sábado, 26 de noviembre de 2022

Dios quiere justicia en todos los ámbitos de su creación (Isaías 45.18-19), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz

27 de noviembre, 2022

“Yo soy el Señor, el que habla con justicia y da a conocer lo que es recto”.

Isaías 45.19b, Reina-Valera Contemporánea

Trasfondo

La perspectiva que, sobre la creación, la salvación y la liberación desplegó la segunda parte de Isaías se completó con una visión muy clara sobre los designios de Dios para su creación y llega hasta nosotros para mostrar los tres aspectos complementarios que es necesario relacionar para comprender mejor el grandioso proyecto para su pueblo y para la creación entera (creación, redención y sustentación, dice, por su parte, Edesio Sánchez C.). Ligar la liberación del pueblo desterrado con la doctrina de la creación es una de las características principales de esta sección del libro profético, lo que permitió advertir en profundidad la continuidad del proyecto de Dios: al librar a su pueblo de la sumisión, éste podría advertir más facetas en el propio Dios y la de creador se instalaría como central para la existencia espiritual del antiguo Israel. La grandeza de la creación es testimonio de las intenciones salvíficas de Dios y eso es lo que marca la diferencia con las demás divinidades: “La creación participa de estas obras de salvación y comparte la alegría del pueblo en su regreso a la tierra deseada”.[1]

 

No debemos olvidar que la primera página del Génesis encuentra, posiblemente su origen literario en los capítulos 40-55 del libro de Isaías, conocido como Segundo Isaías. Estas páginas nacieron en tiempos difíciles cuando los esclavos y esclavas vivían oprimidos en cautiverio en Babilonia. De este grupo de hombres y mujeres excluidos vino la buena noticia.

Allí, del fondo del pozo, una teología de dimensiones completamente nuevas, inéditas, pero que venían sucediendo desde el principio, desde siempre (Is 41.26; 43.19).

Es el anuncio del Dios Creador, de la gran madre, la única madre que genera la vida de todos y de todo: “Yo te formé…, te hice…, te creé…, te modelé a ti..., te tomo de la mano..., te ayudo..., estoy contigo..., te doy fuerzas...”.

En estas páginas, Dios deja de ser sólo el Dios de Israel. Dios es el Dios de todos, incluso de los niños sin familia, de los sin genealogía, de los pueblos sin pueblo, de las culturas oprimidas, excluidas, marginadas (Is 45.9-12). Todos son sus hijos, incluso los no judíos, hijos de la violencia, la guerra y la deportación (Is 45.23-24).[2]

 

“El Dios que formó la tierra… no la creó sin un propósito” (v. 18a)

La intención con que Dios creó el universo entero se fue comprendiendo a cada paso de la historia de la salvación, al grado de que al llegar a redactarse los textos más representativos de la doctrina misma de la creación eso sirvió para desvelar progresivamente el plan divino de redención. Lastimosamente, la tierra ya había sido objeto de agresiones por causa del pecado humano, tal como lo plantea Is 24.4-6: “La tierra ha quedado destruida. Cayó enferma, y con ella también el mundo. ¡El cielo y la tierra se enfermaron! La tierra quedó contaminada por causa de sus habitantes, pues transgredieron las leyes, falsearon el derecho, y quebrantaron el pacto eterno. Por eso la maldición consume la tierra, y sus habitantes son asolados; por eso han sido consumidos los habitantes de la tierra y son muy pocos los que aún quedan”.[3]

De allí vendrá la asociación entre creación y liberación del pueblo, pues la primera también será restituida cuando el Señor muestre la salvación a su golah (diáspora). Ahora este pueblo estará en condiciones de acercarse a un Dios más “completo”, por decirlo así, pues abarca aspectos que supuestamente estaban en otros dioses como los cananeos de la lluvia o el rocío (45.8; 55.10-11), o como modelador de lo creado (45.9) o dominador de los mares agitados (51.15). Además, por primera vez, Dios será llamado “padre” (63.15-16). Y es más “completo” porque “todo lo que es elemento de vida, de seguridad, de esperanza para los pobres, lo recoge, añade, engloba presente de manera significativa, en 2 Isaías […] Lo mismo puede decirse de la palabra tohu / caos. El adversario mítico de los orígenes también está muy presente en los textos del segundo Isaías (Is 34,11; 40,17,23; 41,29; 44,9; 45,18; 49,4)”:[4] . “Porque así dice el Señor, que creó los cielos, Dios que formó la tierra, que la hizo y la estableció; quien no lo creó para ser caos/tohu, sino para ser habitado: Yo soy el Señor, y no hay otro” (45.18). Los demás dioses no existen: si son de los opresores, son ídolos, imágenes, no son nada, son tohu, caos, vacío.

 

“Yo soy el Señor, el que habla con justicia y da a conocer lo que es recto” (v. 19)

Podríamos decir que, en la creación de Dios, se juntan la estética y la ética: si en el principio de los tiempos el propio Dios se maravilló de lo que había hecho y se deleitó en todo lo que hizo, la dimensión estética se impuso para mostrar cómo la capacidad creadora del señor no fue solamente un alarde de poder sino también de delicadeza, de apreciación de las cosas bellas que habían brotado de su mano. Esa tendencia está presente en una enorme cantidad de textos que celebran la grandiosidad de todo lo creado. Pero, al mismo tiempo, en Isaías II es posible apreciar la dimensión ética de la creación al establecer cómo la mano del Señor Dios estableció la justicia como una necesidad ineludible para disfrutar de lo creado.

De ahí que lo que ahora se conoce como eco-teología se ocupe tan profundamente de las consecuencias éticas para el mantenimiento de la creación. La justicia climática y la económica, por ejemplo, se funden en un punto en el que es preciso marcar las distancias entre el lugar de cada criatura en el universo (o pluriverso, como ahora dicen algunos) divino. La nueva creación de Dios reclama, exige y posibilita la justicia que debe experimentarse en todos los ámbitos, pues en ese sentido todo es ecología: desde la relación de Dios con sus criaturas hasta la relación de éstas entre sí. Las intuiciones que vienen desde los primeros capítulos de Isaías (especialmente en 11.1-9 en donde se pinta un cuadro impensado de armonía entre criaturas aparentemente enemistadas: lobo-cordero; niño-áspid) apuntan hacia la superación de las barreras que impiden experimentar la justicia en medio de la creación.

 

Conclusión

La justicia, como bien ha escrito la teóloga dominicana Tirsa Ventura, se presenta como una “mediación para algo verdaderamente nuevo”: “La justicia en la Biblia es también presentada como un don de Dios, y como un proyecto de Dios para el mundo. Un proyecto que el pueblo de Israel va a ir descubriendo como liberación y promesa, pero sobre todo como compromiso de generar nuevas relaciones, nuevas acciones. Si es así, se trata de una tarea humana de relaciones sociales complejas, en la que la clara dimensión religiosa, hace aparecer también lo paradójico”.[5] La estética y la ética se juntan para encaminarnos al Reino de Dios en donde la vida se impondrá en todas sus manifestaciones y vertientes como parte del plan divino originario:

 

La obra redentora de YHVH, en Isaías 40-55, se ve como la práctica de la justicia; es decir, la creación-redención entran al campo de la ética social: Para liberar a su pueblo, YHVH, de acuerdo con la poesía profética, hace uso de las imágenes y metáforas del ámbito de la creación, y abre el camino para mirar otros textos proféticos que incursionan el campo ecológico desde la ética social. […]

Y es precisamente aquí donde encontramos, en la proclamación profética, la indisoluble unidad de la ética social y la integridad del medio ambiente, del sistema ecológico.[6]



[1] Amós López, “Salud, vina plena, salvación: miradas ecoteológicas”, en RIBLA, núm. 80, 2019/2, p. 66.

[2] Sandro Gallazzi, “Envia teu espírito e haverá criação”, en RIBLA, núm. 80., 2019/2, pp. 31-32. Versión propia.

[3] Cf. Tim Heishmann, “A reflection on Isaiah 24:4-6: Climate justice”, en www.brethren.org/news/2020/reflection-on-isaiah-climate-justice.

[4] Ibid., pp. 32-33.

[5] María Cristina Ventura Campusano, “Justicia y nueva creación. Una lectura de Isaías 11, 1-10”, en RIBLA, núm. 80, 2019, p. 113.

[6] E. Sánchez C., op. cit., pp. 103, 104. Cf. Ídem, p. 104, en donde se refiere a Oseas 2.18-23; 20-25.

sábado, 19 de noviembre de 2022

No hay otro como el Dios creador y sustentador de la vida (Isaías 45.14-17), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz


20 de noviembre, 2022

“Ciertamente Dios está en medio de ti, y fuera de Dios no hay otro”.

Isaías 45.14b, Reina-Valera Contemporánea

 Trasfondo

La relación entre liberación (como proceso repetido varias veces en la historia del pueblo de Dios) y creación obliga a releer con otros ojos buena parte de los episodios fundamentales de dicha historia. La innegable realidad de que ese pueblo conoció a Yahvé primero como libertador y después como creador brota de los textos dedicados a procesar las diversas experiencias históricas que vivió y que se plasmaron como un producto notable de esa dinámica de fe. A ello dedicó páginas luminosas Juan Stam en Las buenas nuevas de la creación, en donde explica con gran claridad:

 

Basta con abrir la primera página de la Biblia y luego compararla con la última página, para darnos cuenta de la importancia del tema de la creación como eje decisivo de todo el pensamiento bíblico. Todo el mensaje de la Biblia se desenvuelve entre dos relatos de creación, desde Génesis 1.1, pasando por Isaías 65.17, hasta Apocalipsis 21.1. los primeros relatos revelan el propósito de Dios para su creación. La coincidencia exacta de la terminología (con una sola diferencia básica: el adjetivo “nuevo”) no puede ser casualidad. Indica claramente que la Biblia narra la marcha desde la creación original hasta la creación final que culminará la acción redentora de Dios.[1]

Más adelante, acercó magníficamente los dos temas en “Creación y salvación en Isaías 40-66”, como se titula la sección correspondiente y que profundiza en cómo la segunda parte de ese gran libro profético puso frente a frente ambas situaciones a fin de proporcionar esperanza a la comunidad que vivía en el exilio y posteriormente, a partir de la creencia profunda en el poder creador y recreador de Dios:

 

…en la teología de la creación, ningún libro bíblico es más importante que Isaías. […] Yahvé, “el creador de los confines de la tierra” (40.28, “Señor del universo”), es también el “Creador de Israel” (43.15: “Señor de su pueblo”), el “Creador de la salvación y la justicia” (45.8: “Señor de la historia”) y de las “cosas nuevas” que traerán liberación a Israel (retorno a Canaán, salvación mesiánica y cumplimiento escatológico: Señor del futuro, 48.6s). Las grandes gestas de salvación que Dios está por hacer serán también actos de creación (41.17-20; 45.1-8; 48.6s).[2]

 

“Fuera de Dios no hay otro” (v. 14)

Toda comunidad de fe se sitúa, inevitablemente, en el marco de la historia de la salvación, es decir, el proceso permanente por medio del cual Dios manifiesta su voluntad redentora para la humanidad y su creación. Tal vez no estamos muy acostumbrados a ello, pero es preciso retomar las enseñanzas bíblicas para ubicarnos en esa historia siempre en marcha y así poder experimentar más profundamente los ecos y las derivaciones de la actuación salvífica de Dios en nuestro tiempo a la luz de las grandes lecciones que nos plantea la Escritura sagrada. Comprender a Dios como creador implica superar todas las opciones en conflicto que se presentan a nuestro alrededor. Así lo entendió el pueblo de Dios en el exilio, al contrastar sus creencias fundamentales con las que se encontró en Babilonia. De modo que el esfuerzo reflexivo por captar de mejor manera el origen de todas las cosas sirvió para afinar su mirada acerca del poder creador de Dios. Afirmar la gran diferencia de Yahvé como generador de todo lo existente llevó a replantear radicalmente el sentido de lo natural y lo moral. Ello sería también un testimonio para los demás pueblos, pues de ellos vendría la frase tan relevante del v. 14: “Fuera de Dios no hay otro”, al observar la manera en que Él se comportaría con su pueblo:

 

Para formular su elocuente mensaje de nueva esperanza frente a la desesperación del destierro, el profeta no se basa en principios abstractos sino en toda la historia de salvación del pueblo de Israel. Su paradigma constante para la salvación prometida es el éxodo, que originalmente liberó a Israel y lo constituyó en pueblo (entre muchos pasajes, el paradigma del éxodo está presente en 40.3; 41.17-20; 42.16; 43.2s, 16-21; 44.27; 48.20s; 49.10; 51.9s; 52.11; 63.11-14). La restauración será un “nuevo éxodo” que superará con creces a esa primera experiencia liberadora.[3]

 

Que fuera de Israel procediera esa gran afirmación del carácter único de Dios podría decirse que fue un gran “logro misionero”, pues ahora desde Egipto, Etiopía y la tierra de los sabeos se hará ese reconocimiento, aun cuando no haya una aceptación explícitamente religiosa del Señor como tal.

 

El Dios creador y sustentador reinventa a su pueblo(vv. 15-17)

Pero ese Dios creador y sustentador se ha propuesto reinventar y recrear a su pueblo en un futuro que se asomaba como benéfico. Liberar a su pueblo sería reconstruirlo nuevamente, volver a instalarlo en medio de la “historia universal” para de ese modo cumplir con sus designios redentores y rehabilitadores para la existencia de esa nación concreta.

 

A la liberación espectacular del pueblo responderá el vasallaje de otros pueblos, con un reconocimiento sumiso del Señor. No se trata propiamente de conversión, en sentido pleno, pero sí de un acto de sumisión, aunque sea de mala gana. El tema es semejante a Is 49.23 y 60.1-16. Recordemos que el faraón se resistía: “Ni reconozco al Señor ni dejaré marchar a los israelitas” (Éx 5.2). […] El acto de reconocimiento significa haber descubierto en los signos de la historia la acción de Dios. Esto se expresa en dos enunciados, que vamos a parafrasear provisionalmente así: “Cuando te veíamos deshecho como pueblo, concluíamos que tu Dios te había abandonado, se había alejado de ti (recuérdese Ex 32.12: “dirán los egipcios...”). Ahora que te vemos maravillosamente restaurada, concluimos que tu Dios simplemente se escondía (54.8); más aún, ahora comprendemos que sólo contigo o en medio de ti está Dios”.[4]

Ese Dios creador, sustentador y liberador es un Deus absconditus (Dios escondido), según la afirmación del v. 15, pues se revela, pero también se esconde. Así lo discute el eminente filósofo judío Martin Buber (1878-1965): “Preguntémonos si no puede ser literalmente cierto que antes Dios nos hablaba y ahora se mantiene en silencio, y si esto no ha de entenderse como lo entiende la Biblia hebrea, es decir, que el Dios vivo no sólo es un Dios que se revela, sino un Dios que también se oculta”.[5] Un Dios creador siempre presente, incluso en su aparente ausencia, que se contrapone abiertamente a los supuestos dioses que le compiten, ídolos todos (v. 16). Y ese Dios vivo y actuante es el que salvará a su pueblo “con salvación eterna” (17a) y no volvería a ser avergonzado ni humillado (17b).

 

Conclusión

La creación, la salvación y la restauración continua están profundamente ligadas en la conciencia histórica del pueblo de Dios: “En la creación del mundo se manifestó ya el poder redentor del Dios del éxodo y de la historia; ahora, éxodo y restauración, Mesías y ésjaton, todos ellos son nuevas ‘recapitulaciones’ del acto primigenio de la creación. […] …las interpretaciones proféticas de todos estos acontecimientos pasados y futuros son impresionantes ‘relecturas’ del paradigma original de la creación. Ninguno puede entenderse por separado; la creación, el éxodo, el retorno del exilio y las futuras esperanzas del Siervo Sufriente y de la nueva creación, ninguno tiene sentido aislado del otro”.[6] Y Buber expresa, en esa misma línea: “La última parte de Isaías tiene a Dios diciendo: ‘Yo creo nuevos cielos y una nueva tierra’ (Is 65.17); y el autor del Apocalipsis afirma: ‘Vi un cielo nuevo y una tierra nueva’ (Ap. 21:1). Esto no es una metáfora, sino una experiencia directa. Es la experiencia de un hombre cuya esencia se ha renovado y, con ella, la esencia del mundo”.[7] Dios de la Biblia es único e irrepetible y su manifestación salvífica se conecta siempre con su capacidad creadora, sustentadora y redentora. Ésa es la razón más profunda de nuestra fe en Él.



[1] J. Stam, Las buenas nuevas de la creación. Buenos Aires-Grand Rapids, Nueva Creación- Eerdmans, 1995, p. 13.

[2] Ibid., p. 29.

[3] Ibid., pp. 29-30.

[4] L.A. Schökel y J.L. Sicre Díaz, Profetas I. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1985, p. 303. Énfasis agregado.

[5] M. Buber, Eclipse de Dios. Estudios sobre las relaciones entre religión y filosofía. México, Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 60. Cf. M. Buber, “Redemption (Isaiah and the Deutero-Isaiah)”, en Nahum N. Glatzer, ed., On the Bible. Eighteen studies. Universidad de Syracuse, 2000, pp. 160-165; e Ídem, The prophetic faith. Universidad de Princeton, 2016.

[6] J. Stam, op. cit., p. 30.

[7] M. Buber, “The renewal of Judaism”, en Asher D. Biemann, ed., The Martin Buber reader. Essential writings. Hampshire, Palgrave Macmillan, 2002, p. 146. Versión propia.

sábado, 12 de noviembre de 2022

"Pregúntenme... por la obra de mis manos", dice el Señor (Isaías 45.9-13), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz

13 de noviembre, 2022

Así dice el Señor, el Santo de Israel, el que lo formó: “Pregúntenme por lo que está por venir. Pregúntenme acerca de mis hijos y de la obra de mis manos”.

Isaías 45.11, Reina-Valera Contemporánea

Trasfondo

La sección que nos ocupa comienza con un tono sapiencial con base en preguntas retóricas. Mediante el género literario de la disputa y con ejemplos tomados de la vida cotidiana (cerámica-alfarero, hijo-padres), se subraya el hecho de que Yahvé es el sueño de la historia y quien llamó a Ciro para un destino específico. El trasfondo sigue siendo, evidentemente, la capacidad creadora de Dios y el hecho de que, si se discute su decisión de llamar a un monarca extranjero para realizar sus designios, nadie podrá objetar lo que Él ha establecido. Porque existe una relación profunda entre los actos creadores del Señor y los liberadores ligados al pacto antiguo, tal como lo explicó Walter Eichrodt:

 

Si el concebir la creación como obra del Dios de la alianza arrojó luz sobre la comprensión del mundo, de rechazo invistió a la voluntad creadora de los rasgos propios de una actividad personal y espiritual y de una intencionalidad moral. Una vez reconocido Yahvé como el creador, no podían valer como razones de la actividad creadora ni el impulso caprichoso ni el juego incalculable y azaroso de unas tuerzas divinas afines o encontradas, sino que, partiendo de la soberanía divina experimentada en la realidad presente, había que concluir que el orden creado sólo pudo nacer de una razón y una fuerza moral trascendentes.[1] 

En otras palabras, todo, hasta la doctrina de la creación debía ser leído en la clave de la alianza a fin de percibir la manera en que ésta podía avanzar y desarrollarse en medio de las nuevas condiciones históricas. La actuación impredecible de Dios al llamar al gobernante extranjero para realizar su plan fue canalizada mediante dicha creencia dominante y debía recibirse como parte de la resolución soberana de Dios para cumplir con sus planes a mediano y largo plazo.


La criatura no puede objetar nada a su creador (vv. 9-10)

Como parte de esta especie de diálogo con el pueblo exiliado (la golah, diáspora), en el que éste podría atreverse a objetar la elección divina del poderoso extranjero, la respuesta divina es elocuente y directa: nadie puede discutir esas decisiones que tienen un sentido, aun cuando no sea fácilmente comprensible. El creador soberano y autónomo no necesita explicar las razones de su accionar. Al brotar todas las cosas de su mano, su superioridad como fuente de la existencia anula la posibilidad de cualquier protesta, por válida que sea:

 

Al escuchar dos veces el nombre de Ciro, los oyentes reaccionan con extrañeza, quizá con protestas: ¿cómo va a ser un extranjero el Ungido del Señor?, ¿no va a continuar la dinastía davídica? [...] En efecto, “obras de mis manos” e "hijos" son dos denominaciones de la misma realidad. Todos los hombres son hijos de un Dios, que los creó, puede escoger a quien quiera, sin tener que dar razones (compárese con Ex 19.5); toda la historia es obra de Dios, que la dirige con sabiduría. Como no recibió instrucciones para crear (40.13s), tampoco las acepta para gobernar. El pueblo tiene que aceptar el plan de Dios con gozo y agradecimiento, ha de creer en él sin discusiones. Por eso Dios insiste en el anuncio, apoyándolo en su acción creativa.[2] 

El “modelador” de Israel, como destaca J. Severino Croatto,[3] conduce el pacto de una manera inesperada, pero siempre coherente con los proyectos divinos más amplios. La capacidad creadora de Dios le permite incidir de este modo en la historia (política y de salvación, como una unidad): la decisión de Ciro de reconstruir la ciudad (de Jerusalén) y de liberar a los exiliados no es independiente sino parte del proyecto de Yavé”.[4]

 

“Pregúntenme… por la obra de mis manos” (vv. 11-13)

La criatura (individuo y comunidad) es confrontada por el creador para preguntarle por tres realidades: el porvenir, sus hijos y la obra de sus manos. “Yavé, el modelador de Israel, no puede aceptar que se cuestione sobre sus hijos, los exiliados”.[5] Se le recuerda al pueblo su absoluta dependencia en relación con Dios en el marco del pacto y de la creencia firme en Dios como creador, encaminado todo ahora hacia la liberación de Israel: “La palabra profética en 45.11-13 está dirigida a la golah y a aquellos que no quisieron reconocer que Yhwh, ‘Hacedor de Israel’, había llamado a un comandante militar extranjero como libertador. Sin embargo, Yhwh puede ejercer su derecho de dirigir la historia como quiera, un derecho indiscutible que se ha ganado como Creador de la tierra, las personas y las estrellas: ‘Lo he despertado en justicia y suavizaré todos sus caminos’ (45.13a)”.[6]

Yahvé acepta ser interrogado, pero no como para responder en una especie de juicio sino para puntualizar lo que hace por causa de su potencia creadora (12: “Yo hice la tierra; hice también al hombre y lo puse sobre ella. Yo extendí los cielos con mis manos, y di órdenes a todas sus estrellas”), que ahora estará, a través de la hegemonía extranjera, al servicio de “la liberación de mis cautivos”, “mi golah”, como dice el texto original (13a). Ése es el peso específico de esta recuperación liberadora de la doctrina de la creación: proporcionar esperanza a una comunidad desperdigada y sin un destino claro. Las preguntas planteadas vienen de los israelitas exiliados, destinatarios permanentes del profeta, que enfrentaban una severa crisis de fe en el Dios de la alianza. 

 

Conclusión

Las dudas del pueblo tenían que ser respondidas por este fuerte lenguaje basado en el poder creador de Dios (de manera similar a como respondió a Job, la víctima inocente). El pueblo estaba desanimado, deshilachado, sin rumbo claro. Pero Yahvé responde en la clave creadora para reconstruir la esperanza de los cautivos: “…no se puede objetar la capacidad de Yavé de actuar en la historia, como no se la objeta para la creación. Sobre todo que aquella obra defectuosa no es tal: el proyecto de liberación por medio de Ciro es lo que cuenta en este momento”.[7] El proyecto divino sería capaz de recrear al pueblo y de otorgarle un destino acorde con el pacto y sumamente positivo, en consecuencia. No estamos delante de una lectura triunfalista de la historia de salvación, por el contrario, nos asomamos a un episodio en el que la fe en el Dios que hizo todas las cosas se reinventa y funciona efectivamente para mirar siempre hacia adelante, hacia el futuro de Dios: “Y esto es un canto a la esperanza. El metamensaje del texto obliga a mirar al futuro (la liberación) y no al pasado (cómo uno fue hecho). No sólo eso, sino que tampoco el pasado es producto de una incapacidad de Yavé sino, en definitiva, su obra. Y ésta revela justamente su finalidad justamente por cómo fue hecha”.[8]



[1] W. Eichrodt, Teología del Antiguo Testamento. II. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1975, p. 106.

[2] L. A. Schökel y J.L. Sicre, Profetas. I. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1980, p. 266.

[3] J. Severino Croatto, Isaías: la palabra profética y su lectura hermenéutica. Vol. II. 40-55. Buenos Aires, Lumen, 1994, p. 126.

[4] Ídem.

[5] Ídem.

[6] Ulrich F. Berges, The Book of Isaiah: Its composition and final form. Trad. de Millard C. Lind. Sheffield, Sheffield Phoenix Press, 2012, p. 332. Versión propia.

[7] J.S. Croatto, op. cit., p. 127.

[8] Ídem. Énfasis original.

viernes, 4 de noviembre de 2022

La afirmación del Dios creador, tema central de las Escrituras (Isaías 45.1-8), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz


6 de noviembre, 2022

Yo soy el que ha creado la luz y las tinieblas; yo soy el que hace la paz y crea la adversidad. Yo, el Señor, soy el que hace todo esto.

Isaías 45.7, Reina-Valera Contemporánea 

Trasfondo

La enseñanza sobre la creación es uno de los grandes pilares teológicos y espirituales en los que se fundamenta la fe bíblica. Su desarrollo, que se puede rastrear admirablemente en muchas porciones del AT (pues Gn 1-2 no es el único lugar donde se encuentra enunciada) permite asumir, desde diferentes lenguajes y perspectivas, la profunda intuición de la acción creadora de Dios. Ciertamente, en los pasajes iniciales de la Biblia es posible advertir el conflicto ideológico que representó establecerla de manera diferenciada a la de otras creencias antiguas. Ello manifiesta el gran esfuerzo de la revelación para arraigar una fe viva y ejemplar en la capacidad creadora de Dios, quien del caos preexistente (tohu babohu) trajo a la vida todo lo que existe, con una sonrisa de agrado de por medio. Anunciar, creer y celebrar la creación de Dios es un compromiso espiritual y social que, a partir de la reflexión sólida, puede conducirnos como bien lo dijo y escribió el Dr. Juan Stam a considerar las buenas nuevas de la creación como algo renovador y refrescante.[1] En la segunda parte de Isaías (caps. 40-55) hay un énfasis particular en la relectura de la creación, especialmente por la necesidad del pueblo de situarse adecuadamente en una nueva etapa histórica y de relación con Dios por causa del exilio en Babilonia. Fue allí adonde se redactaron los textos sacerdotales que reelaboraron los relatos de la creación, tal como se conocen. Como bien explicó Gerhard von Rad:

 

El mundo y cuanto él contiene no encuentra su unidad y cohesión interna en un primer principio de orden cosmológico, como el que buscaban los filósofos jónicos de la naturaleza, sino en la voluntad creadora y absolutamente personal de Yahvéh. El mundo tampoco proviene de la lucha creadora entre dos principios mitológicos personificados, como ocurre en tantos mitos de la creación. El documento sacerdotal ofrece diversas definiciones del modo como actúa la voluntad creadora de Dios y entre ellas existen notables divergencias teológicas. Al comienzo hallamos la frase que todo lo abarca: Dios “creó” el mundo.[2]

 

Yahvé revela al rey Ciro de Persia como su siervo (vv. 1-5)

En la segunda parte de Isaías la alusión a la creación robusteció la confianza porque ese profeta vio en la creación un acontecimiento salvífico. En Is 44.24 Yahvéh se presenta a sí mismo como ‘tu salvador y tu creador’. Tanto en este texto como en 54.5 […] sorprende la facilidad con que se yuxtaponen y combinan contenidos de fe, que para nuestra mentalidad se encuentran muy distantes entre sí. Yahvéh creó el mundo, pero creó también a Israel”.[3] Isaías II es

 

el gran poema de la vuelta del destierro, el segundo éxodo, más glorioso que el primero. El segundo éxodo recoge el antiguo, lo actualiza y lo levanta a nuevo nivel histórico. Ello demuestra que el primer éxodo, en cuanto acontecimiento empírico, tiene un límite y condicionamiento; pero en cuanto salvación divina, no se agota, sino que se supera a sí mismo hacia el futuro. Como experiencia religiosa y en formulación múltiple se ofrece de nuevo, anulando el límite y el condicionamiento: la salvación de Dios, que penetra en la historia para realizarse en ella, desborda esa historia con su plenitud sin límites. […] El Señor, como soberano de la historia, entrega a Ciro reinos, reyes, ciudades y tesoros.[4] 

En medio de ese propósito esperanzador aparece la figura del rey persa Ciro, quien es presentado, nada menos, que como “ungido de Yahvé” cumple además con la misión de libertador. “Por primera vez en la historia del pueblo escogido, un oráculo de Dios favorable se dirige a un rey extranjero dándole el título de Ungido. Dios lo hace entrar de alguna manera en la serie de la dinastía davídica, rompiendo las murallas de la elección” [45.1-3].[5] La elección de Ciro está referida a Israel, como el anuncio a Ciro se encuentra dentro de un anuncio a Israel: éste es centro de la historia de salvación, pero no lo limita. “Desde ese centro, Dios es quien escoge y dirige otros personajes que no lo conocían El puesto exclusivo no lo ocupa el pueblo, sino Dios”.[6] Todo ello, sin que Ciro mismo proclame su fe o creencia en Yahvé.

 

Yahvé, creador y sustentador de todas las cosas (vv. 6-8)

“La creación es una acción histórica de Yahvéh, una obra dentro del tiempo. Ella abre realmente el libro de la historia. Cierto, por ser la primera obra de Yahvéh, se encuentra al principio absoluto de la historia; pero no está sola, otras le seguirán”.[7] Con esta conciencia, el texto pasa a referirse a la creación divina en términos muy enfáticos: “Dios se llama a sí mismo ‘creador de la tiniebla, creador de la desgracia’. Como Dios y Señor único, todo procede de él; lo mismo que la creación entera es obra suya. Todo lo creado tiene un carácter polar, y no hay más que un creador. Las tinieblas representan la naturaleza, la desgracia la historia. […] El término crear es especialidad de Isaías II, que lo usa 15 veces”.[8] Dios, el creador, se ha manifestado a Ciro y ahora despliega su capacidad para producir, incluso, las realidades más contradictorias (luz/tinieblas, paz/adversidad, v. 7), pero siempre en un plano de salvación, pues inmediatamente se invoca la fecundación del cielo (rocío y nubes) y la de la tierra (brote y germen). De la conjunción de todo eso brotará la salvación.

Para el Dios de Isaías II, crear ya es salvar (Is 51.9), y mantener la creación estable y sana es una manifestación de su bondad y magnificencia. El v. 8 reúne ambos elementos y los entreteje admirablemente, al dirigirse a los elementos de su creación: “Ustedes, cielos, dejen caer su lluvia; y ustedes, nubes, derramen justicia; y tú, tierra, ábrete y deja que brote la salvación junto con la justicia. Yo, el Señor, soy su creador”. Esta combinación permite apreciar cómo el Dios creador también es sustentador y preservador de la vida, además de agregar el componente central de la salvación a un pueblo que se encontraba atravesando una prueba mayúscula. El Señor Dios crea, recrea y vuelve a crear siempre, las veces que sea necesario. En el caso del pueblo desterrado, Él los recrearía nuevamente como una nación que ocuparía su tierra posteriormente, y en eso Ciro tuvo que ver mucho como instrumento suyo.

 

 

Conclusión 

Afirmar a Dios como creador, en medio de todas las circunstancias, llegó a ser parte del núcleo central de la confesión de fe del antiguo pueblo de Dios, aun cuando el camino para desarrollar esa doctrina tuvo que esperar para expresarse plenamente. Si el pueblo conoció primero a Yahvé como libertador, la creencia en Él como creador tuvo que enfrentar varios debates ideológicos y culturales para imponerse como una realidad central en la fe y en la conciencia del pueblo. La voluntad creadora de Dios se seguiría manifestando al pueblo de múltiples maneras y será en Isaías III donde es posible asomarse al horizonte de la nueva creación, los cielos nuevos y la tierra nueva.



[1] Cf. J. Stam, Las buenas nuevas de la creación. Grand Rapids-Buenos Aires, Eerdmans-Nueva Creación, 1995.

[2] G. von Rad, Teología del Antiguo Testamento. I. 3ª ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1995, p. 191.

[3] Ibid., p. 186.

[4] L. A. Schökel y J.L. Sicre, Profetas. I. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1980, p. 266.

[5] Ibid., p. 291.

[6] Ídem.

[7] G. von Rad, op. cit., p. 188.

[8] L. A. Schökel y J.L. Sicre, op. cit., pp. 266-267. 

La paz, el amor y la fe en Dios (Efesios 6.21-24), Pbro. Dr. Mariano Ávila Arteaga

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