27 de febrero, 2022
…yo les digo que no les impondré ninguna carga más; pero deben conservar lo que tienen hasta que yo venga.
Apocalipsis 2.24b-25, RVC
Trasfondo
L |
a ciudad de Tiatira se encontraba
al norte de Lidia, sobre el río Lico, en la vía que une a Pérgamo con Sardis,
en la provincia de Manisa. Aunque no tenía la importancia de Éfeso o Esmirna,
pero poseía una industria floreciente, con un gran número de gremios,
especialmente el tintorero, atestiguado por un pasaje de Hechos (16.14, que
menciona Lidia, una vendedora de telas, como originaria de allí) y algunas inscripciones.[1]
Actualmente sus ruinas se encuentran dentro de Akhisar, dedicada a la
fabricación de alfombras. La carta dirigida a la comunidad de Tiatira es la más
larga y la más difícil y tiene como destinataria a la ciudad menos importante y
menos notable de las siete. “La carta no era oscura para la iglesia en Tiatira;
el problema radica en nuestra lejanía de los hechos contemporáneos. La epístola
se ocupa mucho de los asuntos de la vida cotidiana, que son transitorios y rara
vez accesibles al estudio histórico, y mucho menos desde un punto de vista
distante en tiempo y lugar. La escasez de nuestros materiales habituales
agudiza la dificultad”.[2]
Curiosamente,
esta carta se encuentra en el centro de la estructura de esta sección del
libro, lo que obliga a destacarla necesariamente, pues “refleja de manera
ejemplar las tensiones del conjunto de la iglesia (personificadas en Jezabel,
anticipo de la Prostituta de Ap 17)”.[3] Sobre
el contexto, apunta Juan Stam: “La vida comercial de la ciudad y la red
poderosa de gremios hicieron del culto al emperador un problema de
sobrevivencia económica”.[4] De
hecho, la cara menos hostil de dicho culto y el poco ímpetu de los judíos
contra los cristianos hizo “más sutil y peligrosa la tentación de acomodarse a
la idolatría”.[5]
“Tú
toleras a Jezabel, esa mujer que se llama profetisa” (2.20)
Tiatira es una pequeña ciudad entregada por completo al comercio, pagana y corrompida. Cristo se le presenta como el mesías resucitado, explicitando en grado sumo su trascendencia: es el Hijo de Dios (v. 18). La situación de la iglesia es bastante compleja. Por una parte, se observan elementos de fermento positivo: amor a Cristo, vida de fe, dedicación al servicio de los demás, aguante y un tono de progreso ideal (v. 19). Pero por otra parte están las insidias de un paganismo materialista, compuesto de extrañas teorías (las profundidades de Satanás) y de prácticas reprochables (fornicación, en el sentido metafórico de idolatría: v. 20.24).[6]
El vidente observa al Señor Jesús
con ojos de fuego y pies de bronce, como ser divino (1.14-15; cf. Dt 10,6); aspecto
que expresa la alta cristología del Apocalipsis, y es la única vez en el libro
en que le llama “Hijo de Dios” (v. 1). El título en este contexto se refiere al
Salmo 2, pero también podría relacionarse con el culto a Apolo Tirimneo, deidad
tutelar de la ciudad: “Apolo era hijo de Zeus, y el emperador se consideraba
encarnación de Apolo y por ende también hijo de Zeus”.[7] La afirmación
de la filiación divina del Señor desenmascaró las pretensiones divinas del
emperador. Los “pies semejantes al bronce pulido” puede ser una alusión a una
de las industrias principales de la ciudad. La palabra griega para bronce (jalkolibanon)
quizá se refiere a la aleación de bronce con cobre y zinc usada para los
armamentos.
Al
reconocimiento de los extraordinarios méritos de la comunidad (amor, fe,
servicio y aguante, 19a), así como que sus obras posteriores
eran mejores (19b), algo que ninguna otra de las iglesias recibió, le sigue un
fuerte reproche acerca de la tolerancia hacia Jezabel, la “profetisa” (20a),
nombre simbólico y odioso de fuertes resonancias antiguas, “que seduce a mis
siervos y los lleva a incurrir en inmoralidad sexual y a comer lo sacrificado a
los ídolos” (20b). Lo que ella estaba haciendo era “dar un aval seudoprofético
a la herejía nicolaíta” (J. Stam) que “buscaba integrar el Evangelio en la
estructura económica y social del Imperio. […] Parece que muchos cristianos se
han plegado (en un plano) a los dictados del paganismo oficial (cultural,
social y militar) de Roma. Con fuerte lenguaje profético, escribe Juan contra
ellos, exigiendo fidelidad a Jesús y resistencia frente a Roma”.[8] La terminología parece situarla entre la madre de 12.1 y la prostituta
de 17.3, especialmente por el uso de la palabra porneías
(2.20, 21). No se sabe su nombre real, pero este
nombre es simbólico y despreciativo, pues alude a la reina perversa de I Re 21
y II Re 2.
Ella ha sido conminada a cambiar su enseñanza, pero sin resultado (21),
por lo que se le anuncia mucho sufrimiento, junto a “los que adulteran con
ella” (22). Sus hijos serán heridos de muerte y todas las iglesias se enterarán
de que el Señor “escudriña la mente y el corazón” y cada uno recibirá su
merecido (23). “El espectáculo del castigo infligido a la mujer y sus secuaces
producirá un efecto saludable en las otras Iglesias, porque reconocerán que la
mirada del Señor penetra hasta las más ocultas profundidades del corazón humano
y que castiga rigurosamente todos los pecados”.[9]
“Pero
deben conservar lo que tienen hasta que yo venga” (2.25)
La comunidad se dividió entre quienes apoyaban a “Jezabel” y quienes no lo hacían. A éstos, que se habían mantenido fieles, el Señor dirige la siguiente exhortación: “…no les impondré ninguna carga más; pero deben conservar lo que tienen hasta que yo venga” (24b-25). Les impone la obligación de no dejarse arrastrar por la falsa profetisa a la fornicación y a los banquetes idolátricos. Él está complacido con su conducta espiritual y moral; es preciso que siguieran haciendo las obras que antes ha elogiado hasta que se haga presente para efectuar el castigo.
El Señor recomienda mantener lo que
se tiene. Este último verbo quiere decir, conforme a su uso en el libro del
Apocalipsis, agarrar con fuerza (2.1; 7.1; 20.2), o bien, aplicado a una
enseñanza (2.13-15, 25; 3.11), adherirse con firmeza a ella. Por el contexto,
sabemos que la iglesia de Tiatira realiza unas obras, que han sido alabadas por
el Señor […]. A esta conducta, que ya tiene, la
comunidad debe atenerse;
este comportamiento debe mantener. […]
Este “saber mantenerse en lo que ya se tiene” se revela a la comunidad, por parte del Señor, como el mejor camino para evitar el confuso sincretismo religioso, reinante en la comunidad, a causa de la profetisa Jezabel y sus adeptos. Y es la manera ideal de superar cualquier tipo de prueba que pueda sobrevenir.[10]
Los que no se han sumergido en “las profundidades de Satanás” (24a), una frase que bien puede ser una referencia irónica de un reclamo nicolaíta de conocer “las profundidades de Dios”, que caracterizará a los movimientos gnósticos. A los vencedores el Señor les extiende una doble promesa: dará “autoridad sobre las naciones” (26b), recibida del Padre (27a), eco del Salmo 2.8-9 en la siguiente frase (27b); y la estrella de la mañana (28): “Como estrella matutina, en medio de la noche oscura Cristo es señal del ‘amanecer de la claridad eterna’” (J.A. Bengel).[11]
Conclusión
Esta carta muestra la firmeza con
que el Señor Jesús se dirigió a la comunidad para establecer pautas muy claras
de comportamiento ante las enormes exigencias planteadas por las interferencias
externas e internas para su vida moral y espiritual. En un tiempo en que han
surgido nuevas formas de pensamiento y de práctica cristiana es preciso hacer
suficiente caso a lo que plantea el Espíritu a fin de mantener la fidelidad al
mensaje del Evangelio y así poder sortear las adversidades vengan de donde
vengan.
[1] Alfred Wikenhauser, El Apocalipsis de san Juan. Barcelona, Herder, 1981
(Biblioteca Herder, Sagrada Escritura, 100), p. 73.
[2] Colin J. Hemer, The Letters to the Seven Churches of Asia in their Local Setting.
Sheffield, 1986, p. 106.
[3] Xabier Pikaza, Apocalipsis. Estella, Verbo Divino, 1999, p. 56.
[4] J. Stam, Apocalipsis. Tomo I. Caps. 1-5. 2ª. ed. Buenos Aires,
Ediciones Kairós, 2006, pp. 129-130.
[5] Ibid., p.130.
[6] U, Vanni, Apocalipsis Una
asamblea litúrgica interpreta la historia. 6ª ed. Estella, Verbo Divino, 1998, p. 35.
[7] J. Stam, op. cit., p. 130.
[8] X. Pikaza, op. cit., p. 21.
[9] A. Wikenhauser, op. cit., p. 75.
[10] Francisco Contreras Molina, El Señor de la vida. Lectura cristológica del Apocalipsis. Salamanca,
Ediciones Sígueme, 1991 (Biblioteca de estudios bíblicos, 76), p. 111.
[11] J. Stam, op. cit., p. 136.
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