2 de julio, 2023
Cierto día, poco tiempo después, Jesús subió a un monte a orar y oró a Dios toda la noche.
Lucas 6.12, Nueva Traducción Viviente
La oración es fundamentalmente un diálogo con Dios. Si se introducen finalidades alejadas de este objetivo, la oración queda desvirtuada, y si uno finge entonces hablar con Dios, incurre en blasfemia e hipocresía. Jesús denunció esta deformación con una claridad y dureza no igualadas por aquellos que, con el pretexto de la falsa oración, quieren eliminar también la oración auténtica.[1]
Oscar Cullmann
Trasfondo
Siempre es necesario hablar de la oración
en el contexto cristiano, sobre todo por los problemas que implica su
definición y su práctica. Se puede enunciar básicamente el dilema que plantea
en términos de la voluntad divina: si Dios ya ha predeterminado todas las cosas
y éstas son inmutables, ¿cuál sería la razón de ser de orar? ¿Tratar de influir
en que Dios modifique sus planes? ¿O protestar firmemente para que actúe en
función de nuestros deseos? Rubem Alves lo expresó como pocos:
La oración es un
lenguaje que expresa un deseo. En ella, el ser humano coloca delante de Dios
sus angustias y sus aspiraciones más profundas. Y ella estaría totalmente
desprovista de sentido si la persona que ora no creyese que su deseo es capaz
de modificar el curso de los acontecimientos. En la oración, el hombre intenta
abolir el poder del así es por la magia del así debe ser. […]
¿Por qué se ora? Cada
creyente ora, si y sólo si, él cree que, de alguna forma misteriosa, sus deseos
son capaces de mover a una voluntad suprema, que permanecería impasible si la
voz de la oración no fuese articulada. Él ora porque cree que su oración tiene
el poder para poner en acción una eficacia extra que no existiría si
permaneciese en silencio.
La oración, por lo
tanto, revela algo sorprendente: un creyente que no cree en la Providencia como
causalidad de hierro, y un Dios diferente que acoge los deseos humanos y altera
el curso de las cosas.[2]
La
oración como práctica espiritual constante según el modelo de Jesús en San
Lucas nos acerca al tema mayor, Jesús y la oración, pues no hay ninguna
relación más natural que ésta en los Evangelios, dado que la vida y obra del
Señor son incomprensibles sin ella, pues todo lo que pensó, hizo,
dijo y proyectó se basa en la íntima relación que tuvo con Dios
el Padre mientras estuvo físicamente en la tierra. Lucas es el evangelio de la
oración por antonomasia, es como “el clima en el que se desarrolla la vida
cristiana”. “La oración no sólo ocupa un puesto privilegiado en su narración
evangélica, donde la figura de Jesús orante cobra un relieve mucho mayor que en
los demás evangelistas, sino que continúa en la vida de la comunidad cristiana,
como se describe en el libro de los Hechos. La presentación de Jesús orando es
un dato importante para el discípulo, porque una de las actitudes fundamentales
del seguimiento de Jesús es precisamente la continua comunicación con Dios”.[3] La oración de Jesús estuvo siempre en
función de su mensaje central, la venida del Reino de Dios y eso dominó toda su
actuación y mentalidad. Aun cuando en los cuatro evangelios el tema aparece por
doquier, en Lucas, particularmente, es posible ver a Jesús practicando
la oración, cuestionando su mala práctica y enseñando sobre ella.
De hecho, la oración que enseñó a sus discípulos difiere de la de Mateo en
algunos aspectos, como veremos.
Jesús oró sobre un monte (v. 12)
Como bien ha recordado Jon Sobrino, Jesús
“fue un judío que conocía y practicaba la oración tradicional de su pueblo”,[4] en tiempo y forma, conforme a lo que
aprendió en medio de él, no obstante lo cual insistió en desmitificarla y
renovarla. Jesús oró en consonancia con su mensaje y también denunció los
excesos y carencias del modo convencional de hacerlo. “Jesús no fue un ingenuo
con respecto a la oración; que él mismo no la ejercitó por mera rutina o tradición, como si la oración de su pueblo fuese una región totalmente
autónoma de la fe de su pueblo, que no se prestase a ser manipulada”.[5] Las prácticas populares de la oración aparecen
desde muy temprano en el evangelio de Lucas (cap. 1) y será hasta Lc 5.16
cuando se muestra a Jesús apartándose de la gente para orar, con lo que “el
dato de su alejamiento pone en estrecha relación su actividad de enseñanza y de
curaciones con una comunicación directa con el Padre”.[6]
Aunque
la mención de la “montaña” también se encuentra en Marcos (Mr 3.13) —de donde,
probablemente, deriva—, el término tiene, en
Lucas, una connotación especial, en cuanto sitio de oración (cf. Lc 9.28). La
montaña es el lugar privilegiado de la presencia de Dios, de la cercanía al
Dios que se revela. En el curso de la narración de Lucas se mencionará una
montaña específica, cerca de Jerusalén (Lc 19.29; 21.37; 22.39), pero esa connotación
del monte es una realidad que atraviesa todo el evangelio.[7]
Orar toda la noche lo capacitó para decidir y servir (vv. 13-19)
El
otro elemento del v. 12, orar toda la noche, es sumamente característico de la
práctica de Jesús. Literalmente, el texto dice: “Se pasó la noche en la oración
de Dios”. Su persistencia en la oración lo llevó a extremar el tiempo dedicado
a ella. Ni Marcos ni Mateo mencionan esta oración, previa a una acción
fundamental de su labor, la selección de los discípulos. “Esta adición de Lucas
magnifica el cuadro para la elección de los Doce, como si quisiera decir que
Jesús ha invocado la bendición de Dios sobre el acto que va a realizar. Tal vez
sea ésta una manera de expresar, en términos típicamente lucanos, lo que el
cuarto Evangelio atribuye al propio Jesús: “’los hombres que tú me confiaste;
eran tuyos y tú me los confiaste (Jn 17.6). En los Hechos de los Apóstoles dirá
Lucas que habían sido elegidos ‘por medio del Espíritu Santo’ (Hch 1.2)”.[8]
Para nuestros fines, una oración de estas dimensiones agotadoras se justifica
plenamente por la importancia de la decisión que iba a tomar al amanecer (vv.
13-17). Al descender del monte, su tarea sanadora y de enseñanza se desarrolló
en plenitu (18) y su persona corporal se volvió el centro de la atención y la
atracción por causas del “poder sanador” que emanaba de él.
Conclusión
Hacer
coincidir el contenido de la oración con los valores, principios e ideales del
Reino de Dios es la meta hacia la que hay que dirigir su práctica, incluso
cuando nuestros deseos más profundos están en juego. Si se trata de la vida, de
la salud, de la estabilidad, de la justicia o de una reivindicación necesaria,
la oración estará en consonancia con los postulados centrales del Reino de Dios
y en estricta consonancia con el mensaje de Jesús, todo lo cual nos permitirá
responder y poner en práctica varias cuestiones acuciantes: ¿qué es la oración para
cada uno de nosotros?, ¿cómo la practicamos en lo más hondo?, ¿qué tanto
influyen los modelos bíblicos en nuestra oración?, ¿cómo oraba Jesús?, ¿qué
tanto se parece nuestra oración a la suya?, ¿cómo podemos orar para mostrar que
estamos en la línea del Reino de Dios?, y otras más que seguramente surgirán.
Aprendiendo a orar
Alfonso Chase (Costa Rica, 1947)
Padre nuestro que estás en la sangre.
Ayúdanos a salvarte del silencio,
haznos chispa o relámpago, corona
para la pobreza, pico de cuervo
y rosa despilfarrada en los jardines.
Santificado sea el cuerpo, la ramazón
oculta de las venas, las lágrimas
hablando con la hiedra, el dedo
poniendo límite al horizonte.
Padre nuestro que estás en las cosas.
Ayúdanos a despojarnos de todo,
regocíjanos en el amor al insecto
y la admiración silente por la sombra.
Santificado sea el nombre del prójimo,
el dolor de sus párpados, el filo inacabable
del labio, el arco maravilloso de la nuca
sosteniendo todos sus pensamientos.
Permítenos compartir
la espiga del hambre,
el Porvenir del alba y la sonrisa.
No nos niegues la tentación.
Empújanos al encuentro del dolor
engendrado en el pánico de saberte solo,
mas líbranos de nuestra voluntad
y déjanos en el instante largo de la duda.
Olvídanos en tu reino. No recompenses
nuestras obras, así como nosotros te perdonamos
la soledad perpetua de tu llanto.
Sálvanos de la vida perdurable
y del pan nuestro de cada día,
juzga nuestras deudas y haz que podamos
pagarlas en el doble. Padre nuestro
que estás en la sangre, permítenos
arder en la chispa y desaparecer en el fuego,
ahora y en la hora de nuestra vida. Amén.
[1] O. Cullmann, La oración en el Nuevo Testamento. Ensayo de
respuesta a cuestiones actuales a la luz del Nuevo Testamento. Salamanca,
Ediciones Sígueme, 1999 (Biblioteca de estudios bíblicos, 92), p. 50.
[2] R. Alves, “La voz
contradictoria: la oración”, en Protestantismo e repressão. São Paulo,
Ática, 1979, p. 163. Énfasis original.
[3] Joseph A. Fitzmyer, El evangelio según
Lucas. I. Introducción general. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1986, p. 411.
[4] J. Sobrino, La oración de Jesús y del cristiano. 3ª
ed. Bogotá, Ediciones Paulinas, 1986, p. 19.
[5] Ídem.
[6] J.A. Fitzmyer, El evangelio según Lucas. II. Traducción y
comentarios. Capítulos 1-8,21. Madrid, Ediciones Cristiandad, 1987, p. 508.
[7] Ibid.,
p. 575.
[8] Ídem.