viernes, 30 de junio de 2023

La oración de Jesús, oración del Reino de Dios (Lucas 6.12-19), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


2 de julio, 2023

Cierto día, poco tiempo después, Jesús subió a un monte a orar y oró a Dios toda la noche.

Lucas 6.12, Nueva Traducción Viviente


La oración es fundamentalmente un diálogo con Dios. Si se introducen finalidades alejadas de este objetivo, la oración queda desvirtuada, y si uno finge entonces hablar con Dios, incurre en blasfemia e hipocresía. Jesús denunció esta deformación con una claridad y dureza no igualadas por aquellos que, con el pretexto de la falsa oración, quieren eliminar también la oración auténtica.[1]

Oscar Cullmann

 

Trasfondo

Siempre es necesario hablar de la oración en el contexto cristiano, sobre todo por los problemas que implica su definición y su práctica. Se puede enunciar básicamente el dilema que plantea en términos de la voluntad divina: si Dios ya ha predeterminado todas las cosas y éstas son inmutables, ¿cuál sería la razón de ser de orar? ¿Tratar de influir en que Dios modifique sus planes? ¿O protestar firmemente para que actúe en función de nuestros deseos? Rubem Alves lo expresó como pocos:

 

La oración es un lenguaje que expresa un deseo. En ella, el ser humano coloca delante de Dios sus angustias y sus aspiraciones más profundas. Y ella estaría totalmente desprovista de sentido si la persona que ora no creyese que su deseo es capaz de modificar el curso de los acontecimientos. En la oración, el hombre intenta abolir el poder del así es por la magia del así debe ser. […]

¿Por qué se ora? Cada creyente ora, si y sólo si, él cree que, de alguna forma misteriosa, sus deseos son capaces de mover a una voluntad suprema, que permanecería impasible si la voz de la oración no fuese articulada. Él ora porque cree que su oración tiene el poder para poner en acción una eficacia extra que no existiría si permaneciese en silencio.

La oración, por lo tanto, revela algo sorprendente: un creyente que no cree en la Providencia como causalidad de hierro, y un Dios diferente que acoge los deseos humanos y altera el curso de las cosas.[2]

 

La oración como práctica espiritual constante según el modelo de Jesús en San Lucas nos acerca al tema mayor, Jesús y la oración, pues no hay ninguna relación más natural que ésta en los Evangelios, dado que la vida y obra del Señor son incomprensibles sin ella, pues todo lo que pensó, hizo, dijo y proyectó se basa en la íntima relación que tuvo con Dios el Padre mientras estuvo físicamente en la tierra. Lucas es el evangelio de la oración por antonomasia, es como “el clima en el que se desarrolla la vida cristiana”. “La oración no sólo ocupa un puesto privilegiado en su narración evangélica, donde la figura de Jesús orante cobra un relieve mucho mayor que en los demás evangelistas, sino que continúa en la vida de la comunidad cristiana, como se describe en el libro de los Hechos. La presentación de Jesús orando es un dato importante para el discípulo, porque una de las actitudes fundamentales del seguimiento de Jesús es precisamente la continua comunicación con Dios”.[3] La oración de Jesús estuvo siempre en función de su mensaje central, la venida del Reino de Dios y eso dominó toda su actuación y mentalidad. Aun cuando en los cuatro evangelios el tema aparece por doquier, en Lucas, particularmente, es posible ver a Jesús practicando la oración, cuestionando su mala práctica y enseñando sobre ella. De hecho, la oración que enseñó a sus discípulos difiere de la de Mateo en algunos aspectos, como veremos.

 

Jesús oró sobre un monte (v. 12)

Como bien ha recordado Jon Sobrino, Jesús “fue un judío que conocía y practicaba la oración tradicional de su pueblo”,[4] en tiempo y forma, conforme a lo que aprendió en medio de él, no obstante lo cual insistió en desmitificarla y renovarla. Jesús oró en consonancia con su mensaje y también denunció los excesos y carencias del modo convencional de hacerlo. “Jesús no fue un ingenuo con respecto a la oración; que él mismo no la ejercitó por mera rutina o tradición, como si la oración de su pueblo fuese una región totalmente autónoma de la fe de su pueblo, que no se prestase a ser manipulada”.[5] Las prácticas populares de la oración aparecen desde muy temprano en el evangelio de Lucas (cap. 1) y será hasta Lc 5.16 cuando se muestra a Jesús apartándose de la gente para orar, con lo que “el dato de su alejamiento pone en estrecha relación su actividad de enseñanza y de curaciones con una comunicación directa con el Padre”.[6]

 

Aunque la mención de la “montaña” también se encuentra en Marcos (Mr 3.13) —de donde, probablemente, deriva, el término tiene, en Lucas, una connotación especial, en cuanto sitio de oración (cf. Lc 9.28). La montaña es el lugar privilegiado de la presencia de Dios, de la cercanía al Dios que se revela. En el curso de la narración de Lucas se mencionará una montaña específica, cerca de Jerusalén (Lc 19.29; 21.37; 22.39), pero esa connotación del monte es una realidad que atraviesa todo el evangelio.[7]

 

Orar toda la noche lo capacitó para decidir y servir (vv. 13-19)

El otro elemento del v. 12, orar toda la noche, es sumamente característico de la práctica de Jesús. Literalmente, el texto dice: “Se pasó la noche en la oración de Dios”. Su persistencia en la oración lo llevó a extremar el tiempo dedicado a ella. Ni Marcos ni Mateo mencionan esta oración, previa a una acción fundamental de su labor, la selección de los discípulos. “Esta adición de Lucas magnifica el cuadro para la elección de los Doce, como si quisiera decir que Jesús ha invocado la bendición de Dios sobre el acto que va a realizar. Tal vez sea ésta una manera de expresar, en términos típicamente lucanos, lo que el cuarto Evangelio atribuye al propio Jesús: “’los hombres que tú me confiaste; eran tuyos y tú me los confiaste (Jn 17.6). En los Hechos de los Apóstoles dirá Lucas que habían sido elegidos ‘por medio del Espíritu Santo’ (Hch 1.2)”.[8] Para nuestros fines, una oración de estas dimensiones agotadoras se justifica plenamente por la importancia de la decisión que iba a tomar al amanecer (vv. 13-17). Al descender del monte, su tarea sanadora y de enseñanza se desarrolló en plenitu (18) y su persona corporal se volvió el centro de la atención y la atracción por causas del “poder sanador” que emanaba de él.

 

Conclusión

Hacer coincidir el contenido de la oración con los valores, principios e ideales del Reino de Dios es la meta hacia la que hay que dirigir su práctica, incluso cuando nuestros deseos más profundos están en juego. Si se trata de la vida, de la salud, de la estabilidad, de la justicia o de una reivindicación necesaria, la oración estará en consonancia con los postulados centrales del Reino de Dios y en estricta consonancia con el mensaje de Jesús, todo lo cual nos permitirá responder y poner en práctica varias cuestiones acuciantes: ¿qué es la oración para cada uno de nosotros?, ¿cómo la practicamos en lo más hondo?, ¿qué tanto influyen los modelos bíblicos en nuestra oración?, ¿cómo oraba Jesús?, ¿qué tanto se parece nuestra oración a la suya?, ¿cómo podemos orar para mostrar que estamos en la línea del Reino de Dios?, y otras más que seguramente surgirán.


Aprendiendo a orar

Alfonso Chase (Costa Rica, 1947)


Padre nuestro que estás en la sangre.
Ayúdanos a salvarte del silencio,
haznos chispa o relámpago, corona
para la pobreza, pico de cuervo
y rosa despilfarrada en los jardines.
Santificado sea el cuerpo, la ramazón
oculta de las venas, las lágrimas
hablando con la hiedra, el dedo
poniendo límite al horizonte.
Padre nuestro que estás en las cosas.
Ayúdanos a despojarnos de todo,
regocíjanos en el amor al insecto
y la admiración silente por la sombra.
Santificado sea el nombre del prójimo,
el dolor de sus párpados, el filo inacabable
del labio, el arco maravilloso de la nuca
sosteniendo todos sus pensamientos.
Permítenos compartir
la espiga del hambre,
el Porvenir del alba y la sonrisa.
No nos niegues la tentación.
Empújanos al encuentro del dolor
engendrado en el pánico de saberte solo,
mas líbranos de nuestra voluntad
y déjanos en el instante largo de la duda.
Olvídanos en tu reino. No recompenses
nuestras obras, así como nosotros te perdonamos
la soledad perpetua de tu llanto.
Sálvanos de la vida perdurable
y del pan nuestro de cada día,
juzga nuestras deudas y haz que podamos
pagarlas en el doble. Padre nuestro
que estás en la sangre, permítenos
arder en la chispa y desaparecer en el fuego,
ahora y en la hora de nuestra vida. Amén.



[1] O. Cullmann, La oración en el Nuevo Testamento. Ensayo de respuesta a cuestiones actuales a la luz del Nuevo Testamento. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1999 (Biblioteca de estudios bíblicos, 92), p. 50.

[2] R. Alves, “La voz contradictoria: la oración”, en Protestantismo e repressão. São Paulo, Ática, 1979, p. 163. Énfasis original.

[3] Joseph A. Fitzmyer, El evangelio según Lucas. I. Introducción general. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1986, p. 411.

[4] J. Sobrino, La oración de Jesús y del cristiano. 3ª ed. Bogotá, Ediciones Paulinas, 1986, p. 19.

[5] Ídem.

[6] J.A. Fitzmyer, El evangelio según Lucas. II. Traducción y comentarios. Capítulos 1-8,21. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1987, p. 508.

[7] Ibid., p. 575.

[8] Ídem.

sábado, 24 de junio de 2023

Funcionalidad, pluralidad y servicio en la comunidad cristiana (I Corintios 12.27-31), Pbro. Leopoldo Cervantes-Ortiz

25 de junio, 2023

Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno de ustedes es un miembro con una función particular [individualmente].

I Corintios 12.27, Reina-Valera Contemporánea


El cuerpo de Cristo es la iglesia, precisamente como lugar donde Cristo habita en el mundo. En la predicación del evangelio a través de la iglesia hay que encontrar la respuesta a la angustia del mundo.[1]

E. Schweizer

 

Trasfondo

La última sección de I Corintios 12 concluye la amplia reflexión paulina sobre la unidad y diversidad de la iglesia. El apóstol Pablo consideró necesario colocar una nueva lista de carismas para demostrar, la funcionalidad, la pluralidad y el sentido de servicio que debía caracterizar a la comunidad cristiana. Repite cuatro de la mención anterior (vv. 7-11) y agrega cuatro nuevos. La instauración y ampliación de la metáfora del cuerpo de Cristo para referirse a la iglesia abarcaría otras cartas más (Romanos, Efesios, Colosenses) para mostrar la manera en que se percibió la organicidad de la iglesia.

 

La concepción del cuerpo con pluralidad de miembros atrae la atención sobre la pluriformidad que ha de exigirse en la vida de la iglesia Así como en cada una de las comunidades es preciso desarrollar los dones y posibilidades existentes —y no solamente las de los eclesiásticos— en bien de la entera “corporación”, así también la relación mutua y el diálogo entre distintas denominaciones podrían resultar sumamente fructuosos. “Cuerpo de Cristo” no significa uniformidad, sino multiplicidad. El concepto no apunta a la unidad de una super-iglesia, sino a la unanimidad de todas las iglesias cristianas.[2]

 

Ante el enorme dilema de la multiplicación de iglesias y nombres variados (que incluso ya no utilizan la palabra iglesia) afirmar estos tres aspectos de la existencia de la comunidad cristiana en el mundo obliga a trabajar por la unidad de la manera más creativa y propositiva. Tal como lo acaba de expresar el Dr. Heinrich Bedford-Strohm, moderador del Consejo Mundial de Iglesias: “La polarización —política, social y sí, también religiosa— ha erosionado nuestra capacidad de mantener un diálogo significativo o incluso un discurso civil, y ha conducido a una intrincada violencia en muchas situaciones. La intolerancia hacia el ‘otro’ se convierte a menudo en violencia contra el otro. Si no podemos estar unidos como iglesias, ¿cómo podemos siquiera empezar a colmar las brechas que se han producido entre nuestros países?”.[3]

 

El cuerpo de cristo y las funciones particulares/individuales (vv. 27-28)

Como parte del inicio de su conclusión, el texto paulino enfoca nuevamente la metáfora del cuerpo para cerrar su brillante argumentación: Ahora bien, ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno de ustedes es un miembro con una función particular” (v. 14). Esto es: el todo comunitario y las partes individuales como parte de un conjunto bien articulado. Para cumplir con las funciones particulares, Dios puso, por orden: “apóstoles, profetas, y maestros” (v. 28a). Esta primera parte tiene que ver directamente con la fundación, establecimiento y consolidación de la iglesia: estamos delante de “los portadores del movimiento cristiano que incidieron en la conformación de iglesias en distintas regiones del mundo”.[4] No obstante, no se trata de un grupo cerrado porque “el movimiento cristiano siempre queda abierto a que otras personas dotadas por el Espíritu puedan ejercer estos ministerios que son clave para la extensión y la maduración de la iglesia”.[5] El orden en que son nombrados refleja la dinámica que Pablo experimentó como apóstol llamado por Dios y enviado por Cristo “no a bautizar sino a predicar el evangelio” (1.17). Después de establecida una comunidad, el llamamiento lo llevó a otros lugares para predicar donde Cristo aún no había sido nombrado. “En las iglesias recién fundadas, el Espíritu vela por su maduración mediante los profetas y maestros que reciben su unción”.[6]

Los charismata mencionados por Pablo “son determinaciones del ser, no del deber ser. Son dones gratuitos que brotan de la gracia creadora de Dios. Cuando él habla del uso de estas nuevas energías vitales, evita claramente todas las denominaciones que expresan relaciones basadas en el poder o en la autoridad. No habla de una ‘autoridad sagrada’ (jerarquía), sino que escoge la expresión diakonía. La gracia creadora lleva a una nueva obediencia, y los dones y energías del Espíritu, a una actitud solícita de servicio”.[7] Como experimentado organizador de comunidades, Pablo está muy consciente de que esos carismas requieren ser complementados por otros, que aparecen después sin ninguna distinción jerárquica entre ellos: “los que hacen milagros, […] los que sanan, los que ayudan, los que administran, y los que tienen don de lenguas” (28b). Los milagros, sanidades y lenguas ya se habían mencionado; los nuevos son los que ayudan y los que administran, capacidades muy distintas a los dones que implican un elemento sobrenatural. Asistir a personas en necesidad demandaba un buen análisis de la situación social; y administrar también era una tarea entendida como eminentemente espiritual. Las lenguas son mencionadas nuevamente al final.

 

Diversidad de carismas para el servicio comunitario (vv. 29-31)

Las preguntas retóricas paulinas subrayan la pluralidad de dones y ministerios que se encuentran en la iglesia: la iglesia no podría estar formada por sólo apóstoles, profetas, maestros o hacedores de milagros. “Después de todo su esfuerzo de explicar que la diversidad de dones y funciones es obra de Dios y necesaria para la iglesia, y de ilustrar este punto con la figura del cuerpo, Pablo conduce a sus lectores a la conclusión de que nadie puede exigir que todos tengan un mismo don en particular, ni el don de lenguas”.[8] Hoy podrían agregarse otros más: escritores, músicos, educadores, especialistas en ética, liturgistas, arquitectos religiosos, consejeros, discipuladores, maestros de niños/as, encargados de la tecnología y un largo etcétera, para abarcar todas las necesidades de la iglesia.

Lo que subraya, finalmente, el apóstol es la búsqueda activa de los mejores dones (31a), es decir, los que más contribuyen a la edificación de la comunidad y la posibilidad de “un camino aun más excelente” (31b): “La última parte del v. 31 sirve para introducir a los lectores en el tema medular de toda esta sección de la carta: el ‘mejor camino’ para llegar a la experiencia viva de Dios es la práctica del amor en la vida cotidiana. Esta pequeña frase introductoria al capítulo 13 es correspondida por una frase de cierre y de transición que se encuentra en 14.1: ‘seguid el amor, y procurad los dones espirituales’”.[9]

Conclusión

 

La persona del Espíritu Santo actúa con poder en el mundo. Lo hace primordialmente por medio de la Iglesia otorgándole vida, poder y dones para su desarrollo, madurez y mision. La Iglesia, comunidad de reconciliados con Dios, es enviada al mundo por jesucristo. En ella se opera una transformación radical que muestra el propósito divino de eliminar toda injusticia, opresión y signos de muerte. Como comunidad del Espíritu, la iglesia debe proclamar libertad a todos los oprimidos […] e impulsar una pastoral de restauración que traiga consuelo a los que sufren discriminación, marginación y deshumanización.[10]

 

Éste es el perfil de la iglesia como la comunidad de fe que es el cuerpo de Cristo en el mundo de manera funcional, plural y con una permanente disposición para el servicio a quien quiera que sea.



[1] Cit. por S. Wibbing, “Cuerpo, miembro”, en L. Coenen et al., dirs., Diccionario teológico del Nuevo Testamento. I. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1990, p. 380.

[2] H.-C. Hahn, “Cuerpo. Para la praxis pastoral”, en L. Coenen et al., op. cit., p. 381. Énfasis agregado.

[3] H. Bedford-Strohm, “Alocución del moderador”, en Oikoumene, 21 de junio de 2023, www.oikoumene.org/sites/default/files/2023-06/01%20Alocuci%C3%B3n%20del%20Moderador-%20SPANISH.pdf, p. 2.

[4] Irene Foulkes, Problemas pastorales en Corinto. Comentario exegético-pastoral a 1 Corintios. San José, DEI-SBL, 1996, p. 351.

[5] Ídem.

[6] Ídem.

[7] Jürgen Moltmann, La iglesia, fuerza del Espíritu. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1978 (Verdad e imagen, 51), pp. 347-348.

[8] I. Foulkes, op. cit., p. 353.

[9] Ídem. Énfasis agregado.

[10] “Declaración de Quito”, en CLADE Ill, Tercer Congreso Latinoamericano de Evangelización, Quito, 1992. Buenos Aires, FTL, 1993), p. 856.

martes, 20 de junio de 2023

Todos los miembros del cuerpo de Cristo son importantes (I Corintios 12.14-26), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


18 de junio, 2023

Pero Dios ordenó el cuerpo de tal manera, que dio mayor honor al que le faltaba, 25 para que no haya divisiones en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocupen los unos por los otros.

I Corintios 12.24.b-25, Reina-Valera Contemporánea


Trasfondo

No discriminen a los pobres: Es el impactante título de la nueva edición del comentario a la carta de Santiago, de la Dra. Elsa Tamez Luna. Muy bien podríamos parafrasearlo y aumentarlo hoy, a propósito del tema que nos ocupa y en el mismo tenor de la prosa paulina: “¡No discriminen a los miembros pobres de la iglesia!”. Porque ése, en efecto, es el propósito de la siguiente sección de I Co 12 (vv. 14-26). Sumarnos a esta línea interpretativa supone que deberíamos pensar en una nueva conversión cristiana, de entre las tantas que podríamos vivir, esta vez para voltear la mirada y dejarnos invitar por el Espíritu. Irene Foulkes resume, una vez más, el énfasis del apóstol:

 

A partir del v. 21, y hasta el v. 26, la problemática es otra: el desprecio de unos miembros hacia otros. Pablo se dirige especialmente al caso de los hermanos que se sienten cohibidos ante los líderes más estimados o ante los dones más llamativos. La discrepancia de estatus socioeconómico entre distintos grupos en la iglesia se combinaría con esos otros factores para producir discriminación por parte de los de mejor rango contra los menos pudientes o menos dotados. De nuevo el ejemplo del cuerpo humano se cita para mostrar que la comunidad cristiana se realiza con base en otros principios: el aprecio por las partes “más débiles”, reconociendo que son esenciales, no superfluas (12.22), y el respeto por “los que parecen menos dignos”, sabiendo que Dios los ha honrado (12.23-24).[1]

 

La metáfora extendida, convertida en alegoría, servirá para consolidar la imagen de la comunidad como un auténtico espacio alternativo a las diferencias predominantes en la sociedad. Si la comunidad de fe consigue integrarse más allá de esas imposiciones basadas en el acceso a los recursos económicos y culturales, será posible hablar de una verdadera nueva sociedad.

 

Diversidad y organicidad en el Cuerpo de Cristo (vv. 14-21)

“El cuerpo no está constituido por un solo miembro sino por muchos” (v. 14). Ésta es la premisa explicativa que aglutina y sirve como base para todos los demás elementos. Estamos delante de una insinuante “sociología cristiana” afianzada en la obra del Espíritu, el cual capaz de estar por encima de las diferencias sociales, raciales, económicas y culturales que amenazan con disgregar a la comunidad. “En los vv. 15-20 Pablo ilustra con la figura del cuerpo humano la pluralidad y diversidad de los miembros de la iglesia, y al mismo tiempo pone al descubierto las rivalidades que existen dentro de este cuerpo en Corinto”.[2] En el momento en que cada miembro del cuerpo manifiesta sus ímpetus separacionistas (vv. 15-16) o que el cuerpo, como un todo, pretende hacer las funciones específicas de algunos de ellos (17), el desequilibrio acabaría con él. Por ello la respuesta de Pablo es enfática y directa al corazón teológico del problema, precedida por una salvedad de advertencia: “Pero Dios ha colocado a cada miembro del cuerpo donde mejor le pareció” (18). El tiempo mesiánico, comenta Pablo Ferrer, obliga a replantear radicalmente la clase de comunidad en la cual vivimos: “La comunidad de Corinto es un escenario en el cual el tiempo de este mundo y el tiempo mesiánico se ponen frente a frente. Los tiempos mesiánicos y los de este mundo no son abstractos. Son fidelidades a determinadas autoridades, obediencias y desobediencias, esperanzas y toma de decisiones. […] La imagen del cuerpo en 1 Corintios 12 o las jerarquías de los dones en 1Corintios 14 son puestas en escena en un tiempo mesiánico. Un tiempo inserto en otro tiempo”.[3] Hacer y vivir de otra forma la comunidad era una forma de resistir los embates del tiempo de este mundo que se quiere hacer superior al de la fe y la esperanza comunitarias. La variedad de los miembros no puede atentar contra su unidad (20).


Superar las diferencias sociales del mundo en la iglesia (vv. 22-26)

En esta sección lo que destaca es la insistencia paulina en aquellos miembros menos agraciados o valiosos del cuerpo (“los más débiles”, asthenéstera, v. 22; “los menos dignos”, atimótera, o “menos decorosos”, asjémona, v. 23: “las partes vergonzosas”), en contraparte con los que “parecen más decorosos” (eusjémona, 24).

 

Pablo se dirige especialmente al caso de los hermanos que se sienten cohibidos ante los líderes más estimados o ante los dones más llamativos. La discrepancia de status socio-económico entre distintos grupos en la iglesia (cp. 1.26-28; 11.22) se combinaría con esos otros factores para producir discriminación por parte de los de mejor rango contra los menos pudientes o menos dotados. De nuevo el ejemplo del cuerpo humano se cita para mostrar que la comunidad cristiana se realiza con base en otros principios: el aprecio por las partes “más débiles”, reconociendo que son esenciales, no superfluas (12.22), y el respeto por “los que parecen menos dignos”, sabiendo que Dios los ha honrado (12.23- 24).[4]

 

¿Por qué razones genuinas o válidas podríamos sentirnos cohibidos o inhibidos al interior de la comunidad de fe? ¿Por tener menos antigüedad en ella? ¿Por poseer menos conocimientos que los demás? ¿Por ser inferiores en algún sentido? Ninguna de estas razones se sostiene a los ojos de Dios y en medio de la acción del Espíritu. Si incluimos los ingresos o el nivel educativo estaríamos incorporando elementos que no tienen nada que ver con la razón de ser de la comunidad, pues sus criterios de eventual distinción serían completamente espirituales. El texto es sumamente explícito: “Pero Dios ordenó el cuerpo de tal manera, que dio mayor honor [timén] al que le faltaba” (24), esto es, que Dios nuevamente echa mano de su poder para invertir los procesos sociales que imponen la segregación o la superioridad de unos cuantos.

El objetivo central es: a) impedir las divisiones a toda costa (25a) y b) “que todos los miembros se preocupen los unos por los otros” (25b). Esto significa que todos los miembros “forman parte de una mutualidad en que lo que afecta a unos, para bien o para mal, afecta a todos (12.26)”.[5] Pablo toma, una vez más, partido por los débiles identificándose con ellos: “Su visión para esta comunidad de desiguales (1.26-28) es que las personas de más poder e influencia hagan suya la situación del los ‘menos honrosos’ (13.23 NVI), identificándose con ellos de tal forma que ya no los consideren ajenos y por tanto susceptibles de ser ignorados o menospreciados”.[6] Él mismo trató de mantener su independencia hacia los más pudientes (9.19).

 

Conclusión

Cuando en alguna iglesia un grupo se siente con más derecho que otro para negar validez a sus criterios e intena imponer su perspectiva dominante, se está muy lejos del ideal paulino de integración y unidad comunitaria. La figura del cuerpo humano apunta, más bien, hacia “abrazar la diversidad”, pues a todos/as nos “atañe apreciar, en forma real y profunda, a los cristianos que piensan y actúan distinto, convivir con ellos en una verdadera integración y aprender de ellos, para que el cuerpo de Cristo alcance su madurez”.[7]



[1] Irene Foulkes, Problemas pastorales en Corinto. Comentario exegético-pastoral a 1 Corintios. San José, DEI-SBL, 1996, p. 349.

[2] Ídem.

[3] P. Ferrer, “1 Corintios: tiempos mesiánicos: pistas para leer 1 Corintios y nuestra realidad”, en RIBLA, núm. 62, 2009/1, p. 32.

[4] Ibid., p. 349.

[5] Ídem.

[6] Ídem.

[7] Ibid., p. 350.

La paz, el amor y la fe en Dios (Efesios 6.21-24), Pbro. Dr. Mariano Ávila Arteaga

30 de junio de 2024 ¿Quién hubiera dicho que un movimiento que empezó con un grupito de 12 personas habría de transformar el mundo de mane...