sábado, 27 de agosto de 2022

"Quiero seguir la senda de tus mandamientos" (Salmo 119.25-32), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz

28 de agosto, 2022

Quiero seguir la senda de tuis mandamientos

porque tú le das libertad a mi corazón.

Salmo 119.324, Reina-Valera Contemporánea

Trasfondo

Celebrar la grandeza de la palabra divina, en su forma y en su fondo, es una tarea grata y sumamente edificante. A veces, dicha celebración proviene de labios considerados por muchos como profanos o hasta sacrílegos, pero lo cierto es que resulta bastante honroso escuchar esas voces que se rinden ante la grandeza de las Sagradas Escrituras. Es el caso de León Felipe (1884-1968), gran poeta español avecindado en México (Español del éxodo y del llanto, 1939, se titula uno de sus volúmenes), quien profundizó hasta lo más hondo en la fuerza profética y justiciera de la Biblia cuando expresó lo siguiente:

 

Me gusta remojar la palabra divina, amasarla de nuevo, ablandarla con el vaho de mi aliento, humedecer con mi saliva y con mi sangre el polvo seco de los Libros Sagrados y volver a hacer marchar los versículos quietos y paralíticos con el ritmo de mi corazón. Me gusta desmoronar esas costras que han ido poniendo en los poemas bíblicos la rutina milenaria y la exegesis ortodoxa de los púlpitos para que las esencias divinas y eternas se muevan otra vez con libertad. Después de todo, digo otra vez que estoy en mi casa. El poeta, al volver a la Biblia, no hace más que regresar a su antigua palabra, porque ¿qué es la Biblia más que una Gran Antología Poética hecha por el Viento y donde todo poeta legítimo se encuentra? […] Cristo vino a defender los derechos de la Poesía con la intrusión de los escribas, en este pleito terrible que dura todavía como el de los Sofistas con la Verdad.[1] 

Al referirse al Salmo como género señero de las Escrituras, León Felipe elaboró una elocuente respuesta en consonancia con el espíritu de la Palabra divina, yendo más allá de la mera cita. Profundizó, de esa manera, en la sustancia de lo que la Escritura propone como forma de existencia en el mundo:


La vieja viga maestra que se vino debajo de pronto

estaba sostenida sobre un salmo.

El salmo sostenía la cúpula

y también el techo de la lonja.

 

Y al desplomarse el salmo

se hundió todo el reino.

Cuando el salmo se quiebra

el mercader cambia las medidas

y achica la libra y el almud.

Oíd:

Los salmistas caminan delante del juez,

y si el salmo se rompe, se rompe la ley. […]

 

Pero el salmo está aún de pie.

Se fue de los templos como nosotros de la tribu

cuando se hundieron el tejado y la cúpula

y se irguieron la espada y el rencor.

Ahora es llanto y es grito…

pero aún está de pie,

de pie y en marcha

sin ritmo levítico y mecánico,

sin rencor ni orgullo de elegido,

sin nación y sin casta

y sin vestiduras eclesiásticas.[2] 

Desde otra orilla, el notable crítico literario George Steiner (1929-2020) se refirió así a la Biblia en un prólogo muy personal a la Biblia hebrea, el Antiguo Testamento:

 

Lo que tienen ustedes en la mano no es un libro. Es el libro. Esto es, desde luego, lo que significa «Biblia». Es el libro que define, y no sólo en el ámbito occidental, la noción misma de texto. Todos nuestros demás libros, por diferentes que sean en materia o método, guardan relación, aunque sea indirectamente, con este libro de libros. […] En Occidente, pero también en otras partes del planeta donde el “Buen Libro” ha sido introducido, la Biblia determina, en buena medida, nuestra identidad histórica y social. Proporciona a la conciencia los instrumentos, a menudo implícitos, para la remembranza y la cita. Hasta la época moderna, estos instrumentos estaban tan profundamente grabados en nuestra mentalidad, incluso tal vez especialmente entre gentes no alfabetizadas o pre-alfabetizadas, que la referencia bíblica hacía las veces de autorreferencia, de pasaporte en el viaje hacia el ser interior de la persona.[3]

 

“Infúndeme vida, conforme a tu palabra” (vv. 25-28)

La cuarta estrofa, presidida por la letra dálet, inicia con una declaración petición sumamente sincera y directa: “Me siento totalmente desanimado; / ¡infúndeme vida, conforme a tu palabra!” (25a), seguida de la petición referida a la palabra divina: “Infúndeme vida, conforme a tu palabra”, la palabra creadora, la palabra sustentadora. Aparecen aquí también los elementos del género “lamentación”. El hablante necesita ser vivificado por esa palabra, dabar, que en el v. 25, tiene el significado de “oráculo de salvación”, al igual que en salmos más antiguos. “El alma (nephesh), humillada hasta el polvo, espera ahora de las palabras salvíficas de Yahvé la renovación de su vida (cf. Sal 44.26). En el cántico de lamentación y de petición, el orante “narra” su suerte”.[4] Si recibe “esa palabra salvadora”, entonces esa persona podrá decir que ha sido escuchada. La expresión “Me oíste” (26a) es una confesión del cántico de acción de gracias. La persona salvada se confía de nuevo a las enseñanzas de Yahvé. La confianza que ha tenido con el Señor (“Te he contado mis planes”) le ha dado frutos, por lo que sigue apegado a los estatutos divinos (27) y ante “la ansiedad que le corroe el alma”, nuevamente apela a la posibilidad real de ser sustentado con esa palabra vital (28).

 

“Quiero seguir la senda de tus mandamientos” (vv. 29-32)

El creyente que ha recibido la palabra que le infunde vida, por tanto, rechaza el “camino de la mentira” (v. 29) y elige el “camino de la fidelidad” (cf. Sal 1.6) mediante el aprendizaje de la Ley (29b). “La confesión que se hace en los vv. 30ss es una apropiación individual de aquellas viejas confesiones que Israel pronunciaba en el acto cultual de la renovación del pacto (cf. Jos 24)”.[5] El testimonio que da el salmista es de una búsqueda fiel del seguimiento de las palabras, de las sentencias divinas (30). Ceñirse a sus mandamientos ha sido su consigna (31), por lo que espera no ser avergonzado (31b). Seguir el camino de los mandamientos divinos le garantizará la “libertad del corazón” (32b). Esta sucesión de realidades cumplidas, de sólidas intenciones y de anuncios de bienestar configuran un auténtico abanico de promesas basadas en la obediencia fiel a los mandatos del Señor, única vía para la obtención de una vida bien fundamentada en valores espirituales firmes e inamovibles. 

Conclusión


La palabra divina no solamente debe ser festejada y elogiada sino leída en profundidad, con todas las capacidades y recursos disponibles para ello. Además, debe ser vivida y experimentada según sus propios cánones de enseñanza privilegiada para quienes se acercan a ella con la fe plena en las intenciones de su autor, tal como lo plantea Walter Brueggemann en las conclusiones de su libro La Biblia, fuente de sentido:

 

La Biblia es una lente a través de la cual hay que percibir toda la vida. Las experiencias no surgen en el vacío, sino que pasan por el tamiz de distintas vivencias y presuposiciones. Es importante que tomemos conciencia de las diferentes lentes que reflejan intereses e ideologías y modelan decisivamente nuestras percepciones.

La Biblia es una lente especial, radicalmente diferente de cualquier otra perspectiva. Requiere que llevemos nuestra capacidad de percepción al nivel más elemental y pone en duda cualquier otro modo de ver la vida. En el fondo, pues, la Biblia nos invita a conocer, a discernir y a decidir de una forma bien distinta. La persona que se la toma en serio no es alguien que obtenga de ella respuestas simples o que se aprenda de memoria un montón de versículos; es más bien alguien que ha visto transformada su conciencia a causa de la principal afirmación de la Biblia, esto es, la intersección de la soberanía y la misericordia.[6]



[1] L. Felipe, “¿Qué es la Biblia?”, en Ganarás la luz. Madrid, Visor, 1981, pp. 34-35..

[2] L. Felipe, “El salmo fugitivo”, en Ganarás, la luz, p. 15.

[3] G. Steiner, Un prefacio a la Biblia hebrea. Madrid, Siruela, 2004 (Biblioteca de ensayo 22, serie menor), pp. 13-14. Énfasis agregado.

[4] Hans-Joachim Kraus, Los Salmos. II. 60-150. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1990, p. 577.

[5] Ídem.

[6] W. Brueggemann, “Resumen: posibles aproximaciones a la Biblia”, en La Biblia, fuente de sentido. Barcelona, Claret, 2007 (La gran biblioteca), pp. 133-134. Énfasis agregado.

domingo, 21 de agosto de 2022

Los testimonios de Dios son los mejores consejeros (Salmo 119.17-24), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz



21 de agosto, 2022

Yo me deleito en tus mandamientos,

porque son mis mejores consejeros.

Salmo 119.24, Reina-Valera Contemporánea 

Trasfondo

Como sucede a través de todo el libro, el Salmo 119 también recoge muchos estados de ánimo de los creyentes que se expresan y que, en este caso, lo hacen para relacionar su vida con la ley del Señor Dios. Eso lleva a que las estrofas sucesivas adquieran tonos diferenciados. Como se nos ha recordado, la capacidad comunicativa y de diálogo de la Palabra divina se proyecta en la voz de aquellos/as que responden a las enseñanzas con afirmaciones de fe y confianza, así como mediante el reconocimiento de los beneficios que produce la familiaridad con ellas. Al citar Hebreos 1.1, Alfredo Tepox afirma: “…a través de la historia Dios ha estado procurando establecer comunicación con el hombre ‘‘muchas veces y de varias maneras’’. ¿Por qué ‘‘muchas veces’’? Porque ha estado hablándoles a generaciones distintas y distantes. ¿Por qué ‘‘de varias maneras’’? Porque cada grupo humano, y cada persona, tiene su propia manera de hablar y de entender. De modo que si Dios quiere realmente comunicarse con cada hombre —y, en efecto, quiere hacerlo y lo hace—, tiene que echar mano de todos sus recursos comunicativos”.[1] En su respuesta a esa Palabra, también los seres hemos puesto en marcha diversos recursos: poemas, oraciones, cánticos, lamentaciones y una amplia variedad de géneros discursivos. “En los vv. 17-24 predominan la lamentación y la petición. El orante confiesa que su vigor vital va disminuyendo. Ora pidiendo una revitalización”.[2]

“Concédele a tu siervo una larga vida, / y obedecer siempre tu palabra” (vv. 17-20)

La tercera estrofa, presidida por la letra guímel, inicia con una petición sumamente sentida y transparente, acompañada por otra directamente relacionada con la obediencia a la Palabra. La petición por una larga vida fue el sueño dorado de los antiguos hebreos y en incontables ocasiones aparece este deseo en el contexto de situaciones extremas, como fue el caso del rey Ezequías (Isaías 38). La larga vida era una señal inequívoca de ser objeto del favor divino, junto con una gran descendencia y contar con suficientes recursos. Así lo expresa, en son de promesa, otro Salmo muy recordado: “Saciarélo de larga vida y mostraréle mi salud” (91.16, RVR 1909).

“En el v. 17 la obediencia a la palabra de Dios se describe como un acto de gratitud. Esta concepción corresponde nuevamente a la teología deuteronómica, tal como la expuso en su momento Gerhard von Rad. De la Toráh se esperan maravillas; en la piedad de la torá del Sal 119 vemos que la torá es la palabra vivificadora; y para contemplar sus efectos misteriosos deben ser abiertos los ojos del hombre (v. 18)”. El v. 19a, como explicación, podría tener originariamente sus raíces en los derechos de los forasteros (cf. Sal 39.13). Esta perspectiva se espiritualiza aquí y se aplica a la vida en presencia de Yahvé. No obstante, el anhelo del extranjero no se dirige hacia el espacio vital de la tierra, sino hacia las enseñanzas de Dios (v. 20). “Conocer en todo tiempo las sentencias del Señor” (20) es una auténtica garantía en medio de los vaivenes y exigencias de la vida.

“Yo me deleito en tus testimonios / porque son mis mejores consejeros” (vv. 21-24)

La vida completa de la persona obediente está amenazada todo el tiempo por la hostilidad y el desprecio (v. 21ss). “En el Salmo 119 aparece incesantemente el sombrío cuadro de los impíos que se apartan de los mandamientos divinos, y de la declarada hostilidad contra el justo”.[3] La persona obediente es la persona que sufre, la que se ve oprimida por el desprecio y pide al Señor que “le quite de encima” esa carga. El lenguaje para referirse a esas otras personas es duro y agresivo: “Tú reprendes a los soberbios y malvados / que se apartan de tus mandamientos” (21). Otras versiones dicen: “soberbios y malditos”. El cumplimiento de los testimonios de Dios puede asegurar que se aparten “la vergüenza y el desprecio” (22), porque tomar en serio la Ley del Señor abre puertas siempre positivas para la sobrevivencia en las mejores condiciones.

Asimismo, el piadoso se ve envuelto también en procesos ante “altos dignatarios” o “magnates” que se reunieron para condenarlo (23). El siervo Dios sufre y se aferra a los testimonios de Yahvé como a su íntimo y fiel consejero. Aparecen aquí elementos de aquella lamentación individual que encontramos en salmos más antiguos en labios de personas calumniadas y perseguidas. Los altos consejos divinos son valorados enormemente para actuar con sabiduría y cordura. Los relatos antiguos están plagados de ejemplos de cómo la “consejería” era grandemente apreciada. Basta con recordar las acciones de José y Daniel en medio de pueblos extranjeros y cómo su función de “asesoría espiritual” desempeñó un papel fundamental para sobrevivir y para influir en el curso de grandes acontecimientos sociopolíticos y económicos. 

Conclusión

Deleitarse en la palabra divina (v. 24) es una experiencia profundamente espiritual, pero también estética. Gozarse en ella, agradarse en ella, se manifiesta en la selección personal que hacemos de porciones que nos impactan o nos ayudan más. Pero el conjunto de la edificación que nos proporcionan es parte de ese deleite y de la alegría que nos produce estar familiarizados con esa Palabra antigua, eterna y viva. Tal como escribió la gran poeta chilena Gabriela Mistral, Premio Nobel de Lietartura, en un texto memorable:

 

A los diez años, yo conocí esta vía de la palabra, desnuda y recta y la adopté en la medida de mis pobres medios, a puro tanteo, silabeando sus versículos recios, tartamudeando su excelencia y arrimándome a ella, a la vez con amor y miedo de amor.

Había encontrado algo así como una paternidad para mi garganta, como una tutoría cuando menos en mi amarga orfandad de una niña de aldea cordillerana, sin maestro, y sin migaja de consejo para los negocios de su alma muy ávida, mucho.

De este lote de virtudes expresionales de la Biblia, parece que las que más me hayan atraído sean la intensidad y cierto despojo que no sólo aparta el adorno, sino que va en desuello puro. Heredera del español de América, es decir, de una lengua un poco adiposa, la Biblia me prestigió su condición de dardo verbal, su urgido canal de vena caliente. Ella me asqueó para toda la vida de la elegancia vana y viciosa en la escritura y me puso de bruces a beber sobre el manadero de la palabra viva, yo diría que me echó sobre un tema a aspirarle pecho a pecho el resuello vivo. […]

Ay, gozo fresco para nosotros y, anchura dulce, la de esta abra de reunión donde podemos, con los ojos puestos en los ojos, comer igual bocado de oro en nuestro Job, ciudadano del dolor, en el Jacob, abajador de la Tierra al cielo y en el David, que tañía, tañedor mejor que el salterio, el corazón del género humano.[4]



[1] A.Tepox, “Muchas versiones distintas, una sola Palabra verdadera”, en Iglesia y Misión, núm. 65, http://blog.kairos.org.ar/?p=756.

[2] H.-J. Kraus, Los Salmos. II. 60-150. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1990, p. 607.

[3] Ídem.

[4] G. Mistral, “Mi experiencia con la Biblia”, en Gabriela Mistral en verso y prosa. Antología. Barcelona, Real Academia Española-Asociación de Academias de la Lengua Española, 2010, pp. 586-587, www.gabrielamistral.uchile.cl/prosa/expbiblia.html.

domingo, 14 de agosto de 2022

Aprendamos los estatutos de Dios (Salmo 119,9-16), Dr. Alfredo Tepox Varela


14 de agosto de 2022

1. La naturaleza de la palabra

Platón, en el Cratilo: qué es el lenguaje, Ferdinand de Saussure: primer tratado científico en torno al lenguaje. El lenguaje es un fenómeno físico: ese flujo de aire se regula por la glotis. Palabras, morfemas, la suma y cambio de morfemas.

 

2. La función de la palabra

Toda esta potencialidad para qué. El contexto social. La Biblia es la palabra de Dios: potencialidad de sentido en el lenguaje.

Qué es metáfora, qué es poesía. Usamos una metáfora y no hemos resuelto nada: es una confesión de fe. Esta metáfora me lleva a lo que dice el álgebra: a ya no es b.

No me bastó creer, quise saber. A la Biblia la hemos tomado unidireccionalmente: Dios me habla. La Biblia no es un rosario de textos. Recordamos bien Juan 3.16, pero no Juan 3.12, tous ouranos.

Los que hablan de memorización como tarea. La Biblia habla, tiene personalidad. Hay que intimar con la Biblia, hay que conocerla a fondo, establecer diálogo.

La Biblia como palabra de Dios es un fenómeno comunicativo. Pero va en los dos sentidos. Es un puente en los dos sentidos. Dios habla escuchamos y reaccionamos a lo que escuchamos. Empezamos a dialogar con Dios.

No estaría mal que reformuláramos: la Biblia es el diálogo de Dios con su pueblo. La primera página: Dios hablando y creando. Acción unidireccional. En Génesis 3 aparecen ya los diálogos: Dios, mujer, hombre, serpiente. Y así vamos avanzando.

Aprendí a analizar lo que leía: lectura de comprensión. Quién o quiénes hablan: si el texto es comprensible o no. Leemos la Biblia sin pensar: Mt 5. Quién habla: está “mal escrito" porque no tiene sujeto.

Leer con entendimiento. No leemos: nos atamos a tradiciones. Cómo está muriendo nuestra lengua: en Facebook y WhatsApp se usan 350 palabras máximo.

La Biblia sufre de costras, ideas y doctrinas que le hemos impuesto. Debemos romper las costras para que el texto nos hable.

No concibo a un Dios que hable para que no se le entienda. La función comunicativa de la palabra, de reciprocidad, de respuesta.

Salmo 119.11: "En mi corazón he guardado tus dichos para no pecar contra ti". La Biblia me “echó a perder mi juventud”. La Biblia cambió mi vida y la cambió para mí.

Es un testimonio: Dios transforma vidas. Tengo que conocer y entender lo que Dios me está diciendo.

Un misionero entre los zoques en 1938 simplificó varias cartas paulinas. Afinó el lenguaje, y de ahí surgió la llamada Versión Popular, en 1966, Dios llega al hombre. En 1967 el Antiguo Testamento.

La palabra no es palabra, así nada más. Muchos no saben dialogar además de hablar, Dios habla y espera que respondamos.

viernes, 5 de agosto de 2022

La dicha de seguir las enseñanzas del Señor, Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz


7 de agosto, 2022

Dichosos los de conducta perfecta,

los que siguen las enseñanzas del Señor.

Salmo 119.1, Reina-Valera Contemporánea 

Trasfondo

“Sobre el misterio y el milagro de las instrucciones de Yahvé”: así denominó su acercamiento al Salmo 119 uno de los mayores expertos de nuestro tiempo, el reformado alemán Hans-Joachim Kraus (1918-2000). Con justa razón, porque esta inmensa y monumental celebración de la Torá (como sucede también con los Salmos 1 y 19) ha llegado hasta nosotros sorteando las barreas del lenguaje, del estilo y la cultura de los cuales procede, y se ha instalado en nuestros labios de la manera más natural y auténtica. Muy lejos de cualquier forma de bibliolatría, como la conocemos hoy en el ambiente fundamentalista, este Salmo se ha erigido entre el pueblo de Dios de todas las épocas como la más genuina expresión del reconocimiento de la presencia de la ley divina en el mundo. La exigencia y la posibilidad, que trasluce en él, de ser obedecida y vivida por los/as creyentes antiguos y modernos permanece intacta a partir del goce que, según se repite en cada sección del acróstico, experimenta quien se acerca a los textos sagrados. Los beneficios que se obtienen de su lectura constante se cantan con toda claridad en la versión castellana de Constantino Ruiz-Garrido de la traducción de Kraus: “¡Salvación para aquellos cuyo camino es intachable, que andan en las instrucciones de Yahvé!”. “La Toráh se entiende no solamente como los valores morales israelitas, sino como la voluntad y objetivo de Dios ordenados en la estructura misma de la vida”.[1]

      El comentarista acomete la lectura poética del Salmo demostrando sus características literarias (metro, cadencia, vocabulario) y nos presenta en una pincelada magistral su naturaleza estética al servicio del texto sagrado:

 

Aunque el Salmo 119, por su extensión nada habitual, rompe todos los moldes, sin embargo, posee una estructura que es muy fácil de analizar. El arte de la ordenación alfabética (o alefática) ha producido una obra singular, que, por su esquematismo y por lo obligado de su forma, no tiene paralelos en el antiguo testamento. Las 22 letras del alfabeto hebreo introducen grupos sucesivos de 8 versículos cada uno. Teniendo en cuenta esos ocho versículos, sometidos en cada caso al dictado de la correspondiente letra del alfabeto, podríamos hablar de “estrofas”. En cada “estrofa” experimenta una variación el gran tema fundamental del Salmo 119. Se trata casi siempre de ocho términos que se van sucediendo unos a otros, como distintas expresiones para designar la “ley” o la “palabra de Dios”.[2]

 

Para caracterizar a este salmo se ha recurrido a fórmulas como: “un corolario abigarrado de aforismos sapienciales” (G. van Rad), “poema didáctico” (R. Kittel) y “poema mixto” (H. Gunkel). H. Schmidt explica: “Nuestro salmo difícilmente podremos llamarlo ‘poema’ y mucho menos aún poema lírico; lleva el carácter de la erudición, de la habilidad artística para el manejo del lenguaje, de la palidez de los pensamientos, y con ello y por su extensión revela ser una obra de época tardía”. Otro más define el género de este gran complejo literario (sálmico) como una “antología”.[3]

 

“Dichosos los de conducta perfecta, / los que siguen las enseñanzas del Señor” (1-4)

Desde sus primeras palabras se aprecia la intención eminentemente didáctica del Salmo: “El mensaje es que la vida es segura y plenamente simétrica cuando se respeta la Toráh. Así, el salmo proporciona una experiencia literaria pedagógica de seguridad y plena simetría. Una vida ordenada por la Toráh es segura, previsible y completa como la dinámica del salmo”.[4] Vivir según las enseñanzas de la ley divina no puede proporcionar más que dicha, felicidad. La “conducta perfecta” es el ideal al que todo aquel que ama la ley debe aspirar. “La obediencia a la Toráh es fuente de luz, de vida, de alegría, de satisfacción, de deleite, Ciertamente, "deleite" (shaíaí), es una repetida respuesta a la Toráh (Sal 119, 16, 24, 47, 70, 77, 92, 143, 174). La Toráh no es una carga sino un modo de existencia gozosa”.[5] Todo lo que se pueda decir sobre la dicha de una existencia obediente se queda corto ante la expansión verbal que se anuncia en estas primeras palabras. “Estos pasajes [macarismos] retratan una clase de personas paradigmáticas y alientan a los lectores a vivir de tal manera que pertenezcan al grupo de personas que se ensalza”.[6]

Queda bien claro que para el hablante poético “la Toráh no es nada rígido o estático sino un poder vivificador y creativo”[7] capaz de otorgar al ser humano las mejores perspectivas de vida. Dado que no se trata de una habilidad innata de personas piadosas, andar por los caminos justos que orienta la ley es una auténtica disciplina vital que debe ejercerse continuamente. A eso aluden los vv. 2-4, que exponen la necesaria constancia para cumplir con los mandamientos divinos.

 

“¡Cómo quisiera ordenar mis caminos / para cumplir con tus estatutos!” (16.5-8)

La segunda parte de la primera estrofa expone la comprensible ansiedad para ordenar la vida en función de los estatutos divinos: “La piedad de la torá contenida en los salmos vive de esa tendencia a la interiorización (cf. también Sal 37.31; 40.9). Desde el centro mismo de su existencia, el creyente se enfrenta con todos los poderes que son contrarios a Dios”.[8] En los vv. 5s se eleva una petición similar a la de los cánticos individuales de lamentación y en el v. 7 se reconoce el comienzo de un cántico de acción de gracias. “Cuando se habla de ley, se piensa fácilmente en una nomenclatura árida, en un código abstracto, alejado de la vida. No ocurre esto en los salmistas. La ley desemboca directamente en la vida, y se celebra como algo gratificante y como una fuente de gozo: “La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma (19.8)”.[9]

       Las palabras del salmista manifiestan el ferviente deseo de que la vida verdaderamente se oriente por el cumplimiento de los mandatos divinos (5). Atenderlos no produce vergüenza sino todo lo contrario (6). Esa tendencia vital, la producida por el aprendizaje de las “justas sentencias”, conduce invariablemente a la alabanza sincera (7). La obediencia verdadera de las mismas garantiza que el Señor no abandonará al creyente fiel (8). 

Conclusión

La verdadera dicha que produce la familiaridad con la ley divina, con las Escrituras reveladas, permite que se experimente la fe como algo auténticamente informado, en los dos sentidos del término. La manera en que el Salmo 119 amplifica las afirmaciones del 1 y el 19 se verifica en la continua letanía que canta y celebra las grandezas de la voluntad divina expresada en su ley. 

Tal vez nos parezca particularmente difícil el Salmo 119 por su extensión y monotonía. Aquí nos resultará provechoso proceder palabra por palabra, frase por frase, lenta, tranquila y pacientemente. Descubriremos entonces que las aparentes repeticiones son en realidad aspectos siempre nuevos de una sola realidad: el amor a la Palabra de Dios. así como este amor no puede tener nunca fin, tampoco pueden tener fin las palabras que lo confiesan. Pueden acompañarnos durante toda nuestra vida, y en su simplicidad se convierten en la oración del niño, del hombre y del anciano.[10]



[1] Walter Brueggemann, El mensaje de los Salmos. México, Universidad Iberoamericana-Colegio Máximo de Cristo Rey, 1998 (Palabra viva, 2), p. 52.

[2] H.-J. Kraus, Los Salmos. II. 60-115. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1995 (Biblioteca de estudios bíblicos, ), p. 605.

[3] Ídem.

[4] W. Brueggemann, op. cit., p. 55.

[5] Ibid., pp. 55-56.

[6] Kent Aaron Reynolds, “The exemplary Torah student”, en Torah as teacher The exemplary Torah student in Psalm 119. Leiden-Boston, Brill, 2010, p. 68. Versión propia.

[7] H.-J-. Kraus, op. cit., 607.

[8] Ibid., p. 611.

[9] Jean-Pierre Prévost, “Ley-Torá”, en Diccionario de los Salmos. Estella, Verbo Divino, 1991 (Cuadernos bíblicos, 71), p. 33.

[10] Dietrich Bonhoeffer, “La Ley”, en Los Salmos. El libro de oración de la Biblia. Una introducción. Bilbao, Desclée de Brouwer, pp. 30-31.

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