domingo, 24 de julio de 2022

“Él dará testimonio acerca de mí, y ustedes también darán testimonio” (Juan 15.20-27), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz



Tiziano, El descenso del Espíritu Santo (1545)

24 de julio, 2022

 

...él dará testimonio acerca de mí. Y ustedes también darán testimonio, porque han estado conmigo desde el principio.

Juan 15.26b-27, Reina-Valera Contemporánea

 

Trasfondo

 

La palabra marturései indica que el Espíritu es el poder de la proclamación en la comunidad y esto es plenamente establecido por la yuxtaposición del testimonio de los discípulos y el del Espíritu: ai jumeis dé martureite (v.- 27). Porque el testimonio de los discípulos no es algo secundario, paralelo al testimonio del Espíritu. ¿De qué otra manera podría, por ejemplo, el Paráclito, elegxei, tal como se describe en 16.8-11, ser cumplido en la proclamación de la comunidad? […] Puede que no confíen en el Espíritu, como si no tuvieran responsabilidad o necesidad de decisión; pero pueden y deben confiar en el Espíritu. Así, la peculiar dualidad, que existe en la obra del mismo Jesús, se repite en la predicación de la Iglesia: él da testimonio, y el Padre da testimonio (8.18).[1] 

La realidad y exigencia del testimonio cristiano no podía fundamentarse más que en la acción del Espíritu, el Paráclito, la compañía permanente de la comunidad anunciada por el Señor Jesús para fortalecer y dar sentido a la existencia de sus seguidores. De ahí que, al compartir con los discípulos la práctica del testimonio, éste tendría que ser sólido, consistente y acorde con las enseñanzas del Señor.

 

“Acuérdense de la palabra que les he dicho” (15.20-25)

La idea del amor entre Cristo y la Iglesia sugiere ahora, por vía de contraste, el odio que la Iglesia soporta por parte de un mundo hostil. Esto introduce las recomendaciones tradicionales sobre la persecución (15,18ss), pero se les da un giro peculiarmente juanino: “Como no son del mundo, por eso los odia el mundo” (15.19). La persecución, por tanto, es un signo de que los discípulos no pertenecen ya a “el mundo”. Es igualmente una forma de comunión con Cristo, puesto que también él es odiado por el mundo (15.20, 21, 23). Pero nuevamente, este mismo hecho, que el mundo odie a Cristo, manifiesta el juicio de Dios sobre el mundo (15.22). Reaparece así el tema del juicio y ocupa el primer plano hasta 16.11 (“y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado”). La sentencia pronunciada por Jesús en 15.24 recuerda la de 9,39-41. Con esta clave percibimos que hay un cierto paralelismo entre este pasaje y el relato del juicio del ciego de nacimiento.[2]

Así aquí, los discípulos que, habiendo sido purificados por Cristo (13.5-10; 15.3), están en unión con él (15.7-10), son odiados por el mundo y conducidos a juicio para ser excomulgados (la frase es aposunágogos genésthai) y llevados a la muerte. Pero, por esto mismo, los pretendidos jueces demuestran que no conocen a Dios (16.3) y que le odian, puesto que odian a su Mesías, según la profecía (15.22-25). Éste es el signo de que son hallados culpables en el juicio de Dios. “Así, la venida de Cristo después de su muerte, que para los discípulos significa la consecución de la vida eterna, para el mundo significa el juicio final”.[3] Como esta venida se produce para ellos por el Espíritu, así también el juicio final es realizado por medio del Espíritu. Todo esto es inteligible teniendo en cuenta la enseñanza del libro de los signos acerca del juicio por medio de la luz. En cierto sentido, la luz estaba ya en el mundo durante el ministerio de Jesús, como la vida eterna estaba ya allí en él. Pero, de igual modo que necesitaba su muerte para sellar y universalizar su obra salvadora, así también necesitaba su muerte para sellar y universalizar el juicio que los hombres realizan sobre sí mismos por su actitud hacia él.

 

“Él dará testimonio acerca de mí. Y ustedes también darán testimonio” (26-27)

En la primera parte del discurso prometía Jesús a los discípulos la permanencia en ellos del Espíritu de la verdad (14.17), que los hará penetrar en su mensaje (14.26). En esta perícopa les anuncia la actividad del Espíritu en la misión, dando testimonio en favor de Jesús mismo, condenado por el mundo. “El Espíritu, palabra que originalmente significa ‘viento’ o ‘aliento’, representa figuradamente ‘el aliento de Dios’; es la expresión de su vida, procedente de lo íntimo de su ser. […] Este Espíritu, que es él mismo fuerza y vida y por eso es el Espíritu de la verdad (1.4: y la vida era la luz del hombre), es quien va a dar testimonio de Jesús, el dador de vida”.[4]

El Espíritu dará ese testimonio dentro de la comunidad, asegurándola de la verdad de su mensaje y actuación. Se trata del testimonio profético que sostiene al grupo cristiano, confirmando la experiencia interior de sus miembros y consolidando así su actitud de ruptura con el mundo. En este pasaje, Jesús no habla de “su Padre” (cf. 15.23, 24), sino “del Padre”, porque la relación con Dios como Padre va a ser propia de todo hombre que responda a su llamada. El Espíritu, la fuerza de vida, es la salvación que trae Jesús, ofrecida a la humanidad entera (3.17; 12.47). 27a: “Pero también ustedes darán testimonio”.

 

El testimonio de los discípulos ante el mundo continúa el del Espíritu en la comunidad. El enfrentamiento entre Jesús y el mundo no va a terminar con su muerte; al contrario, va a multiplicarse por medio de los suyos. El Padre realiza su designio: dar vida al hombre (6.40), enviando a Jesús, a quien comunica plenamente su Espíritu (1.32-34; 3.16s; 4.34; 5.30; 6.39.40). Jesús lo comunica a los suyos para que continúen su obra. El Espíritu, en su testimonio acerca de Jesús, la interpreta (14.25-26.); el grupo, que recibe ese testimonio, renueva en cada época la obra de Jesús, y en eso consiste su propio testimonio.[5] 

Conclusión

 

Los discípulos pueden dar testimonio de Jesús por estar con él desde el principio. Hay que preguntarse qué significa esta expresión. En el evangelio sólo aparecen con Jesús desde el principio Andrés y otro discípulo de Juan, Pedro, Felipe y Natanael (1,35-51). La expresión desde el principio no puede, pues, tener un mero sentido cronológico. Todo discípulo, en cualquier época, está llamado a dar testimonio de Jesús. Estas palabras son, por tanto, válidas y aplicables siempre. Lo que el evangelista afirma es que para dar ese testimonio hay que aceptar como norma toda la vida de Jesús, desde el principio, sin separar a Jesús resucitado del Jesús terrestre. Relacionarse únicamente con Jesús glorioso es la tentación espiritualista y gnóstica (1 Jn 4,2-3; 5,6); insiste Jn por eso en la aceptación de Jesús Hombre-Dios.[6]

 

El testimonio de la iglesia al mundo es continuación del Espíritu del Señor acerca de su persona y obra. Hemos de seguir en esas pisadas a fin de que nuestro testimonio presente forme parte de ese anuncio, promesa y realidad que recibieron los seguidores/as de Juan en su momento. El testimonio siempre será la parte fuerte de la proclamación del Evangelio de Jesucristo en el mundo.



[1] Rudolf Bultmann, The Gospel of John. A commentary. Filadelfia, The Westminster Press, 1971, p. 553-554. Versión propia.

[2] C.H. Dodd, Interpretación del Cuarto Evangelio. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1978, p. 413.

[3] Ídem.

[4] Juan Mateos y Juan Barreto, El evangelio de Juan. Análisis lingüístico y comentario exegético. 2ª ed. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1982, p. 678. Énfasis agregado.

[5] Ídem. Énfasis agregado.

[6] Ibid., pp. 678-679.

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