “No has querido ofrendas ni sacrificios, / sino que me has dotado de [me preparaste] un cuerpo”. “El significado del salmo es que Dios prefiere la obediencia al sacrificio; no es un rechazo de los ritos, sino una declaración de su inferioridad relativa. Puesto que la obediencia de Jesús quedó expresada mediante la ofrenda voluntaria de su cuerpo (es decir, de sí mismo) en la muerte, la lectura del v. 7b en los LXX es especialmente aplicable a él, hasta el punto de que se ha llegado a pensar que dicha lectura tal vez fuera introducida en los LXX debido a la influencia de Heb”.[2] Heb 10.10 destaca también la ofrenda de “su propio cuerpo una vez por todas”.

 

“Cristo entró en el cielo mismo” (9.23-28)

En Heb 9.24 se afirma que Cristo entró en el cielo mismo para “presentarse ahora por nosotros ante Dios”. Esta gran realidad sólo pudo lograrse a la resurrección. El Señor fue ofrecido una sola vez “para llevar los pecados de muchos” (9.28). Nuevamente se subraya la incapacidad de la ley para lograr la perfección de las personas (10.1b) y las consecuencias de la repetición continua de los sacrificios rituales (10.3). “Los sacrificios anuales de expiación traían a la ‘memoria’ (anamnésis) los pecados pasados, pero no podían borrarlos”.[3] El cuerpo de Jesús, en virtud de la resurrección, es el “espacio físico espiritualizado” que consigue la certeza de la plenitud salvífica. El salmo 110 anuncia la figura del sacerdote supremo que será agradable a Dios para siempre. “Jesús, por su muerte y resurrección, ha levantado un nuevo templo, no material sino espiritual, que permite a los creyentes entrar realmente en relación con Dios”.[4] “Así pues, hermanos, la muerte de Jesús nos ha dejado vía libre hacia el santuario, abriéndonos un camino nuevo y viviente a través del velo, es decir, de su propia humanidad (Heb 10.19-20).

Para este documento cristiano, la resurrección de Jesús es la premisa básica sobre la cual se construye todo el edificio de la nueva economía salvífica. La historia completa de la salvación se consolida mediante la presencia efectiva del supremo sacerdote que, habiendo superado todas las pruebas y obstáculos, incluyendo la misma muerte, es capaz de ofrecer y transferir a sus seguidores/as la máxima consecuencia de su esfuerzo, la vida eterna, “un camino nuevo y viviente”, y una nueva humanidad, marcada por la realidad de un sacerdocio, amplio y universal, que abarca y dignifica a cada ser humano que se compromete con el Reino de Dios.

 

El Dios de paz resucitó a Jesucristo (13.20-21)

La Pascua de Jesucristo, proclamada por las mujeres discípulas de Jesús y corroborada, más tarde, por todas las apariciones y manifestaciones del Resucitado, funda en el corazón del mundo una realidad nueva de vida y superación de todas las trabas que pretenden cerrar el acceso al Dios eterno que comparte su plenitud. La resurrección es una forma de insurrección contra la pretendida dictadura de la muerte en todas sus manifestaciones, pues Jesús dirige y personifica la insurrección contra la muerte, el pecado y la injusticia, saliendo airoso en ese conflicto.

 

Los evangelios de Pascua “están de su parte” [de las mujeres]. Se lo dicen, nos lo dicen a todos, esas mujeres que irrumpen de nuevo en nuestros cenáculos anunciando: “¡Hemos visto al Señor!”. De ellas recibimos la buena noticia: el Viviente sale siempre al encuentro de los que le buscan, los inunda con su alegría, los en- vía a consolar a su pueblo, los invita a una nueva relación de hermanos y de hijos. Él va siempre delante de nosotros, palabra de mujeres.[5]

 

El “Dios de paz” que levantó de entre los muertos a su Hijo está detrás de las grandes acciones por medio de las cuales la vida se impone sobre la muerte. El “mensaje de las mujeres”, mensaje de vida, comenzó su camino en medio de la incredulidad para imponerse como una verdad autorizada. Esta “nueva conciencia de la vida” surgió desde el corazón mismo de su negación, es decir, de lo más hondo de la realidad humana que vivió el Señor al afrontar efectivamente la muerte. Tal como sucedió con la persona de Jesús de Nazaret, debe movilizarnos para seguir en un sendero de paz, compromiso y militancia en los valores que Él vino a vivir e instaurar precisamente como lo afirma el deseo expresado en la bendición del v. 21a: que Él “los capacite para toda buena obra, para que hagan su voluntad, y haga en ustedes lo que a él le agrada”.

 

SONETO DE RE/IN/SURRECCIÓN

 

Hoy la vida aterriza a ras de suelo
e irradia su impacto bienhechor:
de las sombras emerge el Bienamado,
ya renace con todo su fulgor.

Es la Vida en persona la que viene
a embriagar nuestro pecho de fervor:
resucita el profeta galileo,
el mañana se muestra sin rubor.

El sepulcro amanece derrotado
y la muerte abandona su vigor.

La victoria proclama su llegada,
toma el cuerpo de nuestro redentor

y lo entrega dichoso, como prenda
del futuro rotundo, arrollador.

(LC-O)



[1] Myles M. Bourke, “Carta a los hebreos”, en R. Brown et al., eds., Nuevo comentario bíblico San Jerónimo. Estella, Verbo Divino, 2004, p. 505.

[2] Ibid., p. 519.

[3] Ídem.

[4] A. Vanhoye, El mensaje de la carta a los hebreos. Estella, Verbo Divino, 1994, p. 50.

[5] Dolores Aleixandre, “Mujeres en el sepulcro: una historia que es nuestra”, en https://m.feadulta.com/es/buscadoravanzado/item/2111-mujeres-en-el-sepulcro-una-historia-que-es-nuestra.html

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