sábado, 10 de junio de 2023

La comunidad de fe, cuerpo de Cristo (I Corintios 12.12-13), Pbro. L. Cervantes-Ortiz


4 de junio, 2023

Porque así como el cuerpo es uno solo, y tiene muchos miembros, pero todos ellos, siendo muchos, conforman un solo cuerpo, así también Cristo es uno solo.

I Corintios 12.12, Reina-Valera Contemporánea


Trasfondo

Dentro de las metáforas o imágenes simbólicas para referirse a la iglesia que aparecen en el Nuevo Testamento la del cuerpo es una de las más socorridas y recordadas. Ciertamente ya era conocida en el ámbito sociopolítico y cuando la utiliza el apóstol Pablo traía ya un amplio recorrido (un ejemplo es la fábula de Menenio Agripa sobre la rebelión de la mano, la boca y los dientes contra el estómago, como ejemplo de que debía imponerse la concordia y no la sedición;[1] Arnaldo Momigliano afirmó tajantemente que I Cor 12.12-27 es su “sorprendente traducción en términos cristianos”[2]), pero él lo enfocó de una manera diferente y propositiva para definir lo que debería ser la iglesia, con todo el trasfondo del judaísmo comunitario que él conoció.

 

Muy usada en la antigüedad, la figura del cuerpo y sus miembros aparece reiteradamente en obras griegas y latinas como ejemplo de la unidad que debe haber en una entidad política, como la ciudad, el Estado o las unidades más pequeñas dentro de éstos. [...] Frente a este empleo del modelo cuerpo-miembros en la promoción de la concordia política, conviene analizar cómo lo emplea Pablo en relación con la iglesia. [...] En vista de este entorno hay que reconocer que en esta carta la figura cuerpo-miembros no se presta para apoyar el statu quo sino que Pablo le da un giro contrahegemónico, que trastoca las relaciones jerárquicas y las pretensiones de superioridad de parte de algunos miembros de la iglesia. El funcionamiento de un cuerpo exige que haya diversidad entre sus partes y no una homogenización de los miembros, según esta figura.[3]

 

En I Cor 12 “Pablo está extendiendo una metáfora política común a la situación de Corinto, cristianizándola por transferencia al ‘cuerpo de Cristo’ y al mismo Espíritu. Esta conclusión no es nueva en sí misma, pero sus implicaciones no siempre han sido suficientemente consideradas. La metáfora del cuerpo para el organismo social en los textos políticos antiguos […] es usada para combatir las facciones lo mismo en los textos greco-romanos e incluso en el judaísmo helenístico que se apropió de ella”.[4] Paul Hoffmann afirma que Pablo argumenta mediante la metáfora en dirección contraria [a la imposición hegemónica] —a favor de los marginados y de los débiles—, y establece en el reconocimiento de la diversidad de los miembros, la igualdad de derechos de todos. Él concibe la comunidad como un sistema de comunicaciones, en el que cada uno pueda aceptarse y se sienta aceptado en su individualidad, pero teniendo en cuenta que esto no ha de suceder en perjuicio de los demás. Esto presupone un trato mutuo libre de estructuras de dominio y de angustias”.[5]

 

El elemento “orgánico” de la metáfora del cuerpo unido (12.12)

La unidad del cuerpo de Cristo, afirmada enfáticamente y defendida de manera vehemente por Pablo desde el principio de la carta reaparece aquí como parte de la metáfora que retomó a fin de demostrar que, si se tiene esa comprensión lo suficientemente clara, era posible vivir en el mundo para que éste advierta la presencia misma del Señor. Lo “orgánico” aquí sería la percepción de que cada miembro aporta lo que le es propio y específico para que ese cuerpo funcione y se mantenga vivo. Desde 1.13 (“¿Puede Cristo estar dividido”), 6.15a (“¿Acaso no saben ustedes que sus cuerpos son miembros de Cristo?”) y 10.17 (“Hay un solo pan, del cual todos participamos; por eso, aunque somos muchos, conformamos un solo cuerpo.”) esa metáfora rondaba ya la mente del apóstol, por lo que al llegar a este punto concreto su visión comunitaria de la realidad eclesial apunta directamente a ella para explicar orgánicamente lo que sucede con la iglesia en el mundo: la unidad de la iglesia es innegociable, tal como lo es la unidad biológica de un cuerpo sano y con un buen funcionamiento vital por la contribución de cada una de sus partes y órganos. “Pablo se preocupa por argumentar a favor de esta multiformidad, viéndola como una estrategia de resistencia contra cualquier imposición de parte de líderes que promocionen unos dones en detrimento de otros”.[6]

 

La diversidad operativa del Espíritu, principio vital para el cuerpo de Cristo (12.13)

A la diversidad propia de la comunidad (racial y social, según se afirma) le precede el bautismo del Espíritu recibido por todos/as: ése es el fundamento de la unidad en medio de la diversidad. “Para formar un solo cuerpo fuimos bautizados”, tal como dice el N.T. interlineal, lo que apunta al papel central del Espíritu en la conformación de una iglesia plural, multicultural y sumamente diversa e inclusiva, tal como se dice hoy. Foulkes usa una palabra inquietante para referirse a esa obra eclesiogénica del Espíritu divino:

 

Como partera de la nueva creación [no olvidar que Ruáj es una palabra femenina] el Espíritu trae a las personas a la fe en Cristo. La conversión es enfocada como una experiencia de inmersión en la ministración del Espíritu, simbolizada con la frase ‘hemos sido bautizados por un mismo Espíritu’. La experiencia del Espíritu se asemeja también a una bebida que da vida y vigor: ‘se nos dio a beber de un mismo Espíritu’ (12.13). El remedio para la rivalidad no se encuentra en un esfuerzo por imponer una homogeneidad sino en el reconocimiento de que la diversidad es legítima y necesaria —y por tanto, deseable— para que el cuerpo funcione”.[7]

 

Al apuntar a la diversidad racial y social, Pablo señala firmemente la acción unificadora del Espíritu que es capaz de superar las diferencias más abismales, notorias y conflictivas que se encuentran en la sociedad. Eso es parte de la obra de reconciliación y profundamente unificadora que lleva a cabo el Espíritu en medio del mundo, a contracorriente de las fuerzas que desean mantener esas divisiones para beneficio de unos cuantos privilegiados. El mayor bien espiritual que pueda imaginarse llega a ser posesión común de las personas más diversas, con orígenes opuestos y en pugna al grado de que en el segundo caso lo que está en juego es la libertad, un asunto álgido que el Imperio Romano se esforzaba por mantener y que era intocable. Por eso la iglesia es expresión efectiva de una “nueva humanidad” pues es capaz, gracias al Espíritu, de instaurar nuevas relaciones humanas en un mundo fragmentado y enfrentado como resultado de una experiencia de eclesiogénesis: “La Iglesia no nace en un proceso posterior, cuando los bautizados se reúnen, sino a la inversa: los creyentes en Cristo se hacen miembros de Cristo porque, al recibir al único Espíritu, se hacen un solo cuerpo [por encima de todas las diferencias que los separan]. Un solo cuerpo y un solo Espíritu constituyen una unidad tan necesaria e indisoluble como la que constituyen el cuerpo y el alma, por un lado, y el Espíritu y Cristo por otro”.[8]

 

Conclusión

Lo problemas de divisionismo y falsa superioridad de algunos en la comunidad de fe de Corinto sirvieron para que el apóstol Pablo pasara de lo local a lo universal mediante una creativa transformación de la metáfora del “cuerpo social” a plicada a la iglesia como nueva comunidad producida por el Espíritu Santo. Éste es el creador y conductor de la iglesia como un nuevo proyecto colectivo en medio de las fracturas promovidas por los sistemas sociopolíticos y culturales. El cuerpo de Cristo será visible en el mundo cuando verdaderamente se superen dichas fracturas mediante una praxis de fe sana y efectiva capaz de crear nuevas formas de convivencia y solidaridad humana.



[1] Margaret M. Mitchell, “1 Corinthians 12. The body metaphor for unity”, en Paul and the rhetoric of reconciliation: an exegetical investigation of the language and composition of 1 Corinthians. Louisville, Westminster Joh Knox Press, 1991, pp. 157-158. Cf. Pedro López Barja de Quiroga, “El cuerpo político: la fábula de Menenio Agripa”, en Gerión, vol. extra, 2007, pp. 243-253.

[2] A. Momigliano, “Camillus and Concord”, en CQ, 36, 1942, p. 117, nota 4, cit. por M.M. Mitchell, op. cit., p. 158, nota 556.

[3] Irene Foulkes, Problemas pastorales en Corinto. Comentario exegético-pastoral a 1 Corintios. San José, DEI-SBL, 1996, pp. 347, 348. Énfasis agregado.

[4] M.M. Mitchell, op. cit., pp. 160-161. Énfasis original.

[5] P. Hoffmann, “El concepto paulino de comunidad carismática”, en Selecciones de Teología, núm. 122, 1992, p. 194.

[6] I. Foulkes, op. cit., p. 348.

[7] Ibid., pp. 348-349. Énfasis agregado.

[8] Eugen Walter, Primera carta a los Corintios. Barcelona, Herder, 1971, pp. 231-232.

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