sábado, 27 de abril de 2024

Crecer en la verdad en comunidad en la ética del Espíritu (Efesios 4.14-32), Pbro. L. Cervantes-Ortiz

28 de abril, 2024

…sino para que profesemos la verdad en amor y crezcamos [αξήσωμεν] en todo en Cristo, que es la cabeza, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento [αξησιν] para ir edificándose en amor.

Efesios 4.15, Reina Valera Contemporánea

Trasfondo

El remate del cuarto capítulo de Efesios centra su énfasis en la necesidad del crecimiento, un concepto que en épocas recientes es asumido mayoritariamente de manera cuantitativa, pero que debe ser visto como una realidad integral, abarcadora y totalizante. El crecimiento alude a la madurez, a la superación de una visión infantilista de la fe, menor, reducida. Ése es el verbo que domina toda la sección: “Una de las metas principales del uso de los dones en la iglesia es el crecimiento y la edificación de sus miembros, lo cual implica el ponerlos juntos, reconciliarlos y hacerlos crecer en armonía. No sólo es el aspecto individual del crecimiento de cada persona; es el crecimiento del cuerpo que implica un trabajo serio de poner juntos a sus miembros”.[1] 

Crecer en todo en Cristo y vivir de manera renovada (Ef 4.14-16)

La manera principal por la que dicho crecimiento se ha de dar es al vivir la verdad. Se trata de una actitud interna o virtud personal (“siendo verdadero, genuino, auténtico, leal”) hasta acciones que reflejen un continuo compromiso con la verdad (“hablar, mantener, hacer, ser fiel a, seguir, vivir en conformidad con la verdad”). Todos estos aspectos deben ser considerados al momento de superar las etapas iniciales de la fe (v. 14). Al concentrarse en la verdad (15a), la fe avanza y experimenta un crecimiento comprobable. A la luz del contexto de la carta, la expresión indica “el ser verdadero, genuino o íntegro y también el vivir continuamente de acuerdo con la verdad que Dios ha comunicado con su Palabra (1.13-14); vivir de acuerdo con la visión dada por Dios y no de acuerdo con la propaganda imperial o la del mercado”.[2] Vivir la verdad es una clara indicación del sentido comunitario y relacional que el término verdad conlleva. Así como Dios es fiel a su pacto y promesas de una relación constante y leal con su pueblo (sentido amplio de emeth), así se demanda del pueblo de Dios que encarne y se revista de esa verdad o fidelidad en sus relaciones dentro de la nueva humanidad que Dios ha creado. Sólo así podrá edificarse y crecer la iglesia adecuadamente, en todas direcciones.

 

Vivir la verdad en amor no es ningún ejercicio abstracto, sino una experiencia personal, práctica y completa. No existe ningún otro fundamento para una vida saludable. Como humanos preferimos vivir en lo ilusorio, escondernos de nosotros mismos y creer que estamos mejor (o peor) de lo que estamos. Nos mentimos a nosotros mismos, el uno al otro, y a Dios. […] Pero tarde o temprano, lo que hay de ilusorio en nuestras vidas se desmorona, y llega el sufrimiento, que no sólo nos afecta a nosotros sino también a quienes nos rodean. Hemos de hablar la verdad con Dios —aunque ello implique expresar nuestras dudas y temores— y también con nosotros mismos y con los demás, y hemos de vivir la verdad.[3] 

Si a esto se la frase en/con amor, que califica este estilo de vida, se descubre que “vivir la verdad tiene un marcado carácter ético, ya que se da en el ámbito (sentido locativo) del amor (cf. 3.17). La práctica de la verdad debe estar permeada por el amor. Ambos deben ir juntos. […] En esa dirección debemos crecer, para ser como Jesús”.[4]

Vivir con la ética del Espíritu (Ef 4.17-24)

Vivir a la altura de nuestro llamado y mantener la unidad lograda por Dios es ineludible al realizar una permanente transformación personal y comunitaria de la forma de pensar y de comportarse. Ello es fundamental para realizar la misión de Dios en el mundo. Para lograr el cambio en todos los niveles es preciso renunciar diaria, consciente e intencionadamente a nuestros viejos hábitos mentales y de conducta (4.17, 22), una verdadera purga radical de nuestra manera de pensar. El v. 18 subraya que la ignorancia en relación con Dios y la dureza del corazón son los que producen el libertinaje y la avidez (19).[5] “Debemos abandonar nuestro antiguo andar. Al mismo tiempo, hemos de adoptar la novedad de vida dada por el Espíritu Santo. Esto debe practicarse como una disciplina, no sólo individual sino también comunitaria. Los miembros del cuerpo maduran en la medida en que la tarea educativa es efectuada constantemente, en que cada uno realiza su función para el beneficio común y en tanto todos estén comprometidos con esa meta común”.[6] Pablo, al exhortar para la práctica de la ética, señala lo que se debe evitar para luego afirmar lo que se debe vivir como parte de la nueva existencia. Su comprensión del problema del mal es profunda y radical: va hasta las raíces del ser, del corazón, y apunta hacia un cambio real en la manera de ver el mundo, como una nueva mentalidad. Se habla de una transformación radical de los valores, principios y creencias acerca de cómo entendemos a Dios, a nuestro prójimo, a nosotros mismos, y al cosmos. Por ello, el apóstol insiste en la metanoia, en el arrepentimiento, como un ejercicio diario para madurar en la fe (22-23) y revestirse del ser humano nuevo, caracterizado por tres virtudes centrales: justicia, santidad y verdad (24). 

Superar los hábitos contrarios al Espíritu (Ef 4.25-32)

La nueva humanidad debe imponerse en las situaciones cotidianas de la existencia. De ahí la necesidad de enumerar una serie de conductas concretas que deben superarse para experimentar de manera directa la realidad nueva producida por Dios en Jesucristo: la mentira (25), el enojo (26-27), el robo (28), las malas palabras (29, conversación obscena, palabras que edifiquen). Todo esto, entre tantas cosas más, tendría que ser superado para no contristar (o agraviar) al Espíritu (30), pues es él quien produce la ética que merezca llamarse “cristiana”. Todo lo que se prohibió antes puede entristecer al Espíritu: “…puesto que el Espíritu Santo está presente y activo cotidianamente en la vida de la comunidad, es necesario tomar conciencia de ello y actuar en conformidad. Esto le añade una dimensión profunda a la vida en comunidad que necesitamos tener siempre en mente”.[7] No se puede contrariar a quien es la prueba de nuestra pertenencia a Dios y a quien ha puesto su sello de propiedad en nosotros. Por lo tanto, hay que abandonar (“arrancar de raíz”) las actitudes que compliquen el proceso de crecimiento (31: amargura, la ira y el insulto, toda forma de malicia) con responsabilidad y sujeción, y practicar el bien, la compasión (eusplagjnoi, las entrañas: “profunda empatía de quien sufre ante la miseria y maldad ajenas y es movido a la acción para remediarlas”[8]) y el perdón (32) como principios de vida y de una moral superior a toda prueba. 

Conclusión

Crecer en la verdad en comunidad con la ética del Espíritu es un auténtico programa de existencia personal y comunitaria para apreciar claramente la realización de la nueva humanidad en el mundo como parte de la transformación profunda que Dios está llevando a cabo. La iglesia no puede quedar a un lado de ese gran cambio y debe ser una muestra del mismo. Dios se mueve en la comunidad de fe para adelantar y actualizar su proyecto máximo en el mundo y en el universo.



[1] Mariano Ávila Arteaga, Efesios. Tomo II. Capítulos 4-6. Buenos Aires, Kairós, 2018, p. 45.

[2] Ibid., p. 46.

[3] Klyne Snodgrass, Efesios: del texto bíblico a una aplicación contemporánea. Miami, Vida, 2012, p. 269.

[4] M. Ávila Arteaga, op. cit., p. 46.

[5] Luigi Schiavo, “En la plaza de la ciudad: la negociación cultural (Efesios 4.1-32)”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 68, 2011/1, p. 73.

[6] M. Ávila Arteaga, op,. cit., p. 57.

[7] Ibid., p. 90.

[8] Ibid., p. 94.

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