sábado, 12 de marzo de 2022

Filadelfia. "Aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra" (Apocalipsis 3.7-13), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz

Ruinas de Filadelfia en Alasehir

13 de marzo, 2022

Aunque son pocas tus fuerzas, has obedecido mi palabra y no has negado mi nombre.

Apocalipsis 3.8b, RVC 

Trasfondo

E

l sitio de Filadelfia está cubierto hoy por la moderna ciudad de Alaşehir, situada a menos de 48 km de Sardis. El rey Éumenes II, quien la fundó en 189 a.C., la nombró así en honor a su hermano Átalo, cuya lealtad le ganó el nombre de Filadelfo, “el que ama a su hermano”. Al no tener heredero, Átalo III Filométor donó su reino, incluida la ciudad, a sus aliados romanos que establecieron la provincia de Asia en el 129, al combinar Jonia con el antiguo reino de Pérgamo. “El gran terremoto del año 17 d.C. tuvo un efecto tan profundo que el contexto de la carta apocalíptica debe estar estrechamente relacionado con él. El desastre tuvo un impacto notable en el mundo contemporáneo como el más grande en la memoria humana y también pasó de forma distorsionada a la tradición cristiana mucho más tarde. […] El concepto de Filadelfia como una ciudad nueva con un nombre nuevo para honrar al emperador divino cuyo patrocinio había restaurado su fortuna [Tiberio] se ha relacionado con Apocalipsis 3.12”.[1] En 1923, sus habitantes griegos fueron expulsados y fundaron Nueva Filadelfia.

“A Filadelfia, Cristo se presenta como el santo y como el que resume en sí mismo y lleva a su máximo desarrollo la historia de la salvación del Antiguo Testamento, centrada en la casa de David. Cristo, punto de llegada en la línea histórica de la salvación representada por David, tiene plenos poderes en el ámbito de esa salvación, con una fuerza irresistible capaz de derribar todos los obstáculos (v. 7)”.[2] La situación de la iglesia de Filadelfia era complicada, aun cuando se había mantenido fiel en un clima de sufrimientos y de persecución, pero estaba llegando al límite de sus fuerzas. El Señor Jesucristo le da aliento y le asegura una nueva perspectiva de servicio (“la puerta abierta”: v. 8), su amor vela sobre ella y aliviará el peso de la prueba (v. 10). Si se mantiene fiel, alcanzará su corona celestial, entrará a formar parte de la esfera divina (“columna del santuario de mi Dios”: v. 12) y verá plenamente realizada en sí misma la salvación mesiánica propia de Cristo resucitado (“mi nombre nuevo”: v. 12). 

“Aunque son pocas tus fuerzas, has obedecido mi palabra y no has negado mi nombre” (3.8b)

El Señor Jesús se presenta como el depositario de la llave de David, expresión que viene de Isaías 22.22, donde Dios anunció a Eliacím su elección como mayordomo de la corte de Ezequías. Aquí debe entenderse en sentido mesiánico, esto es, como una afirmación de que el Señor, como hijo de David, “tiene el poder de las llaves y decide, sin posibilidad de apelación, quién puede entrar en el reino mesiánico y quién queda excluido de él”.[3] El lenguaje sensible que viene a continuación forma parte del reconocimiento cálido de lo que hace la pequeña comunidad, de una vida modesta, formada por grupos de esclavos y de pequeños comerciantes. No obstante ello, ha sido valiente en mantener la fidelidad a la palabra divina y al nombre del señor Jesucristo.

Como premio a tal fidelidad ante las adversidades, el Señor anuncia “que ha abierto delante de ella una puerta que a ningún poder enemigo le es dado poder cerrar. Habitualmente estas palabras se interpretan como una profecía sobre el exitoso futuro misionero de esta iglesia, aunque otros expertos opinan que se promete la admisión al reino escatológico de Dios.[4] La hostilidad judía será sometida y avergonzada, al grado de que estos opresores reconocerán a los cristianos como verdaderos hijos/as de Dios (v. 9). La promesa de Is 49.23 y 60.14 se cumplirá cuando los judíos incrédulos terminen por tributar al nuevo pueblo de Dios. “Los judíos étnicos mantienen la absoluta pretensión de ser los verdaderos judíos, los descendientes legítimos. […] El Apocalipsis añade, en cambio, ‘no lo son y además mienten’. [...] Los judíos han pasado a desempeñar el papel de las naciones paganas frente a los cristianos. Son ahora éstos […] quienes recogen la verdadera herencia de Israel; por ellos se sigue proclamando el nombre de Dios y de Cristo ante el mundo”.[5]

El anuncio de “la hora de prueba” que habría de venir y de la protección que recibirá la comunidad está precedido por un reconocimiento de su obediencia al mandato de ser perseverante (10). “La hora de la prueba adquiere un ámbito universal y cósmico, ‘sobre toda la tierra’, para probar a los ‘habitantes de la tierra’. […] …la hora de la tentación vendrá sobre todo el mundo, pero los fieles cristianos de Filadelfia (y a través de ellos representativamente toda la Iglesia) se verán protegidos por la asistencia de Cristo”.[6] 

“Ya pronto vengo. Lo que tienes, no lo sueltes, y nadie te quitará tu corona” (3.11)

 

La fidelidad presente de la iglesia le asegura, siguiendo las huellas de su maestro, la victoria eterna. Por eso, el Señor le promete: “Vengo pronto”. Es una confirmación de su ayuda. Y dice a la comunidad leal de Filadelfia: “Mantén lo que tienes para que nadie se lleve tu corona”. Es Filadelfia una Iglesia a la que el Señor no recrimina ni reprocha nada; sólo le anima a mantenerse donde está, que se aferre a lo que ya posee, que siga haciendo lo que tiene que hacer, cada vez con más conciencia y de manera más ajustada.[7] 

Si los creyentes de Filadelfia seguían como hasta ahora, recibirán la corona gloriosa (2.10), “pero cualquier descuido futuro podría privarlos de esa guirnalda de la victoria”.[8] Deben evitar a toda costa que les sea arrebatada en el último momento, puesto que ya está preparada en el cielo. Finalmente, mediante un lenguaje cultual, se anuncia al vencedor que, primero, será “columna en el templo de mi Dios” (12)a, y que se le impondrán tres nombres: el de Dios, la nueva Jerusalén y el nombre nuevo del Señor (12b). “El Señor sigue precisando el contenido del premio y añade un par de detalles y de circunstancias relevantes. Dice que ‘lo haré columna en el templo de mi Dios’ […]. La palabra naós [nave] designa la parte más santa e íntima del templo”.[9] Cada creyente ya está aposentado como pilar en el santuario divino, no puede ser expulsado de ese lugar. La pertenencia a ese espacio litúrgico está garantizada por la promesa del Señor.

La tríada de nombres implica la novedad de personalidad, “la adquisición de una inédita forma de ser y de actuar. En esta transformación la reciente figura anula y supera la anterior”.[10] Invocar el nombre divino sobre el pueblo significa el favor continuo del Señor. El nombre de la ciudad santa remite a la ciudadanía para entrar y poblar la Jerusalén celestial. Y el nombre del Señor representa la identificación plena con su persona y su mensaje, una comunión total con Él.

 

Conclusión: “¡Lo que Dios puede hacer con una iglesia de poco poder!”

 

En contraste con su respuesta a Esmirna, Cristo no responde a Filadelfia con algo como “tienes poco poder [dunamis], pero mucho poder espiritual”. El “poco poder” no se califica ni se condiciona. […] …el énfasis del texto no cae sobre el poco poder de ellos sino sobre su fidelidad y las grandes cosas que Cristo iba a hacer en ellos. Aquí también la paradoja es dramática: los enemigos tenían mucho poder, pero cuando Cristo abre, “no pueden (dunatai) cerrar” (3.7s); los creyentes tienen poco poder, pero en Cristo sí pueden, y nadie puede resistirse (3.9). Nuestro mundo actual vive obsesionado por el poder […] …no deja mucho lugar para el “poco poder”. Y lamentablemente, desde hace siglos, la Iglesia ha caído muchas veces en la misma trampa.[11]



[1] C. J. Hemer, The letters to the Seven Churches of Asia in their local setting. Sheffield, Sheffield Academic Press, p. 156.

[2] Ugo Vanni, Apocalipsis Una asamblea litúrgica interpreta la historia. 6ª ed. Estella, Verbo Divino, 1998, p. 36.

[3] Alfred Wikenhauser, El Apocalipsis de san Juan. Barcelona, Herder, 1981 (Biblioteca Herder, Sagrada Escritura, 100), p. 79.

[4] Ídem.

[5] F. Contreras Molina, El Señor de la vida. Lectura cristológica del Apocalipsis. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1991 (Biblioteca de estudios bíblicos, 76), p. 124.

[6] Ibid., pp. 127-128.

[7] Ibid., p. 128. Énfasis agregado.

[8] J. Stam, Apocalipsis. Tomo I. Caps. 1-5. 2ª. ed. Buenos Aires, Ediciones Kairós, 2006, p. 158.

[9] F. Contreras Molina, op. cit., p. 220.

[10] Ibid., p. 223.

[11] J. Stam, op. cit., pp. 165-166.

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