viernes, 22 de abril de 2022

Vivir ya como resucitados a la luz de la obra divina de salvación (Romanos 6.1-14), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz

24 de abril, 2022

Porque por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte, para que así como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva.

Romanos 6.4, Reina-Valera Contemporánea

“Vivir como resucitados” alude a la vida concreta aquí en la tierra y a una manera inusitada de vivir que se sale de la realidad histórica y terrenal; resucitados apunta a una experiencia de transformación plena, a la travesía de un estado de muerte a un estado de vida en plenitud.[1]

Elsa Tamez

Trasfondo

Damos muchas gracias a Dios porque desde la teología evangélica producida en América Latina por mujeres han surgido, entre otras, dos aportaciones directamente relacionadas con lo que significa la resurrección de Jesús, el Cristo, para nuestra fe presente y futura. Desde Guatemala, Julia Esquivel (1930-2019) escribió un poema fuertemente alusivo y Elsa Tamez (México, 1951) un ensayo comprometedor y desafiante. El poema surgió de las amenazas de muerte que Esquivel recibió por su participación social en los años difíciles y que finalmente la condujeron al exilio: 


Nos han amenazado de Resurrección

porque ellos no conocen la vida (¡los pobres!).


Ése es el torbellino

que no nos deja dormir,

por el que, dormidos, velamos,

y despiertos, soñamos. […]


¡Acompáñanos en esta vigilia

y sabrás lo que es soñar!

¡Sabrás entonces lo maravilloso que es

vivir amenazado de Resurrección!


¡Soñar despierto,

velar dormido,

vivir muriendo

y saberse ya

resucitado![2]

 

Desde que el acontecimiento de Cristo se instaló en la historia humana, las coordenadas entre muerte y vida se modificaron porque entró en juego un tercer elemento en discordia: la resurrección de su cuerpo. En el poema de Esquivel, la promesa, esperanza o expectativa religiosa convencional es elevada a la categoría de amenaza para que esta nueva clave de interpretación despierte y motive la actualización práctica y ética de lo que Pablo escribe en su carta a los Romanos como una realidad fruto de la obra de Jesús. Tamez, por su parte, invita a “vivir ya como resucitados” desde la existencia presente, haciéndose eco de las palabras paulinas que hoy nos ocupan.

Pecado, bautismo y resurrección ante la acción del Espíritu (6.1-8)

El símil del bautismo y la muerte, más allá de su relación espacial (baja-subir; 6.4a) plantea que la resurrección se instala definitivamente en el mundo para iluminar su oscuridad permanente e ir varios pasos adelante de la mera espera sobrenatural. Pues, como en el caso de la creencia en la reencarnación, ésta promueve abiertamente la desigualdad y deja al azar absoluto la posibilidad de acceder a otro grado de la creación en la escala biológica, con lo que la sociedad de castas permanece intacta y hay que “cambiar de vida”, vivir nuevamente de otra forma, para que literalmente exista algún cambio verdadero. La resurrección cristiana, por el contrario, es un motor de vida, es un nuevo comienzo (el ya) iluminado por la espera militante del todavía no.

Vivir como resucitados es estar consciente de los alcances de ambas realidades y de cómo se realizan en la vida presente, cotidiana, para transformar los aspectos básicos, esenciales, así como los más trascendentales. Es más, vivir así implica inyectar trascendentalidad a cada momento vital pues ahora se vive a la luz de la obra redentora de Dios en Jesús que ganó algo tan grande como la resurrección. Resucitamos en el día a día con sólo despertar y comenzamos a vestir o barnizar de resurrección cada cosa que hacemos. Porque la radical novedad de la resurrección no consiste solamente en convertirla en una creencia más de nuestro sistema doctrinal y olvidarnos de ella (como sucede con casi todas las doctrinas aprendidas…), sino ponerla a funcionar en la vida de lucha contra el pecado en todas sus manifestaciones. Tal como subraya el apóstol, así de empeñado como estaba en superar el triunfo de la ley del pecado en la existencia humana. De ahí su énfasis tan firme en la actuación de la gracia divina (6.1, 14). Estar unidos a Cristo en su muerte, debe redundar en estar unidos con él en su vida (v. 5) y, así, proyectarla en todo lo que somos y hacemos.

Morir al pecado, vivir para la justicia en medio del mundo (6.9-14)

La resurrección es un instrumento que permite sortear las injusticias del mundo, pues éstas no se afrontan o resuelven solamente con la aplicación de doctrinas como recetas. El pecado se desdobla de múltiples maneras para que la humanidad deje de apreciar sus armas mortíferas y su combate persistente contra la vida y la justicia. Son ellos dos los que están en juego porque directamente minan la existencia plena y la sana convivencia en el mundo. Por ello las contradicciones de éste hicieron hablar a Pablo de un auténtico conflicto espiritual, no una “guerra espiritual” o una “guerra santa” sino un conflicto verdadero entre fuerzas opuestas (muerte vs. vida: vv. 9-11) que se despliega en la historia humana de una manera brutal.

 

Morir al pecado significa no permanecer en él, ni ser cómplice, ni dejarse someter por las estructuras pecaminosas. Pablo ofrece como razón teológica la crucifixión de todo lo malo de la humanidad en la crucifixión de Jesús. En el pensamiento de Pablo, cuando Jesús fue crucificado, también la “criatura vieja” del ser humano fue crucificada (Rom 6.6), muriendo allí los deseos que originaban prácticas injustas capaces de crear las estructuras de pecado. Para Pablo, al morir al pecado se deja de ser esclavo de él. Una vez resucitados, la muerte deja de tener dominio sobre éstos.

El enemigo del pecado, desde la perspectiva de la resurrección, no es la virtud o la piedad, ni siquiera el fervor religioso; para Pablo es la práctica de la justicia, aquella actuación humana que es capaz, primero, de evidenciar las contradicciones del mundo (como lo hizo Jesús en su Pasión), y segundo, de proponer formas nuevas “resucitadas” de vida en común, vida individual, vida de servicio, etcétera.

Conclusión

Los instrumentos de la resurrección (las “armas de la luz”, Romanos 13.12) son las obras que se realizan en función de la construcción del Reino de Dios en el mundo, adonde su aparición vital coincide con la defensa de la vida, especialmente de aquellos que están como condenados a no conocer la resurrección desde esta vida. Las contradicciones económicas, políticas y espirituales de las que se sirve la injusticia (pecado, en el lenguaje paulino) son un acicate enorme para las formas creativas de reconstrucción humana que deben desarrollar aquellos que viven ya como resucitados, amenazados de resurrección…: “…quienes intentan vivir el futuro en el ahora son inundados de un sentimiento alegre frente al don de la vida. Esta alegría no es ni cínica ni artificial. En medio de los fracasos pueden proyectarse a lo que será. Su actitud es semejante a los sobrevivientes. Aman la vida y dan gracias a Dios por ella. Disfrutan de la gratuidad, y valoran la gracia, la misericordia y el perdón. Esto parece incomprensible para la racionalidad, pero es verdad en la práctica cotidiana”.[3]



[1] E. Tamez, “El desafío de vivir como resucitados”, en Selecciones de Teología, vol. 42, núm. 166, 2003, p. 125, https://seleccionesdeteologia.net/selecciones/llib/vol42/166/166_tamez.pdf. Énfasis agregado.

[2] J. Esquivel, “Nos han amenazado de resurrección”, en Threatened with Resurrection. Prayers and poems from an exiled Guatemalan. Elgin, Brethren Press, 1994.

[3] E. Tamez, op. cit., p. 130.

sábado, 16 de abril de 2022

El poder vivificador de la re/in/surrección (Mateo 27.55-28.20), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz


17 de abril, 2022

 

Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había señalado, y cuando lo vieron, lo adoraron. Pero algunos dudaban.                                                                          
Mateo 28.16-17, RVC
 
Si bien la religión sacrificial, en cualquiera de sus expresiones, sean confesionales o seculares, ratifica la sacralidad de los mecanismos de exclusión como rituales expiatorios del mal en el mundo, su mentira ha quedado develada con la resurrección del Crucificado. En efecto, los relatos pascuales de apariciones de Cristo Jesús abren un nuevo horizonte de interpretación del deseo mimético en términos no de rivalidad sino de gratuidad. Las llagas son mostradas por el Crucificado viviente no para vengar la humillación sufrida, sino para convocar al otro a “creer” superando las idolatrías que sustituyen al Dios verdadero.[1]
Carlos Mendoza Álvarez

 

Trasfondo: retomar el “principio Arimatea”

Desde la teología mexicana surgió, hace algunos años, la intención de usar el “principio Arimatea” para tratar de recuperar los cuerpos de las personas desaparecidas. Ha sido Alejandro Ortiz, teólogo católico, profesor de la Universidad Iberoamericana Puebla, quien lo ha propugnado como parte de la solidaridad cristiana con la búsqueda de esas personas. existen diversos movimientos dedicados a esta labor, entre ellos el denominado Eje de Intervención en Iglesias y Comunidades de Fe y la Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas (BNB), en donde participa la Iglesia del Pacto (www.facebook.com/iglesiasydesaparicion/?ti=as). Se ha informado recientemente que existen cerca de cien mil personas desaparecidas cuyas familias las siguen buscando incansablemente. La afirmación básica de este principio parte de lo siguiente:

 

Leyendo los evangelios y oyendo los testimonios de las madres y padres de FUNDEM o de otras organizaciones que buscan a sus hijos en México o en América Latina encuentro que el “principio Arimatea” sigue vigente y actualizado. Estas madres y padres son la actualización de aquel personaje que se narra brevemente en el evangelio de [Mateo 27.57-58, siguiendo a Marcos 15.43-46] que se llamaba José de Arimatea, [quien] hizo algo extraordinario [“con mucha osadía”, subraya Mr] que hoy se sigue repitiendo y que tiene un profundo sentido humano y cristiano: “pedir el cuerpo de la víctima” para una digna sepultura. El principio Arimatea es, entonces, la petición valiente y audaz de recuperar el cuerpo de la víctima ante los propios verdugos.[2]

 

En estos tiempos, el principio se cumple cuando los familiares de desaparecidos acuden, también con osadía, coraje y rabia, ante los gobiernos e instancias correspondientes para recuperar los cuerpos. La conclusión de Ortiz es sumamente apelante y profética:

 

Esta acción es la que nos puede devolver la coherencia a los cristianos que profesamos la fe en Jesús, la verdadera reforma que busca la Iglesia, seguir su ejemplo hoy “detectando” los nuevos Gólgotas, es decir, los nuevos lugares donde se mata, se tortura, se despedaza a las víctimas inocentes de hoy, y ahí, en esos lugares de muerte bajarlos de la cruz, darles nombre, recordar su vida, exigir su justicia, generar esperanza y fortalecer nuestra fe. Bajar de la cruz a los crucificados para darles digna sepultura encierra desde contextos violentos y crueles una de las acciones más coherentes con el Dios de la misericordia y amor que proclamó Jesús de Nazaret.

Por lo anterior, según parece, Dios ya no está en el cielo ni sentado en una nube, a Él que también le mataron injustamente a su hijo, está haciendo fila —angustiado, impotente, desesperado—, en el ministerio público, en el hospital, en los “separos”, preguntando a la gente, pegando fotos en los postes y gritando en la calle: “¿Dónde está mi hijo? Devuélvanmelo”.[3] 


Mujeres y hombres tras las huellas del Crucificado (27.55.28.1-7)

Sacudidas por los impactantes sucesos de los que fueron testigos, varias mujeres (“que desde Galilea habían seguido a Jesús para servirlo”, 27.55) aparecen al pie de la cruz, siguiendo “de lejos” todas estas cosas (55b), pues los hombres habían huido aterrados desde Getsemaní (26.56). Ellas eran: “María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo” (56). Desprovistas de todo poder o cualquier posibilidad de actuar en consonancia con dicho seguimiento, la única opción que les quedaba era mirar, es decir, acopiar de manera visual cada detalle de la terrible tragedia. “Las mujeres representan, pues, tres grupos de simpatizantes de Jesús y sus actitudes ante el aparente fracaso de este: los nuevos (María Magdalena) y una parte de los antiguos (la madre de Santiago y José) le conservan su adhesi6n, a pesar del choque que supone para ellos su muerte; otra parte de los antiguos, los que esperaban el triunfo (la madre de los Zebedeos), se apartan [al parecer] para siempre de él”.[4]


El relato corta radicalmente su presencia y eventual acción, enfocándose en la persona poderosa de José de Arimatea, quien también siendo discípulo del Señor (57b), se apersonó con Pilato para solicitar la entrega del cuerpo del Señor (58). En su caso, el verbo utilizado (ematheteúthe) significa, tal vez, “que sin ser un discípulo en el sentido mateano, este hombre había acogido con simpatía la enseñanza de Jesús”.[5] Las mujeres, aunque ya no todas, reaparecen en 28.1: “Las dos mujeres, las mismas que habían sido testigos de la sepultura, han observado e] descanso judío; no han roto aún con la institución que ha crucificado a Jesús. Van a visitar el sepulcro y esto las hace testigos de los sucesos”.[6] Sin ellas allí, no habría habido testimonio de la resurrección para el resto de la iglesia: “Entonces ellas salieron del sepulcro con temor y mucha alegría, y fueron corriendo a dar la noticia a los discípulos” (28.8), siguiendo las instrucciones del Señor, con quien se encontraron y a quien adoraron: “No teman. Vayan y den la noticia a mis hermanos, para que vayan a Galilea. Allí me verán” (10).

“Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra...” (Mateo 28.18b)

Ya con la certeza de que Jesús había vuelto a la vida, los 11 discípulos se trasladaron hasta Galilea (28.10, 16). La elección de ese lugar es simbólica y representativa: Galilea de los gentiles (Is 9.1; Mt 4.15), un cruce de caminos y de culturas, punto de partida para la misión universal de los discípulos y la iglesia: “La presencia de Jesús en Galilea conecta al resucitado con el Jesús histórico, que ejerció su actividad en esa región”.[7] Al verlo, lo adoraron, aun cuando algunos todavía dudaban de que fuera realmente su maestro (17): “…la duda significa que los discípulos no tienen fe suficiente para asumir el destino de Jesús. Según Mt, es la primera vez que tienen experiencia del resucitado, el vencedor de la muerte; saben que han de afrontar la muerte para llegar a este estado”.[8] La respuesta rotunda del Jesús resucitado apuntó hacia la recuperación del poder que se le había otorgado por el hecho mismo de volver a la vida: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra” (18b). Durante su vida mortal, “el Hijo del Hombre” ya tenía “potestad en la tierra” (9.6) y ahora, a partir de la resurrección, “sentado a la derecha del Padre” (26.64), su poder y autoridad, como la del Padre, es universal, cósmica, por todo el universo (“tierra y cielo”). “A través de la cruz ha llegado a la plena condición divina. En virtud de esa autoridad universal, los manda en misión al mundo entero”.[9] Es el Cristo Pantokrátor de Apocalipsis, quien gobierna sobre todas las esferas de lo existente.

Con base en ese amplio poder y exaltación que le ha otorgado el Padre, la orden para ellos/as incluyó ir y hacer discípulos en todas partes del mundo, bautizarlos en el nombre de la Trinidad divina y enseñarles todo lo que Jesús había enseñado (19-20a). El horizonte de misión se había ampliado progresivamente a lo largo de todo el evangelio, con señales, gestos y anticipos cada vez más claros, especialmente a partir del cap. 13.

Conclusión

Ahora, con el lanzamiento de la misión mundial en Galilea, quedó absolutamente claro que la fe en Jesús desplegaría su capacidad de universalización para inculturarse entre todos los pueblos de la tierra. Empoderados por el Espíritu para un ministerio de dimensión universal, los seguidores/as de Jesús conseguirán discipular a personas en todas las naciones para realizar el anuncio antiguo hecho a Abraham. La promesa final es la garantía absoluta de la compañía del Jesús resucitado al realizar la misión encomendada: “Yo estaré siempre con ustedes, hasta el fin del mundo” (20b). Así se cumplirá el contenido de su nombre, Emmanuel: “Dios con nosotros” (1.23). Esa promesa es la que sostiene al pueblo de Dios de todas las edades y fundamenta su labor misionera y de servicio al mundo.

     El poder vivificador de la re/in/surrección (porque se opone a todas las negatividades existenciales) se estableció como el fundamento de la vida y misión de las comunidades seguidoras de Jesús en todas partes del mundo. “La cruz y la resurrección son la palabra que Dios tiene respecto de nuestra realidad, en la que hemos levantado la cruz de Jesús y en la que seguimos levantando una fila interminable de cruces inhumanas”.[10] 

Regresa el Aguafiestas* de la muerte

rompe el furor del silencio

con su amor

capaz de horadar la piedra

 

Vuelve el depositario de la vida

a su lugar propio

—escogió el mundo / la historia—

y abre la puerta enorme

de la esperanza

 

Retorna para iluminar

el cosmos con su rastro de luz

la tiniebla en su derrota

cede su sitio a la certeza

de que la vida vuelve a comenzar

 

No pudo retenerlo el sepulcro

infartó el momento grávido

de la anti-historia

con su celo salvífico

y volvió a ver el rostro de su Padre

desde la alborada

 

Hoy

convoca al ser entero

a sumergirse cada día

en la fuente máxima de la vida

 

(Satanás —en efecto—

“regresa a los infiernos”)

(“Nueva Pascua”)[11]                                   


* Alfonso Chase, “Pascua”



[1] C. Mendoza Álvarez, “Teología de la reconciliación en clave mimético-pragmática”, en www.iberopuebla.mx/sites/default/files/ bp/documents/8_carlos_mendoza_teologia_reconciliacion_10.pdf, p.10.

[2] Jesús Alejandro Ortiz Cotte, “El principio ‘Arimatea’”, en https://repositorio.iberopuebla.mx/bitstream/handle/20.500. 11777/1868/El+principio+Arimatea.pdf; p. 1.

[3] Ibid., p. 3. Énfasis agregado.

[4] J. Mateos y F. Camacho, Evangelio de Mateo. Lectura comentada. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1981, p. 279.

[5] Pierre Bonnard, Evangelio según san Mateo. Madrid, Cristiandad, 1976, p. 608.

[6] J. Mateos y F. Camacho, op. cit., p. 282.

[7] Ibid., p. 285.

[8] Ibid., pp. 285-286.

[9] Ibid., p. 286.

[10] Barbara Andrade, Dios en medio de nosotros. Esbozo de una teología trinitaria kerygmática. Salamanca, Secretariado Trinitario, 1999, p. 506.

[11] L. Cervantes-Ortiz, Itinerario cierto. Santiago de Chile, Hebel Ediciones, 2016, pp. 30-31, www.academia.edu/26091147/Itinerario_Cierto_poes%C3%ADa_Leopoldo_Cervantes-Ortiz_2016_

jueves, 14 de abril de 2022

La cruz del Señor: martirio, trono, victoria espiritual (Mateo 27.32-50), Mtra. Dulce Flores Montes / Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz



Cristo crucificado (1632, detalle), Diego Velázquez

15 de abril, 2022

Cerca de las tres de la tarde, Jesús clamó a gran voz. Decía: “Elí, Elí, ¿lema sabactani?”, es decir, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. […] Pero Jesús, después de clamar nuevamente a gran voz, entregó el espíritu.

Mateo 27.46, 50, RVC

Jesús es asesinado públicamente por su pretensión de dar testimonio de un Dios que es incomprensiblemente diferente, a saber, de un Dios que no cabe en ninguna representación humana.[1]

Bárbara Andrade

 Trasfondo

 

El conflicto que Mateo describe en su historia encuentra su resolución en la muerte de Jesús en la cruz. Como muestra Mateo, la muerte de Jesús es deseada no solo por las autoridades religiosas sino también por Dios y Jesús. Las autoridades religiosas matarán a Jesús porque creen que es un falso mesías (27:63) y, en consecuencia, una amenaza tanto para ellos mismos como líderes de Israel como para la existencia misma de Israel. Jesús quiere su muerte porque él, como Hijo obediente de Dios, quiere lo que Dios su Padre quiere (26:39, 42). Y Dios quiere la muerte de Jesús (16:21) porque a través de ella Dios establece un nuevo pacto por el cual Jesús expía los pecados (26:28) y media la salvación para todos (1:21; 24:14; 28:19).[2] 

El contubernio para asesinar a Jesús comprometió a las fuerzas más oscuras del sistema político-religioso del momento. Resulta imposible permanecer indiferentes ante la escalada de “violencia autorizada” y consensuada que se fue sumando para llegar hasta los momentos climáticos de la historia. Las palabras de 26.3-5 son sumamente aleccionadoras: “Entonces los principales sacerdotes, los escribas, y los ancianos del pueblo se reunieron en el patio de Caifás, el sumo sacerdote, y se confabularon para aprehender con engaños a Jesús, y matarlo. Pero decían: ‘Que no sea durante la fiesta, para que no se alborote el pueblo’”. Aunque, por otra parte, el propio Jesús, con su conciencia de lo que iba a suceder según el plan divino, conduce los sucesos hasta su culminación: “Es el partido saduceo (sumos sacerdotes y senadores, aristocracia religiosa y civil) el que maquina contra Jesús”.[3]

Aproximarse al cap. 26.47-74 y luego a todo el 27 (vv. 1-61) del evangelio de Mateo constituye una experiencia de fe (o de no-fe) que permite sumarse al crudo relato mediante una lectura que permite varios niveles de comprensión y recepción. El conflicto expuesto por el autor, así como la violencia dosificada que en este capítulo llega a los linderos del paroxismo realista, constriñe a los lectores/as a hacer varios altos en el camino a fin de asimilar el intenso dramatismo de la concreción de la muerte inocente de Jesús de Nazaret, el profeta galileo e Hijo de Dios. La acumulación de hechos encadenados conduce a una vorágine violenta en la que su inocencia destaca todo el tiempo y la decisión de acabar con su vida pesa enormemente para llegar hasta los instantes culminantes: a partir de su prendimiento, precedido por la oración en el huerto (26.39b: “Padre mío, si es posible, haz que pase de mí esta copa. Pero que no sea como yo lo quiero, sino como lo quieres tú”), que definió claramente las relaciones entre el designio divino y la dinámica humana que se venía sobre él, los acontecimientos suman, uno tras otro, elementos que la imaginería cristiana ha encuadrado sucesivamente hasta alcanzar su desenlace: el beso de Judas, el interrogatorio de Caifás en el Sanedrín, en donde pronuncia las palabras inculpatorias, siempre de tono apocalíptico: “…desde ahora, verán al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poderoso, y venir en las nubes del cielo” (26.64b), la condena de muerte automática, la negación de Pedro y finalmente, su entrega al poder imperial romano.

1. Martirio: “Al amanecer… llegaron a un acuerdo para condenar a muerte a Jesús” (27.1b)

Ya en manos de Pilato, el destino de Jesús era irreversible, pues desde ese momento fue visto como instigador de una revuelta política, contraria a los poderes de ocupación. En 27.1 se confirma lo acordado al inicio del capítulo anterior: el poder romano se hará cargo del golpe final, con los ingredientes propios de su estilo de “administrar justicia” en un juicio sumario. Ello, no sin antes conocer el arrepentimiento y el triste final de Judas, así como el uso de las monedas de la traición. El interrogatorio del gobernador fue extremadamente escueto (cuatro versículos, 11-14, a diferencia del Cuarto Evangelio) y puso sobre la mesa el verdadero conflicto por el que Jesús no alcanzaría el perdón, incluso ante la teatral oferta del romano de cambiarlo por Barrabás (15-23), seguida por su lavamiento de manos (24) y la posterior afirmación del judaísmo entero sobre su responsabilidad (25b): la frase utilizada podría traducirse así: “Que su sangre esté, recaiga, rebote sobre nosotros”, puesto que el pueblo, “cegado por sus jefes cree obrar bien reclamando la muerte de Jesús”.[4] Sus razones son de estricto orden religioso: o confesaban el verdadero mesianismo de Jesús o lo hacían desparecer. Al optar por lo segundo, renunciaron a su obligación moral y espiritual de interpretar la posible realidad mesiánica de Jesús y cayeron en brazos de la injusticia total y absoluta.


Los azotes gratuitos fueron cortesía de Pilato para congraciarse con los acusadores (26). Los legionarios tomaron el control de la persona de Jesús y actuaron en consecuencia, no sin antes parodiar hasta cansarse la improbable realeza del Señor (27-30): “Quitar a Jesús sus vestidos significa despojarlo de su identidad. Ellos lo revisten de otra, que no es la suya, y ésa es objeto de burla”.[5] Se cumplía así el anuncio de que sería entregado a los no judíos, tal como afirma 20.17-19, que se refiere específicamente a las acciones de burla y escarnio.

 

Como a lo largo de toda la pasión, en esta perícopa se asocian las ideas de Cristo-Rey y del Siervo de Isaías 49-53, “despreciado y abandonado de los hombres, tenido por nada”. […]

En la persona de Jesús, los soldados se ríen de todo el pueblo judío, al que desprecian, y, como observa [Julius] Schniewind, de la Iglesia cristiana, cuyo rey será siempre el rey irrisorio de este relato. El evangelista, aun viviendo en una iglesia que adora al Cristo glorioso, no introduce en este relato la menor nota de cristología doceta, ni indica siquiera que Jesús está por encima de tales ultrajes o que los ultrajes no le afectan; nada de esto aparece en el texto.[6]

 2. La escenificación del trono de Jesús (27.27-29, 54) (Mtra. Dulce Flores Montes)

¿Qué vimos en esta escenificación del Juicio de Jesús? Vimos a un Jesús herido, azotado, que se enfrenta con el sistema político y religioso de la época. Porque se enfrenta a ambos: con los sacerdotes y ancianos del pueblo judío que lo juzgan y condenan de antemano, y con el establishment o gobierno político de Roma.

¿Qué más vimos? Vimos al gobernador Pilato muy presionado para condenar a Jesús por algo, por un delito que pudiera justificar y por ello la pregunta inicial: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. Con esta pregunta se podía armar un caso con mucho peso, porque una situación así ante Roma era subversiva. Sin embargo, Pilato no estaba convencido pues, de hecho, creía que era inocente: “Pilato trata de liberar a Jesús, pues es consciente del verdadero motivo de la acusación: los dirigentes judíos ven en Jesús un rival que los despoja de su prestigio e influjo y anula su dominio sobre el pueblo”.[7]

¿Qué más vimos? Vimos a las masas, gente que puede haber escuchado el mensaje de Jesús con beneplácito, pero que no se convencieron de lo que enseñaba. Los vemos gritando contra Jesús pidiendo su muerte. Jesús no representaba al Mesías político y militar que esperaban, no comprendieron al Mesías que Jesús era. Ni su mensaje anunciando el Reino de Dios.

A los sacerdotes y ancianos del pueblo también los vimos pidiendo su ejecución porque era un blasfemo y eso conllevaba, según la Ley, la pena de muerte. Parece que Jesús no tenía en este momento defensa alguna. Todos estaban en su contra. Pilato lo entregó para la crucifixión. Pilato cedió ante la necesidad política de estar bien con el emperador, con el César, y escogió ser enemigo de la justicia.

Mateo nos platica, nos recuerda todo esto para comunicar el sufrimiento y muerte de Jesús que, aunque anunciado varias veces antes que esto iba a pasar, para que se cumpliera la Escritura, ninguno se imaginó que sucedería de esta forma tan violenta y cruel. Quería que supiésemos que se estaba cumpliendo la voluntad de Dios y Jesús lo sabía y lo había aceptado.

Pero continúa otra escenificación. Pilato entregó a Jesús a los soldados romanos. Se llevaron a Jesús al palacio y se les ocurrió una parodia para burlarse de él. Puesto que su acusación era pretender ser un rey, lo sentaron en un falso trono y le hicieron honores y reverencias. Le pegaron y escupieron. Todo ello con el beneplácito de las autoridades, porque esto lo llevaron a cabo en la casa del gobernador, no en una prisión, o en una mazmorra. Esto fue público.

Mateo 27.27-28: Los soldados hicieron una parodia de la entronización real de Jesús. Ridiculizaron “al Rey de los Judíos”. No sabían que, de hecho, se burlaron de un rey. Jesús se sentaría en un trono distinto, de gloria, estaría sentado a la diestra de Dios. ¿Dónde está ese trono? En los cielos. Los romanos también se estaban burlando de los mismos judíos que tenían aspiraciones de un Mesías que les daría la libertad. Como un “vean lo que le pasa a un aspirante a liberador de Israel”. Fue también una burla a sus acusadores y a los deseos de independencia que podía tener Israel.

Jesús estaba solo, rodeado de la tropa romana, o sea, muchos soldados. Lo escupían y se reían de él. Le quitaron su ropa a Jesús (en esa época presentar a una persona desnuda era una gran humillación), como despojándolo de quien era, y le pusieron otra que no era la suya, un manto escarlata de algún soldado, para que pareciera un rey y fuera objeto de burla. Los soldados romanos trataron de despojar a Jesús de su dignidad.

Esta burda imitación de la majestad en ese vestuario y los supuestos honores, contrastaron con esa gran tristeza y dolor que ha de haber mostrado el semblante de Jesús. Pero Jesús seguía con el plan divino de Dios y no estaba solo.

Mateo 27.29: Y no bastando con despojarlo de su ropa, le ponen una corona de espinas y le pusieron una vara en su mano, simulando un cetro. Insignias de majestad para continuar su burla. Todo sin valor, como su supuesto reino. No sabían que Jesús estaba dando su vida para salvar a todos. Se vienen a la mente las palabras del Salmista (45.6-7):

 

Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre;

Cetro de justicia es el cetro de tu reino.

Has amado la justicia y aborrecido la maldad. 

¡Qué contraste! Se arrodillaron delante de él y se burlaban diciendo: “¡Salve, rey de los judíos!”, ridiculizando, así, sus pretensiones a un reinado, escarneciendo a aquel que sería exaltado a la diestra de Dios. Y esto nos recuerda lo que Pablo comenta: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra...” (Filipenses 2.9-10). ¡Qué actuación de los soldados! ¡Qué burla tan sórdida de aquello que más tarde sería una realidad mucho más exquisita, celestial, divina, de lo que imaginaron!

En esta época diríamos que a Jesús se le armó un expediente, un caso sólido para condenarlo, pues todos se pusieron de acuerdo. A Jesús se le negó todo. Jesús fue una víctima del sistema político y religioso del momento. Se ensañaron con él los sacerdotes que lo habían condenado a muerte por razones religiosas y también el gobernador que no lo pudo condenar por esas razones y cedió a la petición de sedición, rebelión; cedió ante la presión política de Roma. “El Hijo del Hombre vino para dar su vida en rescate por muchos” esto es lo que estaba pasando con mucho dolor.

Después, los soldados le pusieron sus vestidos y lo llevaron para crucificarlo. Y Pilato siguió burlándose de Jesús, y también de los judíos que lo acusaron al poner en la cruz ese letrero con la causa de su muerte, con la acusación de Pilato: “¡Éste es Jesús, el rey de los judíos!”. Y claro que los sacerdotes no estaban de acuerdo con que esto se pusiera allí, puesto que no era su rey. Pero así se quedó para su disgusto, aunque eso no lo registra Mateo. Proclamado rey, todos se enteraron de que ese rey de los judíos había sido sacrificado.

Mateo 27.54: Después de la burla que habían escenificado los soldados romanos, quedaron aterrados y exclamaron: “¡Éste era el Hijo de Dios!”. Mateo resalta que unos extranjeros paganos, romanos, reconocieron que Jesús tenía algo especial, que lo que había dicho era verdad. Los soldados romanos reconocían que era hijo de Dios, pero si ellos no conocían al Dios de los judíos, ¿de qué Dios era hijo Jesús? ¿Lo dijeron porque estaban muy asustados? ¿Lo dijeron porque algo se movió dentro de ellos, si hubo algo espiritual? Mateo no dice más. Hubo un reconocimiento de algo extraordinario que ni los judíos lo pudieron expresar. La voluntad de Dios se estaba cumpliendo en Jesús para toda la humanidad.

3. Victoria espiritual: “¡En verdad, éste era Hijo de Dios!” (21.54b)

Los vv. 32-50 amplifican el tono de sufrimiento que se va sucediendo progresivamente, aun cuando su sobriedad “no es sólo de un gran efecto pedagógico. Pretende poner de manifiesto, lo mismo que los ultrajes en el pretorio, que Jesús realmente fue ‘entregado’ al dolor y a la soledad”.[8] La figura de Simón de Cirene (costa norteafricana; 32, ampliamente trabajada en Lucas) contrasta con la de Simón Pedro: “mientras éste ha renegado de Jesús (26,69-75), aparece aquí la figura del discípulo que sigue a Jesús hasta la muerte (16.24). Dentro del Israel mesiánico contrapone Mt a los que esperaban un Mesías restaurador de la gloria de Israel (Pedro, cf. 16.22s) y a los que han comprendido el mensaje de Jesús y lo llevan a la práctica”.[9] Finalmente llegaron al lugar de la Calavera, adonde continuaron las burlas y los actos ignominiosos (vino con vinagre, repartir su ropa; 34-35), el letrero sobre su carácter real (37), su colocación al lado de ladrones (38), además del escarnio por algunos de sus dichos (39-40). Los sacerdotes, escribas, fariseos y ancianos parodiaron también sus palabras acerca del cuidado divino y su realeza (41-43) e incluso sus acompañantes en la cruz se mofaron de él (44). Todo ello, sumado en un aluvión de episodios que desembocó en los instantes finales de su vida. Nadie comprendía lo que estaba pasando.

La observación de los acontecimientos colaterales (45: oscuridad durante tres horas) corona el relato: el grito desgarrador de Jesús, basado en el Salmo 22 (“Elí, Elí, ¿lema sabactani?”), causó confusión por la afinidad con el nombre de Elías (otra burla: 47-49). “La angustia que revela el grito muestra su perplejidad sobre la eficacia de su muerte en la historia. El tremendo escándalo de que Dios no salga en defensa del Mesías rey de Israel es el que causa la incredulidad del pueblo”.[10] Jesús no pronunció una sola palabra, lo que dio a las burlas un carácter mayor. Sus dos gritos (46, 50) son de aflicción; el primero, “quizá no exprese un ‘reproche amargo’, sino más bien una protesta filial, una aflicción tanto más real por cuanto no abandona el plano de la fidelidad al Dios que salva”.[11]. Inmediatamente después, con otro grito estentóreo, “entregó el espíritu” (50b), con lo que se consumó el proyecto divino de entrega total, lo que desencadenó diversos fenómenos: se rasgó el velo del templo, hubo un terremoto, las rocas se abrieron y algunos muertos resucitaron (51-53); expresan el significado teológico de todo lo acontecido. Por último, de los labios aterrados del centurión y los soldados surgió la afirmación de que Jesús verdaderamente era el Hijo de Dios (54b), aun cuando eso no fue propiamente una confesión de fe. Así se realizaba la victoria espiritual de Jesús en la cruz.

Conclusión

Las consecuencias de la muerte injusta y violenta de Jesús siguen vigentes hasta nuestro tiempo, pues el hecho de asumir la responsabilidad de lo sucedido no resuelve el problema ontológico y teológico de su muerte auténtico hombre y como auténtico Hijo de Dios. Si Dios acompañó a su Hijo en la cruz, también lo acompañó el resto del tiempo hasta la resurrección. De ahí que pueda hablarse de genuina victoria espiritual procedente del martirio y la falsa entronización que atravesó. Así es como resumió Moltmann la radicalidad teológico-política y, por ende, espiritual, del impacto de la cruz de Jesús de Nazaret:

 

Se echa en falta una interpretación teológica del proceso político de Jesús. Tampoco se ha estudiado teológicamente que Jesús no murió apedreado, sino ajusticiado por los romanos. Están por sacarse las consecuencias políticas de la revelación de Dios en el Crucificado. Si cabe hablar históricamente de un “error jurídico” del poder de ocupación romano dado que Jesús no luchó contra Roma para conseguir la independencia judía, desapareciendo así el fundamento jurídico para su crucifixión, sin embargo, su mensaje escatológico de la libertad constituye implícitamente un ataque mucho mayor al Estado religioso como tal.[12]

 

La crucifixión

Pier Paolo Pasolini (1922-1975)

 

Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado:

escándalo para los judíos, estupidez para los gentiles.

Pablo, Epístola a los Corintios

 

 

            Todas las llagas están al sol

y Él muere ante los ojos

de todos: incluso la madre

bajo el pecho, el vientre, las rodillas,

mira Su cuerpo padecer.

 

El alba y el véspero Le dan luz

a los brazos abiertos y abril

enternece Su exhibición

de la muerte a miradas que Lo queman.

 

¿Por qué Cristo fue EXPUESTO en la Cruz?

¡Oh, turbación del corazón del jovencito

ante el desnudo cuerpo... atroz

ofensa a su crudo pudor...

el sol y las miradas! La voz

extrema pidió a Dios perdón

con un sollozo de vergüenza

roja en el cielo sin sonido,

entre pupilas frescas y aburridas

de Él: muerte, sexo y picota.


Es necesario exponerse (¿esto enseña

el pobre Cristo clavado?),

la claridad del corazón es digna

de todo escarnio, de todo pecado

de toda desnuda pasión...

(¿quiere decir esto el Crucifijo?

sacrificar cada día el don

renunciar cada día al perdón

asomarse ingenuos al abismo).

 

Nos ofreceremos en la cruz

a la vergüenza, entre las pupilas

límpidas de alegría feroz,

descubriendo a la ironía las venas

de sangre del pecho a las rodillas,

mansos, ridículos, temblando

de intelecto y de pasión en el juego

del corazón quemado en su fuego,

para testimoniar el escándalo.[13]

 



[1] B. Andrade, Pecado original ¿o gracia del perdón? Salamanca, Secretariado Trinitario, 2004, p. 75.

[2] Jack Dean Kingsbury, Matthew: Structure, Christology, Kingdom. Minneapolis, Fortress Press, 1989, pp. xi-xii. Versión propia.

[3] J. Mateo y F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1981, p. 249.

[4] P. Bonnard, Evangelio según san Mateo. p. 595.

[5] J. Mateos y F. Camacho, op. cit., p. 271.

[6] P. Bonnard, op. cit., pp. 597, 598.

[7] J. Mateos y F. Camacho, op.cit., p. 269.

[8] Ibid., p. 599.

[9] J. Mateos y F. Camacho, op. cit., p. 271.

[10] Ibid., p. 276.

[11] P. Bonnard, op. cit., p. 605.

[12] Jürgen Moltmann, Teología política, ética política. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1987 (Verdad e imagen, 99), p. 38. Énfasis agregado.

13 Versión de Ana María Gazzolo, en https://revistas.ulima.edu.pe.

La paz, el amor y la fe en Dios (Efesios 6.21-24), Pbro. Dr. Mariano Ávila Arteaga

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