27 de noviembre, 2022
“Yo soy el Señor, el que habla con justicia y da a conocer lo que es recto”.
Isaías 45.19b, Reina-Valera Contemporánea
Trasfondo
La perspectiva que, sobre la creación, la salvación y la liberación
desplegó la segunda parte de Isaías se completó con una visión muy clara sobre
los designios de Dios para su creación y llega hasta nosotros para mostrar los
tres aspectos complementarios que es necesario relacionar para comprender mejor
el grandioso proyecto para su pueblo y para la creación entera (creación,
redención y sustentación, dice, por su parte, Edesio Sánchez C.). Ligar la
liberación del pueblo desterrado con la doctrina de la creación es una de las
características principales de esta sección del libro profético, lo que
permitió advertir en profundidad la continuidad del proyecto de Dios: al librar
a su pueblo de la sumisión, éste podría advertir más facetas en el propio Dios
y la de creador se instalaría como central para la existencia espiritual del
antiguo Israel. La grandeza de la creación es testimonio de las intenciones
salvíficas de Dios y eso es lo que marca la diferencia con las demás
divinidades: “La creación participa de estas obras de salvación y comparte la
alegría del pueblo en su regreso a la tierra deseada”.[1]
No debemos olvidar que la primera
página del Génesis encuentra, posiblemente su origen literario en los capítulos
40-55 del libro de Isaías, conocido como Segundo Isaías. Estas páginas nacieron
en tiempos difíciles cuando los esclavos y esclavas vivían oprimidos en
cautiverio en Babilonia. De este grupo de hombres y mujeres excluidos vino la
buena noticia.
Allí, del fondo del pozo, una teología
de dimensiones completamente nuevas, inéditas, pero que venían sucediendo desde
el principio, desde siempre (Is 41.26; 43.19).
Es el anuncio del Dios Creador, de la
gran madre, la única madre que genera la vida de todos y de todo: “Yo te formé…,
te hice…, te creé…, te modelé a ti..., te tomo de la mano..., te ayudo...,
estoy contigo..., te doy fuerzas...”.
En estas páginas, Dios deja de ser
sólo el Dios de Israel. Dios es el Dios de todos, incluso de los niños sin
familia, de los sin genealogía, de los pueblos sin pueblo, de las culturas
oprimidas, excluidas, marginadas (Is 45.9-12). Todos son sus hijos, incluso los
no judíos, hijos de la violencia, la guerra y la deportación (Is 45.23-24).[2]
“El Dios que
formó la tierra… no la creó sin un propósito” (v. 18a)
La intención con que Dios creó el universo entero se fue comprendiendo a
cada paso de la historia de la salvación, al grado de que al llegar a
redactarse los textos más representativos de la doctrina misma de la creación
eso sirvió para desvelar progresivamente el plan divino de redención. Lastimosamente,
la tierra ya había sido objeto de agresiones por causa del pecado humano, tal
como lo plantea Is 24.4-6: “La tierra ha quedado destruida. Cayó enferma, y con
ella también el mundo. ¡El cielo y la tierra se enfermaron! La tierra quedó
contaminada por causa de sus habitantes, pues transgredieron las leyes,
falsearon el derecho, y quebrantaron el pacto eterno. Por eso la maldición
consume la tierra, y sus habitantes son asolados; por eso han sido consumidos
los habitantes de la tierra y son muy pocos los que aún quedan”.[3]
De allí vendrá la asociación entre creación y
liberación del pueblo, pues la primera también será restituida cuando el Señor
muestre la salvación a su golah (diáspora). Ahora este pueblo estará en
condiciones de acercarse a un Dios más “completo”, por decirlo así, pues abarca
aspectos que supuestamente estaban en otros dioses como los cananeos de la
lluvia o el rocío (45.8; 55.10-11), o como modelador de lo creado (45.9) o
dominador de los mares agitados (51.15). Además, por primera vez, Dios será
llamado “padre” (63.15-16). Y es más “completo” porque “todo lo que es elemento
de vida, de seguridad, de esperanza para los pobres, lo recoge, añade, engloba
presente de manera significativa, en 2 Isaías […] Lo mismo puede decirse de la
palabra tohu / caos. El adversario mítico de los orígenes también está
muy presente en los textos del segundo Isaías (Is 34,11; 40,17,23; 41,29; 44,9;
45,18; 49,4)”:[4] .
“Porque así dice el Señor, que creó los cielos, Dios que formó la tierra, que
la hizo y la estableció; quien no lo creó para ser caos/tohu, sino para
ser habitado: Yo soy el Señor, y no hay otro” (45.18). Los demás dioses no
existen: si son de los opresores, son ídolos, imágenes, no son nada, son tohu,
caos, vacío.
“Yo soy el Señor, el que habla con
justicia y da a conocer lo que es recto” (v. 19)
Podríamos decir que, en la creación de Dios, se juntan la estética y la
ética: si en el principio de los tiempos el propio Dios se maravilló de lo que
había hecho y se deleitó en todo lo que hizo, la dimensión estética se impuso
para mostrar cómo la capacidad creadora del señor no fue solamente un alarde de
poder sino también de delicadeza, de apreciación de las cosas bellas que habían
brotado de su mano. Esa tendencia está presente en una enorme cantidad de
textos que celebran la grandiosidad de todo lo creado. Pero, al mismo tiempo,
en Isaías II es posible apreciar la dimensión ética de la creación al
establecer cómo la mano del Señor Dios estableció la justicia como una
necesidad ineludible para disfrutar de lo creado.
De ahí que lo que ahora se conoce como eco-teología
se ocupe tan profundamente de las consecuencias éticas para el mantenimiento de
la creación. La justicia climática y la económica, por ejemplo, se funden en un
punto en el que es preciso marcar las distancias entre el lugar de cada
criatura en el universo (o pluriverso, como ahora dicen algunos) divino.
La nueva creación de Dios reclama, exige y posibilita la justicia que debe
experimentarse en todos los ámbitos, pues en ese sentido todo es ecología:
desde la relación de Dios con sus criaturas hasta la relación de éstas entre
sí. Las intuiciones que vienen desde los primeros capítulos de Isaías
(especialmente en 11.1-9 en donde se pinta un cuadro impensado de armonía entre
criaturas aparentemente enemistadas: lobo-cordero; niño-áspid) apuntan hacia la
superación de las barreras que impiden experimentar la justicia en medio de la
creación.
Conclusión
La justicia, como bien ha escrito la teóloga
dominicana Tirsa Ventura, se presenta como una “mediación para algo
verdaderamente nuevo”: “La justicia en la Biblia es también presentada como un
don de Dios, y como un proyecto de Dios para el mundo. Un proyecto que el
pueblo de Israel va a ir descubriendo como liberación y promesa, pero sobre
todo como compromiso de generar nuevas relaciones, nuevas acciones. Si es así,
se trata de una tarea humana de relaciones sociales complejas, en la que la
clara dimensión religiosa, hace aparecer también lo paradójico”.[5] La
estética y la ética se juntan para encaminarnos al Reino de Dios en donde la
vida se impondrá en todas sus manifestaciones y vertientes como parte del plan
divino originario:
La obra redentora de YHVH, en Isaías
40-55, se ve como la práctica de la justicia; es decir, la creación-redención
entran al campo de la ética social: Para liberar a su pueblo, YHVH, de acuerdo
con la poesía profética, hace uso de las imágenes y metáforas del ámbito de la
creación, y abre el camino para mirar otros textos proféticos que incursionan
el campo ecológico desde la ética social. […]
Y es precisamente aquí donde
encontramos, en la proclamación profética, la indisoluble unidad de la ética
social y la integridad del medio ambiente, del sistema ecológico.[6]
[1] Amós
López, “Salud, vina plena, salvación: miradas ecoteológicas”, en RIBLA,
núm. 80, 2019/2, p. 66.
[2] Sandro Gallazzi, “Envia teu espírito e haverá criação”, en RIBLA, núm.
80., 2019/2, pp. 31-32. Versión propia.
[3] Cf. Tim Heishmann, “A reflection on Isaiah 24:4-6:
Climate justice”, en www.brethren.org/news/2020/reflection-on-isaiah-climate-justice.
[4] Ibid., pp. 32-33.
[5] María Cristina Ventura Campusano, “Justicia y nueva
creación. Una lectura de Isaías 11, 1-10”, en RIBLA, núm. 80, 2019, p. 113.
[6] E. Sánchez C., op. cit., pp.
103, 104. Cf. Ídem, p. 104, en donde se
refiere a Oseas 2.18-23; 20-25.