10 de julio, 2022
Pero el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, los consolará y les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que yo les he dicho.
Juan 14.26, Reina-Valera Contemporánea
Trasfondo: “Del abandono a la abundancia”[1]
Entre el jueves de la Ascensión y el domingo de Pentecostés, entre la partida de Jesús y el envío del Espíritu Santo, transcurrió una década que parecía “tierra de nadie”. Antes de ir a prepararles un lugar en la casa del Padre, Jesús anuncia a sus discípulos que no quedarán huérfanos. ¿Por qué referirse a esta categoría de personas muy vulnerables […] si simplemente quiere decirles a sus discípulos que no tienen de qué preocuparse de su partida ya que un “otro” tomará el relevo? […]
La palabra huérfano se entiende en el contexto
de los lazos familiares. Categoriza al niño que ha perdido a sus padres. En la
sociedad griega antigua podría aplicarse a adultos sin hijos (ver la versión de
la Septuaginta de Isaías 47.8). También es posible establecer un paralelo
entre el discurso de despedida de Jesús y el de Sócrates. En el Fedón de
Platón, habiendo decidido la sentencia de muerte de su maestro, los alumnos de
Sócrates se sienten “privados de un padre y reducidos a vivir [...] como
huérfanos”. […]
Antes de dejar a sus discípulos, Jesús les había dicho
que se les daría fuerza (Hechos 1.8). Esta fuerza que los mantendría en la
enseñanza de Jesús (Jn 14.26; 16.14) es la del Espíritu que hace de la Iglesia
el cuerpo de Cristo. Si el Hijo vino a vivir entre nosotros antes de subir al
cielo, ¡el Espíritu viene a vivir en nosotros y permanece! Esta presencia nos
incorpora a la red de lazos de amor tejida por el Padre y el Hijo. El Espíritu
realiza la promesa de Jesús: “Al que me ama […] vendremos a él, mi Padre y yo,
y haremos morada con él” (Jn 14.23). […] Bernardo de Claraval escribió: “Atrapados
en el abrazo del Espíritu, nos convertimos en hijas e hijos reconocidos que
dicen: “¡Abba, Padre!”.
“Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo?” (14.22-24)
La Biblia Louis
Segond (1910) traduce la palabra Paráclito como “consolador”, mientras que
la Nouvelle Bible Segond (2002) la traduce como “defensor”. Un
consolador se enfrenta a la persona que debe apaciguarse, mientras que un
defensor se enfrenta a otros para defender a la persona acusada. Etimológicamente,
el paraklètos designa al que es llamado, nombrado, convocado (kalèô)
cerca, junto a (para) una persona. En Lucas, la palabra tiene el
significado de consolación, la que recibe el pobre Lázaro en el seno de Abraham
(Lc 16.25). En Juan la palabra adquiere un sentido jurídico: es el consejero
que domina bien un campo (14.26), un pariente que actúa como abogado (15.26) o
un fiscal que aboga por la acusación (16.8). La referencia a la condición de
huérfano es convincente. En la corte griega, un niño era representado por su
padre, que era su paráclito. El huérfano es el que ya no tiene paráclito, no
queda nadie que lo defienda. El Espíritu, el “otro” paráclito, realizará esta
función para los creyentes.[2]
La pregunta de Judas Tadeo concentra en sí misma toda la preocupación de los discípulos juaninos en su relación de diferencia con el mundo. “Sigue Jn mostrando la incomprensión de los discípulos, que no renuncian a su concepción mesiánica. Judas, cuyo nombre lo pone en relación con ‘Judíos/Judea’ (cf. 7.1), participa de la mentalidad común, que veía en el Mesías un triunfador terreno”.[3] Lo que anuncia Jesús es una cercanía completa del Padre y él que se manifestará en cada persona y en la comunidad: “El Padre y Jesús, que son uno, establecerán su morada con el discípulo. Vivirán juntos, en la intimidad de la nueva familia”.[4] Jesús identificó su mensaje con el del Padre; es el mensaje que los dirigentes no habían conservado, pero que Jesús cumple en plenitud. Se trata, por lo tanto, del mensaje de Dios ya presente en el Antiguo Testamento, el de su amor por el ser humano.
“El Espíritu Santo [...] les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que yo les he dicho" (14.25-26)
“La frase mientras vivo con vosotros vuelve a recordar la marcha de Jesús, anuncia su despedida. En compendio les ha expuesto el plan de Dios sobre la humanidad, les ha dejado sus promesas; ahora que se marcha, ellos tendrán que irlas comprendiendo y profundizando. Pero no será solamente una reflexión humana, el Espíritu les hará penetrar en todo lo que él ha dicho” (segundo énfasis agregado).[5] Jesús estableció, por decirlo así, el “magisterio del Espíritu Santo”, es decir, la primacía del Paráclito en cuando a todo lo que recibiría la iglesia como revelación del Señor, partiendo de todo lo que él había enseñado durante su ministerio terrenal. Jn 14.26 “pone de relieve la dimensión docente implicada en el envío de la tercera persona de la Santísima Trinidad”.[6] Tomás de Aquino decía que el Espíritu era el “maestro interior”, aun cuando el Señor Jesús habló e instruyó con su presencia corporal a los discípulos.
El Espíritu es quien aclararía todas las dudas de los discípulos y haría posible la comprensión del misterio realizado por Jesús. Además, iba a ser considerado como maestro y guía de los discípulos.[7] El Espíritu “no cesa de actuar una vez desaparecidos los testigos presenciales, pues mora con todos los cristianos que aman a Jesús y guardan sus mandamientos (14.17). […] Los cristianos de última hora no quedan más lejos del ministerio de Jesús que los de la primera, está con ellos tanto como estuvo con los testigos presenciales. […] el Paráclito guía a cada una de las nuevas generaciones ante las circunstancias cambiantes, pues interpreta las cosas que van viviendo (16.13)”.[8] Su función docente se encuentra vinculada con la revelación, es decir, la comprensión plena de las cosas que dijo Jesús. Ayudará para penetrar y apropiarse de sus palabras de Jesús, de una manera más clara y profunda a como las escucharon los discípulos por vez primera.[9]
Conclusión
El evangelista no pierde su fe en la segunda venida,
pero insiste en que muchos de los elementos de la segunda venida son ya una realidad
en la vida cristiana (juicio, filiación divina, vida eterna). Y lo cierto es
que, de manera muy real, Jesús retornó ya mientras vivían sus compañeros, pues
había venido en y a través del Paráclito. (Bornkamm, 26, indica que el concepto
del Paráclito desmitologiza numerosos motivos apocalípticos, incluido el juicio
del mundo; cf., por ejemplo, 16.11.) El cristiano no tiene por qué vivir con
los ojos clavados en el cielo de donde ha de venir el Hijo del Hombre, pues
Jesús, como Paráclito, ya está presente en todos los que creen.[10]
En efecto, la compañía y dirección del Espíritu como forjador del
pensamiento (teología) y de la fe de la iglesia, es ya una realidad en la vida
de la comunidad, por lo que la certeza del acompañamiento del Señor es la realidad
dominante de todo lo que es y lo que hace el cuerpo de Cristo en medio del
mundo.
[1] Philippe de Pol, “De l’abandon à l’abondance”, en Réforme,
núm. 3949, 5 de junio de 2022, p. 11. Versión propia.
[2]
Ídem.
[3] Juan Mateos y Juan Barreto, El evangelio de
Juan. Análisis lingüístico y comentario exegético. 2ª ed. Madrid, Ediciones
Cristiandad, 1982, p. 642.
[4] Ídem.
[5] Ibid.,
p. 644.
[6] Juan José Herrera, “El magisterio del Espíritu Santo. Consideraciones a
partir de la exégesis tomasiana de Juan 14.26”, en Estudios Trinitarios,
47, 2013, p. 551.
[7] Julio Christian Jiménez Carrillo, Pedagogía del Paráclito
en Juan 14.26. Aportes para la reflexión teológica del discipulado. Tesis de Licenciatura en Teología. Bogotá, Pontificia
Universidad Javeriana, 2014, pp. 14, 16.
[8] Raymond Brown, El evangelio según Juan. XIII-XXI.
2ª ed. Madrid, Ediciones Cristiandad, 2000, p. 1678. Énfasis agregado.
[9] J.C. Jiménez
Carrillo, op. cit., p. 19.
[10] R. Brown, op. cit., pp. 1678-1679.
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