Porque así como el cuerpo es uno solo, y tiene muchos miembros, pero todos ellos, siendo muchos, conforman un solo cuerpo, así también Cristo es uno solo.
I Corintios 12.12, Reina-Valera Contemporánea
Trasfondo
Dentro de las metáforas o imágenes
simbólicas para referirse a la iglesia que aparecen en el Nuevo Testamento la
del cuerpo es una de las más socorridas y recordadas. Ciertamente ya era
conocida en el ámbito sociopolítico y cuando la utiliza el apóstol Pablo traía
ya un amplio recorrido (un ejemplo es la fábula de Menenio Agripa sobre la
rebelión de la mano, la boca y los dientes contra el estómago, como ejemplo de
que debía imponerse la concordia y no la sedición;[1] Arnaldo Momigliano afirmó tajantemente
que I Cor 12.12-27 es su “sorprendente traducción en términos cristianos”[2]), pero él lo enfocó de una manera
diferente y propositiva para definir lo que debería ser la iglesia, con todo el
trasfondo del judaísmo comunitario que él conoció.
Muy usada en la
antigüedad, la figura del cuerpo y sus miembros aparece reiteradamente en obras
griegas y latinas como ejemplo de la unidad que debe haber en una entidad
política, como la ciudad, el Estado o las unidades más pequeñas dentro de éstos.
[...] Frente a este empleo del modelo cuerpo-miembros en la promoción de la
concordia política, conviene analizar cómo lo emplea Pablo en relación con la
iglesia. [...] En vista de este entorno hay que reconocer que en esta carta la
figura cuerpo-miembros no se presta para apoyar el statu quo sino que Pablo
le da un giro contrahegemónico, que trastoca las relaciones jerárquicas y las
pretensiones de superioridad de parte de algunos miembros de la iglesia. El
funcionamiento de un cuerpo exige que haya diversidad entre sus partes y no una
homogenización de los miembros, según esta figura.[3]
En I Cor 12 “Pablo está extendiendo una metáfora política
común a la situación de Corinto, cristianizándola por transferencia al ‘cuerpo
de Cristo’ y al mismo Espíritu. Esta conclusión no es nueva en sí misma, pero
sus implicaciones no siempre han sido suficientemente consideradas. La metáfora
del cuerpo para el organismo social en los textos políticos antiguos […] es
usada para combatir las facciones lo mismo en los textos greco-romanos e
incluso en el judaísmo helenístico que se apropió de ella”.[4] Paul Hoffmann afirma
que “Pablo argumenta mediante
la metáfora en dirección contraria [a la imposición hegemónica] —a favor de los
marginados y de los débiles—, y establece en el reconocimiento de la diversidad
de los miembros, la igualdad de derechos de todos. Él concibe la comunidad como
un sistema de comunicaciones, en el que cada uno pueda aceptarse y se sienta
aceptado en su individualidad, pero teniendo en cuenta que esto no ha de
suceder en perjuicio de los demás. Esto presupone un trato mutuo libre de
estructuras de dominio y de angustias”.[5]
El elemento “orgánico” de la metáfora del cuerpo unido (12.12)
La unidad del cuerpo de Cristo, afirmada
enfáticamente y defendida de manera vehemente por Pablo desde el principio de
la carta reaparece aquí como parte de la metáfora que retomó a fin de demostrar
que, si se tiene esa comprensión lo suficientemente clara, era posible vivir en
el mundo para que éste advierta la presencia misma del Señor. Lo “orgánico”
aquí sería la percepción de que cada miembro aporta lo que le es propio y
específico para que ese cuerpo funcione y se mantenga vivo. Desde 1.13 (“¿Puede
Cristo estar dividido”), 6.15a (“¿Acaso no saben ustedes que sus cuerpos son
miembros de Cristo?”) y 10.17 (“Hay un solo pan, del cual todos participamos;
por eso, aunque somos muchos, conformamos un solo cuerpo.”) esa metáfora
rondaba ya la mente del apóstol, por lo que al llegar a este punto concreto su
visión comunitaria de la realidad eclesial apunta directamente a ella para
explicar orgánicamente lo que sucede con la iglesia en el mundo: la unidad de
la iglesia es innegociable, tal como lo es la unidad biológica de un cuerpo
sano y con un buen funcionamiento vital por la contribución de cada una de sus
partes y órganos. “Pablo se preocupa por argumentar a favor de esta
multiformidad, viéndola como una estrategia de resistencia contra cualquier
imposición de parte de líderes que promocionen unos dones en detrimento de
otros”.[6]
La diversidad operativa del Espíritu, principio vital para el cuerpo de
Cristo (12.13)
A
la diversidad propia de la comunidad (racial y social, según se afirma) le
precede el bautismo del Espíritu recibido por todos/as: ése es el fundamento de
la unidad en medio de la diversidad. “Para formar un solo cuerpo fuimos
bautizados”, tal como dice el N.T. interlineal, lo que apunta al papel central
del Espíritu en la conformación de una iglesia plural, multicultural y
sumamente diversa e inclusiva, tal como se dice hoy. Foulkes usa una palabra
inquietante para referirse a esa obra eclesiogénica del Espíritu divino:
Como partera de la nueva creación [no olvidar que Ruáj
es una palabra femenina] el Espíritu trae a las personas a la fe en Cristo. La
conversión es enfocada como una experiencia de inmersión en la ministración del
Espíritu, simbolizada con la frase ‘hemos sido bautizados por un mismo
Espíritu’. La experiencia del Espíritu se asemeja también a una bebida que da
vida y vigor: ‘se nos dio a beber de un mismo Espíritu’ (12.13). El remedio
para la rivalidad no se encuentra en un esfuerzo por imponer una homogeneidad
sino en el reconocimiento de que la diversidad es legítima y necesaria —y por
tanto, deseable— para que el cuerpo funcione”.[7]
Al apuntar a la diversidad racial y
social, Pablo señala firmemente la acción unificadora del Espíritu que es capaz
de superar las diferencias más abismales, notorias y conflictivas que se
encuentran en la sociedad. Eso es parte de la obra de reconciliación y
profundamente unificadora que lleva a cabo el Espíritu en medio del mundo, a
contracorriente de las fuerzas que desean mantener esas divisiones para
beneficio de unos cuantos privilegiados. El mayor bien espiritual que pueda
imaginarse llega a ser posesión común de las personas más diversas, con
orígenes opuestos y en pugna al grado de que en el segundo caso lo que está en
juego es la libertad, un asunto álgido que el Imperio Romano se esforzaba por
mantener y que era intocable. Por eso la iglesia es expresión efectiva de una
“nueva humanidad” pues es capaz, gracias al Espíritu, de instaurar nuevas
relaciones humanas en un mundo fragmentado y enfrentado como resultado de una
experiencia de eclesiogénesis: “La Iglesia no nace en un proceso
posterior, cuando los bautizados se reúnen, sino a la inversa: los creyentes en
Cristo se hacen miembros de Cristo porque, al recibir al único Espíritu, se
hacen un solo cuerpo [por encima de todas las diferencias que los separan]. Un
solo cuerpo y un solo Espíritu constituyen una unidad tan necesaria e
indisoluble como la que constituyen el cuerpo y el alma, por un lado, y el
Espíritu y Cristo por otro”.[8]
Conclusión
Lo problemas de divisionismo y
falsa superioridad de algunos en la comunidad de fe de Corinto sirvieron para
que el apóstol Pablo pasara de lo local a lo universal mediante una creativa
transformación de la metáfora del “cuerpo social” a plicada a la iglesia como
nueva comunidad producida por el Espíritu Santo. Éste es el creador y conductor
de la iglesia como un nuevo proyecto colectivo en medio de las fracturas
promovidas por los sistemas sociopolíticos y culturales. El cuerpo de Cristo
será visible en el mundo cuando verdaderamente se superen dichas fracturas
mediante una praxis de fe sana y efectiva capaz de crear nuevas formas de
convivencia y solidaridad humana.
[1] Margaret M. Mitchell,
“1 Corinthians 12. The body metaphor for unity”, en Paul and the rhetoric of
reconciliation: an exegetical investigation of the language and composition of
1 Corinthians. Louisville, Westminster Joh Knox Press, 1991, pp. 157-158.
Cf. Pedro López Barja de Quiroga, “El cuerpo político: la fábula de Menenio
Agripa”, en Gerión, vol. extra, 2007, pp. 243-253.
[2] A. Momigliano,
“Camillus and Concord”, en CQ, 36, 1942, p. 117, nota 4, cit. por M.M.
Mitchell, op. cit., p. 158, nota 556.
[3] Irene Foulkes, Problemas pastorales
en Corinto. Comentario exegético-pastoral a 1 Corintios. San José, DEI-SBL,
1996, pp. 347, 348. Énfasis agregado.
[4] M.M. Mitchell, op. cit., pp.
160-161. Énfasis original.
[5] P. Hoffmann, “El concepto paulino de
comunidad carismática”, en Selecciones de Teología, núm. 122, 1992, p.
194.
[6] I. Foulkes, op.
cit., p. 348.
[7] Ibid.,
pp. 348-349. Énfasis agregado.
[8] Eugen Walter, Primera
carta a los Corintios. Barcelona, Herder, 1971, pp. 231-232.
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