sábado, 9 de abril de 2022

Jesús en Jerusalén, anuncio del Reino de Dios (Mateo 21.1-11), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz


Giotto, Entrada a Jerusalén (1304/1306)

10 de abril, 2022

Cuando Jesús entró en Jerusalén, todos en la ciudad se conmocionaron, y decían: “¿Quién es éste?”. La multitud decía: “Éste es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea”.

Mateo 21.10-11, RVC

Trasfondo

Podría decirse que la relación entre Jesús y Jerusalén fue de amor-odio, pues la cercanía del Señor con ella solamente es destacada por el Cuarto Evangelio. En el caso de Marcos y Mateo, Jesús más bien tomaba distancia de ella y únicamente se acercó para culminar su vida y ministerio. Podría decirse que su llegada a la ciudad, tan bien planeada y articulada a fin de producir un “efecto mesiánico inverso”, es decir, que aun cuando practicó una especie de “toma de la ciudad”, estaba muy consciente de los hechos violentos que ocurrirían. El grupo que lo acompañó y la gran escenificación de una especie de “entronización popular” contribuyeron a que la imagen que produjo se sumaría, tarde o temprano, al trágico teatro que se desarrollaría en la última semana de su vida. Parecería que Jesús forzó la situación a fin de acelerar los sucesos que se venían gestando desde que fue visto como una amenaza ideológica y política por los líderes religiosos del pueblo. Las sucesivas advertencias que dio a sus discípulos, comenzando desde el cap. 10, fueron aumentando de intensidad hasta el momento en que sus opositores comenzaron a ponerlo en la mira por causa del servicio que llevó a cabo (12.38).

Ya en el cap. 14 el propio Herodes se enteró de su fama y decidió asesinar a Juan Bautista, para tratar de amedrentar e intimidar a Jesús. Pero el relato de Mateo plantea una suerte de redoblamiento de su actividad, mientras los opositores intentaban probarlo y cuestionarlo (15.1-7), aunque él radicalizó su lenguaje y la crítica a la religión oficial. En el 16, nuevamente le pidieron una señal y él respondió fustigándolos acremente, calificándolos de “generación mala y adúltera” (16.4a), con lo que terminó de ponerlos en su contra y a partir de ahí anunció su intención de ir a Jerusalén. En ese contexto, los anuncios de su destino próximo llegaron a los oídos de sus discípulos, quienes no los comprendieron de la manera que él quería.

“Tu Rey viene a ti, / manso, y sentado sobre una burra” (21.5a)

La narración de este evangelio se centra en el carácter del Mesías que llega y su relación con el Reino de Dios anunciado por Jesús. Él toma la iniciativa para procurarse la cabalgadura siguiendo al pie de la letra el texto de Zacarías 9.9. El texto profético al que alude se compone de Isaías 62.11 y Zacarías 9, citados libremente. Muy apegado a las profecías antiguas, a diferencia de Marcos, Mateo se empeña en conectar la intención de Jesús por entrar a Jerusalén con los textos mencionados, especialmente en segundo, en el que la perspectiva mesiánica es extraordinariamente nacionalista y visualiza la recuperación del poder monárquico para la dinastía de David, algo que reaparece en alguna medida en su texto, pero que no coincide necesariamente con la visión universalista que se estaba gestando en todo el evangelio. El punto de contacto más importante era la humildad con que este rey venía a la ciudad para tomar el poder que merecía: “…no será un rey guerrero ni violento; su cabalgadura, en efecto, no es propia de reyes, sino de gente pobre, aunque fue la de los patriarcas de Israel (Gn 49,11; 22,3; 44,3). Tal es el rey de Israel querido por Dios”.[1]

Jesús mismo [es] quien toma la iniciativa en esta escena; ninguna fuerza externa lo coacciona; el texto sugiere que estos detalles estaban previstos desde siempre en el plan de Dios”.[2] La imagen del rey mesiánico está bien delimitada para hacerla coincidir con las referencias antiguas: “La cita del A.T. es bastante libre; procede probablemente de una colección de textos vetero-testamentarios utilizada en la enseñanza mesiánica de las escuelas judías o de las primeras comunidades cristianas”.[3] Un rey llegando de mamera mansa era la utopía misma prevista por los profetas y otros textos: ciertamente estaría “ceñido de fuerza” para quebrantar a los príncipes injustos, pero, por otra parte no confiaría en el caballo ni en el arco, pues sería poderoso esencialmente por su palabra. La humildad será su atributo principal, por lo que será parte de su imagen como Mesías verdadero: “El hecho de que este rey no monte en un caballo, característica del poder de los impíos (cf. Sal 20.8; Éx 15.1; Sal 147.10), sino un asno, no es solamente ridículo: el asno es la cabalgadura del pobre, pero fue también la de los Padres de Israel (Gn 49.11; 22.3; 44.3)”.[4]

“Éste es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea” (21.11)

La reacción de la multitud es opuesta al simbolismo del animal que monta Jesús: la extensión de los mantos a su paso recuerda cómo se aclamó a Jehú cuando le cedieron el poder (II Reyes 9.4ss). Porque ellos esperan un rey que irá directamente a combatir el yugo romano y eliminarlo, es decir, la interpretación popular de la entrada de Jesús no es triunfal, sino triunfalista. Como sucesor de David, más allá de genealogías, lo vieron como el posible restaurador de la monarquía de Israel, un proyecto ciertamente fallido hacía varios siglos, que las élites de Israel deseaban resucitar y cuyas expectativas compartían con el pueblo pobre. (Porque no hay nada más riesgoso para las mayorías que compartir las esperanzas de las clases dominantes, gracias a la propaganda y a una práctica abusiva del poder político...) Jesús no responde a la aclamación mesiánica (pues la expresión Hosanna significa “Salva desde lo alto”, Salmo 118.25-26) sino hasta que está en el templo, el espacio espiritual por excelencia, aunque también objeto del juicio divino y de la ira profética de Jesús.

“La aclamación de la multitud, como vemos frecuentemente en Mateo, tiene un doble sentido: quizá no es más que una simple excitación mesiánica y, en este caso, la gente no dejaría de fijarse en la singularidad de este atuendo regio; pero puede expresar también la fe del evangelista y su Iglesia. En tal caso, la multitud saluda al rey que entra en Jerusalén para realizar allí el servicio (20.28) doloroso de la cruz”.[5] Este acercamiento a la realidad visible del Reino de Dios podía parecer un espejismo, especialmente por la clara conciencia que Jesús tenía de lo que iba a suceder. Pero eso no le resta peso por el tipo de anuncio tan sonoro de la venida de dicho reino, así fuera debido solamente al fervor popular expresado públicamente. La contradicción entre el sufrimiento próximo del Señor y este acto visible de reconocimiento cobraría importancia con los sucesos posteriores que precedieron al arresto y martirio del Señor. Se trataba de un anuncio conflictivo y paradójico de su obra redentora.

Conclusión

La entrada del Señor a Jerusalén puso frente a frente dos proyectos de existencia histórica sumamente opuestos: por un lado, la creencia popular y triunfalista en un Mesías que vendría a poner fin al sometimiento del pueblo judío, vinculada a una interpretación nacionalista de las profecías antiguas. Y, por el otro, de la posibilidad de recibir, así fuera por unos pocos minutos, la presencia del Reino deseado por Dios, articulado a la amplia obra de redención mediada por su Hijo. Tal como lo resumió el teólogo reformado francés Jacques Ellul (1912-1994):

 

Sin embargo, Dios nunca se desdice de su palabra —Jerusalén es aún Jerusalén, y la ciudad futura de Dios no tiene otro nombre. Jesús como el rey de los judíos sacrificado ante sus puertas. Cristo como el Señor del mundo resucitado en medio de ella, revelan más que el mismo David hasta donde ella es la ciudad del Mesías, el lugar escogido, la ciudad del rey de los judíos y de los paganos. Y porque es todo esto, ella es siempre, por su misma historia, la seguridad de la promesa de que está viniendo una nueva Jerusalén.[6]



Llega Jesús a la ciudad:
la capital del pacto abre sus brazos

para engullirlo

con su sonrisa de pecado

 

Llora por ella mientras cruza
el atrio de su templo luminoso:

ha de morir crucificado

ante la insensatez de sus hermanos

 

Pero entre ellos hay gritos de jolgorio:
el hosanna habita en muchas bocas
donde la esperanza quiso nacer

como anuncio del Reino

que ha de brotar de su cuerpo destrozado

 

No hubo comprensión ni compromiso:
el olvido acribilló aquellas palmas

que se movían a la luz del sol

para convertirlas en instrumentos de tortura

 

Por un instante aquel borrico se detiene:

Jesús recibe en vida

el honor de Ungido que merece

 

Este preludio / anuncio / presentación

del Rey de reyes

a pesar del rumor de sangre que se acercaba
anticipó el fulgor de su venida

la final y definitiva

cuando todas las razas de la tierra
tengan que contemplar su dominio
mientras el afán de juicio se consuma

 

Hoy alegremos nuestras mentes:
Jesús viene a cumplir su cometido

 

Las palmas de los pobres galileos

en relevo de siglos

han llegado a nuestras manos

 

(1984)[7]



[1] J. Mateos y F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1981, p. 208.

[2] Pierre Bonnard, Evangelio según san Mateo. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1976, p. 452.

[3] Ídem.

[4] Ídem.

[5] Ibid., p. 453.

[6] Jacques Ellul, La ciudad. Buenos Aires, La Aurora, 1972, p. 144.

[7] L. Cervantes-Ortiz, “Llega Jesús”, en Itinerario cierto. Santiago de Chile, Hebel Ediciones, 2016, pp 15-16, https://issuu.com/hebel.ediciones/docs/2016_itinerario_cierto_-l.c-o.


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