3 de julio, 2022
Y yo le pediré al Padre que les mande otro Defensor, el Espíritu de la verdad, para que esté siempre con ustedes. Los que son del mundo no lo pueden recibir, porque no lo ven ni lo conocen; pero ustedes lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes.
Juan 14.16-17, Reina-Valera Contemporánea
Trasfondo
Uno de los grandes temas del Cuarto Evangelio es el anuncio de Jesús acerca
del envío del Paráclito (Consolador, Intercesor, Defensor, Auxiliador, Abogado,
Consejero…) (que viene lejanamente del término hebreo menahamim, para
referirse a los amigos de Job [16.2] que intentaron animarlo, pero no lo
consiguieron) como parte de su discurso de despedida, la amplia porción de los
caps. 14-16. Según este evangelio, el Paráclito vendría únicamente hasta que el
Señor fuera glorificado (Jn 7.39). Asimismo, sólo en Él aparece el momento en
que sopló sobre los discípulos para que recibieran el Espíritu (20.22). Todo
esto forma parte de la alta doctrina cristológica del Cuarto Evangelio, por
ello su símbolo es el águila:
…el espíritu es el signo distintivo de Jesús y, con ello, lo que realza de un modo particular la época de Jesús; por otra parte, la iglesia posee el espíritu y consiguientemente establece una continuidad con Jesús y su época, ya pasada. […] En Juan el paráclito es “el sucesor de Jesús” y el mismo Jesús es llamado “paráclito” (12.16; 1 Jn 2.1 [“paráclito celeste”, R. Schnackenburg]). La aposición que aparece aquí le determina, sin embargo, como “espíritu de verdad” (14.17; 15.26; 16.13) o como “Espíritu santo” (14.26), una entidad tras la cual se presume una fuerza celestial.[1]
Estamos, pues, delante de unas de las grandes construcciones
teológicas de este potente evangelio, en el cual se despliega sólidamente la
relación existente entre el Señor Jesús y el Espíritu de Dios. “El Espíritu es
don del exaltado. Sólo después de la consumación de Jesús posee la Iglesia el Espíritu.
[…] El Espíritu es don para toda la Iglesia. El Resucitado concede el Espíritu
a la Iglesia”.[2]
“Le pediré al Padre que les mande otro Defensor
[Paráclito]” (14.15-17)
En las sentencias del Evangelio de Juan sobre el Paráclito se le promete a la Iglesia el Espíritu como ayuda y socorro (Jn 14,16s., 26-28; 15.26; 16.7-15). Juan reinterpreta y prolonga, con ayuda sobre todo de este concepto, la doctrina común cristiana sobre el Espíritu Santo. Hasta entonces Jesús había sido el Paráclito de sus discípulos, en cuanto que les comunicaba la verdad (Jn 14.16). Pero van a quedar desamparados en un mundo hostil (Jn 15,18s). De ahí que ahora “otro Paráclito” (Jn 14.16) sea su abogado y auxiliador.[3]
Dado que el Señor Jesucristo ya no sería visible ni
estaría a disposición de los discípulos en el mundo, sólo se le podría
experimentar mediante la fe. En cuanto “Espíritu de verdad”, debía ahora el Paráclito
hacer cercana la fe la presencia del Padre y del Hijo (Jn 14.16-23). En la
figura de testigo y acusador en el juicio entre Dios y el mundo, el
Paráclito evidenciaría la incredulidad del mundo y la justicia del
acontecimiento de Jesús (16.8-11). “Actúa en el testimonio de los discípulos
como presencia de Dios, que demuestra su eficacia en la proclamación apostólica
de la comunidad. Y así es como los discípulos deponen, con su recuerdo,
testimonio de lo que en la comunión con Jesús oyeron y vieron (Jn 15.27). Y por
medio de ellos da testimonio el Espíritu (Jn 15.26). Mediante la acción del
Paráclito adquieren las Palabras del Jesús histórico su fuerza y eficacia
permanentes”.[4]
“El Espíritu será el Paráclito de los discípulos sobre la tierra” (R. Schnackenburg). Las palabras del Espíritu serían los testimonios aportados por la autorizada predicación de la comunidad (Jn 20.22s). El Espíritu daría testimonio del Señor (Jn 5.6-8). Él es quien da origen, vida y vigor a la palabra y a la Iglesia (Jn 6.63), pues ésta no es nada por sí misma. La labor de acompañamiento, seguridad y conducción que aportaría el Paráclito fue, para estas comunidades, la razón de ser de toda su existencia y misión. El fundamento espiritual de toda su presencia y acción en medio de un mundo caótico y hostil. Además: “El Paráclito prometido es llamado ‘el Espíritu de la verdad’ no sólo en aras de la variedad (se le conoce con varios nombres), sino precisamente para una aclaración. Es el nombre preferido en la comunidad joánica, casi una designación acuñada para indicar al Espíritu Santo (cf. 14.26). Porque él es el Espíritu que certifica la verdad (cf. I Jn 5.6), conduce a los discípulos a la verdad completa (16.13) y aparta a la comunidad del "espíritu de engaño" (cf. I Jn 4.6)”.[5]
“No los voy a dejar huérfanos: presencia y cercanía
del Espíritu del Señor” (14.18-21)
La preocupación eminentemente pastoral del Señor Jesús, que aparece
varias veces en este evangelio, es fuertemente evidenciada en estas sensibles
palabras de comprensión y apoyo. La vida que el Señor comparte con sus
discípulos será la fuente del sostén que los mantendrá a salvo y firmes para
continuar la misión encomendada. Pero el sabor juanino de estas palabras
es innegable: se trataba de unas comunidades arraigadas en un testimonio
particular de la persona del Señor Jesús que se trasluce de muchas maneras.
Primeramente, un conocimiento muy cercano y hasta físico, y después una
cercanía espiritual auténtica e inconfundible. “La imagen [de huérfanos] fue
sugerida más bien por la muerte inminente de Jesús; además, se insinúa escasa y
negativamente la promesa: ‘Vengo a ti’. Esta venida de Jesús, a la que ya se
había aludido en el v. 3 pero con otra fórmula, ahora se explica de manera más
profunda, lo que sugiere la muerte de Jesús como una interrupción breve e irrelevante
de la comunión de Jesús con los discípulos”.[6]
Jesús estaba iniciando la comunidad del Reino mediante la intervención representativa del Espíritu, con lo que su compañía estaría garantizada para ella. Las comunidades juaninas, celosas como fueron del legado de su fundador, atribuyeron su capacidad de ser fieles al Espíritu mismo de Jesús, con lo que la iglesia (en todas sus manifestaciones) aseguraría su permanencia y continuidad, aun cuando las comunidades como tales desaparecieran, tal como sucedió finalmente.
Conclusión
El Evangelio de Juan habla del Padre que se revela en el Hijo, y del Espíritu, que se mantiene en íntima unión con ellos, pero que, con todo, es independiente. El Espíritu, en cuanto Paráclito, es el ayudador y el apoyo de la Iglesia (Jn 15.26). El Padre envía al Espíritu a petición de Jesús (Jn 14.16) y en nombre de Jesús (14.26). El mismo Jesús le envía desde el Padre (Jn 15,26; 16,8). El Espíritu procede del Padre y del Hijo, y, en consecuencia, se distingue del Hijo y del Padre (Jn 15,26). Después de la exaltación de Cristo, el Espíritu es el otro auxiliador (Jn 14.16).[7]
Así inició la iglesia su caminar gracias a la acción del Paráclito, y así
continúa su trayectoria en medio de las complejas realidades que la rodean.
Pero siempre con la confianza en la acción fortalecedora y acompañante del
Espíritu de Dios.
[1] G. Braumann, “Intercesor”, en L. Coenen et al., dirs, Diccionario teológico del Nuevo Testamento. II. 2ª ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1990, p. 354.
[2] Karl Hermann Schelkle, Teología del Nuevo Testamento. II. Dios estaba en Cristo. Barcelona, Herder, 1977, p. 356.
[3] Ibíd.,
pp. 356-357.
[4] Ibid., p. 357.
[5] R.
Schnackenburg, El evangelio de Juan. III. Barcelona, Herder, 1975, p.
125. Énfasis agregado.
[6] Ibid.,
p. 130.
[7] K.H. Schelkle, op. cit., pp. 359-360.
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