10 de abril, 2022
Cuando Jesús entró en Jerusalén, todos en la ciudad se conmocionaron, y decían: “¿Quién es éste?”. La multitud decía: “Éste es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea”.
Mateo 21.10-11, RVC
Trasfondo
Podría decirse que la relación entre Jesús y Jerusalén fue de amor-odio,
pues la cercanía del Señor con ella solamente es destacada por el Cuarto
Evangelio. En el caso de Marcos y Mateo, Jesús más bien tomaba distancia de
ella y únicamente se acercó para culminar su vida y ministerio. Podría decirse
que su llegada a la ciudad, tan bien planeada y articulada a fin de producir un
“efecto mesiánico inverso”, es decir, que aun cuando practicó una especie de
“toma de la ciudad”, estaba muy consciente de los hechos violentos que
ocurrirían. El grupo que lo acompañó y la gran escenificación de una especie de
“entronización popular” contribuyeron a que la imagen que produjo se sumaría,
tarde o temprano, al trágico teatro que se desarrollaría en la última semana de
su vida. Parecería que Jesús forzó la situación a fin de acelerar los sucesos
que se venían gestando desde que fue visto como una amenaza ideológica y
política por los líderes religiosos del pueblo. Las sucesivas advertencias que
dio a sus discípulos, comenzando desde el cap. 10, fueron aumentando de
intensidad hasta el momento en que sus opositores comenzaron a ponerlo en la
mira por causa del servicio que llevó a cabo (12.38).
Ya en el cap. 14 el propio Herodes se enteró de su
fama y decidió asesinar a Juan Bautista, para tratar de amedrentar e intimidar
a Jesús. Pero el relato de Mateo plantea una suerte de redoblamiento de su
actividad, mientras los opositores intentaban probarlo y cuestionarlo (15.1-7),
aunque él radicalizó su lenguaje y la crítica a la religión oficial. En el 16,
nuevamente le pidieron una señal y él respondió fustigándolos acremente,
calificándolos de “generación mala y adúltera” (16.4a), con lo que terminó de
ponerlos en su contra y a partir de ahí anunció su intención de ir a Jerusalén.
En ese contexto, los anuncios de su destino próximo llegaron a los oídos de sus
discípulos, quienes no los comprendieron de la manera que él quería.
“Tu Rey viene a ti, / manso, y sentado sobre una burra” (21.5a)
La narración de este evangelio se centra en el carácter del Mesías que llega y su relación con el Reino de Dios anunciado por Jesús. Él toma la iniciativa para procurarse la cabalgadura siguiendo al pie de la letra el texto de Zacarías 9.9. El texto profético al que alude se compone de Isaías 62.11 y Zacarías 9, citados libremente. Muy apegado a las profecías antiguas, a diferencia de Marcos, Mateo se empeña en conectar la intención de Jesús por entrar a Jerusalén con los textos mencionados, especialmente en segundo, en el que la perspectiva mesiánica es extraordinariamente nacionalista y visualiza la recuperación del poder monárquico para la dinastía de David, algo que reaparece en alguna medida en su texto, pero que no coincide necesariamente con la visión universalista que se estaba gestando en todo el evangelio. El punto de contacto más importante era la humildad con que este rey venía a la ciudad para tomar el poder que merecía: “…no será un rey guerrero ni violento; su cabalgadura, en efecto, no es propia de reyes, sino de gente pobre, aunque fue la de los patriarcas de Israel (Gn 49,11; 22,3; 44,3). Tal es el rey de Israel querido por Dios”.[1]
“Jesús mismo [es] quien toma la iniciativa en esta
escena; ninguna fuerza externa lo coacciona; el texto sugiere que estos
detalles estaban previstos desde siempre en el plan de Dios”.[2] La
imagen del rey mesiánico está bien delimitada para hacerla coincidir con las
referencias antiguas: “La cita del A.T. es bastante
libre; procede probablemente de una colección de textos vetero-testamentarios
utilizada en la enseñanza mesiánica de las escuelas judías o de las primeras
comunidades cristianas”.[3] Un rey llegando de mamera mansa era la utopía misma prevista por los profetas y
otros textos: ciertamente estaría “ceñido de fuerza” para quebrantar a los
príncipes injustos, pero, por otra parte no confiaría en el caballo ni en el
arco, pues sería poderoso esencialmente por su palabra. La humildad será su
atributo principal, por lo que será parte de su imagen como Mesías verdadero: “El
hecho de que este rey no monte en un caballo, característica del poder de los
impíos (cf. Sal 20.8; Éx 15.1; Sal 147.10), sino un asno, no es solamente
ridículo: el asno es la cabalgadura del pobre, pero fue también la de los
Padres de Israel (Gn 49.11; 22.3; 44.3)”.[4]
“Éste es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea” (21.11)
La reacción de la multitud es opuesta al simbolismo del animal que monta
Jesús: la extensión de los mantos a su paso recuerda cómo se aclamó a Jehú
cuando le cedieron el poder (II Reyes 9.4ss). Porque ellos esperan un rey que
irá directamente a combatir el yugo romano y eliminarlo, es decir, la
interpretación popular de la entrada de Jesús no es triunfal, sino triunfalista.
Como sucesor de David, más allá de genealogías, lo vieron como el posible
restaurador de la monarquía de Israel, un proyecto ciertamente fallido hacía
varios siglos, que las élites de Israel deseaban resucitar y cuyas expectativas
compartían con el pueblo pobre. (Porque no hay nada más riesgoso para las
mayorías que compartir las esperanzas de las clases dominantes, gracias a la
propaganda y a una práctica abusiva del poder político...) Jesús no responde a
la aclamación mesiánica (pues la expresión Hosanna significa “Salva
desde lo alto”, Salmo 118.25-26) sino hasta que está en el templo, el espacio
espiritual por excelencia, aunque también objeto del juicio divino y de la ira
profética de Jesús.
“La aclamación de la multitud, como vemos frecuentemente
en Mateo, tiene un doble sentido: quizá no es más que una simple excitación
mesiánica y, en este caso, la gente no dejaría de fijarse en la singularidad de
este atuendo regio; pero puede expresar también la fe del evangelista y su
Iglesia. En tal caso, la multitud saluda al rey que entra en Jerusalén para
realizar allí el servicio (20.28) doloroso de la cruz”.[5] Este acercamiento a la realidad visible del Reino de Dios podía parecer un
espejismo, especialmente por la clara conciencia que Jesús tenía de lo que iba
a suceder. Pero eso no le resta peso por el tipo de anuncio tan sonoro de la
venida de dicho reino, así fuera debido solamente al fervor popular expresado
públicamente. La contradicción entre el sufrimiento próximo del Señor y este
acto visible de reconocimiento cobraría importancia con los sucesos posteriores
que precedieron al arresto y martirio del Señor. Se trataba de un anuncio conflictivo
y paradójico de su obra redentora.
Conclusión
La entrada del Señor a Jerusalén puso frente a frente dos proyectos de
existencia histórica sumamente opuestos: por un lado, la creencia popular y
triunfalista en un Mesías que vendría a poner fin al sometimiento del pueblo
judío, vinculada a una interpretación nacionalista de las profecías antiguas.
Y, por el otro, de la posibilidad de recibir, así fuera por unos pocos minutos,
la presencia del Reino deseado por Dios, articulado a la amplia obra de
redención mediada por su Hijo. Tal como lo resumió el teólogo reformado francés
Jacques Ellul (1912-1994):
Sin embargo, Dios nunca se desdice de su palabra
—Jerusalén es aún Jerusalén, y la ciudad futura de Dios no tiene otro nombre.
Jesús como el rey de los judíos sacrificado ante sus puertas. Cristo como el
Señor del mundo resucitado en medio de ella, revelan más que el mismo David
hasta donde ella es la ciudad del Mesías, el lugar escogido, la ciudad del rey
de los judíos y de los paganos. Y porque es todo esto, ella es siempre, por su
misma historia, la seguridad de la promesa de que está viniendo una nueva
Jerusalén.[6]
Llega Jesús
a la ciudad:
la capital del pacto abre sus brazos
para engullirlo
con su sonrisa de pecado
Llora por ella mientras cruza
el atrio de su templo luminoso:
ha de morir crucificado
ante la insensatez de sus hermanos
Pero entre ellos hay gritos de jolgorio:
el hosanna habita en muchas bocas
donde la esperanza quiso nacer
como anuncio del Reino
que ha de brotar de su cuerpo destrozado
No hubo comprensión ni compromiso:
el olvido acribilló aquellas palmas
que se movían a la luz del sol
para convertirlas en instrumentos de tortura
Por un instante aquel borrico se detiene:
Jesús recibe en vida
el honor de Ungido que merece
Este preludio / anuncio / presentación
del Rey de reyes
a pesar del rumor de sangre que se acercaba
anticipó el fulgor de su venida
la final y definitiva
cuando todas las razas de la tierra
tengan que contemplar su dominio
mientras el afán de juicio se consuma
Hoy alegremos nuestras mentes:
Jesús viene a cumplir su cometido
Las palmas de los pobres galileos
en relevo de siglos
han llegado a nuestras manos
(1984)[7]
No hay comentarios:
Publicar un comentario