7 de abril, 2023
Era un hombre lleno de dolor,
acostumbrado al sufrimiento.
Como a alguien que no merece ser visto,
lo despreciamos, no lo tuvimos en cuenta.
Y sin embargo él estaba cargado con nuestros sufrimientos,
estaba soportando nuestros propios dolores.
Isaías 53.3-4a, Dios Habla Hoy
El sufrimiento de los hombres y el sufrimiento de Jesús forman una unidad, en la que entra también aquel que quiera seguirle.[1]
Bárbara Andrade
Trasfondo
En el tercer Cántico del Siervo sufriente de Isaías
(50.4-9) sobresale la forma en que éste asume la tarea central de “consolar a
los cansados” (50.1a), así como la perspectiva del sufrimiento (“Ofrecí mis
espaldas para que me azotaran / y dejé que me arrancaran la barba. / No retiré
la cara / de los que me insultaban y escupían”, 10.6, TLA), además de su total
certeza en la ayuda de Dios (50.8-9): “La misión no es sencilla, más aún cuando
se sabe que es universal. Es por eso que en este tercer canto se presenta la
“Crisis” del Siervo, porque son las múltiples las dolencias las que ha padecido
y los resultados casi nulos. Pero la crisis no desencadena el abandono de la
misión, sino que confirma al Siervo por su gran fe, y porque Yahvé que lo ha
elegido desde el mismo seno materno [49.1] le proporcionará toda la ayuda que
sea necesaria para que el Siervo cumpla la misión”.[2] El cuarto Cántico (52.13-53.12) emerge
como una concentración mayúscula de todo lo que debía vivir y realizar este
Siervo doliente, es decir, la manera en que llevaría sobre sí la experiencia
trágica y, paradójicamente, salvadora, de su pueblo.
Como novedad
importante, este poema va introducido por una especie de prólogo, que ocupa los
tres últimos versículos del capítulo anterior, y que es semejante a una
obertura musical que enuncia los temas de una ópera. Ese carácter de “obertura”
se marca también porque sólo aquí y en el colofón final es Dios quien habla. Y
dice así: “Mirad, mi Siervo tendrá éxito. / Subirá y crecerá mucho. / Como
muchos se espantaron de él / porque estaba tan desfigurado que no tenía aspecto
humano ni parecía hombre, / Así asombrará a muchos pueblos, y los reyes
cerrarán su boca ante él: / porque verán algo inenarrable y contemplarán algo
inaudito”. Tres temas muy claros: crecimiento y éxito del Siervo. Pero —antes—
espanto y horror. Y como consecuencia el asombro ante algo inaudito.[3]
1. El sufrimiento apasionado y silencioso del Siervo (vv. 4-9)
Nos acercamos al último cántico en actitud
contemplativa y meditativa, a fin de tratar de alcanzar sus líneas dominantes,
la forma en que el perfil del personaje de va a desdoblar en la figura mesiánica
y salvadora que el Nuevo Testamento encontró en él: “El tema central del poema
lo resumiremos así: el Siervo, que posee una dignidad anterior y al que se le
promete aún una mayor exaltación futura, se somete voluntariamente a una prueba
de dolor y sufrimiento. Los reyes, las naciones, el pueblo, se asombran ante su
estado, que produce escándalo. Yahveh explica sin embargo las razones que
motivan su humillación, y promete la salvación escatológica de las naciones
como pago de su muerte expiatoria”.[4] Su estructura profunda dice
también muchas cosas:
Poema de un Siervo de Dios paciente y glorificado. […] El
cuerpo [del texto] es la narración que un grupo hace de la pasión, muerte y triunfo
del personaje. […] El autor quiso trabajar con pronombres, quiso evitar los
nombres (salvo ‘el Señor’) él, nosotros, ellos, frente al lector. […] El contenido
es clarísimo, y por eso es tan extraño. Un inocente que debe sufrir (contra la doctrina de la retribución),
mientras son respetados unos culpabIes (escándalo de algunos salmos), un humillado
que triunfa (esto es menos extraño, aunque siempre sorprende), un muerto que
vive (esto suena a ilusión poética)”[5]
Los entretelones del mensaje son
algo extraordinario en toda la profecía de Isaías II y no tienen equivalente en
el A.T.
Cargó con todos los sufrimientos
4 Y sin embargo él estaba cargado con nuestros sufrimientos,
estaba soportando nuestros propios dolores.
Nosotros pensamos que Dios lo había herido,
que lo había castigado y humillado.
Sufrimiento vicario, sustitución redentora, sadomasoquismo,
salvación apasionada, ser objeto de la violencia gratuita de Dios, un sacrificio
que anula absolutamente toda otra forma de sacrificio (René Girard)… Eso y
mucho más se podría argumentar para introducirse a ese espacio vital y
divino-humano en el que se conjuntaron el sufrimiento humano elevado a la
máxima potencia, la crisis al interior de Dios y la verosimilitud de la acción
de la Divinidad en medio de una historia contradictoria y plagada de
sinsabores. El retrato del Siervo sufriente de Yahvé es como la suma de
diversos personajes bíblicos cuyo perfil ligado al sufrimiento gratuito e
inexplicable salta a la vista como una auténtica protesta contra los poderes
insensibles capaces de hacer padecer a alguien, sea Mesías o no, la mayor parte
de las veces, no.
Hay un “nosotros” que, a la
manera de un coro hablará hasta el final de este cántico: la pregunta del v. 1
sobre lo que está revelando Dios de manera activa plantea la dificultad de
creer en semejante cuadro (1-2). “El brazo del Señor activo en la historia se
ha revelado con frecuencia, a veces de modo espectacular; con todo, no siempre
era fácil reconocerlo, no todo querían reconocerlo”.[6] Cargar con el sufrimiento de los
demás de manera sustitutiva era, para la época una nueva forma de afrontar la
necesidad de plantarse ante Dios, pues este vicario experimenta el sufrimiento
en lugar de todo un pueblo. La comunidad que habla supondría que Dios lo había
herido, castigado y humillado, como a Job en otro momento, sin motivo alguno.
Nuestra rebeldía lo traspasó
5 Pero fue traspasado
a causa de nuestra rebeldía,
fue atormentado a causa de nuestras maldades;
el castigo que sufrió nos trajo la paz,
por sus heridas alcanzamos la salud.
El tormento y castigo que recibe el Siervo tiene un
carácter instructivo, es como “una corrección que produce un efecto saludable”.[7] La tragedia que vive, producida
por la rebeldía y la maldad del pueblo acumulados, tiene como resultado o cara
opuesta el bienestar colectivo, es una entrega al sufrimiento para granjear el shalom
comunitario, por toda la carga socioeconómica, política y espiritual que arrastra
esta palabra. El beneficio obtenido a través de él es la concentración
redentora capaz de traspasar las calamidades vividas para obtener sanidad para
el pueblo mediante la empatía absoluta generada por un padecimiento voluntariamente
aceptado. No se trata de repetir, una y otra vez las tragedias para que éstas,
mágicamente, curen a los necesitados: deben ser superadas mediante la sólida
conciencia de que todo sacrificio debe ser abolido para siempre, de que la
cruces humanas e inhumanas deben ser clausuradas definitivamente. La rebeldía acumulada
del pueblo, en medio de la imparable dinámica histórica, produjo ese tormento
concentrado en la vida del Siervo inocente.
Llevó toda la maldad sobre sí
6 Todos nosotros nos
perdimos como ovejas,
siguiendo cada uno su propio camino,
pero el Señor cargó sobre él la maldad de todos nosotros.
El hecho de que cada cual siguiese su camino (“ovejas
descartiadas”), una reminiscencia lejana del libro de los Jueces, refiere al
hecho de que se está frente a “ese individualismo que separa y que, en vez de
convivir, prefiere competir”,[8] cada cual busca lo suyo propio y
ese descarriamiento condujo progresivamente al desastre del pueblo, a su falta
de unidad, de propósito, y con ello hacia la destrucción sociopolítica del
pueblo que fue llevado al exilio. Es una firme confesión de pecado desde la
imagen clásica, y muestra al pueblo releyendo su historia en la dinámica de
obediencia-desobediencia, un motivo profético muy reiterado, agregando el
elemento litúrgico del cordero que viene adelante. “A la confesión de pecado se
añade otra no menos difícil: que Dios mismo dirigía y controlaba los acontecimientos,
que Dios hizo cargar al siervo con las consecuencias de culpas ajenas, las
nuestras”. Ese control divino, tan manoseado en estos tiempos, estaba encaminado
hacia algo más grande e inaudito aún: “Y porque Dios no ha perdido el control
de la historia, se anuncia una prolongación de la vida del Servidor (¡que en
los vv. 8-9 parecía suprimida!), una vida repleta de luz y saciedad y, se
anuncia que el proyecto del Siervo (= la voluntad del Señor) prosperará por su
mano. Y todavía se anuncia algo más increíble: que sus mismos verdugos serán
salvados gracias a él”.[9]
Asumió el maltrato desde el silencio
7 Fue maltratado, pero
se sometió humildemente,
y ni siquiera abrió la boca;
lo llevaron como cordero al matadero,
y él se quedó callado, sin abrir la boca,
como una oveja cuando la trasquilan.
“Quien está mudo y es llevado no
es el siervo, sino la oveja y el cordero, respectivamente”.[10] La insistencia en el silencio y
la pasividad también ofrece muchas lecciones, pues a diferencia del torrente
apasionado de Job, la actitud del Siervo se asemeja a la mudez de Ezequiel,
también en el exilio. Como explica Dussel su precariedad y (aparente) pasividad
total: “El Siervo no se sostiene, es sostenido (42.1); no se elige, es elegido;
no inventa su doctrina, sino que la recibe (50.4); no se defiende, es Dios
quien lo ayuda (50.7); ha sido llamado a una función (49.1) y ha sido investido
de las actitudes necesarias (49.2); él no va en nombre propio, es enviado
(49.3-6) y será glorificado (52.13) por Yahveh”.[11] Trasladado esto a la pasividad
de Jesús en la cruz, queda bien clara la forma en que asumió su padecimiento
vicario con la notable excepción del grito solitario de Marcos (15.34), citando
el Salmo 22, única expresión verbal recogida por ese evangelio:
En la cruz se
mantiene Jesús y actúa "sin hacer nada", sólo padeciendo y
permaneciendo fiel a su compromiso en favor de la vida y del reino (aunque sin
comprenderlo). […] Ciertamente, el Padre estaba con el crucificado en el
Calvario, pero Jesús era incapaz de escuchar humanamente su respuesta. Dios se
expresa de esa forma como Padre “oyendo el grito de Jesús y aún así no pudiendo
hacerle oír su respuesta...” en la Cruz. Sólo desde ese fondo puede entenderse
el encuentro salvador, divino y humano, de la pascua: Jesús ha muerto con el
grito de la última pregunta, sin palabras... Dios le ha respondido más allá de
la muerte, como saben y proclaman, con la fuerza del Espíritu, los fieles de la
iglesia. La cruz y la pascua forman según eso un acontecimiento doble, son
cuestión y respuesta, diálogo cumplido y culminado, conforme a la primera línea
del “diagrama de la persona”.[12]
Fue arrancado violentamente de esta tierra
8 Se lo llevaron
injustamente,
y no hubo quien lo defendiera;
nadie se preocupó de su destino.
Lo arrancaron de esta tierra,
le dieron muerte por los pecados de mi pueblo.
Hasta esta parte del cántico aparecen las alusiones
legales, la negación de un juicio al que el Siervo, igual que Jesús, no tuvo
derecho. La injusticia toma su lugar con toda la intensidad propia del caso:
fue “levantado”, secuestrado, sometido a tortura, no tuvo defensa y, para colmo
de males, “nadie se preocupó de su destino” (8b). Seguramente el texto da fe de
las personas desaparecidas, sin juicio de por medio, por el imperio babilónico.
En México, el abogado Ignacio Burgoa Orihuela desmenuzó los detalles de ese
proceso inexistente (desde las entrañas del derecho romano) y encontró que, en
efecto, ambos juicios, el religioso y el político, tuvieron enormes
deficiencias: “El ‘delito político’ contra Roma no fue materia cuestionada ni
pudo serlo, ante el citado tribunal, atendiendo a su notoria incompetencia. La
responsabilidad imputada a Cristo por sus acusadores ante el Sanhedrín era de
carácter religioso. Por esa responsabilidad se le condenó a muerte y para este
objetivo se solicitó la homologación de la sentencia respectiva y no por
ninguna responsabilidad derivada de una supuesta sedición contra el Imperio
Romano. Estas reflexiones nos llevan a esta evidente conclusión: hubo condena
sin delito, pues el juez que la impuso, Pilato, lo creó”.[13]
La lectura teológica es muy distinta:
“En la cruz, el Hijo de Dios ha tomado sobre sí el mal y el sufrimiento en su
propia muerte dolorosa e injusta, y por el Hijo el Padre ha sido incluido en el
sufrimiento de la cruz. Este rasgo, subrayado en varias teologías de la cruz
(Moltmann, Simonis, N. Hoffmann), es importante en el sentido de que plantea
que nuestro sufrimiento le toca también a Dios y de que no se mantiene una
contraposición entre un Dios ‘impasible’ —o cruel o arbitrario— y su criatura
sufriente”.[14]
Lo sepultaron con gente perversa
9 Lo enterraron al
lado de hombres malvados,
lo sepultaron con gente perversa,
aunque nunca cometió ningún crimen
ni hubo engaño en su boca.
Sin considerar su inocencia en obras y en palabras,
el Siervo fue colocado en su tumba al lado de gente perversa y malvada, con lo
que continuó su humillación. Su sepultura selló toda una vida de dolor y
desprecio y así terminó en la fosa común de los ajusticiados. “La proclamación
de inocencia la pronuncian otros, y después de la muerte: ¿no es demasiado
tarde? Hay un impresionante paralelismo de negaciones: ‘no tenía presencia ni
belleza ni aspecto atractivo’, ‘no había cometido crímenes ni hubo engaño en su
boca’. Los mismos narradores lo tuvieron ‘en nada’ y ahora lo tienen en mucho:
tal cambio de actitud, ¿no está proclamando también el valor de esa extraña
muerte? Sin duda vale más esta proclamación tardía que un magnífico mausoleo”.[15]
2. ¿Cómo dar el salto del Siervo sufriente a Jesús de Nazaret en la cruz?
Dado que los cánticos no se refieren a un solo
personaje, sino que son una reflexión desde el exilio acerca de diversas
figuras y situaciones de la historia de su pueblo (Abrahám, Egipto,
Jeremías...), la identificación histórica y simbólica nos coloca en la misma
situación que el eunuco etíope y su pregunta (Hch ), pues plantea muchos dilemas
y dudas.
El Siervo es alguien,
por el que, por mediación del cual, la Salvación existe en el mundo y en la
historia. ¿Quién ha sido realmente la persona nombrada por los poemas? No es
imposible saberlo, pero en verdad no tiene ninguna importancia, porque lo
esencial es el sentido mismo de la existencia humana abierta y dispuesta a ser
mediador entre Yahvéh y la Historia. El personalismo semítico rechaza toda
universalización a modo de arquetipo a-temporal: el Siervo no puede ser una
mera idealización, es siempre alguien histórico y concreto, en el presente
donde se reúne la temporalidad y la Eternidad.[16]
Lo que Jesús trató de llevar a cabo se situó en línea directa con los profetas antiguos: “…la gran revolución religiosa de Jesús —en seguimiento de los Profetas de Israel— consistió en proclamar que la relación del hombre con Dios se juega en las relaciones humanas, y no en las prácticas, usos u obligaciones religiosas. Éstas pueden ser útiles si ayudan al hombre para aquellas; pero Dios no las necesita”.[17] La vida y obra de Jesús se dieron prácticamente en el marco del Siervo de Isaías (Mt 12.15-21), en Mateo 8.17 (como comentario a su actividad de sanación en donde es explícita la referencia a 53.4: “…él tomó nuestras flaquezas y llevó nuestras enfermedades”) y del anuncio de Isaías 61 (Lucas 4), lo que formó parte de la primera predicación cristiana, por lo que los rasgos narrativos de la pasión que aluden a él se muestran con una intensidad poco común para acercar ambas figuras (y otras más que pudiera haber) para fundir el esquema del sufrimiento sustitutivo que debía acabar con el sufrimiento inexplicable para siempre, así como con el sacrificio en cualquiera de sus formas. “El siervo, en su dimensión trascendente, es el arquetipo de toda persona que en la historia ha entregado su sangre en las luchas por la justicia y la equidad para sus hermanos”.[18]
SONETOS DEL SIERVO
Por cárcel y por juicio fue quitado;
y su generación, ¿quién la contará?
I
El
siervo, siervo es por el llamado
a asumir
de la vida el compromiso
impactante,
central, pues Dios lo quiso:
que se
hiciera un profeta enamorado
de los
planes de un reino avizorado,
añorado,
sin par, un paraíso
encontrado
de nuevo, insumiso,
por la
fe que en la historia se ha probado.
Hoy su
voz y su ejemplo resucitan
y se
encarnan en seres sometidos,
levantados
por gracia de los polvos
de
esperanza fugaz, ya no en rescoldos,
que
renace y se ve; los tiempos idos
la
consagran, la animan, la suscitan.
II
Ese
siervo nació para el martirio
al que
fue con los ojos desolados;
no
mintió, no gritó, pues de su lado
había un
Dios solidario hasta el delirio
por los
seres que en manos del asirio
afrontaron
la muerte atosigados
por un
dejo de luz acompañados
y
llegaron con fe hasta el martirio.
Ese
siervo encontró entre la desdicha
los
rumores del reino tan ansiado
encriptado
en los mares de la vida,
de la
historia inconsútil y sabida,
maremágnum
de seres asaeteados
con su
fe lastimada, ya predicha.
III
Anunciado
el destino de este siervo
en las
manos de un Dios beligerante,
aturdido
en su voz, mas deseante
de un
camino fugaz, pero con verbo.
Caminó
por la ruta, no soberbio,
con
Espíritu y ritmo caminante
de ese
ser: “Dios deseado y deseante”,
encerrado
en litigios de protervos.
A lo
lejos vislumbra un horizonte
luminoso,
inefable, justiciero,
anunciándose
firme y más certero,
jubiloso
en su faz, con fe y sincero
anhelante
de más, como el acero,
lleno de
aire, de paz, y ya bifronte.
IV
Encarnar esta inmensa servidumbre
es tarea toral para la vida
en común de la fe, tan exigida,
minoría ancestral, hoy muchedumbre.
Llega fuerte hasta hoy, con esta lumbre
insistente, formal, llena de vida,
grande lucha tenaz, así vivida,
en la noche ancestral, con reciedumbre.
Hay que oír esa voz, que no se pierda,
que germine en nosotros, todavía.
Que haga luz en la noche y la impulse
a esperar y a actuar con hidalguía
ante el tiempo fugaz que nos envuelve
para así dar la fe como gran vía.
(LC-O)
[1]
B. Andrade, Dios
en medio de nosotros. Esbozo de una teología trinitaria kerygmática. Salamanca,
Secretariado Trinitario, 1999, p. 186.
[2] Rafael Ricardo Parra Osorio, El camino del Siervo sufriente: una
lectura teológica de Is 42.1-9; 49.1-13; 50.4-9 y 52.13-53.12. tesis de
Licenciatura en en Educación con especialidad en Estudios Religiosos. Bogotá,
Universidad de La Salle, 2006, p. 145.
[3]
José Ignacio
González Faus, Servir para una espiritualidad de la lucha por la justicia en
los “cantos del siervo” de Isaías. Barcelona, Cristianismo y Justicia (CJ,
96), p. 13.
[4]
E. Dussel, op.
cit.
[5]
Luis Alonso
Schökel y José Luis Sicre, Profetas. I. Madrid, Ediciones
Cristiandad, 1980, pp. 328-329. Énfasis agregado.
[6]
Ibid., p. 330.
[7]
José S.
Croatto, Isaías: la palabra profética y su relectura hermenéutica. Vol. II: 40-55.
La libertación es posible. Buenos Aires, Lumen, 1994, p. 266.
[8]
J.I. González
Faus, Servir para una espiritualidad de la lucha por la justicia en los
“cantos del siervo” de Isaías. Barcelona, Cristianismo y Justicia (CJ, 96),
p. 15.
[9]
Ídem.
[10]
J.S. Croatto,
op. cit., p. 268.
[11] E. Dussel, “Habodah en los poemas del Siervo de Yahvéh” [1963], en Hacia
los orígenes de Occidente. Meditaciones semitas. México, Kanankil
Editorial, 2012, p. 195, http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/otros/20120130110342/8apen.pdf.
[12]
Barbara
Andrade, en Xabier Pikaza
[13]
I. Burgoa
Orihuela, El proceso de Cristo. México, Porrúa, 2022, p. 51, https://blobby.wsimg.com/go/254d3a3c-33e1-47a0-8628-874d42de5aeb/El%20proceso%20de%20Cristo%20-%20Ignacio%20Burgoa%20Orihuela.pdf.
[14] Bárbara Andrade,
"Algunas reflexiones sobre la 'creación ' y el sufrimiento”, en Proyección,
49, 2002.
[15] L. Alonso Schökel y J.L. Sicre, op. cit., p. 333.
[16]
E. Dussel, “Universalismo y misión en los poemas del Siervo de Iehvah”, en Ciencia
y Fe, vol. XX, 1964, pp. 447-448.
[17]
J.I. González Faus, op. cit.,
p. 16.
[18]
P. Andiñach, El Dios que está. Teología
del Antiguo Testamento. Estella, Verbo Divino, 2006, pp. 235-236.
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